domingo, 26 de febrero de 2012

Al encuentro con la Palabra


I Domingo de Cuaresma (Mc 1, 12-15)
“Jesús, guiado por la Palabra y  fortalecido por el Espíritu, vence la tentación”
La cuaresma es el tiempo privilegiado de la peregrinación hacia Aquel que es la fuente de la misericordia. Es una peregrinación en la que El  mismo nos acompaña a través  del desierto de nuestra pobreza, sosteniéndonos en el camino hacia la alegría intensa de la Pascua(Benedicto XVI).
El miércoles de ceniza iniciamos una nueva cuaresma y lo hicimos con un gesto muy significativos: pusimos ceniza sobre nuestra cabeza; con esto quisimos expresar nuestro propósito de entrar en un proceso de conversión de cambio profundo en nuestra vida, para que guiados por la Palabra, seguir a Cristo y vivir con el  misterio de su Pascua.
En este primer Domingo de cuaresma contemplamos a Jesús que después de haber sido bautizado por Juan Bautista en el rio Jordán, es impulsado por el Espíritu al desierto. El desierto en la escritura es considerado en una doble perspectiva:
-Lugar donde se realiza una experiencia de intimidad con Dios.
-Lugar de la prueba, de la tentación, donde se pone al descubierto lo que esta en el fondo del corazón del hombre.
La página de Marcos se refiere a esta doble perspectiva. Jesús intuye que es el momento de empezar su ministerio ¿Cómo? ¿En dónde? Esto lo va a ir descubriendo en la intimidad con su Padre. Ahí va a ir descubriendo que el camino mesiánico no va como lo espera la mayoría del pueblo judío, como un mesías poderoso y triunfador, sino por el camino del siervo de Yahvé, el siervo sufriente descrito en los cuatro cánticos del profeta Isaías.
Es también en el desierto donde Jesús va tener que enfrentar la tentación. Por que en definitiva ¿Qué es la tentación? Toda propuesta, que a veces incluso se presenta como muy seductora y que intenta apartarnos del camino de Dios, del proyecto de vida que Dios tiene para nosotros.
El Evangelista Marcos es muy escueto en la descripción de la estancia de Jesús en el desierto; no describe el contenido de la tentación. Mateo y Lucas si lo hacen, son mas explícitos al narrar las tres tentaciones, que en el fondo no son sino un camino diferente de realizar su mesianismo, aquel que Jesús ha descubierto en la intimidad del dialogo con su Padre, y Jesús guiado por la Palabra y fortalecido por el Espíritu vence la tentación. Además Jesús va a enfrentar la tentación no únicamente en el desierto, sino a lo largo de toda su vida. Recordemos el episodio de Cesarea de Filipo  , cuando después de la profesión de fe de Pedro, Jesús anuncia por primera vez el misterio de su pasión, muerte y resurrección, Pedro se escandaliza y llevándolo aparte trata de disuadirlo. La respuesta de Jesús es tajante “Retírate de mi satanás por que tu piensas según los hombres y no según Dios“ y en el momento supremo de la cruz, la multitud le grita “Si realmente eres hijo de Dios baja de la cruz y creeremos en ti” Y Jesús no bajó de la cruz
¿Qué nos dice el evangelio en este primer Domingo de Cuaresma? Para nosotros la lección resulta bastante transparente: el camino cuaresmal que nos lleva a la Pascua no es un camino fácil; el hombre, guiado por el Espíritu, debe afrontar una lucha interior contra las fuerzas del mal que podrían desviarle de la línea de su vocación de hijo de Dios, del proyecto de vida que Dios tiene sobre él. Jesús, vencedor de la tentación, es un llamado a la esperanza de que guiados y fortalecidos por el mismo Espíritu podremos vencer la tentación.
El Evangelio de hoy, termina narrando el inicio del ministerio de Jesús. Tres cosas:
-       “Se ha cumplido el tiempo”. Ya no hay que esperar más, la promesa es realidad.
-       “El Reino de Dios está cerca” . Lo esperado durante siglos ya está en medio de ustedes
-       Una conclusión que se convierte en una exigencia: “Conviértanse y crean en el Evangelio”

miércoles, 22 de febrero de 2012

Al encuentro con la Palabra


MIÉRCOLES DE CENIZA  (Mt 6, 1-6, 6-18)

El sentido de la Cuaresma en el corazón del hombre actual

Con el Miércoles de Ceniza iniciamos el tiempo de Cuaresma tiempo de preparación para la fiesta que es el centro de nuestra fe cristiana: La Pascua de Jesucristo, misterio de su pasión, muerte y resurrección. Pero ¿qué significa para el hombre actual esta preparación?
Vivimos en un tiempo de grandes cambios, de continuos puestos al día: de personas, instituciones, maneras de pensar, maneras de actuar: cambios tecnológicos que van creando una cultura totalmente nueva. En esta euforia de cambio impuesta por el mundo que nos toca vivir, necesitamos un cambio de mayor consistencia que muchos de los cambios efímeros que vivimos; nos referimos al cambio de nosotros mismos, a nuestro modo de sentir, pensar, actuar.
Hoy todo se sucede con rapidez. Parece que todo pasa de modo caótico, sin que tengamos la posibilidad de darnos cuenta de lo que sucede. Creemos que debemos aclarar, poner orden en nuestra vida. Sentimos la necesidad de un tiempo para “respirar”
En estos momento en que se exalta la libertad, resulta que no vemos atrapados por formas sutiles de esclavitudes; algunos echan mano de “liberaciones” que resultan evasiones momentáneas, huidas, adormecimientos. Toda esta “renovación” continua no parece que ayude a superar una sensación de vacío que se va acrecentando inexorablemente.
Las relaciones tanto a nivel personal como social, se han hecho complicados, conflictivas, falsas, violentas, creando profundas dificultades. Necesitamos un “reposo” profundo que brote de un “silencio” vivificante.
Para el cristiano, la cuaresma es un tiempo de verdadero cambio y renovación, tiempo para volver a respirar a pleno pulmón, tiempo para poner en orden tantas confusiones, para entablar relaciones auténticas, empezando con nuestra relación con Dios, para restablecer diálogos rotos, y todo esto para llegar al núcleo de nuestra salvación, al centro de nuestra fe cristiana: La Pascua del Señor, y esto no se lleva a cabo con un mero querer de voluntad, ni es fruto de una inteligencia despierta; nace de esa decisión que nos pone a la escucha de Dios, de dejarse cambiar por Él, de abandonar nuestros caminos para caminar por los suyos, de entrar en la dinámica de una profunda conversión.
Por eso la cuaresma inicia con un gesto que pretende ser un signo de nuestra decisión de conversión: la ceniza que ponemos sobre nuestra cabeza al mismo tiempo que decimos, “me arrepiento y creo en el Evangelio”.
El cristiano reconoce el camino cuaresmal dejándose guiar continuamente por la Palabra de Dios, haciendo suyas las prácticas características: ayuno, limosna, oración, pero que deben reinterpretarse en el más genuino sentido evangélico, tal como aparece en el Evangelio de Mateo que se lee este día-

El ayuno tiene ciertamente una dimensión física; además de abstinencia de alimentos, puede comprender otras formas de privaciones . Pero todo esto no abarca toda la realidad del ayuno. Es sólo un signo externo de una realidad interior. El ayuno ritual de cuaresma:
- Es signo de vivir de la Palabra de Dios. En realidad no ayuna quién no sabe nutrirse de la Palabra de Dios.
- Es signo de nuestra voluntad de expiación: “no ayunamos por la pascua, ni por la cruz, sino por nuestros pecados, porque estamos preparándonos a los misterios”  (San Juan Crisóstomo)
- Es signo de nuestra abstinencia de pecado: “El ayuno verdaderamente grande, el que compromete a todos los hombres, es la abstinencia de la iniquidad y de placeres ilícitos del mundo; este es el ayuno perfecto” (San Agustín).

La limosna es fruto del ayuno y de las privaciones que conlleva; es la expresión de la caridad que se debe dar en todo proceso de conversión auténtica. Hoy se asocia la limosna cristiana con el compromiso por la justicia y la solidaridad por un nuevo orden social.

La oración brota de ese ayuno que nos hace vivir de la Palabra de Dios. La oración auténtica brota de la escucha asidua de la Palabra de Dios, sobre todo cuando se hace en comunidad.

Ojalá que la ceniza que ponemos sobre nuestra cabeza sea el signo de nuestra decisión de entrar en un camino de conversión que nos lleve a una pascua verdadera.

domingo, 19 de febrero de 2012

Al encuentro con la Palabra


VII Domingo Ordinario (Mc 2, 1-12)
Hijo, tus pecados te son perdonados… Yo te lo mando, levántate, toma tu camilla y vete a tu casa
En este domingo, el Evangelio recoge algo que ya ha pasado –la curación de un leproso‑ y algo que sucederá –perdón de los pecados‑. En el contexto del mismo evangelio parece ser que Jesús, ahora sí “se pasó de la raya”, pues además de curar, se atribuye un poder que, en la tradición veterotestamentaria sólo corresponde a Dios, y éste es el de perdonar los pecados.
A lo largo de estos domingos, nos ha quedado claro que para Marcos, el pecado es el principio de todo mal. Y evidentemente hoy no es la excepción, pues a Jesús le presentan con una fe digna de asombro a un paralítico, que va postrado un su camilla. La enfermedad de este hombre, deja a la vista de todos los presentes su pecado y las consecuencias de éste. Con toda seguridad podemos decir que a ese hombre, su pecado le mantiene postrado.
En el proceder de Jesús para con el paralítico, podemos distinguir con total claridad un proceso de sanación similar a otros momentos: ve la fe de aquellos hombres; perdona los pecados al paralítico; cuestiona la incredulidad ante la acción salvífica evidente; y sanando revierte las consecuencias que el pecado ha dejado en aquel hombre.
Jesús, obra sobre el paralítico en el nombre del Padre: “Hijo, tus pecados te quedan perdonados”, y como “Hijo del hombre” le dice: “Yo te lo mando: levántate, recoge tu camilla y vete a tu casa”. La acción salvífica que emana de Jesús es íntegra, pues sana el interior de aquel hombre que por el pecado ha sido lacerado, y además le devuelve la salud física; en otras palabras, sana el interior y el exterior de aquel hombre.
En nuestra experiencia cristiana, compartimos la necesidad de estar frente a Jesús, pues somos conscientes que “las parálisis contemporáneas” no consisten ya en la limitación de movimiento, sino en los impedimentos y condicionamientos que tenemos para amar al estilo de Jesús. Deseamos, si es necesario, ser llevados por “otros”, que sin ningún obstáculo y con total creatividad nos pongan frente a Jesús, y seamos así destinatarios de acción salvífica.
En este Evangelio, al encontrarnos contigo Jesús, te pedimos que sanes las parálisis que nos mantienen postrados e incapacitados para que por sí mismos nos presentemos ante ti o llevemos a otros hacia ti; danos la humildad suficiente para que nos dejemos conducir por otros hasta ti. Queremos simplemente estar ante ti para ser depositarios de tu perdón signo de tu amor, y conscientes de la salud que tú nos das. Sin más Señor, Jesús, queremos escuchar de tus labios, para cada un@ de nosotr@s: “Hij@, tus pecados te son pedonados… Yo te lo mando: levántate, toma tu camilla y vete a tu casa”.

domingo, 12 de febrero de 2012

Al encuentro con la Palabra


VI Domingo Ordinario (Mc 1, 29-39)
Jesús se compadeció de él, y extendiendo la mano, lo tocó y le dijo: ¡Sí quiero: sana!”
Con este domingo, cerramos el primer capítulo del Evangelio de Marcos. Hasta ahora, Jesús aparece con una característica muy notoria, Él es quien vence al mal. Lo vimos en la sinagoga liberando a un hombre de un demonio (hace dos domingos), luego sanando a la suegra de Simón, que estaba postrada en cama por la fiebre (el domingo pasado), y hoy, sanando a un enfermo de lepra.
La lepra, no se reducía a lo que hoy nosotros conocemos de ésta enfermedad, ella se refería también a toda enfermedad de la piel que en el tiempo de Jesús no tenía explicación. Quien la padecía, era comoun muerto vivientea causa de su impureza. Tenía que vivir marginado por la enfermedad y por la sociedad. Lo único que podía terminar con su situación era la muerte.
Pero aquí se da algo impensable, tanto el leproso como Jesús, han desobedecido lo prescrito por la ley, pues el leproso no debe acercase a Jesús, pero es acerca, y Jesús no debe dejar que se acerque, pero lo deja. Ambos violan la ley (Lv 5, 3; Nm 5,2). Sin embargo, es la fe del leproso y el amor de Jesús, lo que posibilita la realidad de la Buena Noticia de Dios para con todos.
De verdad que somos infinitamente afortunados, pues Jesús jamás se cansa de salir a nuestro encuentro y ante nuestro presente, se compadece, extiende su mano, toca nuestra humanidad y la sana.
¿Qué ha pasado con la humanidad a la que pertenezco? ¿Qué no la hizo Dios buena? ¿Cómo he contribuido a que la lepra en mi sociedad se mantenga y se expanda? ¿Siendo discípulo de Jesús no debiera también compadecerme, extender la mano y tocar las heridas de la humanidad para colaborar en sanarla?
Señor Jesús, al encontrarte a ti en el camino de la vida, con humildad nos acercamos a ti para que toques a nuestra sociedad y le sanes de la violencia, muerte e inseguridad; toca, Señor, nuestra familia y devuélvele la integridad, la unidad, la paz y el amor; toca, Jesús, nuestra vida, fatigada por las lepras contemporáneas de la soledad, la depresión, el ansia de poder y tener…, solamente necesitamos escuchar ti: “¡Sí quiero, sana!

domingo, 5 de febrero de 2012

Al encuentro con la Palabra


V Domingo Ordinario (Mc 1, 29-39)
Él se le acercó, y tomándola de la mano, la levantó
Es necesario recordar que el inicio del ministerio de Jesús en Galilea, está claramente marcado por su lucha con el mal. En este domingo, el escenario que presenta el evangelio es claro: primero en casa de Andrés y Simón, en donde interactúa con la suegra de este último (vv. 29-31); luego pone a Jesús haciendo numerosas curaciones (vv. 32-34); y finalmente la necesidad de salir, estar solo y orar (vv. 35-39).
Nuestro texto, permite unir la experiencia que ha tenido en la sinagoga con la que ahora vive en la casa de Simón y Andrés. Aquel sábado en la sinagoga, liberó a un hombre de un espíritu inmundo, ahora en casa de sus amigos, se encuentra con que la suegra de Simón tiene fiebre. En la tradición veterotestamentaria, a la fiebre se le identificaba un origen demoniaco y se le ubicaba en el corazón.
Aunque ya había atardecido, era tanta la gente que “todo el pueblo se apiñó junto a la puerta” para ser curados y liberados.
Bien sabemos que en Jesús, la predicación va acompañada de la acción. En el texto de este domingo, es verdaderamente admirable la disposición con la que el evangelista presenta a Jesús: al llegar a la casa de Simón, ya ahí se acerca a la suegra de este, la toma de la mano, y la levanta, restableciendo así la salud de ésta; luego continúa atendiendo a las necesidades de quienes le buscan; y finalmente después de orar en un lugar solitario, está completamente dispuesto para “ir a los pueblos cercanos para predicar también allá el Evangelio”.
La buena nueva de Jesús para con nuestras vidas es que Él, saliendo a la cercanía de nuestras vidas para hacer palpable su presencia, sigue extendiendo la mano hacia nosotros para levantarnos de las fiebres que nos aquejan y nos mantienen postrados. Una vez restablecidos, deseamos sinceramente permanecer apiñados a su persona, para testificar en nuestro vivir su acción salvadora.
Señor Jesús, gracias porque no te cansas de salir y hacerte cercano a cada hombre y mujer que sufre “fiebres de muerte” (depresión, enfermedad, soledad, egoísmo, alcoholismo, drogadicción, etc.). Gracias porque te acercas a nosotros, y tocando nuestra vida –como hiciste con la suegra de Simón‑, nos levantas dándonos la capacidad de servir a los demás en tu nombre.