lunes, 30 de diciembre de 2013

Al encuentro con la Palabra


La Sagrada Familia (Mt 2,13-15.19-23)
“Que todos seamos uno, así como Jesús y su Padre son uno”

 La fiesta de la Sagrada Familia es la fiesta de todas las familias, ya que toda familia es sagrada, por ser templo donde Dios-Amor comunica la vida por amor a través del amor de los padres, y donde en el amor enriquece la vida de los esposos y de los hijos con dones de Dios para usar, gozar, agradecer y compartir con gratitud y alegría.

 Jesús, el Hijo de Dios, quiso nacer en una familia, pues la familia unida en el amor es el ambiente privilegiado e insustituible para el desarrollo normal y el crecimiento sano y feliz de los hijos. Para la persona no existe bien humanamente más grande que un hogar donde el padre y la madre se aman, aman a sus hijos y son correspondidos.

 Jesús se dedica enteramente a que todos sientan a Dios como Padre y todos aprendan a vivir como hermanos. Este es el camino que conduce a la salvación del género humano.
 
Para algunos, la familia actual se está arruinando porque se ha perdido el ideal tradicional de “familia cristiana”. Para otros, cualquier novedad es un progreso hacia una sociedad nueva. Pero, ¿cómo es una familia abierta al proyecto humanizador de Dios? ¿Qué rasgos podríamos destacar?

 Amor entre los esposos. Es lo primero. El hogar está vivo cuando los padres saben quererse, apoyarse mutuamente, compartir penas y alegrías, perdonarse, dialogar y confiar el uno en el otro. La familia se empieza a deshumanizar cuando crece el egoísmo, las discusiones y malentendidos.

Relación entre padres e hijos. No basta el amor entre los esposos. Cuando padres e hijos viven enfrentados y sin apenas comunicación alguna, la vida familiar se hace imposible, la alegría desaparece, todos sufren. La familia necesita un clima de confianza mutua para pensar en el bien de todos.

 Atención a los más frágiles. Todos han de encontrar en su hogar acogida, apoyo y comprensión. Pero la familia se hace más humana sobre todo, cuando en ella se cuida con amor y cariño a los más pequeños, cuando se quiere con respeto y paciencia a los mayores, cuando se atiende con solicitud a los enfermos o discapacitados, cuando no se abandona a quien lo está pasando mal.

 Apertura a los necesitados. Una familia trabaja por un mundo más humano, cuando no se encierra en sus problemas e intereses, sino que vive abierta a las necesidades de otras familias: hogares rotos que viven situaciones conflictivas y dolorosas, y necesitan apoyo y comprensión; familias sin trabajo ni ingreso alguno, que necesitan ayuda material; familias de inmigrantes que piden acogida y amistad.

 Crecimiento de la fe. En la familia se aprende a vivir las cosas más importantes. Por eso, es el mejor lugar para aprender a creer en ese Dios bueno, Padre de todos; para conocer el estilo de vida de Jesús; para descubrir su Buena Noticia; para rezar juntos en torno a la mesa; para tomar parte en la vida de la comunidad de seguidores de Jesús. Estas familias cristianas contribuyen a construir ese mundo más justo, digno y dichoso querido por Dios. Son una bendición para la sociedad.
Dios y Padre nuestro, asiste a nuestra familia con la gracia de tu Espíritu y la presencia Hijo, para que en nuestros hogares, a ejemplo del hogar de Nazareth, cada uno de sus integrantes podamos escuchar tu voz, discernir tu palabra y vivir de acuerdo a tu voluntad.
 

jueves, 26 de diciembre de 2013

Al encuentro con la Palabra


Domingo IV de Adviento y
Misa Vespertina de la Vigilia de la Natividad de Nuestro Señor Jesucristo (Mt 1,18-24)
“Dios se ha hecho hombre, y ha venido a habitar entre nosotros"

 Bien es sabido que entre los hebreos no se le ponía al recién nacido un nombre cualquiera, de forma arbitraria, pues el "nombre", como en casi todas las culturas antiguas, indica el ser de la persona, su verdadera identidad, lo que se espera de ella.

 De ahí que, el evangelista Mateo, tenga tanto interés en explicar desde el comienzo a sus lectores el significado profundo del nombre de quien va a ser el protagonista de su relato. El "nombre" de ese niño que todavía no a nacido es "Jesús", que significa "Dios salva". Se llamará así porque "salvará a su pueblo de los pecados".

 Mateo le asigna además otro nombre: "Emmanuel". Sabe que nadie ha sido llamado así a lo largo de la historia. Significa "Dios con nosotros". Un nombre que le atribuimos a Jesús los que creemos que, en él y desde él, Dios nos acompaña, nos bendice y nos salva.

 La Navidad está tan desfigurada que parece casi imposible hoy ayudar a alguien a comprender el misterio que encierra. Tal vez hay un camino, pero lo ha de recorrer cada uno. No consiste en entender grandes explicaciones teológicas, sino en vivir una experiencia interior humilde ante Dios.
 
Las grandes experiencias de la vida son un regalo, pero, de ordinario, solo las viven quienes están dispuestos a recibirlas. Para vivir la experiencia del Hijos de Dios hecho hombre hay que prepararse por dentro. El evangelista Mateo nos viene a decir que Jesús, El niño que nace en Belén, es el único al que podemos llamar con toda verdad "Emmanuel", que significa "Dios con nosotros".
 
La Navidad es mucho más que todo ese ambiente superficial y manipulado que se respira esos días en nuestras calles. Una fiesta mucho más honda y gozosa que los artilugios de nuestra sociedad de consumo. Los creyentes tenemos que recuperar de nuevo el corazón de esta fiesta y descubrir, detrás de tanta superficialidad y aturdimiento, el misterio que da origen a nuestra alegría.
 
No entenderemos la navidad si no sabemos hacer silencio en nuestro corazón, abrir nuestra alma al misterio de Dios que se nos acerca, acoger la vida que se nos ofrece y saborear la fiesta de la llegada de un Dios Amigo.

 En medio de nuestro vivir diario, a veces tan aburrido, apagado y triste, se nos invita a la alegría. "No puede haber tristeza cuando nace la vida"(san León Magno). No se trata de una alegría insulsa y superficial. La alegría de quienes están alegres sin saber por qué. "Nosotros tenemos motivos para el júbilo radiante, para la alegría plena y para la fiesta solemne: Dios se ha hecho hombre, y ha venido a habitar entre nosotros" (Leonardo Boff).

 Dios nuestro, que de modo admirable creaste al hombre a tu imagen y semejanza , y de modo más admirable lo elevaste con el nacimiento de tu Hijo, concédenos participar de la vida divina de aquel que ha querido participar de nuestra humanidad.   

jueves, 19 de diciembre de 2013

Al encuentro con la Palabra


Domingo III de Adviento (Mt 11,2-11)
"¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?".

 Hasta la presión de Maqueronte, donde está encerrado por Antipas, le llegan al Bautista noticias de Jesús. Lo que oye le deja desconcertado. No responde a sus expectativas. Él espera un Mesías que se imponga con la fuerza terrible del juicio de Dios, salvando a quienes han acogido su bautismo y condenando a quienes lo han rechazado. ¿Quién es Jesús?

 Para salir de dudas, encarga a dos discípulos que pregunten a Jesús sobre su verdadera identidad: "¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?". La pregunta era decisiva en los primeros momentos del cristianismo.

 La respuesta de Jesús no es teórica sino muy concreta y precisa: "Vayan a contar a Juan lo que están viendo y oyendo". Le preguntan por su identidad, y Jesús les responde con su actuación curadora. Las "obras" que presenta a los enviados del bautista no sin gestos justicieros, sino servicio liberador a los que necesitan vida. El gesto que mejor descubre su verdadera identidad es su tarea de curar, sanar y liberar la vida

 Para conocer a Jesús, lo mejor es ver a quiénes se acerca y a qué se dedica. Para captar bien su identidad no basta confesar teóricamente que es el Mesías, Hijo de Dios. Es necesario sintonizar con su modo de ser Mesías, que no es otro sino el de aliviar el sufrimiento, curar la vida y abrir un horizonte de esperanza a los pobres. La vida de Jesús es la de alguien cercano a los necesitados; de aun hombre en el que se encarna Dios para salvar a sus hijos e hijas del mal.
 
Señor Jesús, ahora que nos encaminamos para contemplar tu encarnación ayúdanos para no quedarnos desde nuestra experiencia de fe en la superficialidad festiva de la Navidad. Inspirados en este evangelio con humildad te pedimos que si nos encuentras ciegos, nos des la vista para reconocerte presente en nuestra historia; si estamos cojos por nuestro ensimismamiento y egoísmo nos des la capacidad de andar para servir a los demás; si estamos como leprosos lacerados por nuestros problemas nos des Sabiduría para salir adelante; si nos encontramos sordos, nos des la capacidad de escuchar tu voz y el sufrimiento de los demás para  hacernos solidarios y hermanos; si estamos en la fe a punto de fenecer, danos confianza y esperanza para que la vivamos con entereza; y reconociendo tu grandeza ante nuestra pobreza, no dejes de ser para nosotros anuncio de buena nueva.
 

lunes, 9 de diciembre de 2013

Al encuentro con la Palabra


Domingo II de Adviento
A Jesús, solo se le sigue en actitud de conversión

 Dentro del camino que hemos iniciado el domingo anterior, la liturgia pone ante nosotros la figura del Bautista en el Jordán. Juan es un profeta original e independiente que provoca un fuerte impacto en el pueblo. Son las primeras generaciones cristianas quienes lo vieron como el hombre que preparó el camino a Jesús. Hay algo nuevo y sorprendente en este profeta. No predica en Jerusalén, como Isaías y otros profetas: vive apartado de la élite del templo. Se dice de él que es "una voz que grita en el desierto", un lugar que no puede ser fácilmente controlado por ningún poder.

Sin embargo, es en el desierto en donde se puede escuchar a Dios en el silencio y la soledad. Es el mejor lugar para iniciar la conversión a Dios preparando el camino a Jesús. Sabemos de sobra que a Jesús, solo se le sigue en actitud de conversión, una conversión que hemos de iniciar ahora mismo, para transmitirla como talante y como aliento a las comunidades venideras. Una conversión que hemos de alimentar y sostener entre todos. Solo una Iglesia en actitud de conversión es digna de Jesús.
 
Son bastantes los cristianos que se han quedado en la religión del Bautista. Han sido bautizados con "agua", pero no conocen el bautismo del "Espíritu". Tal vez es necesario dejarnos transformar por el Espíritu que transformó a Jesús ¿Cómo vive Jesús, lleno del Espíritu de Dios, al salir del Jordán?

Jesús se aleja del Bautista y comienza a vivir desde un horizonte nuevo. No hay que vivir preparándonos para el juicio inminente de Dios. Es el momento de acoger a Dios Padre que busca hacer de la humanidad una familia más justa y fraterna. Este es el camino que tendremos que preparar. Quien no vive desde esta perspectiva no conoce todavía qué es ser cristiano.

Movido por esta convicción, Jesús deja el desierto y marcha a Galilea a vivir de cerca los problemas y sufrimientos de las gentes. Jesús abandona también el lenguaje amenazador del Bautista y comienza a contar parábolas que nunca se le habían ocurrido a Juan. El mundo ha de saber lo bueno que es Dios que busca y acoge a sus hijos perdidos, porque sólo quiere salvar, no condenar. Jesús deja la vida austera del desierto y se dedica a hacer gestos de bondad que el Bautista nunca había hecho. Cura enfermos, defiende a los pobres, toca a los leprosos, acoge a su mesa a pecadores y prostitutas, abraza a niños y niñas de la calle. La gente tiene que sentir la bondad de Dios en su propia carne. Quien habla de un Dios bueno y no hace los gestos de bondad que hacía Jesús desacredita su mensaje.

 Es muy fácil quedarse en la vida "sin caminos" hacia Dios. No hace falta ser ateo. No es necesario rechazar a Dios de manera consciente. Basta seguir la tendencia general de nuestros días e instalarnos en la indiferencia religiosa. Poco a poco, Dios desaparece de nuestro horizonte. Cada vez interesa menos. ¿Es posible recuperar hoy caminos hacia Dios?

 Hoy en día, tendremos que ser consciente de que estamos llenando nuestra existencia de cosas, y nos estamos quedando vacíos por dentro. Vivimos informados de todo, pero ya no sabemos hacia donde orientar nuestra vida. Nos creemos las generaciones más inteligentes y progresistas de la historia, pero no sabemos entrar en nuestro corazón para adorar o dar gracias.

Señor Jesús, ahora que hemos encendido el segundo cirio de nuestra corona de adviento, te pedimos que seas Tú la luz que necesitamos en nuestro caminar por la existencia. Queremos, si es necesario, abrir caminos nuevos que nos lleven al Dios de la vida, y caminos que nos lleven a encontrarnos con los más necesitados de nuestra familia humana. Ayúdanos a ser sensibles a las voces y acciones de hombres y mujeres, que nos ayudan a preparar y recorrer el camino que nos conduce al Belén de nuestra historia, para contemplar en ella tu encarnación.

lunes, 2 de diciembre de 2013

Al encuentro con la Palabra


Domingo I de Adviento (Mt 24, 37)
También ustedes estén preparados.

 
Los evangelios ponen en boca de Jesús un discurso sobre este final, y siempre destacan una exhortación: "vigilen", "estén alerta", "vivan despiertos". las primeras generaciones cristianas dieron mucha importancia a esta vigilancia. El fin del mundo no llegaba tan pronto como algunos pensaban. Sentían el riesgo de irse olvidando poco a poco de Jesús y no querían que los encontrara un día dormidos.

¿Cómo vivimos hoy los cristianos?, ¿seguimos despiertos o nos hemos ido durmiendo poco a poco? ¿Vivimos atraídos por Jesús o distraídos por toda clase de cuestiones secundarias? ¿Le seguimos a él o hemos aprendido a vivir al estilo de todos?

Vigilar es antes que nada despertar de la inconsciencia. Vivimos el sueño de ser cristianos cuando, en realidad no pocas veces nuestros intereses, actitudes y estilo de vivir no son los de Jesús. Este sueño nos protege de buscar nuestra conversión personal y la de la Iglesia.

 Vigilar es vivir atentos a la realidad. Vivir más atentos a su presencia misteriosa entre nosotros. Es no vivir inmunes a las llamadas del evangelio. El gran riesgo de los cristianos  es instalarnos en nuestras creencias, "acostumbrarnos" al evangelio y vivir adormecidos en la observancia tranquila de una religión apagada. Entonces, ¿cómo despertar?

 Se trata de volver a Jesús, de reavivar la experiencia de Dios. Lo esencial del evangelio no se aprende desde fuera. Lo que descubre cada uno en su interior como Buena Noticia de Dios. Hemos de aprender y enseñar caminos para encontrarnos con Dios. Atrevernos a ser diferentes. Responder a la llamada a vivir.

 Señor, despierta en nosotros el deseo de prepararnos a la venida de Cristo por la práctica de las buenas obras.