domingo, 7 de agosto de 2011

Al encuentro con la Palabra

XIX Domingo Ordinario (Mt 14, 22-33) 
Jesús, salvación en medio del caos.
Habiendo manifestado Jesús su poder con el milagro de la multiplicación de los panes (14, 13-21) , ahora busca un lugar reservado para entrar en comunión con el Padre por medio de la oración, y después vivir un hecho en el que la fe de los disicípulos va a ser fortalecida.
Los discípulos estando en la barca se enfretan a la fuerza del mar encrespado por el viento, sufriendo tal turbación en su mente que confuenden a Jesús con un fantasma. El apóstol Pedro, que suele ser el primero de entre los disicípulos en tomar la palabra, pide a Jesús que como prueba de que es Él le permita caminar sobre las aguas; pero al hacerlo, el miedo hace que se hunda, y es entonces cuando reconociendo al Señor, invoca la salvación.
El texto del Evangelio manifiesta la humanidad desde la cual los discípulos de Jesús vivimos la experiencia de la fe. Si vemos a Pedro y a los discípulos al margen de nosotros, podemos reaccionar sorprendidos: ¿Cómo es posible que no lo reconocieran? ¿A Pedro le gano el miedo estando junto a él Jesús? Cuando leemos el Evangelio involucrándonos en el texto, nos damos cuenta que en realidad en los personajes se ve retratada nuestra propia experiencia de fe; pues los disicípulos constatemente experimentamos la fuerza del mar encrespado, al enfrentar las situaciones adversas de la vida; en las etapas de crisis la imagen de Dios se vuelve turbia y muchas veces incluso las llegamos a considerar nuestro enemigo, sobre todo cuando las cosas suceden completamente en contra de lo que antes le habíamos pedido. El Evangelio nos permite entender que en la crisis Dios se hace cercano y que su poder es mas grande que lo que amenaza con hundirnos la barca; y es en la crisis donde el creyente, aún con la turbación de su mente y la ceguera de su vista, con mayor necesidad puede buscar a Dios, gritando desesperadamente por su salvación. 
Dios no pone los problemas como si fueran trampas para probar la fe,  éstos son parte de la vida y muchas veces nosotros mismos los provocamos, los permitimos o los dejamos crecer; pero al enfrentarlos se pueden convertir en experiencias que enriquecen y fortalecen la fe. La confusión inicial de los discípulos que les lleva a confundir a Jesús con un fantasma, al final se transforma en una gran claridad que les lleva a proclamarlo postrados "Verdaderamente eres Hijo de Dios"

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