martes, 11 de septiembre de 2012

Al encuentro con la Palabra

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XXIII Domingo Ordinario (Mc 7, 31-37)
Después, mirando al cielo, suspiró y le dijo: ‘¡Effetá!’ (que quiere decir ‘¡Ábrete!’)
            En este domingo, podemos distinguir el contraste con el evangelio del domingo pasado, en donde aparece una actitud cerrada de los maestros de la Ley. Jesús “abre” (v. 34) fronteras y se va a territorio pagano (v. 31).
            Es evidente que el sordomudo (v. 32) aparece como representante de todas aquellas personas que han sido marginadas por los maestros de la Ley por no ser judíos (llamados paganos): no se les permite escuchar ‑“sordos” (v. 37)‑ la Palabra liberadora y no pueden expresar ‑“mudos” (v. 37)‑ su fe, que les es negada. Jesús “toca” (v. 33) la realidad para poderle dar respuesta. Y, tocándola, señala donde están las dificultades que Él viene a combatir. Su acción de “tocar”, se añade a la acción de orar ‑“mirando al cielo” (v. 34)‑. Y actúa, al mismo tiempo, con la fuerza de su Palabra (34).
            El sordomudo que recobra el pleno uso de sus facultades sensoriales (v. 35), que le permitirán escuchar la palabra reveladora y comunicarla a su vez, se convierte en el signo de aquel que se abre a la acogida del misterio de Jesús. En medio de los paganos, a los que Él mismo se ha abierto, puede “abrir” los oídos y las bocas (v. 34). Libera a los que están atados. Y los pone en disposición de escuchar la voz de Dios y de ser evangelizadores (v. 35).
            Sin duda, Marcos quiere que esta palabra de Jesús resuene con fuerza en las comunidades cristianas que leerán su relato. Conoce a más de uno que vive sordo a la Palabra de Dios. Cristianos que no se abren a la Buena Noticia de Jesús ni hablan a nadie de su fe. Comunidades sordomudas que escuchan poco el Evangelio y lo comunican mal.
            Tal vez uno de los pecados más graves de los cristianos es esta sordera. No nos detenemos a escuchar el Evangelio de Jesús. No vivimos con el corazón abierto para acoger sus palabras. Por eso, no sabemos escuchar con paciencia y compasión a tantos que sufren sin recibir apenas el cariño ni la atención de nadie.
            A veces se diría que la Iglesia, nacida de Jesús para anunciar la Buena Noticia de Jesús, va haciendo su propio camino, lejos de la vida concreta de preocupaciones, miedos, trabajos y esperanzas de la gente. Si no escuchamos bien las llamadas de Jesús, no pondremos palabras de esperanza en la vida de los que sufren.
            Señor Jesús, que emitiste un suspiro frente aquel sordomudo, y le demostraste compasión y conmoción, que se transformaron en curación. Rompe hoy, la dureza de nuestro corazón que nos impide compadecernos, compartir y conmovernos ante muchos de nuestros semejantes. Repítenos hoy aquel mismo “effetá” para que nos abramos a la escucha, a la comprensión profunda de las personas y de sus dificultades. Que “escuchándote” bien, nos comprometamos de tal modo, que externemos “sin tartamudeces” tu actuar en nuestra vida.

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