XXX
Domingo Ordinario (Mc 10, 46-52)
“!Ánimo¡
Levántate, porque Él te llama”
Volvemos nuevamente a tomar el texto
de san Marcos. En este caminar siguen hacia Jerusalén y atraviesan por la
región de Jericó. Se puede decir que este relato es una verdadera biografía
espiritual de un auténtico seguidor, en contraste con el modo de actuar de
Santiago y Juan (10, 35-45). Necesario es recordar la significación de los
ojos, que unidos al corazón es donde se asientan el discernimiento, la
elección, la decisión y el modo de vivir.
Mientras el ciego, pide ver y se
abre a la condición mesiánica de Jesús (vv. 47-48), los discípulos caminan
ciegos sin entender las decisiones y acciones del Maestro. No es suficiente ver; desde la perspectiva marcana, estar ciego es estar impedido para seguir
adecuadamente a Jesús y vivir como Él.
La
petición del ciego expresa la necesidad real de quien quiere trazar el
camino de la existencia siguiendo a Jesús: “Maestro, que pueda ver” (V. 51). En
el seguimiento de Jesús es indispensable conocer y asumir ciertos
comportamientos a la luz de las exigencias del Maestro que entrega su vida.
La
curación del ciego Bartimeo, quiere urgir a las comunidades cristianas a salir
de su ceguera y mediocridad. Solo así seguirán a Jesús por el camino del
Evangelio. Aceptar que desconocemos a Jesús, es el inicio del alumbramiento para
seguir su camino. Tal ignorancia nos instala en una religión que no logra
convertirnos en seguidores de Jesús, vivimos junto al Evangelio, pero fuera.
¿Qué podemos hacer?
A pesar de su ceguera, Bartimeo
capta que Jesús está pasando cerca de él. No duda un instante. Algo le dice que
en Jesús está su salvación: “¡Jesús, Hijo
de David, ten compasión de mí!” (v. 47). Este grito repetido con fe va a
desencadenar su curación. Se escucha la oración humilde y confiada del ciego. El ciego no ve, pero sabe escuchar la voz
de Jesús que le llega a través de sus enviados: “!Ánimo¡ Levántate, porque Él te llama” (v. 49). Este es el
clima que necesitamos crear en la Iglesia. Animarnos mutuamente a reaccionar.
No seguir instalados en una religión convencional. Volver a Jesús que nos está llamando. Este es el primer objetivo
pastoral.
El
ciego reacciona de forma admirable: suelta el manto que le impide
levantarse, da un salto en medio de su
oscuridad y se acerca a Jesús. De su
corazón solo brota una petición: “Maestro,
que pueda ver” (v. 52). Si sus
ojos se abren, todo cambiará. El relato concluye diciendo que el ciego “al momento recobró la vista y comenzó a
seguirlo por el camino” (v. 52).
Padre nuestro, que no seamos
insensibles para captar el paso de Jesús en el camino de nuestra vida. Ayúdanos Señor a distinguir nuestras
cegueras para que seamos conscientes de la necesidad que de Jesús tenemos. Si estamos ciegos Padre, ayúdanos a
desarrollar capacidades diferentes para estar siempre atentos a tu llamada
y asumir tu proyecto siguiendo a tu Hijo.
Si la ceguera es la incapacidad de
ver, acoger y vivir el proyecto de Dios que nos pone frente a Jesús, que no falten quienes hagan cercana la voz
del Maestro: “!Ánimo¡ Levántate, porque
Él te llama”. Esta es la curación que necesitamos hoy los cristianos.
El salto cualitativo que puede cambiar nuestra vida y la Iglesia. Si cambia nuestro modo de mirar a Jesús, si
leemos su Evangelio con ojos nuevos, si captamos la originalidad de su mensaje
y nos apasionamos con su proyecto de un mundo más humano, la fuerza de Jesús
nos arrastrará. Nuestras comunidades conocerán la alegría de vivir
siguiéndole de cerca.
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