XXVIII
Domingo Ordinario (Mc 10, 17-30)
“Es imposible
para los hombres, más no para Dios. Para Dios todo es posible”
Jesús sigue de camino hacia
Jerusalén junto con sus discípulos, y sabemos que de camino, Él los va
instruyendo (v. 31). Sucede que al salir
al camino un hombre se le acerca a Jesús (v. 17), éste tiene una intención
que pone al descubierto inmediatamente, busca
normas de comportamiento –“¿qué haré?”‑
para merecer –“heredar”‑ “la vida eterna”. Eso es lo que le
importa. No le preocupan los problemas de esta vida. Es rico. Seguramente, todo lo tiene resuelto. Teniendo
en cuenta que en el mundo judío del tiempo de Jesús, tener riqueza material era
un signo de la bendición de Dios, pareciera que este hombre quiere ser amo de
la vida eterna del mismo modo que es amo de muchos bienes al ser “muy rico” (v.
22).
Sin embargo el relato marcano, presenta a este hombre como alguien que
quiere ser fiel a la voluntad de Dios (v. 20). Jesús lo valora. Ciertamente, los mandamientos que le prohíben
actuar contra el prójimo (v. 19) éste hombre los vive desde pequeño (v. 20), y
serán pistas que le conduzcan a la vida eterna (Ex 20, 12; Dt 5, 16), pero no
para merecer nada.
Jesús,
después de mirarlo con amor, le hace el mayor regalo que puede hacer: le invita
a seguirle, a ir con Él (v. 21). Esto
implicará, “desprenderse de todos sus bienes” (v. 22). Dar las riquezas a
los pobres (v. 21), es darles lo que les pertenece. Por ésta acción no se gana
la vida eterna. La salvación no se
compra ni es una conquista humana, ésta es un don de Dios. De ahí que, para
la persona les es imposible salvarse, pero para Dios es posible (v. 27). Éste hombre es bueno, pero vive apegado a
su riqueza. Se siente incapaz, necesita bienestar. No tiene fuerzas para
vivir sin sus riquezas. Su dinero está
por encima de todo, y por él, renuncia a seguir a Jesús.
“Para
quienes lo han dejado todo” (v. 28), el
seguimiento implica rupturas con el propio proyecto de vida (propiedad,
familia, profesión). Si recordamos el modo de comprender y vivir de la familia
en el tiempo de Jesús, esto es más comprensible. Ser parte de una familia era:
el modo de participar en la sociedad y ganarse el prestigio de la misma;
garantizar el acceso a Dios; la posibilidad de ayuda y solidaridad de los demás
parientes. Para muchos hombres, abandonar el hogar paterno, tenía como
recompensa otra nueva familia, o bien, nueva casa, familiares y campos. Su
ideal era convertirse en padres de familia. Ésta era la figura más importante,
pues su autoridad, casi absoluta, le convertía en dueño de la casa o familia; era
como el jefe de Estado pero en la familia; tenía derecho de desheredar a los
hijos y hasta de condenarlos a muerte.
En
la familia de Jesús, será distinto. La figura paterna es Dios. Los discípulos tendrán que comprender una
nueva forma de vivir la experiencia de familia. Ésta consistirá en
experiencia de comunidad de hermanos. Son ellos quienes han de organizar la
vida de la comunidad familiar creando un nuevo tipo de relaciones humanas.
Después de todo lo anterior, podemos
recoger algunos elementos que nos ayudan
a identificar la respuesta de Jesús a la pregunta inicial: “¿Qué debo hacer para ganar la vida eterna?”
(v. 17). Desde el mismo evangelio podemos distinguir lo siguiente, no como pasos
para obtener meritoriamente la eternidad de la vida, sino a modo de respuesta
como elementos constitutivos del verdadero discípulo de Jesús: vivir los mandamientos de la Ley del Amor;
en todo ser y hacer con libertad de
apegos; seguir a Jesús y vivir como
Él; reconocer y confiar que la
salvación es una acción que depende absolutamente del Padre, para quien todo es
posible.
Padre
de todos, en el encuentro con tu Hijo desde el evangelio de este domingo, caemos en la cuenta que no podemos
permanecer indiferentes. Es necesario pasar de la experiencia estéril y
empobrecedora de “cumplirte”, a la experiencia enriquecedora de “seguirte”. Pasar del “cumplimiento” al “seguimiento”.
De verdad que si los mandamientos no nos llevan a seguir y vivir como Jesús, nos
empobrecen en un legalismo. Seguir a
Jesús, nos ayuda a descubrir que la relación con Dios es relación con una
persona y con las personas. Una relación que es gratuita y confiada. El
seguimiento de Jesús, no es un mandamiento más. Jesús invita a pasar de la Ley del Amor, del hacer –“¿qué haré?”‑ al
ser mismo del discípulo-misionero de Jesucristo ‑sígueme‑.
Padre, que la vivencia de los mandamientos nos ayuden a permanecer fieles a tu
amor. Que la libertad de apegos,
favorezca la conciencia receptiva de tu Amor y nos comprometa responsablemente
dentro la comunidad de hermanos en la que estamos insertados. Que nuestra
pobreza humana, alcance toda su riqueza en el seguimiento de tu Hijo, al conducirnos para ser y vivir como Él.
Para ser por Él, con Él y en Él, auténtica imagen y semejanza de Ti. Padre, queremos y deseamos que nos hagas
partícipes de la vida eterna, don generoso y gratuito que expresa la
inmensidad del Amor que nos tienes.
No hay comentarios:
Publicar un comentario