XXIII
Domingo Ordinario (Mc 7, 31-37)
“Después, mirando
al cielo, suspiró y le dijo: ‘¡Effetá!’ (que
quiere decir ‘¡Ábrete!’)”
En este domingo, podemos distinguir el
contraste con el evangelio del domingo pasado, en donde aparece una actitud
cerrada de los maestros de la Ley. Jesús
“abre” (v. 34) fronteras y se va a
territorio pagano (v. 31).
Es evidente que el sordomudo (v. 32) aparece como
representante de todas aquellas personas que han sido marginadas por los
maestros de la Ley por no ser judíos (llamados paganos): no se les permite escuchar ‑“sordos”
(v. 37)‑ la Palabra liberadora y no
pueden expresar ‑“mudos” (v. 37)‑ su
fe, que les es negada. Jesús “toca”
(v. 33) la realidad para poderle dar
respuesta. Y, tocándola, señala donde están las dificultades que Él viene a
combatir. Su acción de “tocar”, se añade a la acción de orar ‑“mirando al
cielo” (v. 34)‑. Y actúa, al mismo tiempo, con la fuerza de su Palabra (34).
El sordomudo que recobra el pleno uso
de sus facultades sensoriales (v. 35), que le permitirán escuchar la palabra
reveladora y comunicarla a su vez, se
convierte en el signo de aquel que se abre a la acogida del misterio de Jesús.
En medio de los paganos, a los que Él
mismo se ha abierto, puede “abrir” los oídos y las bocas (v. 34). Libera a
los que están atados. Y los pone en
disposición de escuchar la voz de Dios y de ser evangelizadores (v. 35).
Sin duda, Marcos
quiere que esta palabra de Jesús resuene con fuerza en las comunidades
cristianas que leerán su relato. Conoce a más de uno que vive sordo a la
Palabra de Dios. Cristianos que no se abren a la Buena Noticia de Jesús ni
hablan a nadie de su fe. Comunidades sordomudas que escuchan poco el Evangelio
y lo comunican mal.
Tal vez uno de los
pecados más graves de los cristianos es esta sordera. No nos detenemos a
escuchar el Evangelio de Jesús. No
vivimos con el corazón abierto para acoger sus palabras. Por eso, no
sabemos escuchar con paciencia y compasión a tantos que sufren sin recibir
apenas el cariño ni la atención de nadie.
A veces se diría que la Iglesia, nacida de Jesús para
anunciar la Buena Noticia de Jesús, va haciendo su propio camino, lejos de la
vida concreta de preocupaciones, miedos, trabajos y esperanzas de la gente. Si no escuchamos bien las llamadas de
Jesús, no pondremos palabras de esperanza en la vida de los que sufren.
Señor Jesús, que
emitiste un suspiro frente aquel sordomudo, y le demostraste compasión y
conmoción, que se transformaron en curación. Rompe hoy, la dureza de nuestro corazón que nos impide compadecernos,
compartir y conmovernos ante muchos de nuestros semejantes. Repítenos hoy
aquel mismo “effetá” para que nos
abramos a la escucha, a la comprensión profunda de las personas y de sus
dificultades. Que “escuchándote” bien, nos comprometamos de tal modo, que
externemos “sin tartamudeces” tu actuar en nuestra vida.
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