domingo, 9 de octubre de 2011

Al encuentro con la Palabra


XXVIII Domingo Ordinario (Mt 22, 1-14).
El Reino, banquete al que todos estamos invitados

El contexto de la Parábola es el mismo que el de los dos domingos anteriores: es la tercera parábola con las que Jesús responde a los sacerdotes y ancianos del pueblo que cuestionan su autoridad.
Isaías en la primera lectura de éste domingo anuncia una futura intervención salvadora de Dios para todos los pueblos, empleando la imagen de un espléndido banquete. Jesús, en el Evangelio, compara la llamada a participar en el Reino de Dios con la invitación a un banquete de bodas. Ambos textos emplean la imagen de una mesa festiva, para hablar de la salvación que Dios nos da. Una imagen que simboliza la alianza definitiva que Dios hará con su pueblo.
Este proyecto de salvación se describe, por las características del banquete, como un proyecto de vida y de vida gozosa en plenitud. Proyecto que es universal, para todos, buenos y malos, nadie queda excluido. La exclusividad salvífica del Antiguo Testamento, esto es, que sólo el pueblo judío era destinatario de la salvación divina, desaparece en la Nueva Alianza.
Una salvación que expresa sobreabundancia. Dios se da sin medida; el amor que él nos ofrece, la salvación que nos regala, la vida divina que nos transmite supera cualquier expectativa y deseo humano.
Una salvación que además es totalmente gratuita; no se funda en nuestros méritos, sino en el amor infinito de Dios que se da sin medida.
Una salvación que también es la superación de la muerte. La visión profética de Isaías: “Destruirá la muerte para siempre” se ha hecho realidad en la Pascua de Cristo. Cristo ha vencido a la muerte y todos hemos sido hechos partícipes de su victoria.
Pero este proyecto de salvación puede ser rechazado. En la parábola los primeros invitados aduciendo una serie de pretextos, más aún, a la invitación del Rey algunos de ellos corresponden con crueldad y hasta matando a los enviados. Por eso el Evangelio insiste en que no fueron dignos porque conscientemente no fueron a la fiesta y sin ningún motivo atentaron contra los enviados.
El Evangelio subraya además, que la fiesta no se suspende por la falta de invitados; la fiesta debe realizarse. Los siervos salen a los cruces de los caminos a llamar a todos los que se encuentren, buenos y malos.
Pero la apertura para que todos entren al nuevo banquete, exige responsabilidad, llevar el “traje de fiesta adecuado”, que no es otra cosa que la actitud de cambio o de conversión. Entrar en el proyecto de salvación de Dios es entrar en una vida nueva y por lo mismo, exige una actitud de conversión. Sin ella no podemos participar en la fiesta de la vida y corremos el riesgo de convertirnos en “invitados de piedra”. De acuerdo al Evangelio de Mateo, quién no esté dispuesto a corresponder así al llamado, merece estar solo, en su propia desesperación.

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