martes, 28 de agosto de 2012

Al encuentro con la Palabra


XXI Domingo Ordinario (Jn 6, 55.60-69)
Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna; y nosotros creemos y sabemos que tú eres el santo de Dios
            A lo largo de estos domingos, los interlocutores han sido los judíos. Ahora, después de la polémica con ellos, nosotros, junto con los discípulos de Jesús hemos escuchado el discurso del pan de vida. Hoy podemos distinguir que las resistencias de los judíos, son ahora las resistencias de los discípulos, pues “su modo de hablar es intolerable” (v. 60). Esto refleja dos cosas: que lo han comprendido, y que no quieren escucharlo. Esto, para el interlocutor le exige definir su opción: ser dócil al Espíritu para seguir a Jesús y vivir como él; o bien, abandonarlo y seguir viviendo de acuerdo a los propios razonamientos y encerrados en los propios criterios.
            Ciertamente para muchos de ellos ha resultado un escándalo que Jesús se presente a sí mismo como alguien mayor que Moisés y que la Ley. ¿Cómo va a superar Jesús el don del maná en el desierto? ¿Cómo puede decir que las antiguas tradiciones de Israel son ya caducas? Muy probablemente, muchos de ellos hubiesen preferido que las palabras de Jesús se adecuaran a sus propias expectativas, y se han cerrado al acontecer de Dios que les ha puesto delante de sí la posibilidad de abrirse a algo nuevo y liberador (“nadie puede venir a mí si no se lo concede el Padre” v. 65). Sin embargo, realmente parecen incapaces de modificar sus propios esquemas, por no querer renunciar a la seguridad de “lo de siempre”.
            La llamada de Dios es indistintamente para todos, pero la respuesta siempre es personal y tiene que ver con la experiencia de que “Él nos da vida”. La libertad en la opción, es expresada con claridad en el texto: “Jesús sabía desde el principio quienes no creían y quién lo habría de traicionar... Desde entonces, muchos discípulos se echaron para atrás y ya no querían andar con él” (vv. 64.66). Sólo los doce, los verdaderos discípulos, representados en la persona de Pedro, dialogan desde la fe con Jesús, se arriesgan, dan confianza a sus palabras portadoras de vida eterna, mirándolo a los a los ojos sienten satisfecha su más profunda aspiración y optan conocerlo para seguirlo y vivir como vive Él.
            Ante la traición anunciada de uno y el abandono de otros, el evangelista coloca al final de este capítulo la profesión de fe de Pedro (cfr. vv. 68.69), expresada con dos verbos de gran fuerza en el texto juanino: creer y saber. Éstos expresan, el “estar bien convencidos”, el “tener la certezade que Jesús, es elSanto de Dios”; es afirmar que no es un charlatán, sino que realmente venía de Dios y pertenecía a Él. Esto es en definitiva, la opción personal y libre del auténtico discípulo de Jesús, que dócil al Espíritu de éste, se deja hacer para vivir como vivió Él.
            Padre nuestro, que el infinito amor que nos tienes lo podamos reconocer en Jesús, tu Hijo, de modo que nuestra relación con Él no sea algo superficial que nos lleve a seguirlo y responderte de igual manera; sino que por el contrario, al reconocer en Él palabras de vida, nosotros deseemos creer y saber más de Él, para que nuestra opción libre y personal por-con-en Él, rompa nuestras “seguridades y esquemas” para vivir como vivió Él. Padre, sabemos que para ti no hay imposibles, y Tú vas a completar en nosotros lo que ya has iniciado.

martes, 21 de agosto de 2012

Al encuentro con la Palabra


XX Domingo Ordinario (Jn 6, 51-58)
“Jesucristo entrega su vida para dar vida”

Seguimos leyendo el capítulo sexto de Juan, el discurso del Pan de Vida. En la primera parte del discurso, cuya parte leíamos hace ocho día, Jesús se presentaba como el “verdadero pan de vida” que el Padre no da y la insistencia era creer en Él, fe que es don que viene de Padre.

El domingo pasado terminaba con una frase que se repite al inicio del evangelio de hoy:  “Yo soy el pan vivo, que ha bajado del cielo; el que come de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo les voy a dar es mi carne, para que el mundo tenga vida”. Esta frase introduce la segunda parte del discurso que es una parte mas eucarística. El discurso se vuelve más sacrificial y eucarístico con respecto a la sección anterior. Se sigue ahondando en el tema del pan de vida pero con signos mas sacramentales.

No se trata solo de acoger la Palabra reveladora de Jesús que viene del Padre (creer en Él), sino de hacer sitio al misterio de su presencia, captada en su dimensión eucarística. Jesús es pan de vida no sólo en todo lo que hace y dice, sino especialmente en el sacramento de la eucaristía, ámbito de unidad y comunión profunda del creyente con Cristo. Veamos algunos elementos que nos introducen a esta dimensión.

La insistencia ya no pone Jesús en “el que viene a mi” o “cree en mi”, sino más explícitamente en “el que come”, verbo que sale varias veces en los vv 49-58. Además aparece también varias veces el binomio “carne-sangre”,  “símbolo del pan partido y sangre derramada” expresión que simboliza la donación de la vida de Cristo por la salvación del mundo.

Para el evangelista San Juan, la palabra “carne” no debe entenderse como la substancia del organismo humano, sino que indica la condición débil y mortal de la persona humana; por eso es la palabra elegida para afirmar el misterio de la encarnación: “..Y la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros”. Lo mismo tenemos que decir de la palabra “sangre”, significa también el hombre entero, en su condición natural, terrena.

También significa la vida misma, de la que solo Dios puede disponer. Además cambia un poco el lenguaje, anteriormente en el v32, Jesús era el don dado por el Padre: “ es mi Padre quien les da el verdadero pan del cielo”, ahora Jesús se convierte en donante de su propio don. “El pan que yo les voy a dar es mi carne para que el mundo tenga vida”

Por supuesto que la reacción de la muchedumbre ante esta revelación, es semejante, y diría yo, mayor que en la primera parte: “Entonces, los judíos se pusieron a discutir entre sí: ¿cómo puede este darnos a comer su carne? El escándalo y el consiguiente rechazo va creciendo en intensidad.

Pero Jesús no da marcha atrás, vuelve con mayor fuerza a hacer el mismo planteamiento: “yo les aseguro: si no comen la carne del Hijo del hombre y no beben su sangre, no podrán tener vida en Ustedes. El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna y yo lo resucitaré el último día y lo mismo repite el los versículos 56 al 58.

Las palabras “el pan que yo les daré es mi carne, para que el mundo tenga vida” que introducen el evangelio de hoy, son la cima de la revelación sobre Jesús- pan, e introducen una nueva idea: el pan se identifica con la humanidad de Jesús, que se sacrificará por la salvación de los hombres en la muerte de cruz.

Por lo tanto, “comer su carne” y “beber su sangre” será no solo entrar en el dinamismo de la fe acogiendo su Palabra y su persona, sino además entrar en el dinamismo de su Pascua, símbolo de una vida que se entrega por la salvación de todos. El cristiano, por lo mismo, no podrá prescindir de la Eucaristía  si realmente la ha descubierto como expresión de la fe y la vive impregnada de esa misma fe, que es conjunto de creencias sino la unión – o comunión – con Jesucristo que se da, que entrega su vida para dar vida.

martes, 14 de agosto de 2012

Al encuentro con la Palabra


XIX Domingo Ordinario (Jn 6, 41-51)
“… y el pan que Yo les voy a dar es mi carne para que el mundo tenga vida”

Continuamos leyendo el capítulo 6 del Evangelio de San Juan, el discurso del “Pan de Vida”. El Evangelio del domingo pasado terminaba con la frase: “Yo soy el Pan de Vida; el que viene a mi no tendrá hambre, y el que cree en mi nunca tendrá sed” (Jn 6, 35), que introduce la primera parte, des discurso.
Viene después unos versículos (36-40) que son muy provocadores e interpeladores, en los que Jesús habla de su origen divino: Él es el pan de vida bajado del cielo, el que viene a Él no pasará hambre y el que cree en Él nunca pasará sed; y termina con esta palabras: “Esta es la voluntad de mi Padre: que todo el que ve al Hijo y cree en Él, tenga vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día”  (v40)
La liturgia suprima estos versículos y empieza este domingo con las reacciones que provocan estos revelaciones. Estamos en la primera parte del discurso en el la idea central es Jesús es el verdadero pan de vida bajado del cielo, único pan capaz de dar una vida que se prolonga hasta la vida eterna. Pero, comer este pan es creer en Él. Él es la Palabra que deben creer para gustar la vida eterna. Pero las revelaciones de Jesús sobre su origen divino, provocan escándalos, disentimiento y protestas entre la muchedumbre, que se vuelve hostil y murmura contra el Maestro. “¿No es este, Jesús, el hijo de José?, ¿acaso no conocemos a su padre y a su madre? ¿cómo nos dice ahora que ha bajado del cielo? (v42) es demasiado duro superar el obstáculo del origen humano de Jesús. El conocimiento humano de Cristo se convierte en un obstáculo para entrar en la dimensión de la fe. Pretenden conocer el origen de Jesús, lo tienen encasillado en sus esquemas a los que ellos no quieren renunciar. 
Jesús con su respuesta, intenta evitar una discusión inútil con los que le escuchan y quiere ayudarlos a reflexionar sobre la dureza de su corazón. A continuación, enuncia las condiciones necesarias para creer en Él.
La primera es la de ser atraído por el Padre. “Nadie puede venir a mi si no lo atrae el Padre, que me ha enviado” (v44). La fe es un don de Dios, tiene su origen en el Padre, como el “enviado”. La atracción del Padre es un don hecho al hombre que empuja hacia Jesús al que lo recibe. La fe es acoger la persona de Jesús, no las creencia que nosotros mismos nos podamos construir. La segunda condición es la escucha del Padre que se manifiesta en el Hijo (v45). Estamos ante la enseñanza interior  del Padre y ante la enseñanza de la Palabra y la vida de Jesús. Para ser enseñados por el profeta de Nazaret es preciso ser instruidos por Dios. Escuchar a Jesús significa ser instruidos por el mismo Padre. Con la venida de Jesús, la salvación está abierta a todos, pero la condición esencial que se requiere es la de dejarse por el escuchando con docilidad su Palabra de vida.
En este punto del discurso, el texto presenta una nueva revelación, una revelación que ilumina el misterio: quien come a Jesús- pan no muere. “Yo les aseguro: el que cree en mí, tiene vida eterna. Yo soy el pan de la vida. Sus padres comieron el maná en el desierto y sin embargo murieron. Este es el pan que ha bajado del cielo para que, quien lo coma, no muera. Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre” (vv 47-50)
Es preciso comer el pan vivo bajado del cielo para sobrevivir y entrar en comunión íntima con Jesús. la revelación divina consiste en el pan que contiene la eficacia de comunicar vida mas allá de la muerte. Es Jesús – pan de vida el que da la inmortalidad a quien se alimenta de Él, a quien interioriza su Palabra en la fe y asimila su vida.
La escucha interior de Jesús es alimentarse del pan celeste y saciar las hambres que todo hombre tiene en lo profundo del corazón. Y el Evangelio de hoy termina con una frase que forma parte e introduce la segunda parte del discurso “y el pan que yo les voy a dar es mi carne para que el mundo tenga vida” (v51), que es profundamente eucarística y que reflexionaremos el próximo domingo.