lunes, 24 de diciembre de 2012

¡FELIZ NAVIDAD!


Natividad de nuestro Señor Jesucristo
Misa de media noche (Lc. 2, 1-14)
“La Palabra de Dios se ha hecho carne”

El nacimiento de Jesús aparece narrado en Lucas como una extrema sencillez, aunque poniendo de relieve su importancia decisiva.

El relato es simple, pero sugestivo, llevo de matices teológicos y construido sobre el modelo del anuncio misionero, que comprende tres momentos: Primero la narración del acontecimiento.- el edicto de César Augusto y el nacimiento de Jesús en Belén, en la pobreza, en un país sometido a una potencia extranjera; después el anuncio hecho por los ángeles a los pastores, primeros testigos del evento de la salvación y por último, la acogida del anuncio por los pastores que van a la gruta y encuentran a Jesús y el relato de su experiencia a otros.

El punto central del relato son las palabras de los ángeles a los pastores: “No teman, les traigo una buena noticia que causará gran alegría a todo el pueblo; hoy les ha nacido un salvador, que es el Mesías, el Señor.  Esto les servirá de señal, encontrarán al Niño envuelto en pañales y recostado en un pesebre. Esta es la “Buena Noticia” que hoy se nos da, pero para contemplar el misterio de la Navidad necesitamos sobre todo, simplicidad para asombrarnos ante el mensaje. Capacidad de asombro y mirada de niño, son dos elementos indispensables para entrar en la comprensión y la vivencia de la Navidad; sólo así podremos gustar el mensaje de alegría de esta noche santa, y esta alegría tiene una motivación clara; el nacimiento de un niño, salvador universal que trae motivos de esperanza, que son paz, justicia, salvación. Una nueva manera de vivir, empieza a anunciarse a los hombres. Este Niño es el único en el podemos poner nuestra última esperanza. Jesucristo es la esperanza de que la injusticia que hoy lo envuelve todo no prevalecerá para siempre. Sin esta esperanza no hay Navidad.

El mensaje profundo de la Navidad es uno pero tiene múltiples expresiones: es el dinamismo del amor que se da; Dios nos ama infinitamente y por eso viene a nuestro encuentro y nos da todo lo que tiene su propio Hijo, hecho uno como nosotros para incorporamos a su misterio de vida y amor. El relato de Lucas nos ofrece una clave para acercarnos al misterio de ese Dios, el “pesebre”. Es significativo las veces que lo repite. María lo acuesta en un pesebre, a los pastores no se les dará otra señal: lo encontrarán en un pesebre. Efectivamente, en el pesebre lo encuentran al llegar a Belén. Ese pesebre es la señal para reconocerlo, el lugar donde hay que encontrarlo. ¿Qué significa esto? A Dios no hay que buscarlo en lo admirable y grandioso, sino en lo ordinario y cotidiano de nuestra vida. No hay que indagar en lo grande, sino rastrear en lo pequeño.

“Ir a Belén para nosotros significará cambiar nuestra idea de Dios, volver al inicio y descubrir a un Dios cercano y pobre. Acoger su amor y su ternura. Para el cristiano, celebrar la Navidad es “volver a Belén”

En la Navidad también Dios ha hablado. Ha dado su respuesta a los interrogantes fundamentales que el hombre se hace: ¿Por qué el sufrimiento y el dolor, si nos sentimos desde lo más íntimo de nuestro ser llamados a la felicidad? ¿por qué tanta frustración ¿por qué la muerte, si hemos nacido para la vida? Ahora tenemos su respuesta que no son explicaciones o teorías, nos ha dado su Palabra. “La Palabra de Dios se ha hecho carne”, uno como nosotros para dar  su respuesta a tantos interrogantes que el hombre se hace sobre el sentido de su existencia. Dios ha querido sufrir en nuestra propia carne nuestras interrogantes, sufrimientos e impotencia. Nace para vivir Él mismo nuestra aventura humana y abrirnos un nuevo panorama de vivir y lo ha hecho haciéndose solidario con nosotros, ya no estamos perdidos en nuestra soledad. Dios comparte nuestra existencia.

Quiero terminar con unas palabras del gran teólogo K. Rahmer: Proclamar que es Navidad significa afirmar que Dios, a través del Verbo hecho carne, ha dicho su última Palabra, la más profunda y la más bella de todas. La ha introducido en el mundo y no podrá retomársela, porque se trata de una acción decisiva de Dios, porque se trata de Dios mismo presente en el mundo, y he aquí lo que dice esta Palabra: “Mundo, ¡te am

martes, 11 de diciembre de 2012

Al encuentro con la Palabra


Segundo Domingo de Adviento (Lc. 3, 1-6)
“Lo importante es no perder el humilde deseo de Dios”.

Nos vamos adentrando en el comino del Adviento. Hoy el Evangelio nos presenta a uno de los personajes propios de este tiempo litúrgico: Juan Bautista.

En la presentación del Bautista, Lucas subraya en primer lugar el acontecimiento de gracia de la “palabra” que viene a él: “vino la palabra de Dios en el desierto sobre Juan, hijo de Zacarías” (v2). El desierto de Lucas aparece aquí, no únicamente como un lugar geográfico, sino como una actitud humana del silencio y despojo en la que la palabra es acogida.

Al “acontecimiento” de la palabra, el evangelista antepone también un cuadro histórico de gobernantes civiles y religiosos (vv 1-2) para significar la historicidad de la palabra: se da en circunstancias históricas y es palabra para esas condiciones.

El desierto es el lugar donde Juan “recibe” la Palabra y la región del Jordán es el lugar donde proclama esa Palabra a los demás, invitándolos a la conversión. Habiendo escuchado la Palabra de Dios en el desierto, Juan puede hacer resonar su invitación como oferta de salvación a todos.

Viene después un texto del profeta Isaías (vv 4-6) a través del cual Lucas describe en imágenes simbólicas el contenido de la misión del Bautista. Históricamente este texto se refería a la preparación del regreso a su patria, del pueblo de Israel cautivo en Babilonia. Pero ahora tiene una connotación actual: Dios viene a dar cumplimiento a su promesa de salvación, y, por lo mismo, hay que prepararle el camino. La actualidad de la Palabra sigue teniendo vigencia para nosotros.

Vamos caminando con la Iglesia para preparar la Navidad, y en este segundo domingo de Adviento escucho con insistencia “a prepararle el camino al Señor” ¿Cómo abrirle caminos a Dios? ¿Cómo hacerle más sitio en nuestra vida?

Búsqueda personal.- lo primero es buscar al Dios vivo, que se nos revela en Jesucristo. Abrirnos a su Palabra. El Señor nos recuerda que el encuentro con su Palabra es más fuerte que los imperios y que los grandes de este mundo, aprender a escucharla en el silencio (el desierto) y la disponibilidad. Dios se deja encontrar por aquellos que lo buscan.

Atención interior.- para abrir un camino a Dios, es necesario descender al fondo de nuestro corazón. Quien no busca a Dios en su interior es difícil que lo encuentre fuera. Dentro de nosotros encontraremos miedos, preguntas, deseos, vacío… no importa, Dios está ahí. Él nos ha creado con un corazón que no descansará sino en Él.

Con un corazón sincero.- lo que más se acerca al misterio de Dios es vivir en la verdad, no engañarnos a nosotros mismos, reconocer nuestros errores. Es el inicio de un camino de conversión. Tomando el texto de Isaías que describe el mensaje del Bautista, tendríamos que preguntarnos ¿qué significa para nosotros “que todo valle será rellenado”? ¿Cuáles son los vacíos que tenemos que llenar? ¿las cosas de debería haber y no hay?

“Toda montaña y colina rebajada”.- ¿Cuáles son las cosas en nuestra vida que tenemos que quitar, lo que es obstáculo para que Dios entre en mi existencia?. “Lo torcido se hará derecho y los caminos ásperos serán allanados” ¿Qué es lo que hay que enderezar en mi vida y lo que hay que allanar para “hacerle camino a Dios” y pueda venir a mi?

Todas estas imágenes son un llamado a ponerles nombre a las circunstancias concretas de nuestra vida; sino, se quedarán únicamente como eso: imágenes. Aquí está la concretización de nuestra conversión. Cada uno ha de hacer su propio recorrido. Dios nos acompaña a todos. No abandona a nadie y menos cuando se encuentra perdido. Lo importante es no perder el humilde deseo de Dios y así, solo así, podremos “ver la salvación de Dios”, vivir en la navidad la experiencia del “Dios con nosotros”


miércoles, 14 de noviembre de 2012

Al encuentro con la Palabra


XXXII Domingo Ordinario (Mc 12, 38-44)
No estás lejos del Reino de Dios
            Atacados los maestros de la ley en el plano doctrinal (vv. 28b-37), ahora lo son también en plano de la vida práctica (vv. 38-44). Ya ha roto de una manera definitiva con los jefes, con la clase dirigente. Le interesa ahora solo poner en guardia a la gente sencilla. Las acusaciones dirigidas a los escribas, se pueden resumir en estos defectos: vanidad, hipocresía y codicia. La enseñanza de Jesús es totalmente opuesta a la de los escribas.
            La vanidad (vv.38-39), se cita la costumbre de pasear pomposamente envueltos en sus balandranes de terciopelo, el complacerse con reverencias y los saludos de la gente obsequiosa, el acaparamiento de los asientos de honor. Jesús, ha enseñado a los suyos a ser los últimos y servidores de todos. La hipocresía (v. 40), consiste ante todo en una devoción ostentosa, basada en la cantidad y en la extensión de las oraciones, ofrecida en espectáculo para recabar admiración y estima, especialmente, por parte de las mujeres. Jesús, les enseña a tener fe y perdonar. La codicia (v. 40), da a entender de una manera muy clara que su religiosidad era falsa. En vez de ayudar a los pobres, a los indefensos, no dudan en explotarlos sin pudor, aprovechándose incluso de su hospitalidad. Con otras palabras, se sirven de su prestigio religioso para recabar utilidades materiales a costa de los simples, de la gente desposeída. Jesús, enseña a acoger a los pequeños y a los indefensos.
            Lo que Jesús critica de los escribas es propio de toda persona religiosa cuando en su vida no hay unidad entre el primer y segundo mandamientos (vv. 29-33). Las controversias concluyen tras haber sido desenmascarados los maestros de la ley. Las posesiones matan la capacidad de compartir, la capacidad de asumir el riesgo del don gratuito, es decir, de dar, de dar fruto
            La escena de la ofrenda de la “viuda pobre” (vv. 41-44) contrapone a “todos” los ricos (v. 44) a esta mujer que lo da “todo” (v. 44). La mujer, hace recordar a los pobres de Yahveh, a los pequeños, a los huérfanos y forasteros. Hace recordar al auténtico Israel a quien Dios auxilia. Dar todo lo que tiene para vivir (v. 44), es dar con desprendimiento. Es ponerse totalmente en manos de Dios. Esta generosidad de la viuda contrasta totalmente con la ostentación de los ricos y la actitud de los escribas, devoradores de los bienes de las viudas (v. 40).
            Su gesto nos descubre el corazón de la verdadera religión: confianza grande en Dios, gratuidad sorprendente, generosidad y amor solidario, sencillez y verdad. No conocemos el nombre de esta mujer ni su rostro. Hoy, tantas mujeres y hombres de fe sencilla y corazón generoso son lo mejor que tenemos en la Iglesia. No escriben libros ni pronuncian sermones, pero son los que mantienen vivo entre nosotros el Evangelio de Jesús. De ellos hemos de aprender.
            Padre, me pongo en tus manos. Haz de mí lo que quieras. Sea lo que sea que hagas de mí, te lo agradezco. Estoy dispuesto a todo, lo acepto todo, con tal que tu voluntad se cumpla en mí y en todas tus criaturas. No deseo nada más, Padre. Te confío mi vida, te la doy con todo el amor de que soy capaz. Porque te amo y necesito darme a Ti, ponerme en tus manos, sin limitación, sin medida, con una confianza infinita, porque Tú eres mi Padre” (Charles de Foucauld).

lunes, 5 de noviembre de 2012

Al encuentro con la Palabra


XXXI Domingo Ordinario (Mc 12, 28-34)
No estás lejos del Reino de Dios
            La retirada sumisa y silenciosa de los burlescos saduceos suscita la aparición del único interlocutor sincero: un maestro de la Ley, empeñado en la búsqueda auténtica de la verdad. El escriba es un especialista de la Ley, dentro del partido de los fariseos. Contrarios a los saduceos a los que, Jesús ha dejado en evidencia unos versículos antes de este evangelio de hoy (vv. 18-27). El escriba que se acerca a Jesús no viene a tenderle una trampa. Tampoco a discutir con él. Parece que pregunta con buena intención: “¿Qué mandamiento es el primero de todos?” (v. 28). Su pregunta nace de una exigencia particularmente sentida en el judaísmo de entonces. Era la cuestión fundamental para cualquier judío piadoso y entre las diferentes escuelas o corrientes teológicas. Un número exagerado de imposiciones y prohibiciones, no pocas veces insignificantes, impedía ver con claridad lo realmente importante. La opinión más extendida era que lo principal para un judío era el cumplimiento exacto del sábado. Hasta Yahveh estaba sometido al sábado. “El séptimo descansó” Pero había otras opiniones.
            Jesús entiende muy bien lo que siente aquel hombre. Cuando en la religión se van acumulando normas y preceptos, costumbres y ritos, es fácil vivir dispersos, sin saber exactamente qué es lo fundamental para orientar la vida de manera sana. De ahí que Jesús no le cita los mandamientos de Moisés. Sencillamente, le recuerda la oración que esa misma mañana han pronunciado los dos al salir el sol, siguiendo la costumbre judía: “Escucha, Israel, el Señor nuestro Dios es el único Señor: amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón” (v. 29).
            Jesús le coloca ante un Dios cuya voz hemos de escuchar. Lo importante no es conocer preceptos y cumplirlos. Lo decisivo es detenernos a escuchar a ese Dios que nos habla sin pronunciar palabras humanas. Cuando escuchamos al verdadero Dios, se despierta en nosotros una atracción hacia el amor. No necesitamos que nadie nos lo diga desde fuera. ¡Sabemos que lo importante es amar! No se trata un sentimiento ni una emoción. Amar al que es la fuente y el origen de la vida es vivir amando la vida, la creación, las cosas y, sobre todo, a las personas. Jesús habla de amar “con todo el corazón, con toda el alma, con todo el ser” (v. 30). De manera generosa y confiada.
            En este diálogo, Jesús añade algo que el escriba no ha preguntado. Este amor a Dios es inseparable del amor al prójimo. Sólo se puede amar a Dios amando al hermano. De lo contrario, el amor a Dios es mentira. ¿Cómo vamos a amar al Padre sin amar a sus hijos e hijas?
            Es muy frecuente confundir el amor a Dios con las prácticas religiosas y el fervor, ignorando el amor práctico y solidario para con quienes vivimos y convivimos. Pero, ¿qué hay de verdad en nuestro amor a Dios si vivimos de espaldas a nuestro prójimo? Quien sigue a Jesús no puede “quedarse” en Dios. La prueba de que está de parte de Dios siempre será su amor al prójimo. Quien busca el bien del hombre, no está lejos del Reino.
            Padre nuestro, Tú estás siempre con nosotros que somos tus hijos. Jamás dudamos de tu amor por nosotros, más bien, dudamos en la certeza de amar a los demás como cada uno necesita. Sabemos que en los demás te encuentras, y en ellos podemos amarte. Cuando te encontramos, reencontramos la paz contigo, la alegría con nosotros mismos, la amistad con los demás. Como seguidores de tu Hijo, no es el pecado nuestra pobreza, sino la falta de amor. Perdón te pedimos por nuestra pobreza para amar.
            Nos has hecho para amar, no quieres que amemos poco. Quieres que amemos mucho. Que amemos “con todo el corazón, con toda el alma, con todo el ser. Es el amor, la señal de que Tú estás nosotros. Gracias, porque cuando amamos, descubrimos algo: ¡Tú estás siempre con nosotros! Fortalece nuestra amistad contigo, para que en Ti, y desde Ti, la riqueza del amor podamos con otros podamos compartir.
            Jesús, amor encarnado del Padre y pedagogo nuestro en el arte de amar, que no sea la “idea” de tu amor la que enriquezca nuestro conocimiento y empobrezca nuestra experiencia de amar. Que sea más bien, la experiencia del amor, la que nos haga gustar de la cercanía de tu Reinar en nuestro vivir.

Al encuentro con la Palabra


XXX Domingo Ordinario (Mc 10, 46-52)
!Ánimo¡ Levántate, porque Él te llama
            Volvemos nuevamente a tomar el texto de san Marcos. En este caminar siguen hacia Jerusalén y atraviesan por la región de Jericó. Se puede decir que este relato es una verdadera biografía espiritual de un auténtico seguidor, en contraste con el modo de actuar de Santiago y Juan (10, 35-45). Necesario es recordar la significación de los ojos, que unidos al corazón es donde se asientan el discernimiento, la elección, la decisión y el modo de vivir.
            Mientras el ciego, pide ver y se abre a la condición mesiánica de Jesús (vv. 47-48), los discípulos caminan ciegos sin entender las decisiones y acciones del Maestro. No es suficiente ver; desde la perspectiva marcana, estar ciego es estar impedido para seguir adecuadamente a Jesús y vivir como Él.
            La petición del ciego expresa la necesidad real de quien quiere trazar el camino de la existencia siguiendo a Jesús: Maestro, que pueda ver (V. 51). En el seguimiento de Jesús es indispensable conocer y asumir ciertos comportamientos a la luz de las exigencias del Maestro que entrega su vida.
            La curación del ciego Bartimeo, quiere urgir a las comunidades cristianas a salir de su ceguera y mediocridad. Solo así seguirán a Jesús por el camino del Evangelio. Aceptar que desconocemos a Jesús, es el inicio del alumbramiento para seguir su camino. Tal ignorancia nos instala en una religión que no logra convertirnos en seguidores de Jesús, vivimos junto al Evangelio, pero fuera. ¿Qué podemos hacer?
            A pesar de su ceguera, Bartimeo capta que Jesús está pasando cerca de él. No duda un instante. Algo le dice que en Jesús está su salvación: “¡Jesús, Hijo de David, ten compasión de mí!” (v. 47). Este grito repetido con fe va a desencadenar su curación. Se escucha la oración humilde y confiada del ciego. El ciego no ve, pero sabe escuchar la voz de Jesús que le llega a través de sus enviados: “!Ánimo¡ Levántate, porque Él te llama (v. 49). Este es el clima que necesitamos crear en la Iglesia. Animarnos mutuamente a reaccionar. No seguir instalados en una religión convencional. Volver a Jesús que nos está llamando. Este es el primer objetivo pastoral.
            El ciego reacciona de forma admirable: suelta el manto que le impide levantarse, da un salto en medio de su oscuridad y se acerca a Jesús. De su corazón solo brota una petición: “Maestro, que pueda ver (v. 52). Si sus ojos se abren, todo cambiará. El relato concluye diciendo que el ciego “al momento recobró la vista y comenzó a seguirlo por el camino” (v. 52).
            Padre nuestro, que no seamos insensibles para captar el paso de Jesús en el camino de nuestra vida. Ayúdanos Señor a distinguir nuestras cegueras para que seamos conscientes de la necesidad que de Jesús tenemos. Si estamos ciegos Padre, ayúdanos a desarrollar capacidades diferentes para estar siempre atentos a tu llamada y asumir tu proyecto siguiendo a tu Hijo.
            Si la ceguera es la incapacidad de ver, acoger y vivir el proyecto de Dios que nos pone frente a Jesús, que no falten quienes hagan cercana la voz del Maestro: “!Ánimo¡ Levántate, porque Él te llama”. Esta es la curación que necesitamos hoy los cristianos. El salto cualitativo que puede cambiar nuestra vida y la Iglesia. Si cambia nuestro modo de mirar a Jesús, si leemos su Evangelio con ojos nuevos, si captamos la originalidad de su mensaje y nos apasionamos con su proyecto de un mundo más humano, la fuerza de Jesús nos arrastrará. Nuestras comunidades conocerán la alegría de vivir siguiéndole de cerca.

lunes, 22 de octubre de 2012

Al encuentro con la Palabra

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Domingo Mundial de las Misiones (Mt 28, 16-20)
“Y sepan que Yo estaré con Ustedes todos los días hasta el fin del mundo
Hoy celebramos el Domingo Mundial de las Misiones (DOMUND). En este día de modo muy especial, hacemos un acto de comunión en el que nos unimos con toda la Iglesia en la oración por su acción misionera en el mundo. Del mismo modo hacemos un acto de corresponsabilidad desde nuestra aportación económica en la colecta de todas las eucaristías de este domingo. Por tal motivo, se interrumpe la narración marcana que del Evangelio veníamos haciendo, para dejarnos enriquecer por el relato mateano.
Este pasaje, verdaderamente ofrece una serie de claves que recapitulan los temas más importantes del evangelio de Mateo.
La mención de Galilea entonces (v. 16), hace referencia inmediata al monte de las tentaciones (4, 8-10); al sermón de la montaña (5-7); y a la trasfiguración (17, 1-8). La mezcla de adoración y duda por parte de los discípulos (v. 17), refiere al dudar de Pedro sobre las aguas (14, 31). La frase “Yo estaré con ustedes” (v. 20), remite al Emmanuel, “Dios con nosotros” (2, 23); a la promesa de estar cuando se reúnen los discípulos (18, 20). Finalmente, la autoridad expresada por parte de Jesús, es un eco de la siguiente: “todo me ha sido entregado por mi Padre” (11, 27).
La resurrección marca una nueva etapa para los seguidores de Jesús. Su presencia perenne será distinta en medio de ellos. Es realmente significativo el envío que hace de sus discípulos. Ellos son ahora los responsables de la misión. La compañía de Jesús directa y efectiva es para siempre y para cualquier circunstancia. El envío misionero de Jesús, trasciende las fronteras temporales y personales de los “Once” (v. 16) y se extiende como invitación para con todo oyente o lector que participe de esta responsabilidad.
La misión es hacer discípulos, es decir, convencer a otros de que sean seguidores de Jesús, que se hagan sus discípulos, es animarlos para que se encuentren con Él (p. e. José de Arimatea; 27, 57). Así pues, el bautismo tiene un mayor sentido, ya que al no referirse a un sacramento tampoco requiere de un ministro específico. Por tanto, el hacer a otros partícipes de la vida de Dios implica de todos la propia responsabilidad.
La enseñanza de los que son enviados, implica un modo especial de enseñar. Se trata de compartir lo que Jesús compartió y de vivir como Jesús vivió. Esto parece estar fuera de las posibilidades humanas, sin embargo, es la permanencia de Jesús es la que evoca sus palabras y expresa su modo de vivir. En los discípulos son innegables las debilidades y las dudas, aún así, cuando crece la claridad para con la gran misión de la que se es parte, es la presencia del Señor Resucitado la certeza de la acción misionera del discípulo.
Señor Jesús, Tú nos has llamado para que estemos contigo y de ti aprendamos, ayúdanos a bien escuchar tus palabras, a guardarlas en nuestro corazón y a ponerlas en práctica. Te damos gracias por este don tan hermoso de hacernos parte de tu misión. Que sea nuestro modo de pensar, de actuar, de sentir, el grito ensordecedor que desde el silencio convoque a muchos hacia Ti. Que la certeza de tu presencia en nuestra vida, nos dé la seguridad para vencer nuestras dudas y titubeos que nuestros condicionamientos y debilidades provocan en nuestra misión, en tu misión.

lunes, 15 de octubre de 2012

Al encuentro con la Palabra


XXVIII Domingo Ordinario (Mc 10, 17-30)
Es imposible para los hombres, más no para Dios. Para Dios todo es posible
            Jesús sigue de camino hacia Jerusalén junto con sus discípulos, y sabemos que de camino, Él los va instruyendo (v. 31). Sucede que al salir al camino un hombre se le acerca a Jesús (v. 17), éste tiene una intención que pone al descubierto inmediatamente, busca normas de comportamiento –“¿qué haré?”‑ para merecer –“heredar”‑ “la vida eterna”. Eso es lo que le importa. No le preocupan los problemas de esta vida. Es rico. Seguramente, todo lo tiene resuelto. Teniendo en cuenta que en el mundo judío del tiempo de Jesús, tener riqueza material era un signo de la bendición de Dios, pareciera que este hombre quiere ser amo de la vida eterna del mismo modo que es amo de muchos bienes al ser “muy rico” (v. 22).
            Sin embargo el relato marcano, presenta a este hombre como alguien que quiere ser fiel a la voluntad de Dios (v. 20). Jesús lo valora. Ciertamente, los mandamientos que le prohíben actuar contra el prójimo (v. 19) éste hombre los vive desde pequeño (v. 20), y serán pistas que le conduzcan a la vida eterna (Ex 20, 12; Dt 5, 16), pero no para merecer nada.
            Jesús, después de mirarlo con amor, le hace el mayor regalo que puede hacer: le invita a seguirle, a ir con Él (v. 21). Esto implicará, “desprenderse de todos sus bienes” (v. 22). Dar las riquezas a los pobres (v. 21), es darles lo que les pertenece. Por ésta acción no se gana la vida eterna. La salvación no se compra ni es una conquista humana, ésta es un don de Dios. De ahí que, para la persona les es imposible salvarse, pero para Dios es posible (v. 27). Éste hombre es bueno, pero vive apegado a su riqueza. Se siente incapaz, necesita bienestar. No tiene fuerzas para vivir sin sus riquezas. Su dinero está por encima de todo, y por él, renuncia a seguir a Jesús.
            “Para quienes lo han dejado todo” (v. 28), el seguimiento implica rupturas con el propio proyecto de vida (propiedad, familia, profesión). Si recordamos el modo de comprender y vivir de la familia en el tiempo de Jesús, esto es más comprensible. Ser parte de una familia era: el modo de participar en la sociedad y ganarse el prestigio de la misma; garantizar el acceso a Dios; la posibilidad de ayuda y solidaridad de los demás parientes. Para muchos hombres, abandonar el hogar paterno, tenía como recompensa otra nueva familia, o bien, nueva casa, familiares y campos. Su ideal era convertirse en padres de familia. Ésta era la figura más importante, pues su autoridad, casi absoluta, le convertía en dueño de la casa o familia; era como el jefe de Estado pero en la familia; tenía derecho de desheredar a los hijos y hasta de condenarlos a muerte.
            En la familia de Jesús, será distinto. La figura paterna es Dios. Los discípulos tendrán que comprender una nueva forma de vivir la experiencia de familia. Ésta consistirá en experiencia de comunidad de hermanos. Son ellos quienes han de organizar la vida de la comunidad familiar creando un nuevo tipo de relaciones humanas.
            Después de todo lo anterior, podemos recoger algunos elementos que nos ayudan a identificar la respuesta de Jesús a la pregunta inicial:¿Qué debo hacer para ganar la vida eterna?” (v. 17). Desde el mismo evangelio podemos distinguir lo siguiente, no como pasos para obtener meritoriamente la eternidad de la vida, sino a modo de respuesta como elementos constitutivos del verdadero discípulo de Jesús: vivir los mandamientos de la Ley del Amor; en todo ser y hacer con libertad de apegos; seguir a Jesús y vivir como Él; reconocer y confiar que la salvación es una acción que depende absolutamente del Padre, para quien todo es posible.
            Padre de todos, en el encuentro con tu Hijo desde el evangelio de este domingo, caemos en la cuenta que no podemos permanecer indiferentes. Es necesario pasar de la experiencia estéril y empobrecedora de “cumplirte”, a la experiencia enriquecedora de “seguirte”. Pasar del “cumplimiento” al “seguimiento”. De verdad que si los mandamientos no nos llevan a seguir y vivir como Jesús, nos empobrecen en un legalismo. Seguir a Jesús, nos ayuda a descubrir que la relación con Dios es relación con una persona y con las personas. Una relación que es gratuita y confiada. El seguimiento de Jesús, no es un mandamiento más. Jesús invita a pasar de la Ley del Amor, del hacer –“¿qué haré?”‑ al ser mismo del discípulo-misionero de Jesucristo ‑sígueme‑.
            Padre, que la vivencia de los mandamientos nos ayuden a permanecer fieles a tu amor. Que la libertad de apegos, favorezca la conciencia receptiva de tu Amor y nos comprometa responsablemente dentro la comunidad de hermanos en la que estamos insertados. Que nuestra pobreza humana, alcance toda su riqueza en el seguimiento de tu Hijo, al conducirnos para ser y vivir como Él. Para ser por Él, con Él y en Él, auténtica imagen y semejanza de Ti. Padre, queremos y deseamos que nos hagas partícipes de la vida eterna, don generoso y gratuito que expresa la inmensidad del Amor que nos tienes.

domingo, 30 de septiembre de 2012

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XXVI Domingo Ordinario (Mc 10, 38-43.45.47-48)
Cualquiera que haga tropezar a uno de estos pequeñitos que creen en mí,  mejor le fuera si se le atase una piedra de molino al cuello,  y se le arrojase en el mar.
 A pesar de los esfuerzos de Jesús por enseñarles a sus discípulos a vivir como él, al servicio del Reino de Dios, haciendo la vida de las personas más humana, digna y dichosa, los discípulos no terminan de entender el Espíritu que lo anima, su amor grande a los necesitados y la orientación profunda de su vida.
El relato marcano es muy iluminador. Los discípulos informan a Jesús de un hecho que les ha molestado mucho. Han visto a un desconocido “expulsando demonios” (v. 38). Se dedica a liberar a las personas del mal que les impide vivir de manera humana y con paz. Sin embargo, a los discípulos no les gusta su trabajo liberador. No piensan en los que son curados. No les preocupa la gente, sino su prestigio. Su actuación les parece una intrusión.
Jesús reprueba la actitud de sus discípulos, rechaza su postura sectaria y excluyente y, se coloca en una lógica radicalmente diferente (v. 39). El ve las cosas de otra manera. Lo primero y más importante es que la salvación de Dios llegue a todo ser humano, liberarle de todo aquello que lo esclaviza y destruye, incluso por medio de personas que no pertenecen al grupo. El mensaje de Jesús es claro: el que hace el bien, aunque no sea de los nuestros, está a favor nuestro (v. 40).
Para Jesús, lo primero dentro del grupo de sus seguidores es olvidarse de los propios intereses y ponerse a servir. No es fácil. Preocupa a Jesús que entre los suyos haya quien “escandalice a uno de estos pequeños que creen” (v. 42). El lenguaje de Jesús, al final del texto es fuerte. Está en juego “entrar en el Reino de Dios” o quedar excluido.
La incitación al pecado, o el “escándalo” (v. 42), que es referencia clara a acciones que hacen de obstáculo para vivir la voluntad de Dios como expresión de su reinado, será algo totalmente reprobado en el discípulo. Para expresar esto, Jesús emplea imágenes extremadamente duras (vv. 43-48). El lenguaje de Jesús es metafórico. La “mano” es símbolo de la actividad, del trabajo; los “pies”, pueden hacer daño si nos llevan por caminos contrarios a la entrega y el servicio; y los “ojos”, representan los deseos y aspiraciones de la persona.
Padre, deseamos vivir a ejemplo de Jesús nuestra filiación, queremos vivir tu voluntad y desde esta experiencia colaborar en la realización de tu reinado. Concédenos arrancar de nuestra vida, todo lo que sea obstáculo en el seguimiento fiel de tu Hijo. Verdaderamente anhelamos vivir como vivió Él. Inspirados en este evangelio te pedimos con nuestro corazón, saber utilizar nuestras manos, nuestros pies y nuestros ojos.
Que nuestras manos, no sean para herir, golpear, someter o humillar, sino para bendecir, ayudar, curar y tocar a los excluidos, renunciando así, a actuar en contra del estilo de Jesús. Que nuestros pies nos ayuden a estar cerca de los más necesitados, a salir en búsqueda de los que viven perdidos y nos sirvan para abandonar los caminos errados que no ayudan a nadie a seguir a Jesús. Que nuestros ojos, estén bien abiertos para mirar a las personas con el amor y la ternura con que las miraba Jesús; que verdaderamente aprendamos a mirar la vida de manera más evangélica.

domingo, 23 de septiembre de 2012

Al encuentro con la Palabra


XXV Domingo Ordinario (Mc 9, 30-37)
Si alguno quiere ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos
Este domingo, el texto marcano pone ante nosotros el segundo anuncio de la pasión y resurrección de Jesús a sus discípulos (v. 31). A pesar de ser un anuncio más breve, todo queda en él mejor y precisado. Sin embargo, los discípulos, siguen sin comprender nada (v. 32). Parece que se ha apagado la luz de la transfiguración (9, 2-13), y ha encarnado perfectamente la figura del epiléptico dominado por aquel espíritu, poniendo al descubierto su carencia de fe sólida y la necesidad de conocer adecuadamente la persona de Jesús (9, 14-29).
Jesús el Maestro, de camino, educa en la acción y mediante la acción (vv. 30-31). Ya “una vez en casa”, recogiendo a jornada con sus discípulos (v. 33), “se sienta” (v. 35), y poniendo de ejemplo a un niño (v. 36-37), les enseña que el primero entre ellos ha de ser el último y el servidor de todos (v. 35).
Jesús, se identifica con los niños, que representan a los más pobres, los más pequeños, los desvalidos, los necesitados de apoyo, defensa y comida, y los más débiles. Al recibir a un niño, se recibe a Jesús y, en Éste a Dios (v. 37). Jesús habla de Dios como el que envía y de sí mismo como el Enviado. En tiempos de Jesús era habitual la idea de que el enviado es igual a aquel que lo envía, se trata, por tanto, de la acogida que se hace a Dios a través de sus enviados
Hoy, a la luz de este texto del Evangelio, caemos en la cuenta de que no siempre entendemos a Jesús cuando lo escuchamos y nos da miedo ahondar en su mensaje. Sin embargo, la enseñanza de Jesús es clara: el camino para acoger a Dios es acoger a su Hijo Jesús presente en los pequeños, los indefensos, los pobres y desvalidos. ¿Por qué lo olvidamos tanto? Si la verdadera grandeza del discípulo consiste en servir, concédenos Padre: libertad para no pretender ningún tipo de poder en la vida ministerial de la Iglesia; discernimiento para acoger a los últimos; capacidad de reconocer y acoger en los demás a Jesús, y en tu Hijo, a ti mismo.

domingo, 16 de septiembre de 2012

Al encuentro con la Palabra

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XXIV Domingo Ordinario (Mc 8, 27-35)
El que quiera venir conmigo, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz y que me siga
En este domingo, el fragmento se abre con una nota geográfica: Cesarea de Filipo (v. 27), reconstruida por Herodes Felipe en las fuentes del Jordán, a unos 40 km. al norte de Galilea, lejos del centro de la religión judía. Se trata de una localidad situada en un territorio marginal, no frecuentado habitualmente por el grupo. Es tierra pagana. Todo esto hace presagiar algo interesante.
El evangelista intenta hacer emerger la respuesta a la pregunta fundamental sobre la identidad de Jesús (v. 29). Es así como se produce un diálogo cara a cara. Sólo en este contexto se puede conocer a Jesús: “Tú eres el Mesías (v. 29). Por fin parece que todo está claro. Jesús es el Mesías enviado por Dios y los discípulos lo siguen para colaborar con él. Sin embargo, al instruirlos (v. 31), procura hacerlo “con entera claridad” (v. 32), de modo que a la respuesta de los discípulos en Pedro, Jesús suma la prohibición de decirlo a nadie (v. 30), evitando así entender mal el concepto de “Mesías”, que en Él, pasará por la muerte y la resurrección (v. 31).
Indudablemente, es increíble la reacción de Pedro. Había sido el primero en confesar a Jesús como “Mesías”, y ahora es el primero en rechazarlo. Es verdaderamente dura la expresión que Jesús dice a Pedro después de que éste trata de disuadirlo: “apártate de mí”, que también se puede traducir por “ponte detrás de mí” (v. 33). Con estas palabras, le está diciendo a Pedro: “sígueme, eres tú quien me tiene que seguir, y no yo a ti”. Siempre el tentador, trata de ir adelante para que le sigan. Y así pasa ahora, a fin de conducir a Jesús y a Pedro por el camino opuesto al del Reino de Dios.
Se es discípulo, en cuanto que se siguen los pasos del Maestro. De ahí que “quien quiera” seguir a Jesús, “ha de negarse a sí mismo” (v. 34), para poner a Dios y a los demás en el centro de la propia vida; “cargar la propia cruz” (v. 34), es decir, aceptar las consecuencias de la donación de sí mismo; y perdiendo la vida, salvarla (v. 35).
Finalmente, podemos decir que reconocer a Jesús, no es garante absoluto de que lo estamos siguiendo. Seguirlo, nunca es obligatorio; al contrario, siempre es para cada persona una decisión libre. De ahí que, no es suficiente hacer confesiones fáciles que en nada comprometen mi vivir para seguir a Jesús. Seguir a Jesús, implica para el verdadero discípulo, estar abierto para construir un mundo más humano, digno y dichoso; es disponerse a renunciar a los proyectos o planes personales que se oponen al Reino de Dios; es discernir, elegir y vivir lo que quiere Dios, lo que colabora y construye su Reino.
Jesús, Señor nuestro, Maestro. Queremos caminar, seguir y seguir, no queremos descansar, ni llegar a la meta. Queremos ser sólo caminantes detrás de Ti y hacia Ti. Que no lleguemos nunca a la definitiva conversión, a ser perfectos, a mirar a los demás desde la cima. Concédenos la alegría de acoger con libertad tu cruz, renunciar a nosotros mismos perdiendo la vida por Ti, y colaborar con la obra del Padre siguiendo tus pasos.

martes, 11 de septiembre de 2012

Al encuentro con la Palabra

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XXIII Domingo Ordinario (Mc 7, 31-37)
Después, mirando al cielo, suspiró y le dijo: ‘¡Effetá!’ (que quiere decir ‘¡Ábrete!’)
            En este domingo, podemos distinguir el contraste con el evangelio del domingo pasado, en donde aparece una actitud cerrada de los maestros de la Ley. Jesús “abre” (v. 34) fronteras y se va a territorio pagano (v. 31).
            Es evidente que el sordomudo (v. 32) aparece como representante de todas aquellas personas que han sido marginadas por los maestros de la Ley por no ser judíos (llamados paganos): no se les permite escuchar ‑“sordos” (v. 37)‑ la Palabra liberadora y no pueden expresar ‑“mudos” (v. 37)‑ su fe, que les es negada. Jesús “toca” (v. 33) la realidad para poderle dar respuesta. Y, tocándola, señala donde están las dificultades que Él viene a combatir. Su acción de “tocar”, se añade a la acción de orar ‑“mirando al cielo” (v. 34)‑. Y actúa, al mismo tiempo, con la fuerza de su Palabra (34).
            El sordomudo que recobra el pleno uso de sus facultades sensoriales (v. 35), que le permitirán escuchar la palabra reveladora y comunicarla a su vez, se convierte en el signo de aquel que se abre a la acogida del misterio de Jesús. En medio de los paganos, a los que Él mismo se ha abierto, puede “abrir” los oídos y las bocas (v. 34). Libera a los que están atados. Y los pone en disposición de escuchar la voz de Dios y de ser evangelizadores (v. 35).
            Sin duda, Marcos quiere que esta palabra de Jesús resuene con fuerza en las comunidades cristianas que leerán su relato. Conoce a más de uno que vive sordo a la Palabra de Dios. Cristianos que no se abren a la Buena Noticia de Jesús ni hablan a nadie de su fe. Comunidades sordomudas que escuchan poco el Evangelio y lo comunican mal.
            Tal vez uno de los pecados más graves de los cristianos es esta sordera. No nos detenemos a escuchar el Evangelio de Jesús. No vivimos con el corazón abierto para acoger sus palabras. Por eso, no sabemos escuchar con paciencia y compasión a tantos que sufren sin recibir apenas el cariño ni la atención de nadie.
            A veces se diría que la Iglesia, nacida de Jesús para anunciar la Buena Noticia de Jesús, va haciendo su propio camino, lejos de la vida concreta de preocupaciones, miedos, trabajos y esperanzas de la gente. Si no escuchamos bien las llamadas de Jesús, no pondremos palabras de esperanza en la vida de los que sufren.
            Señor Jesús, que emitiste un suspiro frente aquel sordomudo, y le demostraste compasión y conmoción, que se transformaron en curación. Rompe hoy, la dureza de nuestro corazón que nos impide compadecernos, compartir y conmovernos ante muchos de nuestros semejantes. Repítenos hoy aquel mismo “effetá” para que nos abramos a la escucha, a la comprensión profunda de las personas y de sus dificultades. Que “escuchándote” bien, nos comprometamos de tal modo, que externemos “sin tartamudeces” tu actuar en nuestra vida.

lunes, 3 de septiembre de 2012

Al encuentro con la Palabra


XXII Domingo Ordinario (Mc 7, 1-8.14-15.21-23)
Nada que entre de fuera puede manchar al hombre; lo que si lo mancha es lo que sale de dentro
            Como podemos comprobar, hoy retomamos la lectura del evangelio de Marcos, tal como íbamos haciendo en los domingos del presente año. Durante cinco domingos se interrumpió esa lectura y estuvimos recogiendo la reflexión que san Juan hace a partir del signo de la multiplicación de los panes y peces. Ahora nos resituamos, pues, en el ciclo B, el de Marcos.
            En el contexto marcano, es Jesús, el Buen Pastor, quien alimenta al desorientado y hambriento pueblo de Dios con su enseñanza y el pan que multiplica para todos (6, 34). Los escribas y fariseos hasta este momento, se han esmerado en alimentarlo con leyes y tradiciones que oprimen la vida, de esta “preocupación” nace su pregunta: ¿Por qué tus discípulos comen con manos impuras y no siguen la tradición de nuestros mayores? Ante esto Jesús, denuncia su hipocresía, y pone en evidencia su fingimiento de ser lo que no son, haciéndose con eso incapaces de trasmitir el amor de Dios. Ciertamente, son expertos en resquicios legales, y pensando que cumplen la voluntad de Dios se purifican por fuera, cuando lo que Dios quiere es la escucha atenta de su palabra y el amor al prójimo (Os 6,6). El que ama a Dios Padre no es quien lo dice (Is 29, 13; Mt 7, 21-23), sino quien lo busca y lo obedece, sirviendo al hermano, perdonándolo y amándolo de corazón.
            Un grupo de fariseos de Galilea se acerca a Jesús en actitud crítica. No vienen solos. Los acompañan algunos escribas venidos de Jerusalén, preocupados sin duda por defender la ortodoxia de los sencillos campesinos de las aldeas. La actuación de Jesús es peligrosa. Conviene corregirla. En este texto del evangelio, el drama judicial alienta ya en estos primeros encuentros y se desarrollará primero como acusación y después como defensa, que se transformará en una requisitoria y en una condena. El imputado se convierte en acusador y los acusadores se encuentran de improviso en el banquillo de los acusados sin posibilidad de apelación.
            Este pueblo me honra con los labios pero su corazón está lejos de mí” (v. 6). La denuncia que hace Jesús a los fariseos y escribas es la hipocresía, pues, no son lo que aparentan desde su modo de “cumplir” la ley. Cumplimiento externo, que no es garante de la fidelidad a la voluntad Yahvé con quien se ha pactado una alianza. Pues el culto que agrada a Dios nace del corazón, de la adhesión interior, de ese centro íntimo de la persona de donde nacen nuestras decisiones y proyectos.
            Jesús hace ver, que cuando nuestro corazón está lejos de Dios, nuestro culto queda sin contenido: “Es inútil el culto que me rinden” (v. 7). De modo que la religión se convierte en algo exterior que se practica por costumbre, pero donde faltan los frutos de una vida fiel a Dios.
            Ciertamente, en toda religión hay tradiciones que son “humanas”. Normas, costumbres, devociones que han nacido para vivir la religiosidad de una determinada cultura. Pueden hacer mucho bien. Pero hacen mucho daño cuando nos distraes y alejan de la palaba de Dios. Todo esto es a lo que se refería Jesús citando al profeta Isaías: “Porque enseñas doctrinas que no son sino preceptos humanos” (v. 7). Cuando nos aferramos ciegamente a tradiciones humanas, corremos el riesgo de desviarnos del seguimiento de Jesús, Palabra encarnada de Dios. Bien sabemos, que en la religión cristiana lo primero es siempre Jesús y su llamada al amor. Sólo después vienen nuestras tradiciones humanas por muy importantes que nos puedan parecer. No hemos de olvidar nunca lo esencial.
            Padre nuestro, a Ti nos acercamos con el corazón que tenemos, repleto de sentimientos que nos esforzamos en reconocer y purificar a la luz de tu Palabra. Siendo tus hijos, reconocemos que muchas veces estamos lejos de ti con el corazón y no nos damos cuenta de que Tú estás siempre cerca de nosotros. Abre nuestro corazón a tu palabra y orienta nuestra vida según lo que te agrada. Que podamos caer en la cuenta de que el amor ‑y sólo el amor‑ nos hace puros. Jesús, Tú que eres el don del amor para la humanidad, “Tú eres nuestro Señor”.

martes, 28 de agosto de 2012

Al encuentro con la Palabra


XXI Domingo Ordinario (Jn 6, 55.60-69)
Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna; y nosotros creemos y sabemos que tú eres el santo de Dios
            A lo largo de estos domingos, los interlocutores han sido los judíos. Ahora, después de la polémica con ellos, nosotros, junto con los discípulos de Jesús hemos escuchado el discurso del pan de vida. Hoy podemos distinguir que las resistencias de los judíos, son ahora las resistencias de los discípulos, pues “su modo de hablar es intolerable” (v. 60). Esto refleja dos cosas: que lo han comprendido, y que no quieren escucharlo. Esto, para el interlocutor le exige definir su opción: ser dócil al Espíritu para seguir a Jesús y vivir como él; o bien, abandonarlo y seguir viviendo de acuerdo a los propios razonamientos y encerrados en los propios criterios.
            Ciertamente para muchos de ellos ha resultado un escándalo que Jesús se presente a sí mismo como alguien mayor que Moisés y que la Ley. ¿Cómo va a superar Jesús el don del maná en el desierto? ¿Cómo puede decir que las antiguas tradiciones de Israel son ya caducas? Muy probablemente, muchos de ellos hubiesen preferido que las palabras de Jesús se adecuaran a sus propias expectativas, y se han cerrado al acontecer de Dios que les ha puesto delante de sí la posibilidad de abrirse a algo nuevo y liberador (“nadie puede venir a mí si no se lo concede el Padre” v. 65). Sin embargo, realmente parecen incapaces de modificar sus propios esquemas, por no querer renunciar a la seguridad de “lo de siempre”.
            La llamada de Dios es indistintamente para todos, pero la respuesta siempre es personal y tiene que ver con la experiencia de que “Él nos da vida”. La libertad en la opción, es expresada con claridad en el texto: “Jesús sabía desde el principio quienes no creían y quién lo habría de traicionar... Desde entonces, muchos discípulos se echaron para atrás y ya no querían andar con él” (vv. 64.66). Sólo los doce, los verdaderos discípulos, representados en la persona de Pedro, dialogan desde la fe con Jesús, se arriesgan, dan confianza a sus palabras portadoras de vida eterna, mirándolo a los a los ojos sienten satisfecha su más profunda aspiración y optan conocerlo para seguirlo y vivir como vive Él.
            Ante la traición anunciada de uno y el abandono de otros, el evangelista coloca al final de este capítulo la profesión de fe de Pedro (cfr. vv. 68.69), expresada con dos verbos de gran fuerza en el texto juanino: creer y saber. Éstos expresan, el “estar bien convencidos”, el “tener la certezade que Jesús, es elSanto de Dios”; es afirmar que no es un charlatán, sino que realmente venía de Dios y pertenecía a Él. Esto es en definitiva, la opción personal y libre del auténtico discípulo de Jesús, que dócil al Espíritu de éste, se deja hacer para vivir como vivió Él.
            Padre nuestro, que el infinito amor que nos tienes lo podamos reconocer en Jesús, tu Hijo, de modo que nuestra relación con Él no sea algo superficial que nos lleve a seguirlo y responderte de igual manera; sino que por el contrario, al reconocer en Él palabras de vida, nosotros deseemos creer y saber más de Él, para que nuestra opción libre y personal por-con-en Él, rompa nuestras “seguridades y esquemas” para vivir como vivió Él. Padre, sabemos que para ti no hay imposibles, y Tú vas a completar en nosotros lo que ya has iniciado.