XXI
Domingo Ordinario (Jn 6, 55.60-69)
“Señor, ¿a quién
iremos? Tú tienes palabras de vida eterna; y nosotros creemos y sabemos que tú
eres el santo de Dios”
A lo largo de estos domingos, los
interlocutores han sido los judíos. Ahora, después de la polémica con ellos, nosotros, junto con los discípulos de Jesús
hemos escuchado el discurso del pan de vida. Hoy podemos distinguir que las
resistencias de los judíos, son ahora las resistencias de los discípulos, pues
“su modo de hablar es intolerable”
(v. 60). Esto refleja dos cosas: que lo han comprendido, y que no quieren
escucharlo. Esto, para el interlocutor
le exige definir su opción: ser dócil al Espíritu para seguir a Jesús y vivir
como él; o bien, abandonarlo y seguir viviendo de acuerdo a los propios
razonamientos y encerrados en los propios criterios.
Ciertamente para muchos de ellos ha
resultado un escándalo que Jesús se presente a sí mismo como alguien mayor que
Moisés y que la Ley. ¿Cómo va a superar Jesús el don del maná en el desierto? ¿Cómo
puede decir que las antiguas tradiciones de Israel son ya caducas? Muy
probablemente, muchos de ellos hubiesen preferido que las palabras de Jesús se
adecuaran a sus propias expectativas, y se han cerrado al acontecer de Dios que
les ha puesto delante de sí la posibilidad de abrirse a algo nuevo y liberador
(“nadie puede venir a mí si no se lo
concede el Padre” v. 65). Sin embargo, realmente parecen incapaces de
modificar sus propios esquemas, por no querer renunciar a la seguridad de “lo
de siempre”.
La
llamada de Dios es indistintamente para todos, pero la respuesta siempre es
personal y tiene que ver con la experiencia de que “Él nos da vida”. La
libertad en la opción, es expresada con claridad en el texto: “Jesús sabía desde el principio quienes no
creían y quién lo habría de traicionar... Desde entonces, muchos discípulos se
echaron para atrás y ya no querían andar con él” (vv. 64.66). Sólo los
doce, los verdaderos discípulos,
representados en la persona de Pedro, dialogan desde la fe con Jesús, se
arriesgan, dan confianza a sus palabras portadoras de vida eterna, mirándolo a los a los ojos sienten
satisfecha su más profunda aspiración y optan conocerlo para seguirlo y vivir
como vive Él.
Ante la traición anunciada de uno y
el abandono de otros, el evangelista coloca al final de este capítulo la profesión de fe de Pedro (cfr. vv.
68.69), expresada con dos verbos de gran fuerza en el texto juanino: creer y saber. Éstos expresan, el “estar bien convencidos”, el “tener la certeza” de que Jesús, es el “Santo de Dios”; es afirmar que no es
un charlatán, sino que realmente venía
de Dios y pertenecía a Él. Esto es
en definitiva, la opción personal y libre del auténtico discípulo de Jesús, que
dócil al Espíritu de éste, se deja hacer para vivir como vivió Él.
Padre nuestro, que el infinito amor
que nos tienes lo podamos reconocer en Jesús, tu Hijo, de modo que nuestra
relación con Él no sea algo superficial que nos lleve a seguirlo y responderte
de igual manera; sino que por el contrario, al reconocer en Él palabras de
vida, nosotros deseemos creer y saber más de Él, para que nuestra opción libre
y personal por-con-en Él, rompa nuestras “seguridades y esquemas” para vivir
como vivió Él. Padre, sabemos que para ti no hay imposibles, y Tú vas a completar
en nosotros lo que ya has iniciado.
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