martes, 27 de diciembre de 2011

Al encuentro con la Palabra


25 de diciembre: Navidad. Misa del día (Jn 1, 1-18).
¡Y aquel que es la Palabra se hizo hombre y habitó entre nosotros!

Este evangelio del día de Navidad, puede parecernos poco navideño. No nos muestra el Belén. No nos evoca las escenas que tanto han arraigado en la cultura de nuestro país y que tenemos asociadas a las fiestas que celebramos.
Pero el contenido es el mismo: la contemplación del Dios hecho hombre. Estamos ante lo que más ha costado, y sigue costando, de asumir a la humanidad: que Dios no permanezca en la lejanía de un cielo extraño a la vida humana y, al contrario, asuma la carne humana con todas sus consecuencias. Creer esto nos hace mirar el mundo y la humanidad con los mismos ojos de Dios, que lo contempla con amor y se da del todo porque lo ama: “Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único” (Jn 3, 16). Indudablemente, Él viene ahora a nuestro encuentro en cada persona y en cada acontecimiento.
El inicio del evangelio joánico, nos recuerda el inicio de la Biblia: “En el principio Dios creó el cielo y la tierra” (Gn 1, 1). Cuando Juan habla en nuestro texto de “la Palabra”, quiere referirse con claridad a Jesucristo, como lo aclara al final del prólogo.
Jesucristo es quien vive desde antes de la creación (v. 1), y Juan lo vincula a la realidad creada (v. 3). Él, ha intervenido en la creación, está unido al Creador, unido en la acción del que da la vida (5, 17). Y se convierte en la luz que ilumina a aquellos que han recibido esta vida (v. 9).
Jesucristo es “la luz verdadera que alumbra a todo hombre” (v. 9), pero no todos lo han conocido (v. 10), ni lo recibieron (v. 11). Estos últimos son “el mundo” (v. 10) y “los suyos”, los de “su casa” (v. 11). Cuando dice “el mundo”, Juan se refiere a la oposición radical que Jesús encontró y encuentra en su misión; pero también, a la realidad amada por Dios.
El amor de Dios por el mundo, se expresa en quela Palabra se hace carne”, es decir, Jesucristo, asume la condición humana en su vertiente de debilidad y de limitación. Dios asume esta condición humana y vive entre nosotros.
Gracias te damos Señor, por el misterio de tu encarnación. Gracias porque te has querido quedar entre nosotros. Así como contemplamos con ternura el nacimiento en nuestro hogar, concédenos en nuestra experiencia cristiana, no sólo contemplar con reverencia tu encarnación, sino también, tener la experiencia de tu amor en ella expresada y ser verdaderos testigos de “aquel que es la Palabra y se hizo hombre, y cuya morada permanece hasta hoy con nosotros”.

lunes, 26 de diciembre de 2011

Al encuentro con la Palabra

¡Cristo ha nacido para nosotros! ¡Venid y Adoremos!

Adorar es  anonadarse ante la Grandeza Infinia,
Adorar es roconocer la Excelencia Suma,
Adorar es bajarnos hasta las profundidades de nuestra nada
y desde allí contemplar la magnífica excelsitud de Jesúd.

Vengan y adoremos al penqueño Niño en el que reconocemos la infina Majestad de Dios.

Que la Paz y el Amor que Cristo vino a traer al mundo, inunde su corazón y sus hogares

                                                             ¡FELIZ NAVIDAD!

domingo, 18 de diciembre de 2011

Al encuentro con la Palabra


CUARTO DOMINGO DE ADVIENTO (Lc 1, 26-38)
María “Cumbre del Adviento”

En los tres domingos anteriores, nos han venido conduciendo en el camino del adviento, el profeta Isaías - el profeta de la esperanza - y Juan el Bautista, que nos ha invitado a entrar en un camino de conversión para poder llegar a la Navidad; prácticamente nos ha dicho: no hay Navidad sin conversión.
En éste IV Domingo, casi a las puertas de la Navidad, aparece un nuevo personaje: María, que es la cumbre del adviento, la persona que encarna el espíritu del Adviento en su sentido más profundo.
Dos son los centros de interés fundamentales en el texto de Lucas de la anunciación a María: el anuncio del nacimiento de Jesús y la vocación de María a ser sierva del Señor.
Jesucristo se presenta como el “signo” de la fidelidad de Dios, que mantiene las promesas hechas a David: “se llamará Hijo del Altísimo, el Señor Dios le dará el trono de David su padre, reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin” (vv.32-33) Todos los elementos de la promesa a David se funden y se realizan en Jesucristo porque es el Mesías perteneciente a la familia de davídica y es el Hijo hecho hombre, el nuevo templo, la casa que Dios ha perpetuado para que Él y el hombre se encuentren; además Jesús es el rey que lleva a cabo el verdadero ideal del Reino, un ideal de justicia, de paz y fraternidad y su don es lo que constituye una parte del centro del Evangelio de hoy.
Pero esta fidelidad se manifiesta observando la actitud de María, como la que hace posible este don con su “si”. Es cierto también que este fragmento que contemplamos hoy destaca especialmente la iniciativa de Dios en la encarnación de su Hijo: es Dios quién constituirá a Jesús como Mesías (v32); la concepción human es obra del Espíritu Santo (v35). Pero la sorpresa es que toda la acción de Dios se realiza precisamente en la “carne” humana. Es decir, la iniciativa de Dios se puede llevar a cabo si hay respuesta nuestra. El “si” de casa discípulo, permite a Dios llevar adelante su plan. Por eso decíamos que María es la cumbre del Adviento porque ella encarna la actitud del hombre que se abre incondicionalmente al don de Dios.
Que como María, el Señor nos haga capaces de sintonizar nuestros deseos con los suyos.  El “hágase en mi según tu palabra” no es una frase pronunciada con resignación, sino que brota espontáneamente de un ánimo profundo de adherirse a la Palabra de Dios y proyectado a nuevos deseos que sólo Él puede suscitar.
Además, las palabras del ángel: “porque no hay nada imposible para Dios” (v37) vienen a  dar respuestas a la pequeñez human ante semejante propuesta de Dios; es decir, para María y para nosotros, nada hay imposible cunado nos ponemos a disposición de la iniciativa de Dios.
A unos cuantos días de celebrar el cumplimiento de la promesa, María con su “si” nos introduce en le sentido del Adviento que culmina introduciéndonos en la vivencia profunda de  la Navidad.

domingo, 11 de diciembre de 2011

Al encuentro con la Palabra


TERCER DOMINGO DE ADVIENTO (Jn 1, 6-8 y 19-28)
“Soy la voz que clama en el desierto”

Seguimos avanzando en nuestro camino del Adviento hacia la fiesta de la Navidad. Juan Bautista es una figura típica del Adviento. Hace ocho días aparecía la versión del Evangelista San Marcos, viviendo en el desierto e invitándonos a iniciar un camino de conversión para acoger al Mesías, cuya venida proclama ya cercana. Y el Bautismo que él daba en el Río Jordán  no era sino un signo penitencial que preparaba la acogida del Mesías anunciado por los profetas.
Ahora en el tercer domingo de Adviento aparece nuevamente la figura del Bautista en la versión de San Juan. En el Evangelio de Juan, el testimonio del Bautista remarca algunos aspectos de su identidad e indirectamente aspectos de la persona de Jesús que en Prólogo ya estaban insinuados. 
Muy probablemente la actividad del Bautista en el Jordán ya empezaba a levantar cierta inquietud en las autoridades religiosas de su tiempo, tanto por la gente que atraía como por el contenido de su mensaje. Es muy probable también que empezaran a surgir algunos comentarios identificándolo con el Mesías. Por eso de Jerusalén le envían una comisión de sacerdotes y levitas que pertenecían a la secta de los fariseos para preguntarle ¿quién eres tú? Y el testimonio del Bautista es muy claro; “Yo no soy el Mesías, ni Elías, ni el Profeta”. La insistencia de parte de los enviados se hace mas fuerte “Entonces dinos quién eres, para poder llevar una respuesta a los que nos enviaron. ¿Qué dices de ti mismo? Hay dos frases que describen la identidad de Juan: “Yo soy la voz que clama en el desierto: Enderecen el camino de Señor ; como anunció el profeta Isaías” y la segunda “Este vino como testigo para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por medio de él. Él no era la luz, sino testigo de la luz”
Impresiona la claridad que el Bautista tiene sobre su identidad y su misión y la fuerza con que la manifiesta, no usurpa un papel que no le corresponde: él no es el Mesías, ni Elías, ni el Profeta; él no es la luz, sino testigo de la luz. Los enviados vuelven a la carga cuestionando “¿Entonces por que bautizas si no eres el Mesías, ni Elías, ni el Profeta?” y Juan responde: “Yo bautizo con agua, pero en medio de ustedes hay uno al que ustedes no conocen, alguien que viene detrás de mi a quién yo no soy digno de desatarle las correas de sus sandalias”
La figura del Bautista representa lo que está llamada a ser la Iglesia: ella no es la luz sino testigo de la luz, ella es la voz que clama en el desierto, preparen el camino del Señor, es decir, puente que lleve a la fe en Cristo que es el único que salva.
Al acercarse la Navidad los cristianos somos invitados a clarificar nuestra identidad que es la misma del Bautista, y a purificar y fortalecer  nuestra fe, de tal manera que Cristo sea el centro de nuestra vida y de nuestra misión: somos testigos de la luz y voz que clama la presencia y la acción salvadora de Cristo en medio de los hombres. Desechar definitivamente  la tentación de usurpar un lugar que no nos corresponde.

domingo, 4 de diciembre de 2011

Al encuentro con la Palabra


Segundo Domingo de Adviento (Mc 1, 1-8)
“Este es el principio del Evangelio de Jesucristo”

Hoy empezamos leyendo el Evangelio de Marcos que empieza con una introducción breve en su extensión pero densa en su contenido “Este es el principio del Evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios” Para Marcos el evangelio de Jesús que es Cristo (Mesías) e Hijo de Dios, no comienza de repente con la venida de Jesús, sino con un tiempo de preparación. En este  tiempo de preparación se subrayan por lo menos tres elementos: el primero de los cuales es la Sagrada Escritura (vv2.3) ya que el evangelio de Jesús les dará una realización concreta y el evangelio solo se podrá comprender auténticamente releyendo y meditando incesantemente las páginas de los profetas, pero ahora interpretadas a la luz del acontecimiento de Cristo.
Pasa a continuación al segundo elemento: el envío de un profeta, el Bautista, capaz de indicar a la humanidad el camino del desierto, el lugar donde Dios ofrece la posibilidad de una auténtica conversión (vv4. 7-8). Según Marcos, el Bautista no insiste tanto en la  predicación moral como sobretodo, en la necesidad de esperar a “otro” . “Ya viene detrás de mi uno que es más poderoso que yo, uno ante quien no merezco ni siquiera inclinarme para desatarle la correa de sus sandalias”.
El tercer elemento es el mismo pueblo que por la predicación de Juan camina penitente hacia el desierto, como pueblo del éxodo. Por lo mismo se insinúa que está naciendo un pueblo nuevo, aunque se requiere una condición que el  hombre se ponga en camino, salga y se dirija al Bautista para acoger su mensaje de conversión.

En este segundo domingo de Adviento damos un paso más. Se va clarificando lo que significa la  preparación para la fiesta de la Navidad. Una metáfora domina las lecturas de hoy: el la del “camino”.  Hacer el camino hacia la Navidad significa entrar en un proceso de cambio, de conversión. Y con imágenes muy claras se van describiendo actitudes y acciones para realizar en nuestra vida: “Que todo valle se eleve” ( hay cosas que tenemos que poner). “Que todos monte y colina se rebajen” (hay cosas que tenemos que quitar). “Que lo torcido se enderece” (hay cosas que tenemos que enderezar en nuestra vida); “Y lo escabroso se allane” (hay cosas que tenemos que aplanar).   No habrá Navidad si no preparamos el camino, es decir si no entramos en un proceso de conversión, de cambio profundo en nuestra vida.

Otro elemento que aparece en el Evangelio de hoy es que Juan Bautista se ubica desde un principio en su lugar: el importante no es él, sino el que viene después él, él sólo bautiza con agua (signo penitencial), pero el que viene después de él, bautizará con el Espíritu Santo  (la nueva creación que empieza a manifestar). Juan no usurpa el lugar de Cristo, sólo prepara el camino para que el hombre pueda llegar a Cristo.

Hoy la figura austera del Bautista nos exhorta a recorrer el camino del Adviento como un proceso de conversión para acoger a Aquel que nos bautizará con el Espíritu Santo.

Al encuentro con la Palabra


Segundo Domingo de Adviento (Mc 1, 1-8)
“Este es el principio del Evangelio de Jesucristo”

Hoy empezamos leyendo el Evangelio de Marcos que empieza con una introducción breve en su extensión pero densa en su contenido “Este es el principio del Evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios” Para Marcos el evangelio de Jesús que es Cristo (Mesías) e Hijo de Dios, no comienza de repente con la venida de Jesús, sino con un tiempo de preparación. En este  tiempo de preparación se subrayan por lo menos tres elementos: el primero de los cuales es la Sagrada Escritura (vv2.3) ya que el evangelio de Jesús les dará una realización concreta y el evangelio solo se podrá comprender auténticamente releyendo y meditando incesantemente las páginas de los profetas, pero ahora interpretadas a la luz del acontecimiento de Cristo.
Pasa a continuación al segundo elemento: el envío de un profeta, el Bautista, capaz de indicar a la humanidad el camino del desierto, el lugar donde Dios ofrece la posibilidad de una auténtica conversión (vv4. 7-8). Según Marcos, el Bautista no insiste tanto en la  predicación moral como sobretodo, en la necesidad de esperar a “otro” . “Ya viene detrás de mi uno que es más poderoso que yo, uno ante quien no merezco ni siquiera inclinarme para desatarle la correa de sus sandalias”.
El tercer elemento es el mismo pueblo que por la predicación de Juan camina penitente hacia el desierto, como pueblo del éxodo. Por lo mismo se insinúa que está naciendo un pueblo nuevo, aunque se requiere una condición que el  hombre se ponga en camino, salga y se dirija al Bautista para acoger su mensaje de conversión.

En este segundo domingo de Adviento damos un paso más. Se va clarificando lo que significa la  preparación para la fiesta de la Navidad. Una metáfora domina las lecturas de hoy: el la del “camino”.  Hacer el camino hacia la Navidad significa entrar en un proceso de cambio, de conversión. Y con imágenes muy claras se van describiendo actitudes y acciones para realizar en nuestra vida: “Que todo valle se eleve” ( hay cosas que tenemos que poner). “Que todos monte y colina se rebajen” (hay cosas que tenemos que quitar). “Que lo torcido se enderece” (hay cosas que tenemos que enderezar en nuestra vida); “Y lo escabroso se allane” (hay cosas que tenemos que aplanar).   No habrá Navidad si no preparamos el camino, es decir si no entramos en un proceso de conversión, de cambio profundo en nuestra vida.

Otro elemento que aparece en el Evangelio de hoy es que Juan Bautista se ubica desde un principio en su lugar: el importante no es él, sino el que viene después él, él sólo bautiza con agua (signo penitencial), pero el que viene después de él, bautizará con el Espíritu Santo  (la nueva creación que empieza a manifestar). Juan no usurpa el lugar de Cristo, sólo prepara el camino para que el hombre pueda llegar a Cristo.

Hoy la figura austera del Bautista nos exhorta a recorrer el camino del Adviento como un proceso de conversión para acoger a Aquel que nos bautizará con el Espíritu Santo.

domingo, 27 de noviembre de 2011

Al encuentro con la Palabra


Primer Domingo de Adviento (Mc 13, 33-37)
¿Es posible esperar hoy?

Con la celebración de este primer Domingo de Adviento, empezamos un nuevo año litúrgico;  en él estaremos recorriendo y actualizando en el “hoy” de nuestras vidas los principales misterios de la historia de nuestra salvación. El Adviento nos remite a toda esa larga espera de siglos, como preparación a la primera venida del Verbo hecho Carne. Como acontecimiento histórico es un acontecimiento irrepetible . Pero Dios sigue viniendo a nuestras vidas y vendrá al final de los tiempos a consumar su proyecto. El Adviento nos coloca entre estas dos venidas: la primera en carne mortal  y la segunda al final de los tiempos y por lo mismo la actitud de “espera” y de “vigilancia” siguen siendo válidas en la vida del cristiano.
Un aspecto que destaca en el inicio del año litúrgico y de este tiempo de Adviento es la invitación a esperas. Las palabras de Jesús en el Evangelio de este domingo son muy claras: “Velen y estén preparados porque no saben cuando llegará el momento”
Pero esta invitación no es fácil de vivir, ni en la vida cotidiana ni en nuestra vida cristiana, de manera especial en nuestro contexto contemporáneo, del que todos queramos o no participamos. El hombre del nuevo milenio, el hombre que se considera “postmoderno”, experimenta la tensión entre la espera y no espera. En cierto modo es incapaz de esperar, bien porque vive en lo inmediato y se conforma con ello, bien porque es consciente de sus numerosos logros  gracias a su espíritu emprendedor. ¿Tiene sentido esperar hoy? Creo que la espera es una exigencia de la vida, cuando ya no se espera nada, podemos decir que el hombre prácticamente está muerto.
El Adviento es el tiempo que se nos da para que aprendamos a esperar, para que aprendamos a vivir esperando para que no pretendamos obtener en seguida lo que queremos, aunque se trate de Dios y de la visión de su rostro. Podríamos decir que es el tiempo del “deseo insatisfecho” que Dios va satisfaciendo gradualmente.
El tiempo de Adviento puede ser un tiempo de gracia si se convierte en un espacio que nos lleve a poner en crisis y a purificar nuestros deseos, que se conviertan cada vez más en pasión orante y se vayan intensificando cada vez más.
En este tiempo, nuestros deseos ante todo tienen que ser puestos a discusión o en crisis. Tenemos que preguntarnos “qué” o a “quién” deseamos de verdad, qué es lo que realmente esperamos de verdad, qué es lo que realmente esperamos en la vida, qué ocupa la cima de nuestra aspiraciones  para comprender luego lo que sería más justo desear. Es la fase de la purificación del deseo. El Adviento y la oración del Adviento son el lugar y la ocasión para la profundización en los deseos humanos, para encauzarlos luego a lo que realmente debemos desear y esperar: el gran don que el Padre nos hace en su Hijo hecho hombre, para nuestra salvación y que se nos da como la Luz que nos revela el verdadero sentado de la existencia humana.

domingo, 20 de noviembre de 2011

Al encuentro con la Palabra

CRISTO REY DEL UNIVERSO
 XXXIV Domingo Ordinario (Mt 25, 1-13).
¡Cuando lo hicieron con el más insignificante de mis hermanos,
conmigo lo hicieron!

Este evangelio cierra el discurso escatológico de Jesús que Mateo pone inmediatamente antes de la Pasión (capítulos 26-27). Es necesario tener en cuenta que lo que dice sobre la derecha e izquierda se refiere a la felicidad o la desgracia respectivamente.
El juicio final es universal (v. 32): afecta a “todas las naciones”. De hecho no se juzga nada. Lo que ocurre es que la luz de Dios pone de manifiesto hacia dónde cada uno ha llevado su vida. No es un Dios que castigue a unos y premie a otros, sino que trabaja siempre para que todo el mundo pueda vivir con Él para siempre (cfr. Jn 3, 16; 5,17).
Pero lo más significativo de esta parábola no es este “juicio” que no es “juicio”, sino la preocupación por los pobres, por los que son marginados, por los explotados… Es la opción fundamental de Dios, la opción que le caracteriza. La opción que hizo ya desde la creación del mundo” (V. 34). Y Jesús muestra esta opción de Dios identificándose con todos ellos; la cercanía o indiferencia, con estos más pequeños es cercanía o indiferencia con Jesús. Esta es una afirmación teológica muy importante: el resultado de la vida de cada uno depende de la actitud que haya adoptado en relación con ellos.
La intención es provocar ahora, cuando todavía estamos en el camino, una reacción decidida, provocar ahora un cambio en la vida de los oyentes de Jesús y de su Evangelio. Un cambio para huir de la mediocridad y para hacer una opción clara por seguir a Jesús.
A primera vista, pudiéramos pensar que el evangelio de este domingo, nos “demanda” lo que no hemos hecho para con Jesús en los más pequeños. Sin embargo, recordando que el evangelio es “buena noticia”, no quiere señalar nuestras “faltas”, sino “todas las posibilidadesque en la vida tenemos para desembocar el amor a ejemplo de Jesucristo, en los pequeños de este mundo.
Señor, a lo largo de estos tres domingos, hemos crecido en la consciencia de mantener una actitud vigilante (Mt 25, 1-13), que animada por la esperanza, nos conceda la atención de reconocerte cuando a nosotros llegues. Sabemos que la riqueza que has depositado en nuestro corazón sigue fecundando nuestras vidas (Mt 25, 14-30). Ayúdanos hoy, a descubrir todas las posibilidades que tenemos a nuestro alcance para hacer el bien y construir tu reino, principalmente para con quienes son los más vulnerables de nuestra sociedad. “Señor, en tus manos está nuestra esperanza; en las nuestras, ¡tus esperanzas, Señor!

domingo, 13 de noviembre de 2011

Al encuentro con la Palabra

Por cuestiones ajenas a nuestra voluntad, la reflexión de este Domingo no llegó a tiempo, así que les compartimos algo de que el equipo coordinador del blog refelxionó. Gracias por su comprensión

XXXIII Domingo Ordinario (Mt, 25, 14-30)

“Siervo bueno y fiel, entra a participar de la alegría de tu Señor”

La parábola de éste Domingo, forma parte de los textos del Discurso Escatológico del Evangelio de Mateo y continúa hablándonos sobre el momento  en que Dios nos llame a cuentas, haciendo hincapié en la forma en que debemos vivir la vida que Dios nos dio, de manera que estemos verdaderamente preparados.

El Señor que se va por largo tiempo, confía a sus siervos toda su hacienda, todos sus bienes, y los reparte a cada uno de acuerdo a sus capacidades, “a uno le dio cinco talentos, a otro dos y a un tercero un talento y se fue”  Cuando regresa, llama a cada uno y le pide cuentas. Al que le dio cinco talentos, le regresó cinco mas que había ganado con su trabajo y su esfuerzo; al que le dio dos, le regresó dos mas que también había ganando negociando con ellos. Ambos recibieron los elogios de su Señor. “Siervo bueno y fiel, como has sido fiel en las cosas de poco valor, te confiaré cosas de mucho valor. Entra a participar de la alegría de tu Señor”

Cuando llega el turno del tercero, éste devuelve íntegro el talento que se le dio, argumentando que tuvo miedo de su Señor, por esto, hizo un hoyo y lo enterró y se sentó a esperar su regreso. A éste siervo, su señor le llamó “Siervo negligente y perezoso”, le quitó lo que le había confiado y lo echó fuera.

Con esta parábola, Jesús nos quiere dar a entender, que la vida es un don; es un regalo que se nos da, no para guardarla y esconderla para nosotros mismos. La vida se nos da para gastarla en el servicio a los demás; se nos da para gastarla en la búsqueda de la paz, la justicia, la verdad y el amor. La vida hay que devolverla a Dios, con los frutos de nuestro trabajo a favor del Reino.

Señor Jesús, danos fortaleza para evitar que el proyecto de vida que tienes para cada uno de nosotros, sea enterrado por el egoísmo, la soberbia, el miedo, la envidia y la pereza; permítenos ser valientes para responder a la confianza que nos tuviste, cuando diste la responsabilidad de continuar tu proyecto de salvación.

domingo, 6 de noviembre de 2011

Al encuentro con la Palabra


XXXII Domingo Ordinario (Mt 25, 1-13).
¡Ya viene el esposo! ¡Salgan a su encuentro!
Estos últimos tres domingos del año litúrgico, leeremos el capítulo 25 de evangelio de Mateo. Ello provoca en nosotros como discípul@s a que, con los pies en la realidad, alcemos la cabeza y miremos hacia adelante, a un futuro que es de Dios y que marca el presente.
Este texto mateano, llamado también “la parábola de las diez vírgenes”, está reflejado un aspecto cultural de la vida judía. Son diez jóvenes, que como damas de honor del esposo (vv. 1.5.6.10), salen a su encuentro el día de su boda. Esto requería para ellas, tener a punto las lámparas (vv. 1.3.4.7.8) y el aceite (vv. 3.4.8).
La Palabra pone el acento en que las jóvenes necias (v. 8) piden algo imposible en la práctica: que sus compañeras les den un poco de aceite. Las jóvenes sensatas (v. 9) dan la única respuesta posible.
No olvidemos que se trata de una parábola en la que se apunta al final de la vida, cuando ya está todo hecho o no, es decir, cuando ya no hay ninguna posibilidad de rectificar nada. No nos atasquemos pues en si las “sensatas” deberían compartir o no aceite. De hecho, “tener aceite a punto”, quiere decir que antes de dormirse (vv. 4-5) habían hecho lo que tenían que hacer. Quien pretende participar en el banquete de bodas, o bien, entrar en el Reino, ha de estar a punto para cuando el novio llegue.
Finalmente el acento recae en la llamada a velar (13). Es la llamada a tenerel aceite a punto para el momento de la resurrección, el momento en el que el “esposo” nos “despertará” (7). Es el momento definitivo en el que ya está todo hecho o no. El proveersede aceite” es, en el aquí y ahora, el momento de cumplir la voluntad de Dios.
La vida cristiana, en sus exigencias, pretende hacer plena la vida de cada persona. La llamada a la espera y vigilancia que discernimos en este texto, han de ser una forma de vida para el bautizado. Por ello, será siempre bueno releer este texto cuando el cansancio, la apatía y la rutina amenacen con ahogar la espera del Señor. Nuestro vivir, es un esperar al Señor que viene. Y somos conscientes que eso no se improvisa a última hora “ni se puede pedir prestado”. Es actitud personal e intransferible. No se puede cumplir la voluntad de Dios en lugar de otr@. Nadie puede mantener la lámpara encendida por ti, sólo tú. Nadie puede amar por ti, sólo tú.
¡Ya viene el esposo! ¡Salgan a su encuentro! Señor Jesús, cuántas veces a mi vida has venido y cuántas sin aceite he salido. Yo pongo en tus manos todas “mis esperanzas”, y Tú pones en mi corazón todo tu proyecto. ¿Qué me pasa que te me pasas cuando sales a mi encuentro? Que lámpara sea tu Palabra en mi vivir, y éste tu luz para otros en su existir. Para que desbordada la lámpara de mi corazón por tu amor, en tu llamada a velar yo pueda siempre escuchar y actuar: ¡Ya viene el esposo! ¡Salgan a su encuentro!

lunes, 31 de octubre de 2011

Al encuentro con la Palabra


XXXI Domingo Ordinario (Mt 23, 1-12)
“El Mayor entre Ustedes sea el servidor de todos”
El choque entre Jesús y los fariseos, sacerdotes y maestros de la Ley llega a uno de sus puntos más álgidos. Con su dura crítica a las autoridades religiosas de su tiempo, Jesús pone alerta a sus discípulos frente a las deformaciones y abusos en los que se puede hacer en la práctica religiosa.
El Evangelio de hoy es una confrontación muy dura para todos los que ejercen algún tipo de autoridad en la comunidad cristiana, pero que puede extenderse para todos los que tienen alguna autoridad en cualquier tipo de grupo llámese familiar o incluso en la sociedad civil.
En primer lugar, Jesús denuncia la incoherencia de vida. “Hagan, pues, todo lo que les digan, pero no imiten sus obras, porque dicen pero no imiten sus obras, porque dicen una cosa y hacen otra”. Más aún, les echa en cara lo duro que son para interpretar la ley cuando se trata de los demás, y lo blando que son para interpretar la ley, cuando se trata de ellos mismos : “Hacen fardos muy pesados y difíciles de llevar y los echan sobre las espaldas de los hombres, pero ellos ni con el dedo los quieren mover”
En segundo lugar, Jesús les critica lo podríamos llamar su exhibicionismo religioso: “Todo lo hacen para que los vea la gente”. Desvirtúan así el cumplimiento de la ley y los mismos manifestaciones del culto, en los que la referencia ya no es Dios, sino ellos y su vanidad.
En tercer lugar, además de su vanidad Jesús cuestiona su búsqueda de títulos y honores: “les agrada ocupar los primeros lugares en los banquetes y los asientos de honor en las sinagogas; les gusta que los saluden en las plazas y que la gente les llame maestros”. Títulos que utilizan para sacar provecho y satisfacer su vanidad.
Viene después un llamado muy fuerte para prevenir a sus discípulos de tales aberraciones “ustedes, en cambio, no dejen que los llamen ‘maestros’ ni ‘padre’, no se dejen llamar ‘guías’, porque no tienen más que un maestro, un solo Padre, el del cielo y un único guía, Cristo.
Viene al final del Evangelio de hoy, lo que podríamos llamar la síntesis y la fundamentación última de porqué los discípulos debemos evitar este tipo de aberraciones y abusos de la autoridad: “todos ustedes son hermanos” y por lo tanto “que el mayor de entre ustedes sea su servidor, porque el que se enaltece a si mismo será humillado y el que se humilla será enaltecido.”
¡Que manera de desnudar Jesús a las autoridades religiosas de su tiempo, y de despojarlas de sus caretas de hipocresía! Es bueno que todos  los que ejercemos algún tipo de autoridad, nos sintamos interpelados en nuestras actitudes de fondo en las relaciones con los demás.

domingo, 23 de octubre de 2011

Al encuentro con la Palabra


XXX Domingo Ordinario.- Domingo Mundial de las Misiones
“Vayan por todo el mundo y anuncien la Buena Noticia”
En este Domingo, interrumpimos la secuencia de textos tomados del Evangelio de Mateo que habíamos venido leyendo, para dar lugar al final de Evangelio de Marcos, ya que el tercer Domingo de Octubre la Iglesia nos invita a celebrar el Domingo Mundial de las Misiones.

El Papa al instituir esta Jornada Mundial de Oración por las Misiones, ha querido dar una sacudida a nuestra Iglesia para la conciencia de su identidad más profunda: La Iglesia “es por su propia naturaleza, misionera puesto que tiene su origen en la misión del Hijo y la misión del Espíritu Santo según el plan de Dios Padre” (Vat. II, Deo Ad Gentes, 2).

Cristo es el primer y fundamental misionero  “En esto se manifestó el amor que Dios nos tiene, en que envió al mundo a su Hijo Único para que viviéramos por medio de Él” (1Jn 4, 9) Es el Hijo, enviado del Padre; es el Cristo, el Ungido por El Espíritu para ser Salvador y Redentor, como el Señor Jesús lo afirmó en la sinagoga de Nazareth (cfr. Lc. 4, 18-21)

La Iglesia es misionera porque ella prolonga en el espacio y en el tiempo la misión del Hijo: “Como mi Padre me envió, así también los envío yo” (Jn. 20,21) Nace así la Iglesia bajo el soplo potente del Espíritu Santo, que impulsa a los apóstoles a salir del cenáculo y a comenzar su misión. En el Evangelio de hoy aparece el Resucitado dirigiéndose a los once diciéndoles “Vayan por todo el mundo y prediquen el Evangelio a toda creatura” (Mc. 16, 15 ss). La Iglesia aparece por tanto desde el primer momento de su constitución, como la comunidad de los discípulos cuya razón de ser es la actuación en el tiempo de la misión del mismo Cristo: la evangelización del mundo.
La misión, por lo mismo, es corresponsabilidad de todos. La misión universal implica a todos, a todo y siempre. El Evangelio no es un bien exclusivo de quien lo ha recibido, sino que es un don que hay que compartir, una buena noticia que hay que comunicar.
El Evangelio de Marcos que leemos este Domingo, subraya aspectos que hay que tomar en cuenta en la manera de realizar la misión. Retomo algunos:

Primero: La misión tiene como origen el encuentro con el Resucitado. Todos los creyentes, estamos llamados a vivir la misma experiencia que vivieron los apóstoles: comunicar no tanto una doctrina sino la experiencia del encuentro con Jesús muerto y resucitado.
Segundo: La universalidad de la misión. Los tres sinópticos acentúan esta universalidad: “Vayan por todo el mundo” “Vayan y enseñen a todas las naciones” La misión tiene un alcance universal “todas las naciones” y “siempre” “Yo estaré con ustedes hasta final de los tiempos”.
Tercero: La misión integra la proclamación del Evangelio y la realización de signos de la presencia del Reino ya presente en el mundo. Signos que tienen que ver con el sobreponerse al vino del mal que aqueja a la humanidad de formas tan diferentes, para ir construyendo el Reino de la Verdad, la Libertad, el Amor y la Justicia, para que así reine la verdadera Paz de Cristo.

Domingo Mundial de las Misiones, una buena oportunidad para renovar nuestra conciencia misionera.





domingo, 16 de octubre de 2011

Al encuentro con la Palabra


XXIX Domingo Ordinario (Mt 22, 15-21).
La conciencia, la dignidad y la libertad humana, sólo le pertenecen a Dios
El contexto es el mismo que el de los domingos anteriores: las discusiones de Jesús con las autoridades de su pueblo. Después de las tres parábolas en las que se han visto retratados y puestos al descubierto en su maldad, ahora dos grupos antagónicos, fariseos y herodianos buscan una alianza para tenderle una trampa a Jesús.
La pregunta que los herodianos le dirigen a Cristo tiene relación con el pago de impuestos, un tema muy discutido y muy candente en aquel tiempo: “¿Es lícito o no pagar el impuesto al César?”
Lo primero que encontramos en esta escena es una muestra de la peor voluntad escondida detrás de palabras amables e incluso aduladoras. Conociendo Jesús la malicia de sus intenciones, les contestó: “Hipócritas, ¿por qué tratan de sorprenderme?” Ante la pregunta tramposa de los herodianos Jesús pide que le muestren la moneda del tributo; les estaba pidiendo una moneda romana, la única válida para pagar los impuestos, en este caso, un denario romano que tenía la imagen del emperador. La pregunta que le hacían a Jesús era complicada; cualquier respuesta podía ser muy comprometedora para Él: si estaba a favor de pagar el impuesto, los fariseos podrían acusarlo de colaboracionista y traidor a la patria; pero si estaba en contra, los partidarios de Herodes podrían acusarlo de revolucionario y enemigo del emperador.
Cuando Jesús les pregunta “¿De quién en la imagen y esta inscripción?” Le respondieron “Del César” y concluye: “Den pues al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios”
La respuesta de Jesús es desconcertante porque sitúa la cuestión a un nivel más profundo. Una de las interpretaciones más equivocadas es esta: los cristianos deben preocuparse por lo espiritual y otros (generalmente los gobernantes) por do demás, como si Jesús estuviera describiendo dos mundos totalmente independientes, pero Jesús aquí no está separando campos sino delimitando actitudes. Es decir, estaba dejando claro en que consistía el señorío del César y en que el de Dios.
Para él lo importante es que el hombre reconozca a Dios como único Señor, pues es en el hombre donde Dios ha dejado inscrita su imagen. Al emperador le pertenecen la monedas del impuesto que llevan su imagen, pero sólo a Dios debe someterse el hombre como a su Señor absoluto. Lo que Jesús hace es  situar al hombre ante Dios como su único Señor. Todo lo demás debe ser relativizado, también la sumisión al poder político.
Desde esta perspectiva contiene una fuerte invitación a evitar el endiosamiento sobre las personas; ninguna autoridad o poder puede adueñarse de los seres humanos.

domingo, 9 de octubre de 2011

Al encuentro con la Palabra


XXVIII Domingo Ordinario (Mt 22, 1-14).
El Reino, banquete al que todos estamos invitados

El contexto de la Parábola es el mismo que el de los dos domingos anteriores: es la tercera parábola con las que Jesús responde a los sacerdotes y ancianos del pueblo que cuestionan su autoridad.
Isaías en la primera lectura de éste domingo anuncia una futura intervención salvadora de Dios para todos los pueblos, empleando la imagen de un espléndido banquete. Jesús, en el Evangelio, compara la llamada a participar en el Reino de Dios con la invitación a un banquete de bodas. Ambos textos emplean la imagen de una mesa festiva, para hablar de la salvación que Dios nos da. Una imagen que simboliza la alianza definitiva que Dios hará con su pueblo.
Este proyecto de salvación se describe, por las características del banquete, como un proyecto de vida y de vida gozosa en plenitud. Proyecto que es universal, para todos, buenos y malos, nadie queda excluido. La exclusividad salvífica del Antiguo Testamento, esto es, que sólo el pueblo judío era destinatario de la salvación divina, desaparece en la Nueva Alianza.
Una salvación que expresa sobreabundancia. Dios se da sin medida; el amor que él nos ofrece, la salvación que nos regala, la vida divina que nos transmite supera cualquier expectativa y deseo humano.
Una salvación que además es totalmente gratuita; no se funda en nuestros méritos, sino en el amor infinito de Dios que se da sin medida.
Una salvación que también es la superación de la muerte. La visión profética de Isaías: “Destruirá la muerte para siempre” se ha hecho realidad en la Pascua de Cristo. Cristo ha vencido a la muerte y todos hemos sido hechos partícipes de su victoria.
Pero este proyecto de salvación puede ser rechazado. En la parábola los primeros invitados aduciendo una serie de pretextos, más aún, a la invitación del Rey algunos de ellos corresponden con crueldad y hasta matando a los enviados. Por eso el Evangelio insiste en que no fueron dignos porque conscientemente no fueron a la fiesta y sin ningún motivo atentaron contra los enviados.
El Evangelio subraya además, que la fiesta no se suspende por la falta de invitados; la fiesta debe realizarse. Los siervos salen a los cruces de los caminos a llamar a todos los que se encuentren, buenos y malos.
Pero la apertura para que todos entren al nuevo banquete, exige responsabilidad, llevar el “traje de fiesta adecuado”, que no es otra cosa que la actitud de cambio o de conversión. Entrar en el proyecto de salvación de Dios es entrar en una vida nueva y por lo mismo, exige una actitud de conversión. Sin ella no podemos participar en la fiesta de la vida y corremos el riesgo de convertirnos en “invitados de piedra”. De acuerdo al Evangelio de Mateo, quién no esté dispuesto a corresponder así al llamado, merece estar solo, en su propia desesperación.

domingo, 2 de octubre de 2011

Al encuentro con la Palabra


XXVII Domingo Ordinario (Mt 21, 33-43).
¿Cómo estamos trabajando la viña que el Señor nos ha encomendado?

La Parábola de hoy es continuación de la de hace ocho días y tiene el mismo contexto de controversia con los líderes religiosos de Israel.
Leyendo paralelamente el texto de Isaías (Is 5, 1-7) y el de Mateo (Mt, 21,33-43), vemos una semejanza extraordinaria. Hay dos aspectos que se subrayan en ambos textos: primero, “La viña del Señor de los ejércitos es la casa de Israel y los hombres de Judá son su plantación preferida. El Señor esperaba de ellos que obraran rectamente y ellos en cambio, cometieron iniquidades: él esperaba justicia y solo se oyen reclamaciones” (Is, 5, 7). Segundo, los viñadores a quienes Dios ha encomendado el cuidado de su viña no han respondido, se han posesionado de la viña y de sus frutos, y a los enviados por el amo para recoger los frutos, a unos los han maltratado y a otros los han matado, incluso han terminado por matar al mismo hijo del dueño del viñedo. (cfr. Mt 21, 34-39) “Ahora díganme: cuando vuelva el dueño del viñedo ¿qué hará con esos viñadores?
Un riesgo que tenemos que evitar es leer la parábola como algo que sucedió en el pasado hace muchos años, y nos quedemos tan tranquilos, como si esa situación no nos tocara en nada a nosotros.
Hay que escuchar la palabra de Dios de hoy, no como una condenación de las fechorías de personas que vivieron hace muchos siglos, sino como una invitación a un examen desgarrador de conciencia personal y comunitaria.
En el caso específico de esta parábola dramática y de la página dolorosa de Isaías, hay que reconocer que esa historia se repite con vergonzosa monotonía, empezando por nosotros.
Nosotros somos el nuevo pueblo de Dios, la nueva viña del Señor, plantada por Dios en el mundo. Pero también somos los viñadores a quienes el Señor ha llamado a colaborar en el cuidado de su viña.
En cuanto a lo primero ¿Cuáles son los frutos que estamos produciendo? Y en cuanto a lo segundo ¿Cómo estamos trabajando la viña que el Señor nos ha encomendado?
Sería interesante, por ejemplo, imaginarse cómo Jesús pondría hoy al día esta parábola, tomando en consideración las peripecias históricas de su Iglesia.
En armonía con el significado de esta parábola, G. Bessière provocadoramente nos plantea la siguiente reflexión: “Lo que sucedió a Israel es un juicio de la historia de la misma Iglesia.. Se empeñó en “poseer” dogmas, verdades, poderes, construcciones, instrucciones, más que en producir frutos del Reino: justicia, libertad, amor, perdón de los enemigos, fraternidad. Es la tentación permanente del tener, de hacerse un Reino en la tierra y peor aún, de imaginarse que ella es el Reino”.

sábado, 24 de septiembre de 2011

Al encuentro con la Palabra


XXVI Domingo Ordinario (Mt 21, 28-32).
Hijo, ve hoy a trabajar en la viña

Del domingo pasado a este, hay algunos elementos que es necesario tener en cuenta para no perder la continuidad de la narración mateana. Es suficiente hacer mención de lo que ha sucedido después de que Jesús ha compartido la parábola de la viña y los jornaleros (Mt 20, 1-16). Los discípulos, una vez que Jesús les ha anunciado por tercera vez su pasión (20, 17-19), discuten sobre quiénes son los primeros en el Reino; para Jesús, el mayor será el servidor de todos (20, 20-28). Antes de entrar a la ciudad Santa (21, 1-11), Jesús, luz del mundo (Jn 8, 12; Mt 5, 4), compadecido, devuelve la vista a dos ciegos. Ya en el templo de Jerusalén, realiza su primera acción profética (21, 12-17). A la mañana siguiente, al retornar al templo, Jesús maldice una higuera por no encontrarle frutos; ésta, como la viña, es símbolo del pueblo (21, 18-22). Ahí será el inicio de una discusión entre Jesús y los jefes religiosos (sumos sacerdotes y ancianos) destinatarios inmediatos de las palabras de nuestro texto.
En la parábola que hoy nos ocupa, “el primer hijo” (vv. 28-29) es una referencia a los pecadores, lo excluidos, capaces de decir sí con los hechos a la llamada de Dios, aunque sea tarde (20, 1-16). Y “segundo hijo”, es una referencia a los interlocutores de Jesús, los dirigentes del pueblo (21, 23), aparentes cumplidores de la voluntad de Dios, pero cerrados a la novedad de Dios que llega en Jesucristo.
En el tiempo de Jesús, se había creado una mentalidad centrada en la apariencia. Sin embargo, lo que aquí importa, es el interior de la persona, no el exterior; el que honra verdaderamente a Dios no es el que observa unos ritos exteriores, sino el que hace su voluntad. Nosotros sabemos también que el amor no es consumado por la ortodoxia, sino por el compromiso.
¡Cuánta actualidad tiene este pasaje! Es Jesús quien hoy nos recuerda que la fe que creemos y expresamos con nuestros labios, es la que ilumina, anima y dinamiza nuestra experiencia cristiana. Es la fe que rompe las tensiones por “aparentar” y pone la atención en el libre esfuerzo por “vivir” la fe conducidos por el Espíritu. Confrontados por esta Palabra, reconocemos que la gracia de Dios en nuestro vivir sigue actuando, pues nos esforzamos con alegría, en acoger su invitación: “Hijo, ve hoy a trabajar en la viña”.
Gracias, Señor, porque sigues invitándonos a trabajar en tu viña. Queremos decir sí a tu invitación, y disponernos para asumir lo que nos pidas. Somos conscientes de las limitaciones que tenemos para seguirte, pero confiados, te pedimos nos concedas calor para nuestra frialdad, consistencia para nuestro barro, agua para nuestra sed, alegría para nuestras penas, ternura para nuestras debilidades, amor para nuestro egoísmo, auxilio para nuestras necesidades. Concédenos, Señor, coherencia, prontitud y disposición. Ayúdanos a no contentarnos con creer que somos cristianos, sino haz que lleguemos a serlo de verdad.

sábado, 17 de septiembre de 2011

Al encuentro con la Palabra


XXV Domingo Ordinario (Mt 20, 1-16)
Vengan a trabajar a mi viña
Mateo en el texto de este domingo, tiene como intención, completar la enseñanza del capítulo 19: la verdad del amor, jamás será una experiencia adulterada (19, 1-12), sino plena y plenificante que, desde la simpleza pueril (19, 13-15) se puede compartir y concebir como un don de Dios que capacita a toda persona para seguir sin apegos a Jesús (19, 16-30).
Al encontrarnos con nuestro texto, salta a la vista que está claramente enmarcado por una inclusión (un inicio y un final con una misma idea expresada para resaltar su importancia): “De igual manera, los últimos serán los primeros, y los primeros, los últimos” (Mt 19, 30.20, 16).
En la parábola, Jesús utiliza la imagen de “la viña”, misma que es frecuentemente utilizada por los profetas en la tradición veterotestamentaria (Antiguo Testamento) para hablar de Israel como pueblo de Dios (ver: Is 5, 1-7; Jr 2, 21; Ez 17, 6-10; 19, 10-14). De este modo, Jesús se sitúa en la misma línea de los profetas, anunciando que el plan de Dios, que llama a todo el mundo, se ha de cumplir.
Sabemos que los auditores de Jesús son judíos, y la parábola que al parecer, ellos están entendiendo, se refiere a sí mismos, que considerados “los primeros destinatarios” de la salvación, reclaman ello como un mérito. Por eso comprendemos su esfuerzo por ser “los primeros en el cumplimiento” de todos sus deberes. Más aún, la perfección en sus deberes, les concedía cierta permisividad para opinar sobre los demás y decir cómo debería ser Dios; tal cual han hecho “los primeros” de esta parábola (vv. 10ss). Con “los últimos”, en este texto, se hará referencia a todos los no judíos, los que no son destinatarios de la salvación ni cumplen los mandamientos de la ley de Dios; pero son ellos los que sin más, acogen la Palabra anunciada por Jesús y la viven. Ahora entendemos porque “De igual manera, los últimos serán los primeros, y los primeros, los últimos”.
Sin embargo, la parábola le da una voltereta a esta manera de pensar, que también, puede ser la nuestra. Jesús se opone rotundamente a un tipo de Dios que paga según sus méritos. Él es plenamente consciente que los dones del Padre no dependen del trabajo ni de los méritos de nadie. Su generosidad, evidentemente, va mucho más allá de las categorías humanas de retribución. Su amor, es enteramente gratuito. ¡Así es Dios de bueno con nosotr@s!
Señor, inspirad@s en este texto, ayúdanos a comprender que, así como la llamada al trabajo en la viña es gracia, también el premio es don. Líbranos del sentimiento de envidia, ante la generosidad desbordante del Padre en otros; y ayúdanos a reconocer que llamas a todo el mundo a participar de tu Reino, a participar de tu amor. Queremos ser de los últimos: para acoger y vivir con prontitud tu Palabra; para ser testigos de tu amor generoso; para seguirte sin condiciones ni condicionamientos; para responder a tu invitación de cada día: “Vayan también ustedes a mi viña” (v. 7).

domingo, 11 de septiembre de 2011

Fiestas Patrias

En esta semana celebraremos nuestras fiestas patrias. Pongamos en manos de Dios a nuestra Nación, que ha sido lacerada por la violencia y la inseguridad, la corrupción y la injusticia, la muerte y el secuestro, la extorción, el desempleo y la delincuencia. Inspirados en el Evangelio de hoy, pidámosle a Dios que nos conceda, como ciudadanos y bautizados: Tener la certeza de que, la espiral de la violencia sólo la frena el milagro del perdón; ser conscientes de que somos como bestias cuando matamos, como humanos cuando permanecemos obstinados en el odio y reflejo de Dios cuando perdonamos.

Al encuentro con la Palabra


XXIV Domingo Ordinario (Mt 18, 21-35)
El perdón del corzón, experiencia liberadora

El domingo pasado, el evangelio insistía en la responsabilidad que tenemos de corregir con respeto, cariño y amor al hermano por todos los medios, ayudándole a discernir lo que Dios quiere para él. Ahora estamos ante un elemento absolutamente necesario para la vida comunitaria: el perdón.
Indiscutiblemente, sabemos que Pedro, siguiendo a Jesús, se ha dado cuenta de que es muy importante perdonar. En su pregunta, usa el “siete” (v. 21), cifra que no tiene valor matemático, sino simbólico: relacionada con la plenitud y la perfección. Pedro, intuye que hay que perdonar sin límites. Este discernimiento se ve confirmado por Jesús, con la expresión: “setenta veces siete” (v. 22); por tanto, no se trata de hacer cálculos para medir la proporción del perdón según la medida de la ofensa, sino de una invitación a vivir el perdón absoluto, sin límites, a perdonar siempre y del todo.
En la parábola, la deuda del primero, “diez mil talentos” (el valor de un talento es de 21.7 kg. de plata), es enorme (v. 24). Una deuda imposible de pagar; el problema tiene sólo una salida: la generosidad del “señor” (v. 27). Cien denarios (con equivalencia total a menos de 500 grs. de plata; 1 denario es el sueldo de un día de trabajo y 6000 denarios, son igual a 1 talento), es la deuda del segundo (v. 28), y que, a base de sacrificio, sí es posible pagar.
Quienes escuchamos y seguimos a Jesús, la situación en la que “las ofensas” nos ponen ante Dios, es parecida a la del primer deudor: sólo tenemos salida por su perdón generoso, ilimitado. Igualmente, las ofensas entre nosotros –como el segundo deudor– no tienen más salidas que la del perdón. Todos sabemos que el dinero se puede cuantificar, pero las ofensas no; así pues, el perdón no tiene medida. Como discípulos de Jesús, sabemos que el perdón entre nosotros es responsabilidad nuestra. Él, eso sí, dándonos ya su perdón ilimitado nos da la posibilidad de hacer lo mismo (v. 27): perdonar de verdad, es decir, “perdonar de corazón” (v. 35).
Señor Jesús, tú que eres la Palabra encarnada del Padre, la expresión de su inmenso amor para con nosotros, que, para ser comprendido, te haces ternura en el perdón. Danos un corazón grande para amar y compasivo para perdonar. Que podamos ser verdaderamente conscientes de que el perdón tiene dos caras: darlo y recibirlo. Para compartirlo, hay que recibirlo; y nosotros ya lo hemos recibido, por tanto, podemos compartirlo. Si decimos que nadie puede dar lo que no tiene, ¿por qué nos es difícil dar el perdón que ya de ti hemos recibido? Señor, en la experiencia de amar y ser amado, de perdonar y ser perdonado, pídeme lo que quieras, y dame sólo lo que necesito.

domingo, 4 de septiembre de 2011

Al encuentro con la Palabra


XXIII Domingo Ordinario (Mt 18, 15-20)
Este domingo, hemos hecho un salto en el evangelio de Mateo y ya estamos en el capítulo 18, al que se le ha llamado discurso eclesial. Mt 18, es una amplia catequesis sobre cómo construir a la comunidad con una clara opción: los pequeños. Sabemos que los mayores en el reino, son ellos, no únicamente los buenos; también pueden ser los débiles y sencillos (v. 6. 10), los extraviados (vv. 12-14), los que fallan (vv.15ss).
De modo que, en nuestro texto, ahora no nos es extraño atender a su propósito. Si bien, a primera vista, tenemos la impresión de que el discípulo, los discípulos o la comunidad, tiene la responsabilidad de buscar corregir con respeto, cariño y amor al hermano por todos los medios, es con el fin de que “no se pierda uno solo de estos pequeños” (v.14), y de ayudarle a discernir lo que Dios quiere para él.
En nuestros días, no nos es difícil distinguir la dificultad que implica el vivir y convivir con otros. Vivimos en un ambiente tan acelerado que nuestra preocupación siempre somos “nosotros” y "nuestras cosas”. Incluso llegamos a creer que los demás estorban “mis proyectos”. ¿No será más bien, que sea yo quien obstruya el proyecto de Dios con mi ensimismamiento? Inspirados en este texto, podemos reconocer que la potestad de “atar y desatar” que Jesús confió antes a Pedro (16, 19), ahora la da a la comunidad !y yo soy parte de ella! Y desde este don, soy llamad@ a construir comunidad corrigiéndome y corrigiendo en mi comunidad todo lo que pueda incapacitarnos para seguir a Jesús.
Señor Jesús, sabemos que tú nos has llamado para ser tus discípul@s, insertad@s en una comunidad muy concreta. Concédenos vivir la respuesta a tu invitación dejándonos corregir por Ti y por la comunidad que como don nos has dado. Que seamos capaces de colaborar contigo corrigiendo a nuestros herman@s. ayúdanos a discernir no sólo lo que queremos, sino también lo que el Padre quiere de nosotr@s. Confiamos en tu promesa de permanencia con nosotros, y actuando en tu nombre, sabemos que lo haremos bien.

sábado, 27 de agosto de 2011

Al encuentro con la Palabra


XXII Domingo Ordinario (Mt 16, 21-28)
Negarse a sí mismo, tomar la cruz de Jesús y seguirle ¿Un absurdo?
Es necesario tener en cuenta que el evangelio de este domingo es continuación inmediata al que escuchamos y reflexionamos la semana pasada. De modo que, no podemos apartar la profesión de fe de Pedro, de su pretensión de apartar a Jesús de la entrega de su vida. Quien poco antes había confesado su fe en Jesús como Hijo de Dios, ahora rechaza la posibilidad de sufrimiento y muerte del Mesías.
Evidentemente que, los discípulos se niegan a aceptar que el Mesías pueda ser menospreciado y rechazado. Pedro, ante el intento de “disuadir” a Jesús, se vuelve destinatario de una severa reprensión: “Apártate de mí Satanás…”. Ésta es una palabra –Satán– de origen hebreo que significa “adversario”, “contrincante”, “opositor malvado”; y de la cual se deriva la palabra “diablo”, que también significa “acusador”, “calumniador”, “falseador”, “engañador”. En el Antiguo Testamento, es un término que se aplica a personas, con el significado de adversarios o enemigos.
Pero ¿qué ha pasado? El gozo que en Pedro habitaba por la sensibilidad para reconocer a Jesús como Hijo de Dios, se ha convertido ahora en dureza de corazón para comprender y aceptar su mesianismo desde la intención, por la cual el Padre, hace caminar a su Hijo junto con sus discípulos.
Pedro, quien hace ocho días es piedra y fundamento, ahora, con su actitud, se ha comportado como “el tentador” al ponerse por delante con el fin de desviar a Jesús de su camino de obediencia al Padre; Pedro parece ser, una piedra de tropiezo en el caminar de Jesús. Por ello, Jesús le recuerda las condiciones de su ser discipular: “que renuncie a sí mismo, tome su cruz y me siga”. Esto es, aceptar el proyecto de Jesús y entregar la propia vida sin cambiar los planes de Dios en ella; es aquello que hemos escuchado: “pero el que pierda su vida por mí, la encontrará”.
Sabemos bien que, como discípulos de Jesús, estamos dispuestos a seguir sus pasos; a romper nuestro egoísmo para crecer en la consciencia de que como tales, no nos pertenecemos, sino que estamos disponibles a las urgencias del Reino; queremos ser como piedras en la fidelidad del seguimiento y no obstáculo –para otros y nosotros mismos– queriendo “salvar la propia vida”, buscando “ganar el mundo entero”.
Señor Jesús, hoy tu Palabra parece ser un absurdo en nuestra realidad; confrontad@ por ella, reconozco que también yo busco persuadirte para cambiar tu caminar en mi vida; que no siempre pienso como Tú; más que renunciar, me afirmo a mí mism@; invento “cruces” que me esclavizan; sigo mis propios intereses; busco salvar mi propia vida y ganar el mundo entero sin importarme que me pierda o viva perdido.
La verdad es que, lo absurdo es, querer que tropieces en el proyecto que tienes para mí; el no desear encontrar la verdad de la vida por Ti; rechazar la cruz de liberación que me ofreces y seguir tus pasos. Gracias por recordarme que soy tu discípul@, por renovar en mí la llamada a seguirte. Tú, el Maestro, completa en mí lo que ya has iniciado, que renuncie a mí mism@, tome tu cruz y te siga.

sábado, 20 de agosto de 2011

Al encuentro con la Palabra


XXI Domingo Ordinario (Mt 16, 13-20)
Desde la fe, “atar y desatar” también es mi responsabilidad
Luego del encuentro entre Jesús y la mujer cananea (Mt 15, 21-28), éste se dirige a Galilea, en donde sana a muchos (Mt 15, 29-31); después de dar de comer a “cuatro mil hombres, sin contar mujeres y niños” (Mt 15, 32-39) se va al territorio de Magadán, en donde algunos fariseos, para tentarlo, le piden “una señal del cielo”, Jesús, luego de reprenderlos, alerta a los discípulos de la levadura de éstos mientras atraviesa el lago de Galilea rumbo a la región de Cesarea de Filipo (Mt 16, 1-13). Aquí es donde ubicamos nuestro texto.
La liturgia dominical, ahora nos ofrece un texto verdaderamente denso y elaborado. Presenta la inquietud por saber el “ser” de Jesús en medio de una serie de confusiones, expresada en una diversidad de opiniones: “Unos dicen que eres Juan el Bautista; otros, que Elías; otros que Jeremías o alguno de los profetas”.
En este texto, la dicha de Pedro radica en su docilidad  para acoger la respuesta –a la pregunta de Jesús– que el Padre le ha compartido y éste ha expresado: “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo”. Para Pedro, el conocer el ser de Jesús le llevará a esclarecer su propia misión: ser piedra en la que Cristo funde su Iglesia, con la autoridad y responsabilidad (“llaves del Reino”) de presidirla en la fe y en el amor; como harán posteriormente los sucesores de éste.
Nosotros, como discípulos de Jesús, no podemos reducir nuestra profesión de fe a una repetición dogmática de lo que hemos “aprendido”, “escuchado”, “de lo que otros dicen”; sino que implicará un encuentro íntimo y personal con Jesucristo, cuyo ser nos es compartido por el Padre como un don. Evidentemente que, como discípulos, sólo entenderemos nuestra misión si respondemos a esta cuestión: “¿y tú quien dices que soy?”.
Señor Jesús, como discípulos, enséñanos a ser sensibles a las mociones de tu Espíritu para alcanzar la integridad entre la fe y la vida. Líbranos de no “atar” tu gracia a nuestros condicionamientos humanos, sino que estemos siempre dispuestos a “desatarla” con responsabilidad y alegría para plenitud de nuestras vidas y desde servicio a los demás.

domingo, 14 de agosto de 2011

Al encuentro con la Palabra

XX Domingo Ordinario (Mt 15, 21-28)
Conversión pastoral de Jesús, ante la fe de una mujer pagana
En este domingo la Iglesia nos ofrece uno de los textos bíblicos mas hermosos pero a la vez más difíciles de interpretar; es hermoso porque Jesús resalta la grandeza de la fe de una débil mujer, y es difícil porque hay expresiones duras puestas en la boca de Jesús, que contrastan con la ternura y misericordia que ordinariamente contemplamos en Él.
El centro de atención es una mujer marginada; marginada por el hecho de ser mujer, por el hecho de ser extranjera y por el hecho de ser madre de una hija endemoniada. Al principio Jesús retrata en sus gestos y en sus expresiones toda la mentalidad conservadora que un fariseo mostraría con esta mujer, la cual no era considerada digna de prestar atención a su causa, mucho menos presentarla como modelo de fe, como al final del texto va a suceder.
Jesús se revela como verdadero Dios y como verdadero hombre, y en su desarrollo como hombre vivió el proceso por el que todos los seres humanos necesitamos pasar para comprender la realidad, para despertar la conciencia sobre la responsabilidad que tenemos en lo que sucede y para tomar decisiones de acuerdo al proyecto del Reino de la verdad y la justicia. El alcance geográfico de la primera parte de su ministerio corresponde a la manera de pensar de todo judío: "La salvación es para los hijos de Israel, el pueblo elegido", y es la realidad, el encuentro con las personas, lo que le llevará a comprender que el amor del Padre no tiene límites y que el proyecto de salvación no tiene fronteras; y esta convicción será más fuerte en Él cuando en l@s marginad@s por la religión oficial de su tiempo encuentra un corazón mejor dispuesto para recibir el don de Dios; de tal manera que la mujer cananea, siendo pagana, se convierte en evangelizadora de Jesús, pues al defender su derecho de alimentarse, aunque sea de las migajas que caen de la mesa de los amos, le hace comprender que ella también, sin ser judía, tiene el derecho a participar del proyecto de la salvación en los nuevos tiempos mesiánicos. Jesús resalta la fe de ella, porque es fecunda, pues no solo es motivo de que su hija endemoniada sea sanada, sino que provoca que su ministerio rompa las fronteras y se extienda al territorio de los gentiles.
La Iglesia ha sido instituida por Jesús para envagelizar, pero ella también necesita ser evangelizada, pues así como el encuentro con la realidad fue madurando el proyecto mesiánico de Jesús, así quienes hemos sido llamados a dar continuidad a su misión, laic@s y pastores, desde el diálogo con la realidad, el encuentro con las personas, involucrándonos en las situaciones de dolor, es como vamos a comprender los caminos y formas que Dios inspira, para que quienes como la mujer cananea, hoy gritan, muchas veces con gemidos de silencio: "Ten piedad de mí, Señor hijo de David", encuentren respuesta a sus situaciones de dolor desde el pan de la Palabra.

domingo, 7 de agosto de 2011

Bienvenida al Padre Rodolfo Reza Palomares


Padre Rodolfo Reza Palomares,  ahora que nuestro Obispo ha tenido a bien nombrarle Párroco del Inmaculado Corazón de María, queremos darle  una calurosa bienvenida y decirle que la comunidad le acoge con respeto y cariño; estamos seguros que su experiencia, sus conocimientos y su celo pastoral,  enriquecerán la vida de nuestra parroquia. Como nuestro nuevo Párroco, le expresamos nuestro compromiso de trabajar con Usted con el mismo entusiasmo, en este  proyecto pastoral. Sea Usted bienvenido.


Al encuentro con la Palabra

XIX Domingo Ordinario (Mt 14, 22-33) 
Jesús, salvación en medio del caos.
Habiendo manifestado Jesús su poder con el milagro de la multiplicación de los panes (14, 13-21) , ahora busca un lugar reservado para entrar en comunión con el Padre por medio de la oración, y después vivir un hecho en el que la fe de los disicípulos va a ser fortalecida.
Los discípulos estando en la barca se enfretan a la fuerza del mar encrespado por el viento, sufriendo tal turbación en su mente que confuenden a Jesús con un fantasma. El apóstol Pedro, que suele ser el primero de entre los disicípulos en tomar la palabra, pide a Jesús que como prueba de que es Él le permita caminar sobre las aguas; pero al hacerlo, el miedo hace que se hunda, y es entonces cuando reconociendo al Señor, invoca la salvación.
El texto del Evangelio manifiesta la humanidad desde la cual los discípulos de Jesús vivimos la experiencia de la fe. Si vemos a Pedro y a los discípulos al margen de nosotros, podemos reaccionar sorprendidos: ¿Cómo es posible que no lo reconocieran? ¿A Pedro le gano el miedo estando junto a él Jesús? Cuando leemos el Evangelio involucrándonos en el texto, nos damos cuenta que en realidad en los personajes se ve retratada nuestra propia experiencia de fe; pues los disicípulos constatemente experimentamos la fuerza del mar encrespado, al enfrentar las situaciones adversas de la vida; en las etapas de crisis la imagen de Dios se vuelve turbia y muchas veces incluso las llegamos a considerar nuestro enemigo, sobre todo cuando las cosas suceden completamente en contra de lo que antes le habíamos pedido. El Evangelio nos permite entender que en la crisis Dios se hace cercano y que su poder es mas grande que lo que amenaza con hundirnos la barca; y es en la crisis donde el creyente, aún con la turbación de su mente y la ceguera de su vista, con mayor necesidad puede buscar a Dios, gritando desesperadamente por su salvación. 
Dios no pone los problemas como si fueran trampas para probar la fe,  éstos son parte de la vida y muchas veces nosotros mismos los provocamos, los permitimos o los dejamos crecer; pero al enfrentarlos se pueden convertir en experiencias que enriquecen y fortalecen la fe. La confusión inicial de los discípulos que les lleva a confundir a Jesús con un fantasma, al final se transforma en una gran claridad que les lleva a proclamarlo postrados "Verdaderamente eres Hijo de Dios"

sábado, 30 de julio de 2011

Al encuentro con la Palabra


XVIII Domingo Ordinario (Mt 14,13-21).
El milagro del Reino, vida digna para todos.
Después de haber sido catequizados acerca del misterio del Reino con  el simbolismo de las siete parábolas del capítulo trece de San Mateo, hoy en el texto evangélico de la liturgia dominical la Iglesia nos ofrece un relato en el que se revela que el milagro del Reino es posible, cuando los seres humanos somos capaces de compartir lo que somos y lo que poseemos, más aún cuando lo hacemos desde nuestra pobreza. El objetivo del relato, conocido en Mateo como “la primera multiplicación de los panes”, no está en sorprendernos por un hecho del poder de Jesús en el pasado remoto, en el que más de cinco mil personas comieron con solo cinco panes y dos peces; la buena noticia está en el poder que Jesús tiene para transformar la realidad, cuando quienes se encuentran con Él, hacen del Reino su proyecto de vida. Veamos algunos aspectos que se desprenden del texto.
Inicia presentando a Jesús que se compadece de la gente y cura a los enfermos (14,13-14). Una grave enfermedad que podemos padecer los seres humanos es el egoísmo, que impide asomarnos a las necesidades de los otros y ver lo que les podemos compartir. Los discípulos también estaban enfermos al considerar que nada podían hacer por las multitudes hambrientas, su corazón es sanado cuando son capaces de decir “tenemos cinco panes y dos peces”.
Las multitudes son sanadas cuando al escuchar la voz de Jesús se acomodan sobre la hierba (14,18); no es lo mismo masas de gente dispersas y sin identidad, que una sociedad ordenada y organizada que colabora en lo que le corresponde.
Seguramente a Jesús le cuestionó muchas veces el sufrimiento y la pobreza en que vivía tanta gente; Él llega a comprender que lo más valioso no es la cantidad que se dona, sino la capacidad de ofrecerlo todo, aunque sea poco. El Reino no se construye con  limosnas, sino conduciendo la vida según el proyecto de Dios.
El desenlace del relato es de abundancia: las multitudes comen hasta saciarse y con los trozos sobrantes se llenan doce canastos, suficiente para que la humanidad entera también venga y coma. Al analizar las causas del hambre de tanta gente en el mundo, se tiene claro que el problema no es la falta de bienes en la creación, sino su inequitativa distribución; de tal forma que quien tiene demás, está robando lo que en justicia le correspondería a quien carece de lo necesario.
Los cristianos no podemos ser indiferentes frente a quienes hoy sufren a causa del hambre, necesitamos escuchar el imperativo mandato de Jesús: “denles ustedes de comer”. La respuesta implica comprometernos en crear un orden social, ofreciendo nuestros cinco panes y dos peces, para que todos los hombres y mujeres, niños y viejos, tengan las mismas oportunidades de desarrollo.
Señor Jesús, no queremos ser indiferentes ante tantas hambres que padece hoy la humanidad, haz que nuestro corazón entre en conflicto ante las llagas lacerantes de los que padecen marginación, sintiéndonos urgidos a generar respuestas efectivas que transformen las situaciones de miseria, en oportunidades de vida digna para todos.

domingo, 24 de julio de 2011

Al encuentro con la Palabra

XVII Domingo Ordinario (Mt 13,44-52).
El Reino de Dios, proyecto de vida para la humanidad.
Ya con este son tres domingos que la liturgia de la Iglesia nos ofrece textos del capítulo trece de San Mateo, catequizándonos Jesús acerca del misterio del Reino, valiéndose de siete hermosas parábolas, tomadas de la realidad de su tiempo: el sembrador y los diversos tipos de tierra, la semilla buena  y la semilla de la cizaña, la semilla de mostaza, la pequeña medida de levadura, el tesoro escondido en un campo, la perla de gran valor y la red en la que se capturan los peces buenos y malos. 
El texto que corresponde a este domingo incluye las tres últimas parábolas. En las dos primeras se hace énfasis en la experiencia que vive quien llega  a comprender la belleza del Reino de Dios; su corazón es seducido y se siente absolutamente apasionado, de tal forma que hace lo que sea necesario para vivir en él; es capaz de renunciar a otras cosas e intereses para comprometerse en el proyecto de Jesús, como el hombre que vende lo que tiene para adquirir el terreno donde se encuentra el tesoro; y es capaz de discernir lo esencial de su vida cristiana frente a lo que es relativo, como el mercader de perlas finas que sabe distinguir la más valiosa. En la última parábola, la red de la pesca, se retoma el carácter escatológico, hablando del fin de los tiempos, como ya aparecía en la parábola del sembrador y la cizaña; con esto Jesús revela que Dios es el dueño de la historia y el desenlace de los hechos que suceden lo define Él; aún cuando muchas veces parece que el mal se impone, al final Dios separa lo bueno de la humanidad y lo malo será destruido.
Para comprender el misterio del Reino estamos llamados a caminar como discípulos de Jesús; sólo el escriba (estudioso e intérprete de la Escritura) que es dócil a dejarse formar y conducir por el Espíritu de Jesús, tendrá la oportunidad de ver y escuchar lo que los sabios y entendidos, según los criterios del mundo, no son capaces de ver ni de escuchar. La revelación es el arca de cosas nuevas y cosas antiguas, en la que encontramos como una novedad el Evangelio siempre actual, y nos enriquecemos de la experiencia de quienes en el pasado, en sus propias circunstancias, encontraron en el Reino un proyecto por el cual entregaron su vida.
En nuestro mundo la cizaña crece más que el trigo, las sombras del anti-reino cubren la vida de las personas, entristecen nuestras familias y se adueñan de las calles de nuestra ciudad; urge que los cristianos seamos hombres y mujeres con clara identidad de nuestra vocación y misión; apasionados del Reino de Dios, en el cual encontramos nuestro mayor tesoro y nuestra más valiosa perla.