domingo, 11 de septiembre de 2011

Al encuentro con la Palabra


XXIV Domingo Ordinario (Mt 18, 21-35)
El perdón del corzón, experiencia liberadora

El domingo pasado, el evangelio insistía en la responsabilidad que tenemos de corregir con respeto, cariño y amor al hermano por todos los medios, ayudándole a discernir lo que Dios quiere para él. Ahora estamos ante un elemento absolutamente necesario para la vida comunitaria: el perdón.
Indiscutiblemente, sabemos que Pedro, siguiendo a Jesús, se ha dado cuenta de que es muy importante perdonar. En su pregunta, usa el “siete” (v. 21), cifra que no tiene valor matemático, sino simbólico: relacionada con la plenitud y la perfección. Pedro, intuye que hay que perdonar sin límites. Este discernimiento se ve confirmado por Jesús, con la expresión: “setenta veces siete” (v. 22); por tanto, no se trata de hacer cálculos para medir la proporción del perdón según la medida de la ofensa, sino de una invitación a vivir el perdón absoluto, sin límites, a perdonar siempre y del todo.
En la parábola, la deuda del primero, “diez mil talentos” (el valor de un talento es de 21.7 kg. de plata), es enorme (v. 24). Una deuda imposible de pagar; el problema tiene sólo una salida: la generosidad del “señor” (v. 27). Cien denarios (con equivalencia total a menos de 500 grs. de plata; 1 denario es el sueldo de un día de trabajo y 6000 denarios, son igual a 1 talento), es la deuda del segundo (v. 28), y que, a base de sacrificio, sí es posible pagar.
Quienes escuchamos y seguimos a Jesús, la situación en la que “las ofensas” nos ponen ante Dios, es parecida a la del primer deudor: sólo tenemos salida por su perdón generoso, ilimitado. Igualmente, las ofensas entre nosotros –como el segundo deudor– no tienen más salidas que la del perdón. Todos sabemos que el dinero se puede cuantificar, pero las ofensas no; así pues, el perdón no tiene medida. Como discípulos de Jesús, sabemos que el perdón entre nosotros es responsabilidad nuestra. Él, eso sí, dándonos ya su perdón ilimitado nos da la posibilidad de hacer lo mismo (v. 27): perdonar de verdad, es decir, “perdonar de corazón” (v. 35).
Señor Jesús, tú que eres la Palabra encarnada del Padre, la expresión de su inmenso amor para con nosotros, que, para ser comprendido, te haces ternura en el perdón. Danos un corazón grande para amar y compasivo para perdonar. Que podamos ser verdaderamente conscientes de que el perdón tiene dos caras: darlo y recibirlo. Para compartirlo, hay que recibirlo; y nosotros ya lo hemos recibido, por tanto, podemos compartirlo. Si decimos que nadie puede dar lo que no tiene, ¿por qué nos es difícil dar el perdón que ya de ti hemos recibido? Señor, en la experiencia de amar y ser amado, de perdonar y ser perdonado, pídeme lo que quieras, y dame sólo lo que necesito.

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