XXXII
Domingo Ordinario (Mc 12, 38-44)
“No estás lejos del Reino de Dios”
Atacados
los maestros de la ley en el plano doctrinal (vv. 28b-37), ahora lo son también
en plano de la vida práctica (vv. 38-44). Ya ha roto de una manera definitiva
con los jefes, con la clase dirigente. Le
interesa ahora solo poner en guardia a la gente sencilla. Las acusaciones
dirigidas a los escribas, se pueden resumir en estos defectos: vanidad,
hipocresía y codicia. La enseñanza de
Jesús es totalmente opuesta a la de los escribas.
La vanidad (vv.38-39), se cita la
costumbre de pasear pomposamente envueltos en sus balandranes de terciopelo, el
complacerse con reverencias y los saludos de la gente obsequiosa, el
acaparamiento de los asientos de honor. Jesús,
ha enseñado a los suyos a ser los últimos y servidores de todos. La hipocresía (v. 40), consiste ante todo
en una devoción ostentosa, basada en la cantidad y en la extensión de las
oraciones, ofrecida en espectáculo para recabar admiración y estima,
especialmente, por parte de las mujeres. Jesús,
les enseña a tener fe y perdonar. La codicia
(v. 40), da a entender de una manera muy clara que su religiosidad era falsa.
En vez de ayudar a los pobres, a los indefensos, no dudan en explotarlos sin
pudor, aprovechándose incluso de su hospitalidad. Con otras palabras, se sirven
de su prestigio religioso para recabar utilidades materiales a costa de los
simples, de la gente desposeída. Jesús,
enseña a acoger a los pequeños y a los indefensos.
Lo
que Jesús critica de los escribas es propio de toda persona religiosa cuando en
su vida no hay unidad entre el primer y segundo mandamientos (vv. 29-33). Las controversias concluyen tras haber sido
desenmascarados los maestros de la ley. Las posesiones matan la capacidad
de compartir, la capacidad de asumir el riesgo del don gratuito, es decir, de
dar, de dar fruto
La
escena de la ofrenda de la “viuda pobre” (vv. 41-44) contrapone a “todos” los
ricos (v. 44) a esta mujer que lo da “todo” (v. 44). La mujer, hace recordar a
los pobres de Yahveh, a los pequeños, a los huérfanos y forasteros. Hace
recordar al auténtico Israel a quien Dios auxilia. Dar todo lo que tiene para vivir (v. 44), es dar con desprendimiento. Es
ponerse totalmente en manos de Dios. Esta generosidad de la viuda contrasta
totalmente con la ostentación de los ricos y la actitud de los escribas, devoradores
de los bienes de las viudas (v. 40).
Su
gesto nos descubre el corazón de la verdadera religión: confianza grande en Dios, gratuidad sorprendente, generosidad y amor
solidario, sencillez y verdad. No conocemos el nombre de esta mujer ni su
rostro. Hoy, tantas mujeres y hombres de
fe sencilla y corazón generoso son lo mejor que tenemos en la Iglesia. No
escriben libros ni pronuncian sermones, pero son los que mantienen vivo entre
nosotros el Evangelio de Jesús. De ellos hemos de aprender.
“Padre, me pongo en tus manos. Haz de mí lo
que quieras. Sea lo que sea que hagas de mí, te lo agradezco. Estoy dispuesto a
todo, lo acepto todo, con tal que tu voluntad se cumpla en mí y en todas tus
criaturas. No deseo nada más, Padre. Te confío mi vida, te la doy con todo el
amor de que soy capaz. Porque te amo y necesito darme a Ti, ponerme en tus
manos, sin limitación, sin medida, con una confianza infinita, porque Tú eres
mi Padre” (Charles de Foucauld).
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