sábado, 17 de septiembre de 2011

Al encuentro con la Palabra


XXV Domingo Ordinario (Mt 20, 1-16)
Vengan a trabajar a mi viña
Mateo en el texto de este domingo, tiene como intención, completar la enseñanza del capítulo 19: la verdad del amor, jamás será una experiencia adulterada (19, 1-12), sino plena y plenificante que, desde la simpleza pueril (19, 13-15) se puede compartir y concebir como un don de Dios que capacita a toda persona para seguir sin apegos a Jesús (19, 16-30).
Al encontrarnos con nuestro texto, salta a la vista que está claramente enmarcado por una inclusión (un inicio y un final con una misma idea expresada para resaltar su importancia): “De igual manera, los últimos serán los primeros, y los primeros, los últimos” (Mt 19, 30.20, 16).
En la parábola, Jesús utiliza la imagen de “la viña”, misma que es frecuentemente utilizada por los profetas en la tradición veterotestamentaria (Antiguo Testamento) para hablar de Israel como pueblo de Dios (ver: Is 5, 1-7; Jr 2, 21; Ez 17, 6-10; 19, 10-14). De este modo, Jesús se sitúa en la misma línea de los profetas, anunciando que el plan de Dios, que llama a todo el mundo, se ha de cumplir.
Sabemos que los auditores de Jesús son judíos, y la parábola que al parecer, ellos están entendiendo, se refiere a sí mismos, que considerados “los primeros destinatarios” de la salvación, reclaman ello como un mérito. Por eso comprendemos su esfuerzo por ser “los primeros en el cumplimiento” de todos sus deberes. Más aún, la perfección en sus deberes, les concedía cierta permisividad para opinar sobre los demás y decir cómo debería ser Dios; tal cual han hecho “los primeros” de esta parábola (vv. 10ss). Con “los últimos”, en este texto, se hará referencia a todos los no judíos, los que no son destinatarios de la salvación ni cumplen los mandamientos de la ley de Dios; pero son ellos los que sin más, acogen la Palabra anunciada por Jesús y la viven. Ahora entendemos porque “De igual manera, los últimos serán los primeros, y los primeros, los últimos”.
Sin embargo, la parábola le da una voltereta a esta manera de pensar, que también, puede ser la nuestra. Jesús se opone rotundamente a un tipo de Dios que paga según sus méritos. Él es plenamente consciente que los dones del Padre no dependen del trabajo ni de los méritos de nadie. Su generosidad, evidentemente, va mucho más allá de las categorías humanas de retribución. Su amor, es enteramente gratuito. ¡Así es Dios de bueno con nosotr@s!
Señor, inspirad@s en este texto, ayúdanos a comprender que, así como la llamada al trabajo en la viña es gracia, también el premio es don. Líbranos del sentimiento de envidia, ante la generosidad desbordante del Padre en otros; y ayúdanos a reconocer que llamas a todo el mundo a participar de tu Reino, a participar de tu amor. Queremos ser de los últimos: para acoger y vivir con prontitud tu Palabra; para ser testigos de tu amor generoso; para seguirte sin condiciones ni condicionamientos; para responder a tu invitación de cada día: “Vayan también ustedes a mi viña” (v. 7).

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