domingo, 16 de septiembre de 2012

Al encuentro con la Palabra

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XXIV Domingo Ordinario (Mc 8, 27-35)
El que quiera venir conmigo, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz y que me siga
En este domingo, el fragmento se abre con una nota geográfica: Cesarea de Filipo (v. 27), reconstruida por Herodes Felipe en las fuentes del Jordán, a unos 40 km. al norte de Galilea, lejos del centro de la religión judía. Se trata de una localidad situada en un territorio marginal, no frecuentado habitualmente por el grupo. Es tierra pagana. Todo esto hace presagiar algo interesante.
El evangelista intenta hacer emerger la respuesta a la pregunta fundamental sobre la identidad de Jesús (v. 29). Es así como se produce un diálogo cara a cara. Sólo en este contexto se puede conocer a Jesús: “Tú eres el Mesías (v. 29). Por fin parece que todo está claro. Jesús es el Mesías enviado por Dios y los discípulos lo siguen para colaborar con él. Sin embargo, al instruirlos (v. 31), procura hacerlo “con entera claridad” (v. 32), de modo que a la respuesta de los discípulos en Pedro, Jesús suma la prohibición de decirlo a nadie (v. 30), evitando así entender mal el concepto de “Mesías”, que en Él, pasará por la muerte y la resurrección (v. 31).
Indudablemente, es increíble la reacción de Pedro. Había sido el primero en confesar a Jesús como “Mesías”, y ahora es el primero en rechazarlo. Es verdaderamente dura la expresión que Jesús dice a Pedro después de que éste trata de disuadirlo: “apártate de mí”, que también se puede traducir por “ponte detrás de mí” (v. 33). Con estas palabras, le está diciendo a Pedro: “sígueme, eres tú quien me tiene que seguir, y no yo a ti”. Siempre el tentador, trata de ir adelante para que le sigan. Y así pasa ahora, a fin de conducir a Jesús y a Pedro por el camino opuesto al del Reino de Dios.
Se es discípulo, en cuanto que se siguen los pasos del Maestro. De ahí que “quien quiera” seguir a Jesús, “ha de negarse a sí mismo” (v. 34), para poner a Dios y a los demás en el centro de la propia vida; “cargar la propia cruz” (v. 34), es decir, aceptar las consecuencias de la donación de sí mismo; y perdiendo la vida, salvarla (v. 35).
Finalmente, podemos decir que reconocer a Jesús, no es garante absoluto de que lo estamos siguiendo. Seguirlo, nunca es obligatorio; al contrario, siempre es para cada persona una decisión libre. De ahí que, no es suficiente hacer confesiones fáciles que en nada comprometen mi vivir para seguir a Jesús. Seguir a Jesús, implica para el verdadero discípulo, estar abierto para construir un mundo más humano, digno y dichoso; es disponerse a renunciar a los proyectos o planes personales que se oponen al Reino de Dios; es discernir, elegir y vivir lo que quiere Dios, lo que colabora y construye su Reino.
Jesús, Señor nuestro, Maestro. Queremos caminar, seguir y seguir, no queremos descansar, ni llegar a la meta. Queremos ser sólo caminantes detrás de Ti y hacia Ti. Que no lleguemos nunca a la definitiva conversión, a ser perfectos, a mirar a los demás desde la cima. Concédenos la alegría de acoger con libertad tu cruz, renunciar a nosotros mismos perdiendo la vida por Ti, y colaborar con la obra del Padre siguiendo tus pasos.

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