domingo, 24 de julio de 2011

Al encuentro con la Palabra

XVII Domingo Ordinario (Mt 13,44-52).
El Reino de Dios, proyecto de vida para la humanidad.
Ya con este son tres domingos que la liturgia de la Iglesia nos ofrece textos del capítulo trece de San Mateo, catequizándonos Jesús acerca del misterio del Reino, valiéndose de siete hermosas parábolas, tomadas de la realidad de su tiempo: el sembrador y los diversos tipos de tierra, la semilla buena  y la semilla de la cizaña, la semilla de mostaza, la pequeña medida de levadura, el tesoro escondido en un campo, la perla de gran valor y la red en la que se capturan los peces buenos y malos. 
El texto que corresponde a este domingo incluye las tres últimas parábolas. En las dos primeras se hace énfasis en la experiencia que vive quien llega  a comprender la belleza del Reino de Dios; su corazón es seducido y se siente absolutamente apasionado, de tal forma que hace lo que sea necesario para vivir en él; es capaz de renunciar a otras cosas e intereses para comprometerse en el proyecto de Jesús, como el hombre que vende lo que tiene para adquirir el terreno donde se encuentra el tesoro; y es capaz de discernir lo esencial de su vida cristiana frente a lo que es relativo, como el mercader de perlas finas que sabe distinguir la más valiosa. En la última parábola, la red de la pesca, se retoma el carácter escatológico, hablando del fin de los tiempos, como ya aparecía en la parábola del sembrador y la cizaña; con esto Jesús revela que Dios es el dueño de la historia y el desenlace de los hechos que suceden lo define Él; aún cuando muchas veces parece que el mal se impone, al final Dios separa lo bueno de la humanidad y lo malo será destruido.
Para comprender el misterio del Reino estamos llamados a caminar como discípulos de Jesús; sólo el escriba (estudioso e intérprete de la Escritura) que es dócil a dejarse formar y conducir por el Espíritu de Jesús, tendrá la oportunidad de ver y escuchar lo que los sabios y entendidos, según los criterios del mundo, no son capaces de ver ni de escuchar. La revelación es el arca de cosas nuevas y cosas antiguas, en la que encontramos como una novedad el Evangelio siempre actual, y nos enriquecemos de la experiencia de quienes en el pasado, en sus propias circunstancias, encontraron en el Reino un proyecto por el cual entregaron su vida.
En nuestro mundo la cizaña crece más que el trigo, las sombras del anti-reino cubren la vida de las personas, entristecen nuestras familias y se adueñan de las calles de nuestra ciudad; urge que los cristianos seamos hombres y mujeres con clara identidad de nuestra vocación y misión; apasionados del Reino de Dios, en el cual encontramos nuestro mayor tesoro y nuestra más valiosa perla.

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