miércoles, 5 de junio de 2013

Al encuentro con la Palabra


Domingo IX Ordinario (Lc. 7, 1-10)
“Yo les aseguro que ni en Israel he hallado una fe tan grande”

Después de haber terminado las celebraciones pascuales con la fiesta de Pentecostés hace 15 días y la fiesta de la Santísima Trinidad hace 8 días, volvemos a los domingos ordinarios del tiempo litúrgico. El relato de la curación del criado de un Centurión Romano que también se relata en MT. 8, 5-13 y Jn. 4, 46-54, en Lucas viene inmediatamente después del Sermón de las Bienaventuranzas y pone de manifiesto por una parte, la dificultad que reinaba en las relaciones entre judíos y paganos y por otra, el aspecto universal de la salvación que subraya especialmente el evangelista San Lucas.

El protagonista del relato del evangelio de hoy es un centurión del ejército romano. Un centurión es un oficial que manda sobre cien hombres. Es un militar pagano, que normalmente no tenía buena fama entre el pueblo judío. El caso de este hombre es diferente. Es descrito como una persona generosa, pues ha ayudado a construir la sinagoga local de Cafarnaúm; se preocupa por su servidumbre, tiene un criado gravemente enfermo y aboga ante Jesús para que lo sane; y es descrito como una persona humilde, cosa muy rara en personajes de su rango. Pero sobre todo, es descrito como una persona profundamente creyente. El centurión que ha oído hablar de Jesús, se dirige a algunos amigos judíos para que le pidan que venga a curar a su criado enfermo a quién quería mucho. Después en su humildad y con una fe y confianza total en el Señor, le envío otra embajada porque está completamente seguro de que Jesús puede realizar el milagro incluso a distancia. “Señor, no te molestes, porque yo no soy digno de que Tú entres en mi casa; por eso ni siquiera me atreví a ir personalmente a verte. Basta con que digas una sola palabra y mi criado quedará sano”

Jesús queda admirado de este extranjero y comenta “Yo les aseguro que ni en Israel he hallado una fe tan grande”

Dos cosas podemos descubrir en el fondo del evangelio de hoy. La fe del centurión, un hombre pagano, pero con un corazón humilde y humanitario. La fe del centurión que se manifiesta en una confianza total y absoluta en el poder de la palabra del Señor. este hombre, con su humildad frente a Jesús, con su amor por el hombre, que supera esquemas sociales y los prejuicios nacionalista, con su fe sencilla y grande, nos sacude y nos hace interrogarnos sobre nosotros mismos, sobre nuestra fe, sobre nuestra vida social. Resulta inquietante que Jesús haya encontrado una fe grande no en Israel, sino en el corazón inquieto de un hombre bueno, de un pagano preocupado por la salud y la vida de su criado. La Iglesia ha recogido, como una perla preciosa, la frase del centurión y la ha incorporado a la celebración de la Eucaristía, en el momento que precede a la comunión. “Señor yo no soy digno de que entres en mi casa…” , pero no sé si encuentre el Señor, la misma aprobación y alabanza que en el centurión. ¿Y no será también que hoy el Señor puede encontrar mas fe fuera de la Iglesia, entre los llamados infieles y no creyentes? ¿Cómo se expresa nuestra fe hoy?. La fe del centurión nos recuerda que el Espíritu sopla donde quiere. Otro aspecto que está en el fondo del Evangelio de hoy es la universalidad de la salvación; la salvación es para todos, también para los paganos. Al narrar el evangelista Lucas el episodio del centurión, de alguna manera está adelantando lo que contará en el libro de los Hechos de los Apóstoles. Cuando Lucas escribe el evangelio, la comunidad eclesial ya hacía tiempo que iba admitiendo a los paganos a la fe, por ejemplo en la persona de otro centurión romano, Cornelio, que se convirtió con toda su familia después de oír la predicación de Pedro. La comunidad de Jerusalén, en aquella ocasión sacó la conclusión de que realmente “Dios no hace distinción de personas.”

Sin embargo, esta apertura de la salvación para todos no fue fácil. El Espíritu fue guiando a aquellas primeras comunidades en su progresiva apertura a todas las naciones. Cambiar de mentalidad es siempre difícil.

En el evangelio de hoy Jesús rompe los esquemas nacionalistas y los estrechos esquemas religiosos de su pueblo y de su tiempo, en los que se concebía la salvación sólo para el pueblo judío.

El evangelio de este domingo es una invitación para examinarnos respecto a nuestra mentalidad abierta o cerrada, incluyente o excluyente. ¿Sabemos reconocer los valores que tienen “los otros”, los que no son de nuestra cultura, raza, lengua, religión?  Tendríamos que alegrarnos de que la salvación que Dios nos ofrece por medio de Cristo sea tan universal. Dios es un Dios de todos y salvador de todos.

Al encuentro con la Palabra


La Santísima Trinidad (Jn 16, 12 -15)
“Creemos en un Dios que es Padre, Hijo y Espíritu Santo”

En el calendario litúrgico después de terminar el ciclo de Pascua con la fiesta de Pentecostés, celebramos la fiesta de la Santísima Trinidad, una fiesta que nos hace ir a las raíces profundas del misterio pascual, que son también el fundamento de nuestra fe cristiana: creemos en un Dios que es Padre, Hijo y Espíritu Santo, un Dios que es Comunidad, tres personas que se aman de tal manera y están tan interpenetrados entre sí que están siempre unidos y son un solos Dios, el Dios uno y Trino.

Es difícil sacar de un solo texto todo el misterio de la Trinidad, puesto que fue una verdad que el Señor fue revelando a través de su ministerio de una manera gradual.

El texto que la liturgia pone este domingo forma parte de los discursos de despedida de Jesús en la Última Cena. Si se escoge este evangelio en un domingo como este, es porque presupone una relación profunda entre el Padre y el Hijo y el Espíritu Santo. Lo vemos especialmente en el v15 “Todo lo que tiene el Padre es mío. Por eso he dicho que tomará de lo mío y se lo comunicará a ustedes”

El contexto del evangelio de este domingo es el anuncio de Jesús de su partida y de persecución y violencia que sufrirán sus discípulos. Ellos están desanimados y tristes por la partida de Jesús y por lo que les esperaba en el futuro inmediato. Por eso Jesús les habla por quinta ocasión de la promesa del Espíritu Santo. El evangelista pone en boca de Jesús que hay muchas cosas que tiene que decirles, pero de momento no las pueden entender. “Pero cuando venga el Espíritu de la verdad, Él los irá guiando hacia la verdad plena, porque no hablará por su cuenta, sino que dirá lo que haya oído y les anunciará las cosas que van a suceder”.

Antes, en el mismo evangelio de Juan, Jesús había dicho “Si se mantienen en mi palabra serán de verdad los hará libres”. Y luego ante Pilato dirá “Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo, para ser testigo de la verdad”. Por tango “la verdad” es Dios mismo y Jesús se identifica con ella “Yo soy el camino, la verdad y la vida”

Dice Jesús que el camino hasta Dios, hasta la “verdad plena” no lo podemos reconocer solos, aunque Él nos dijera todas las cosas que le quedaran por decir, ya que todavía no las podemos entender. Ciertamente, para recorrer el camino, necesitamos su palabra, pero es el Espíritu el que nos abre a la comprensión de su palabra. Por lo mismo sin el Espíritu no podemos amar a Dios y con Dios no se puede tener otra relación que la del amor. Especialmente destacable en esta fiesta es que el Espíritu “no hablará por su cuenta, sino que dirá lo que haya oído… Él me glorificará, porque primero recibirá de mi lo que les vaya comunicando”. El Espíritu comunica lo que recibe de Jesús, como Él lo ha recibido del Padre. La comunión, la comunicación, es una característica del Dios Trinidad. Y no se puede creer en Él si no es comunión-comunicación de. La gran revelación que Jesús nos ha hecho es que Dios es un Padre que nos.

La gran revelación que Jesús nos ha hecho es que Dios es un Padre que nos ama y ama infinitamente, que nos ha dado a su Hijo – lo más que puede darnos- que haciéndose hombre como nosotros ha entregado su vida por la salvación de toda la humanidad. Que ambos nos han dado su Espíritu que nos abre a la comprensión de la palabra del Hijo y nos introduce en la comunión del Padre y del Hijo haciéndonos participar de su misma vida.

La presencia Trinitaria de Dios en nuestra vida implica la vivencia cotidiana del amor entre nosotros.

No es suficiente creer en Dios, hay que creen en el Dios Trino que implica el amor y la diversidad que nos va ayudando a conocer y experimentar el Espíritu Santo.

La fiesta de la Santísima Trinidad es una fiesta para disfrutar de la gratuidad del amor y alabar a Dios, que nos ama gratuitamente y ha hecho posible que lleguemos a participar de la intimidad de su vida. La Trinidad es nuestro presente y nuestro futuro.