lunes, 30 de diciembre de 2013

Al encuentro con la Palabra


La Sagrada Familia (Mt 2,13-15.19-23)
“Que todos seamos uno, así como Jesús y su Padre son uno”

 La fiesta de la Sagrada Familia es la fiesta de todas las familias, ya que toda familia es sagrada, por ser templo donde Dios-Amor comunica la vida por amor a través del amor de los padres, y donde en el amor enriquece la vida de los esposos y de los hijos con dones de Dios para usar, gozar, agradecer y compartir con gratitud y alegría.

 Jesús, el Hijo de Dios, quiso nacer en una familia, pues la familia unida en el amor es el ambiente privilegiado e insustituible para el desarrollo normal y el crecimiento sano y feliz de los hijos. Para la persona no existe bien humanamente más grande que un hogar donde el padre y la madre se aman, aman a sus hijos y son correspondidos.

 Jesús se dedica enteramente a que todos sientan a Dios como Padre y todos aprendan a vivir como hermanos. Este es el camino que conduce a la salvación del género humano.
 
Para algunos, la familia actual se está arruinando porque se ha perdido el ideal tradicional de “familia cristiana”. Para otros, cualquier novedad es un progreso hacia una sociedad nueva. Pero, ¿cómo es una familia abierta al proyecto humanizador de Dios? ¿Qué rasgos podríamos destacar?

 Amor entre los esposos. Es lo primero. El hogar está vivo cuando los padres saben quererse, apoyarse mutuamente, compartir penas y alegrías, perdonarse, dialogar y confiar el uno en el otro. La familia se empieza a deshumanizar cuando crece el egoísmo, las discusiones y malentendidos.

Relación entre padres e hijos. No basta el amor entre los esposos. Cuando padres e hijos viven enfrentados y sin apenas comunicación alguna, la vida familiar se hace imposible, la alegría desaparece, todos sufren. La familia necesita un clima de confianza mutua para pensar en el bien de todos.

 Atención a los más frágiles. Todos han de encontrar en su hogar acogida, apoyo y comprensión. Pero la familia se hace más humana sobre todo, cuando en ella se cuida con amor y cariño a los más pequeños, cuando se quiere con respeto y paciencia a los mayores, cuando se atiende con solicitud a los enfermos o discapacitados, cuando no se abandona a quien lo está pasando mal.

 Apertura a los necesitados. Una familia trabaja por un mundo más humano, cuando no se encierra en sus problemas e intereses, sino que vive abierta a las necesidades de otras familias: hogares rotos que viven situaciones conflictivas y dolorosas, y necesitan apoyo y comprensión; familias sin trabajo ni ingreso alguno, que necesitan ayuda material; familias de inmigrantes que piden acogida y amistad.

 Crecimiento de la fe. En la familia se aprende a vivir las cosas más importantes. Por eso, es el mejor lugar para aprender a creer en ese Dios bueno, Padre de todos; para conocer el estilo de vida de Jesús; para descubrir su Buena Noticia; para rezar juntos en torno a la mesa; para tomar parte en la vida de la comunidad de seguidores de Jesús. Estas familias cristianas contribuyen a construir ese mundo más justo, digno y dichoso querido por Dios. Son una bendición para la sociedad.
Dios y Padre nuestro, asiste a nuestra familia con la gracia de tu Espíritu y la presencia Hijo, para que en nuestros hogares, a ejemplo del hogar de Nazareth, cada uno de sus integrantes podamos escuchar tu voz, discernir tu palabra y vivir de acuerdo a tu voluntad.
 

jueves, 26 de diciembre de 2013

Al encuentro con la Palabra


Domingo IV de Adviento y
Misa Vespertina de la Vigilia de la Natividad de Nuestro Señor Jesucristo (Mt 1,18-24)
“Dios se ha hecho hombre, y ha venido a habitar entre nosotros"

 Bien es sabido que entre los hebreos no se le ponía al recién nacido un nombre cualquiera, de forma arbitraria, pues el "nombre", como en casi todas las culturas antiguas, indica el ser de la persona, su verdadera identidad, lo que se espera de ella.

 De ahí que, el evangelista Mateo, tenga tanto interés en explicar desde el comienzo a sus lectores el significado profundo del nombre de quien va a ser el protagonista de su relato. El "nombre" de ese niño que todavía no a nacido es "Jesús", que significa "Dios salva". Se llamará así porque "salvará a su pueblo de los pecados".

 Mateo le asigna además otro nombre: "Emmanuel". Sabe que nadie ha sido llamado así a lo largo de la historia. Significa "Dios con nosotros". Un nombre que le atribuimos a Jesús los que creemos que, en él y desde él, Dios nos acompaña, nos bendice y nos salva.

 La Navidad está tan desfigurada que parece casi imposible hoy ayudar a alguien a comprender el misterio que encierra. Tal vez hay un camino, pero lo ha de recorrer cada uno. No consiste en entender grandes explicaciones teológicas, sino en vivir una experiencia interior humilde ante Dios.
 
Las grandes experiencias de la vida son un regalo, pero, de ordinario, solo las viven quienes están dispuestos a recibirlas. Para vivir la experiencia del Hijos de Dios hecho hombre hay que prepararse por dentro. El evangelista Mateo nos viene a decir que Jesús, El niño que nace en Belén, es el único al que podemos llamar con toda verdad "Emmanuel", que significa "Dios con nosotros".
 
La Navidad es mucho más que todo ese ambiente superficial y manipulado que se respira esos días en nuestras calles. Una fiesta mucho más honda y gozosa que los artilugios de nuestra sociedad de consumo. Los creyentes tenemos que recuperar de nuevo el corazón de esta fiesta y descubrir, detrás de tanta superficialidad y aturdimiento, el misterio que da origen a nuestra alegría.
 
No entenderemos la navidad si no sabemos hacer silencio en nuestro corazón, abrir nuestra alma al misterio de Dios que se nos acerca, acoger la vida que se nos ofrece y saborear la fiesta de la llegada de un Dios Amigo.

 En medio de nuestro vivir diario, a veces tan aburrido, apagado y triste, se nos invita a la alegría. "No puede haber tristeza cuando nace la vida"(san León Magno). No se trata de una alegría insulsa y superficial. La alegría de quienes están alegres sin saber por qué. "Nosotros tenemos motivos para el júbilo radiante, para la alegría plena y para la fiesta solemne: Dios se ha hecho hombre, y ha venido a habitar entre nosotros" (Leonardo Boff).

 Dios nuestro, que de modo admirable creaste al hombre a tu imagen y semejanza , y de modo más admirable lo elevaste con el nacimiento de tu Hijo, concédenos participar de la vida divina de aquel que ha querido participar de nuestra humanidad.   

jueves, 19 de diciembre de 2013

Al encuentro con la Palabra


Domingo III de Adviento (Mt 11,2-11)
"¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?".

 Hasta la presión de Maqueronte, donde está encerrado por Antipas, le llegan al Bautista noticias de Jesús. Lo que oye le deja desconcertado. No responde a sus expectativas. Él espera un Mesías que se imponga con la fuerza terrible del juicio de Dios, salvando a quienes han acogido su bautismo y condenando a quienes lo han rechazado. ¿Quién es Jesús?

 Para salir de dudas, encarga a dos discípulos que pregunten a Jesús sobre su verdadera identidad: "¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?". La pregunta era decisiva en los primeros momentos del cristianismo.

 La respuesta de Jesús no es teórica sino muy concreta y precisa: "Vayan a contar a Juan lo que están viendo y oyendo". Le preguntan por su identidad, y Jesús les responde con su actuación curadora. Las "obras" que presenta a los enviados del bautista no sin gestos justicieros, sino servicio liberador a los que necesitan vida. El gesto que mejor descubre su verdadera identidad es su tarea de curar, sanar y liberar la vida

 Para conocer a Jesús, lo mejor es ver a quiénes se acerca y a qué se dedica. Para captar bien su identidad no basta confesar teóricamente que es el Mesías, Hijo de Dios. Es necesario sintonizar con su modo de ser Mesías, que no es otro sino el de aliviar el sufrimiento, curar la vida y abrir un horizonte de esperanza a los pobres. La vida de Jesús es la de alguien cercano a los necesitados; de aun hombre en el que se encarna Dios para salvar a sus hijos e hijas del mal.
 
Señor Jesús, ahora que nos encaminamos para contemplar tu encarnación ayúdanos para no quedarnos desde nuestra experiencia de fe en la superficialidad festiva de la Navidad. Inspirados en este evangelio con humildad te pedimos que si nos encuentras ciegos, nos des la vista para reconocerte presente en nuestra historia; si estamos cojos por nuestro ensimismamiento y egoísmo nos des la capacidad de andar para servir a los demás; si estamos como leprosos lacerados por nuestros problemas nos des Sabiduría para salir adelante; si nos encontramos sordos, nos des la capacidad de escuchar tu voz y el sufrimiento de los demás para  hacernos solidarios y hermanos; si estamos en la fe a punto de fenecer, danos confianza y esperanza para que la vivamos con entereza; y reconociendo tu grandeza ante nuestra pobreza, no dejes de ser para nosotros anuncio de buena nueva.
 

lunes, 9 de diciembre de 2013

Al encuentro con la Palabra


Domingo II de Adviento
A Jesús, solo se le sigue en actitud de conversión

 Dentro del camino que hemos iniciado el domingo anterior, la liturgia pone ante nosotros la figura del Bautista en el Jordán. Juan es un profeta original e independiente que provoca un fuerte impacto en el pueblo. Son las primeras generaciones cristianas quienes lo vieron como el hombre que preparó el camino a Jesús. Hay algo nuevo y sorprendente en este profeta. No predica en Jerusalén, como Isaías y otros profetas: vive apartado de la élite del templo. Se dice de él que es "una voz que grita en el desierto", un lugar que no puede ser fácilmente controlado por ningún poder.

Sin embargo, es en el desierto en donde se puede escuchar a Dios en el silencio y la soledad. Es el mejor lugar para iniciar la conversión a Dios preparando el camino a Jesús. Sabemos de sobra que a Jesús, solo se le sigue en actitud de conversión, una conversión que hemos de iniciar ahora mismo, para transmitirla como talante y como aliento a las comunidades venideras. Una conversión que hemos de alimentar y sostener entre todos. Solo una Iglesia en actitud de conversión es digna de Jesús.
 
Son bastantes los cristianos que se han quedado en la religión del Bautista. Han sido bautizados con "agua", pero no conocen el bautismo del "Espíritu". Tal vez es necesario dejarnos transformar por el Espíritu que transformó a Jesús ¿Cómo vive Jesús, lleno del Espíritu de Dios, al salir del Jordán?

Jesús se aleja del Bautista y comienza a vivir desde un horizonte nuevo. No hay que vivir preparándonos para el juicio inminente de Dios. Es el momento de acoger a Dios Padre que busca hacer de la humanidad una familia más justa y fraterna. Este es el camino que tendremos que preparar. Quien no vive desde esta perspectiva no conoce todavía qué es ser cristiano.

Movido por esta convicción, Jesús deja el desierto y marcha a Galilea a vivir de cerca los problemas y sufrimientos de las gentes. Jesús abandona también el lenguaje amenazador del Bautista y comienza a contar parábolas que nunca se le habían ocurrido a Juan. El mundo ha de saber lo bueno que es Dios que busca y acoge a sus hijos perdidos, porque sólo quiere salvar, no condenar. Jesús deja la vida austera del desierto y se dedica a hacer gestos de bondad que el Bautista nunca había hecho. Cura enfermos, defiende a los pobres, toca a los leprosos, acoge a su mesa a pecadores y prostitutas, abraza a niños y niñas de la calle. La gente tiene que sentir la bondad de Dios en su propia carne. Quien habla de un Dios bueno y no hace los gestos de bondad que hacía Jesús desacredita su mensaje.

 Es muy fácil quedarse en la vida "sin caminos" hacia Dios. No hace falta ser ateo. No es necesario rechazar a Dios de manera consciente. Basta seguir la tendencia general de nuestros días e instalarnos en la indiferencia religiosa. Poco a poco, Dios desaparece de nuestro horizonte. Cada vez interesa menos. ¿Es posible recuperar hoy caminos hacia Dios?

 Hoy en día, tendremos que ser consciente de que estamos llenando nuestra existencia de cosas, y nos estamos quedando vacíos por dentro. Vivimos informados de todo, pero ya no sabemos hacia donde orientar nuestra vida. Nos creemos las generaciones más inteligentes y progresistas de la historia, pero no sabemos entrar en nuestro corazón para adorar o dar gracias.

Señor Jesús, ahora que hemos encendido el segundo cirio de nuestra corona de adviento, te pedimos que seas Tú la luz que necesitamos en nuestro caminar por la existencia. Queremos, si es necesario, abrir caminos nuevos que nos lleven al Dios de la vida, y caminos que nos lleven a encontrarnos con los más necesitados de nuestra familia humana. Ayúdanos a ser sensibles a las voces y acciones de hombres y mujeres, que nos ayudan a preparar y recorrer el camino que nos conduce al Belén de nuestra historia, para contemplar en ella tu encarnación.

lunes, 2 de diciembre de 2013

Al encuentro con la Palabra


Domingo I de Adviento (Mt 24, 37)
También ustedes estén preparados.

 
Los evangelios ponen en boca de Jesús un discurso sobre este final, y siempre destacan una exhortación: "vigilen", "estén alerta", "vivan despiertos". las primeras generaciones cristianas dieron mucha importancia a esta vigilancia. El fin del mundo no llegaba tan pronto como algunos pensaban. Sentían el riesgo de irse olvidando poco a poco de Jesús y no querían que los encontrara un día dormidos.

¿Cómo vivimos hoy los cristianos?, ¿seguimos despiertos o nos hemos ido durmiendo poco a poco? ¿Vivimos atraídos por Jesús o distraídos por toda clase de cuestiones secundarias? ¿Le seguimos a él o hemos aprendido a vivir al estilo de todos?

Vigilar es antes que nada despertar de la inconsciencia. Vivimos el sueño de ser cristianos cuando, en realidad no pocas veces nuestros intereses, actitudes y estilo de vivir no son los de Jesús. Este sueño nos protege de buscar nuestra conversión personal y la de la Iglesia.

 Vigilar es vivir atentos a la realidad. Vivir más atentos a su presencia misteriosa entre nosotros. Es no vivir inmunes a las llamadas del evangelio. El gran riesgo de los cristianos  es instalarnos en nuestras creencias, "acostumbrarnos" al evangelio y vivir adormecidos en la observancia tranquila de una religión apagada. Entonces, ¿cómo despertar?

 Se trata de volver a Jesús, de reavivar la experiencia de Dios. Lo esencial del evangelio no se aprende desde fuera. Lo que descubre cada uno en su interior como Buena Noticia de Dios. Hemos de aprender y enseñar caminos para encontrarnos con Dios. Atrevernos a ser diferentes. Responder a la llamada a vivir.

 Señor, despierta en nosotros el deseo de prepararnos a la venida de Cristo por la práctica de las buenas obras.

domingo, 17 de noviembre de 2013

Al encuentro con la Palabra


XXXIII DOMINGO ORIDINARIO
“Yo estaré con Ustedes hasta el último día”

Estamos ya al final del año litúrgico, que cierra el próximo domingo con la fiesta de Cristo Rey. Lucas, al igual que Marcos y Matero, terminan la enseñanza de Jesús con lo que conocemos como el discurso escatológico, es decir, el discurso que se refiere  al final de los tiempos y la segunda venida del Hijo del Hombre, el resucitado que viene a dar plenitud al proyecto de salvación que el Padre le encomendó. Pero lo hace con un lenguaje que se llama “apocalíptico” muy ajeno a nuestra cultura, pero que era propio a la cultura del pueblo de Israel. Lo importante es descubrir el mensaje que el Señor nos quiere dar a través de un lenguaje que es raro para nosotros.
El discurso escatológico es precedido por los comentarios que algunos hacían ponderando la solidez y la grandiosidad de la construcción del templo de Jerusalén y la belleza de las ofrendas votivas que lo adornaban, y el comentario que Jesús hace: “Días vendrán en que no quedará piedra sobre piedra de todo esto que están admirando; todo será destruido”. Palabras desconcertantes para sus oyentes.
El Templo, como espacio y lugar de encuentro del hombre con Dios y todo lo que significó en la historia del pueblo de Dios, ha dejado de tener sentido. Pasa lo “viejo” para cederle su lugar a lo “nuevo”, el nuevo templo, el nuevo espacio de encuentro del hombre con Dios es la humanidad de Jesús, nuevo templo de Dios.
A las preguntas de cuando tendrá lugar la catástrofe (la destrucción del templo) y cuál será el signo que la anuncie previamente, Jesús responde con un extenso discurso, el llamado “discurso escatológico”, porque se extiende hasta los acontecimientos últimos, que culminan con la venida del Hijo del Hombre.
Ciertamente las piedras del templo caerán bajo los golpes de las legiones romanas en el año 70, destrozando también la ciudad de Jerusalén.
La enseñanza de Jesús nos lleva a comprender que el final del templo no coincide con el final del tiempo ni con su segunda venida. Antes deben tener lugar diversos hechos, aparecerán falsos profetas que se harán pasar por el Mesías y anunciarán que el fin es inminente. Estallarán guerras y revueltas. Los desconciertos de la historia irán acompañados de calamidades (terremotos, carestías, pestes) y fenómenos extraordinarios (aparecerán en el cielo señales prodigiosas y terribles que según la tradición apocalíptica, constituyen los signos que nos hablan del fin del tiempo presente. Pero Jesús insiste: “Cuídense que nadie los engañe… que no los domine el pánico, porque eso tiene que acontecer, pero todavía no es el fin”.
Además de los sufrimientos que afligirán a la humanidad, los discípulos serán objeto de persecución, tanto entre los judíos como entre los gentiles, y serán traicionados incluso por amigos y familiares. Algunos sufrirán muerte violenta.
¿Qué descubrimos en el trasfondo del evangelio de hoy?
Ante los profundos cambios socioculturales que se están produciendo en nuestros días y la crisis religiosa que sacude las raíces de nuestra fe cristiana, nos han de urgir a buscar en Jesús la luz y la fuerza que necesitamos para leer y vivir estos tiempos de manera lúcida y responsable. El evangelio de hoy nos lleva a descubrir varias llamadas:
Llamada al realismo. En ningún momento augura Jesús a sus seguidores un camino fácil de éxito y gloria. Al contrario, les da a entender que su largara historia estará  llena de dificultades y de luchas. El caminar de la Iglesia a través de los tiempos no será fácil. Pero, Él estará con nosotros, Él hace el camino con nosotros. Llamada al realismo, pero también a la esperanza.
Llamada a la vigilancia y al discernimiento. En momentos de crisis, desconcierto y confusión no es extraño que se escuchen mensajes y revelaciones proponiendo caminos nuevos de salvación. El discípulo de Cristo tendrá que tener una actitud de vigilancia y discernimiento para no dar crédito a mensajes ajenos al Evangelio, ni fuera ni dentro de la Iglesia.
Es la hora del testimonio. Los tiempos difíciles no han de ser tiempos para los lamentos o el desaliento. No es la hora de la resignación, la pasividad o el dar marcha atrás. En los tiempos difíciles “tendrán ocasión de dar testimonio”, no dice el Señor  Tiempos de reavivar la conciencia de ser testigos humildes pero conscientes de su persona y de su proyecto de salvación.
Finalmente, llamado a la perseverancia. “Si se mantienen firmes, conseguirán la vida” Es el momento de cultivar un estilo de vida cristiana perseverante y tenaz que nos ayude a responder a nuevos retos sin perder la paz ni la lucidez.





domingo, 20 de octubre de 2013

Al encuentro con la Palabra


Domingo Mundial de las Misiones (Mc. 16, 15-20)
“Vaya por todo el mundo y prediquen la Buena Noticia del Reino a toda creatura”

Hoy celebramos el Domingo Mundial de las Misiones. Hay un doble objetivo que se pretende alcanzar en este día: primero, impulsar la conciencia misionera de toda la Iglesia; segundo, promover la solidaridad, a través de la oración y nuestro apoyo económico, con el trabajo misionero en los países que llamamos de misión. La celebración de hoy es una ocasión muy apta para meditar en la naturaleza de la Iglesia y en el sentido de la misión que ha recibido de su Señor. El Evangelio que leemos en el ciclo C es el final del Evangelio de Marcos.

Hay una convicción misionera elemental que tuvieron los primeros cristianos: había que ir “por todo el mundo” porque debían proclamar la Buena Noticia a toda la creación, a todos sin excepción. El deseo de ir a todas partes respondía al convencimiento de que realmente la Buena Nueva del Reino, había llegado con Jesús debería estar al alcance de todas las personas y era además, el encargo final recibido del Señor. el envío está enmarcado en el hecho de la resurrección y de la ascensión para acentuar el hacho de que Jesús ha cumplido con fidelidad su misión y enfatizar la corresponsabilidad de los discípulos. Jesús ya no estará más visiblemente en medio de ellos para decirles en cada momento lo que deben hacer; ahora ellos deberán,  a partir de los principios y valores que Él ha vivido y guiados por el Espíritu Santo, responder a las nuevas circunstancias. Es decir, el evangelio quiere presentar a los enviados por Jesús como continuadores de la misión que Él ha recibido de su Padre; los presenta como auténticos corresponsables.

La ascensión, además de enfatizar la corresponsabilidad de los discípulos, sirve para presentar a Jesucristo como el testigo por excelencia, por eso dice que “subió al cielo y está sentado a la derecha de Dios”.

Con al ascensión, Marcos no desea remarcar la partida del Señor, sin os fidelidad en el cumplimiento de la voluntad del Padre, esta fidelidad llega a tal extremo que seguirá colaborando con ellos: “Ellos fueron y proclamaron el Evangelio por todas partes y el Señor actuaba con ellos y confirmaba su predicación con los milagros que hacían”, cuidará de ellos para que puedan cumplir adecuadamente su tarea. Aquel que había pasado del tiempo a la eternidad, de lo visible a no invisible, de los seres humanos a Dios, los acompaña ahora, de diferente manera, pero con la misma eficacia e intensidad que cuando estaba con ellos físicamente.

Sin duda, estas palabras que cierran el Evangelio de Marcos y que expresan con gran fuerza la misión de la Iglesia, eran escuchadas con entusiasmo cuando los cristianos estaban en plena expansión y sus comunidades se multiplicaban por todo el Imperio romano, pero ¿Cómo escucharlos hoy cuando nos vemos impotentes para hacernos escuchar en este mundo moderno que ha perdido el sentido de Dios, del hombre y del mundo? ¿Cómo escucharlos hoy al interior de nuestras comunidades donde la fe languidece y se perdido la identidad y el entusiasmo misionero?
Lo primero es vivir desde la confianza absoluta en la acción de Dios. La Misión es de Él. Jesús nos ha enseñado que Dios sigue trabajando con amor infinito el corazón y la conciencia de todos sus hijos e hijos, aunque nosotros los consideramos “ovejas perdidas”. El sigue actuando en la Iglesia y fuera  de la Iglesia. Nadie vive abandonado por Dios. Pero todo esto no nos dispensa de nuestra responsabilidad.

Tenemos que recuperar nuestra conciencia misionera.  Además, hemos de empezar a hacernos nuevas preguntas ¿Por qué caminos andan buscando Dios a los hombres y mujeres  de la cultura moderna¿ ¿Cómo hacer presente al hombre y a la mujer de nuestros días la Buena Noticia de Jesús?  ¿Qué llamadas nos está haciendo Dios para transformar nuestra forma tradicional de pensar, expresar, celebrar y encarnar la fe cristiana de manera que propiciemos la acción de Dios en la cultura moderna?

Preguntas inquietantes que tenemos que responder con sinceridad si queremos ser fieles a la misión recibida del Señor.

El Evangelio tiene fuerza para inaugurar un cristianismo nuevo en cada época de la historia.

 

domingo, 29 de septiembre de 2013

Al encuentro con la Palabra


XXVI Domingo Ordinario (Lc. 16, 19-31)
“No fue capaz de ocuparse de él, aunque lo tenía tan cerca”

El Evangelio de hoy continúa el tema del evangelio de hace ocho días: la relación del discípulo con los bienes materias. Jesús utiliza una nueva parábola que el altamente emotiva y en ciertos momentos, también profundamente dramática, la parábola que conocemos como la “del rico Epulón"  que significa “banqueteador” – el texto evangélico no lo llama así; así se conoce en la tradición de la Iglesia.

Los personajes principales son dos, por una parte aparece un rico que goza opípara y egoístamente de su fortuna; por otra parte, aparece un pobre “que yacía a la entrada de su casa, cubierto de llagas y ansiando llenarse con las sobras que caían de la mesa del rico. Y hasta los perros se acercaban a lamerle las llagas”. Un contraste tremendamente dramático. Lucas subraya la fractura que existe entre la vida despreocupada del rico y la miseria del pobre.

Un dato significativo: el mendigo tiene nombre Lázaro, que significa “Dios ha ayudado” Según la manera de pensar de aquel tiempo, el nombre expresaba la realidad profunda de la persona, resumía su historia. Desde esta perspectiva el rico no tiene nombre porque no tiene historia, no es nadie.

De repente la situación se invierte dramáticamente. El evangelio cuenta de manera brevísima la muerte de ambos; del pobre dice que murió y “los ángeles lo llevaron al seno de Abraham”. Expresión judía que define el lugar del cumplimiento de todas las promesas de salvación hechas a Abraham. Lo que nosotros llamaríamos el cielo; y del rico se dice que también murió y lo enterraron. De acuerdo a la mentalidad judía, el “Hades” o “Sheol” era el abismo, el frío lugar de la muerte, lo opuesto al cielo. Los papeles se ha invertido; en vida Lázaro se limitaba a contemplar los banquetes del rico, ahora el pobre es el huésped, mientras el rico debe limitarse a ver.

Viene después el diálogo entre el rico y Abraham lleno de dramatismo. El rico se da cuenta de que su comportamiento lo ha conducido a un abismo insuperable: no puede ir a donde están Abraham y Lázaro y estos no pueden ir a donde se encuentra él. Y la situación llega a tal extremo que el que siempre ignoró a Lázaro, ahora lo necesita para algo tan sencillo como mojar en agua la punta de su dedo para refrescarse la lengua.

El evangelio en los introduce quizás la parte más importante de esta parábola: la necesidad de conversión por la Palabra, al rico le preocupan sus hermanos que muy probablemente están viviendo igual que como él vivió y quiere que mande a Lázaro para que los prevenga. La respuesta de Abraham es categórica; tiene a Moisés y a los profetas, que los escuchen”. Y ante la insistencia del rico, Abraham le dice: “Si no escuchan a Moisés y a los profetas, no harán caso, ni aunque resucite un muerto”

¿Qué hay en el fondo le la parábola? Sería muy grave que alguien interpretara esta parábola diciendo “Los ricos se van al infierno y los pobres al paraíso” “los primeros tendrán su castigo por ser ricos, los segundos serán premiados por ser pobres”. Así que solo tengan un poco de paciencia y por fin llegará su momento. Ésta parábola no habla de resignación, tampoco trata de explicar principalmente las realidades  del “mas allá” la parábola quiere hablarnos del “más acá” Dos enseñanzas muy claras.
La primera “El más allá se juega en el “más acá” . es decir, la vida eterna se juega en esta vida temporal y se juega en la solidaridad fraterna que debiera existir entre los seres humanos. El rico no fue condenado por ser rico, sino porque fue incapaz de ver más allá de sus narices, o sea, más allá de sus propios intereses. Seducido por la riqueza, se encerró a gozarla egoístamente, incapacitándose para ver al pobre Lázaro que yacía en la miseria a la puerta de su casa. Lo tenía allí mismo, pero no lo vio. Lo ha excluido de su vida. Su pecado es la indiferencia egoísta. Ésta es la enseñanza profunda del evangelio de hoy: cuando la riqueza es “disfrute excluyente de la abundancia”, no hace crecer a la persona, sino que la deshumaniza, pues la va haciendo indiferente e insolidaria ante la desgracia ajena,, y lo mismo podríamos decir de cualquier tipo de riqueza, no únicamente del dinero y lo que este representa, como sería la intelectual y humana (cualidades), y la religiosa, todos los bienes de gracia que pertenecen al ámbito de la fe, que Dios nos ha dado. Porque se pueden vivir de la misma manera egoísta e insolidaria.

La segunda enseñanza está en la segunda parte de la parábola: La verdadera conversión no nace de las cosas extraordinarias y “milagrosas”, sino de la escucha atenta de la Palabra. Lo primero nos puede dejar admirados y sorprendidos por un momento; pero esto no cambia el corazón del hombre. Después se vuelve a lo de siempre. La parábola es un llamado muy fuerte a la conversión, pero para que sea auténtica tiene que nacer de la escucha atenta y acogida sincera de la Palabra. Palabra encarnada en la persona de Jesús, palabra revelada en su mensaje de salvación. Al leer y meditar este relato evangélico, nos sentimos  interpelados y cuestionados en nuestra conciencia de cristianos.

La parábola es un reto a nuestra vida satisfecha.

domingo, 15 de septiembre de 2013

Al encuentro con la Palabra


XXIV Domingo Ordinario (Lc 15, 1-32)
“Éste recibe a los pecadores y come con ellos”

Camino a Jerusalén el evangelista Lucas pone estas tres parábolas llamadas de la Misericordia. El contexto más inmediato está descrito en los versículos con que se inicia el capítulo 15: “Se acercaban a Jesús los publicanos y los pecadores para escucharlos, por lo cual los fariseos y los escribas murmuraban entre sí: “Éste recibe a los pecadores y come con ellos”. Jesús presenta tres bellísimas parábolas sobre la misericordia de Dios. Como es claro, los que murmuran contra Jesús no conocen el amor de Dios, no tienen idea de la superabundarcia de su amor que frente a nuestra miseria se transforma en misericordia.

En las tres parábolas que van a “in crescendo” se manifiestan elementos comunes que quiero subrayar primero para después ir a la tercera parábola que es la expresión más bella del amor misericordioso del Padre.

En las tres se describe a Dios que sale a buscar “al que estaba perdido hasta que lo encuentra” así sucede en la parábola de la oveja perdida y de moneda extraviada. En la tercera parábola, Dios es el Padre que va al encuentro del hijo que regresa.

En las tres se enfatiza también el gozo y la alegría de encontrar lo que estaba perdido: la oveja perdida que se ha encontrado; la moneda de plata que se ha encontrado y el hijo menor que se ha recuperado “sano y salvo” y por l mismo, se organiza una gran fiesta. Esto revela la realidad de un Dios que sale siempre al encuentro del hombre, realidad que llega a un máximo en el dinamismo del misterio de la encarnación: el amor de Dios que sale de sí mismo para ir al encuentro del hombre, haciéndose uno como nosotros, y salvar lo que estaba perdido y reunir a los hombres dispersos por el pecado.

Pero vayamos a la tercera parábola. La historia del hijo que abandona la casa paterna y despilfarra su patrimonio para acabar en la abyección es la historia del pecado.

El hijo menor que no ha sabido valorar su estancia en la casa del Padre, pide la parte de la herencia que le corresponde y se va a un país lejano donde malgastar todo su patrimonio hasta quedar en la miseria.

Sobreviene una gran hambre en aquella región y empezó a pasar necesidad. Entonces se puso a trabajar con un habitante de aquel país, el cual lo mandó a sus campos a cuidar cerdos. Realidad que tiene un simbolismo: ha tocado fondo, más bajo no se puede llegar. Él había salido de la casa paterna buscando nuevos caminos de felicidad y de vida, y lo único que ha encontrado es infelicidad y miseria.

Esta experiencia de infelicidad lo impulsa a la conversión haciendo que el muchacho entre en sí mismo y eche de menos la realidad de la gozaba en la casa de su padre y hace que se dispare la decisión: “Me levantaré, volveré a la casa de mi padre y le diré…” “En seguida se puso en camino hacia la casa de su padre”. El encuentro es conmovedor: movido por la compasión el padre ni siquiera quiere oír la dolorosa confesión del muchacho, sino que lo abraza y lo cubre de besos y le reintegra plenamente en su condición de hijo (simbolizado en el vestido, el anillo y las sandalias) y a continuación invita a todos a celebrar una fiesta “porque este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y lo hemos encontrado” y aquí aparece un nuevo personaje, el hijo mayor, cuya reacción nos hace comprender de inmediato que es la contrafigura de los fariseos y de los maestros de la ley, críticos respecto a Jesús. El padre también sale al encuentro de este hijo que encorajinado no quiere entrar a la fiesta. El hijo le reclama que él siempre ha estado en casa con él, que nunca le ha desobedecido. Pero en realidad ¿es cierto eso? Porque aunque físicamente siempre ha estado con su padre, hace años que también él salió de la casa, no físicamente pero sí moral y espiritualmente. Él nunca ha entendido el amor de su padre, y por lo mismo, jamás ha entrado en comunión con ese amor. Realidad de la que no es consciente y por lo mismo, no reconoce. Estas tres parábolas reflejan una realidad de Dios que nosotros jamás hubiéramos imaginado. Durante siglos se han elaborado discursos profundos sobre Dios, pero, ¿no es todavía hoy esta parábola de Jesús la mejor expresión de su misterio?

En la persona de Jesús y en su actitud con los alejados se refleja el amor misericordioso del Padre a todos sus hijos. La lección que el Señor da a sus adversarios es válida también para los discípulos, tanto si corren el riesgo de repetir la historia del “hijo pródigo” como si deben reconocerse  en la actitud del hermano mayor.


Al encuentro con la Palabra


Domingo XXIII (Lc. 14, 25-33)
“El que no carga su cruz y me sigue, no puede ser mi discípulo”

El contexto del Evangelio de hoy nos lo da el v25 con que se inicia la lectura de este domingo: “Caminaba con Jesús una gran muchedumbre" Jesús iba camino a Jerusalén, lo acompañaban sus discípulos y además una gran muchedumbre. Hace dos domingos, ante una pregunta que le hacía una persona “Señor son pocos los que se salvan”, Jesús respondió: “Esfuércense por entrar por la puerta estrecha.

Hace ocho días Jesús invitaba a sus discípulos a entrar con el camino de la humildad y del amor gratuito. Hoy Jesús (el amor de mi vida) nos pone con claridad frente a las exigencias del auténtico seguimiento.

Jesús exige a quien quiera hacerse discípulo suyo una adhesión personal que supere el amor a sus propia vida. “Si alguno quiere seguirme y no me prefiere a su padre y a su madre, a su esposa y a sus hijos, a sus hermanos y a sus hermanas, más aún a si mismo no puede ser mi discípulo” ¿De qué se trata?

Acostumbrados a hacer pasar como indispensables muchas cosas no necesarias y a ahogarse en el mar de los sentimientos y de los negocios hoy nos sentimos interpelados por esta página dura, exigente para que descubramos si somos o no discípulos de Cristo. No se trata de negar los afectos más queridos, pero sí de situarlos, o tal vez la palabra más correcta sea de resituarlos” en su verdadero lugar: debajo del amor a Cristo, no se admiten cláusulas, en el seguimiento no se admiten reservas que podrían agotar las fuerzas y desviar la atención. Hay que entregarse totalmente. Éste radicalismo no se cualifica por la cantidad de la renuncia, sino por la totalidad de la adhesión.

Y el Señor añade después: “y el que no carga con su cruz y me sigue, no puede ser mi discípulo”. ¿Qué significa cargar su cruz e ir tras Él? No se trata de buscar pequeñas mortificaciones, privándonos de satisfacciones para llegar por el sufrimiento a una comunión más profunda con Cristo. Sin duda es grande el valor de una ascesis cristiana, y más en una sociedad como la nuestra. Llevar la cruz de Cristo es aceptar las consecuencias de llevar una vida conforme a los valores del Evangelio y a las exigencias del Reino de Dios. Esto nos traerá necesariamente incomprensión y rechazo. La cruz de Jesús, fue consecuencia de su fidelidad al proyecto de salvación del Padre y de su amor liberador a los hombres. Vienen después dos pequeñas parábolas: la de quien quiere construir una torre , y la del rey que va a combatir a otro rey, pero que tienen una misma enseñanza: el que emprende un proyecto importante  de manera temeraria, sin examinar antes si tiene medios y fuerzas para lograr lo que pretende, como el riesgo de terminar fracasando. Su advertencia cobra gran actualidad en estos momentos críticos y decisivos para el futuro de nuestra fe. Jesús llama antes que nada a la reflexión madura: “se sientan” a reflexionar.


Sería una grave irresponsabilidad vivir hoy como discípulos de Jesús que no saben lo que quieren, ni a donde pretenden llegar, no con que medios han de trabajar. Jesús nos llama a seguirlo con realismo y con lucidez. Sería una temeridad en estos momentos a actuar de manera inconsciente e irresponsable. Nos expondríamos al fracaso, la frustración e incluso el ridículo.

Es un error pues, pretender ser discípulos de Jesús sin detenernos a reflexionar sobre las exigencias concretas que encierra seguir sus pasos y sobre las fuerzas con que hemos de contar para ello. Nunca pensó Jesús en seguidores inconscientes sino en personas lúcidas y responsables.

Vuelvo al versículo con que inicia el Evangelios de hoy. “Caminaba con Jesús, una gran muchedumbre” y van también sus discípulos. Podemos seguir as Jesús como 2muchedumbre” o como discípulos”. Lo primero significa seguirlo “en bola” sin ninguna conciencia de a donde se va y de las exigencias del seguimiento. Lo segundo significa seguirlo desde una opción personal, que conlleva una relación personal, la aceptación libre, consciente y lúcida de las exigencias del seguimiento. Sin esto no puede  haber un seguimiento auténtico.

domingo, 25 de agosto de 2013

Al encuentro con la Palabra


Domingo XXI
“Esfuércense en entrar por la puerta, que es angosta”

El contexto del Evangelio de hoy lo da la frase con que empieza “Jesús iba enseñando por ciudades y pueblos mientras se encaminaba a Jerusalén”. Jesús va camina a Jerusalén y aquí “el camino” más que un espacio físico por recorrer, es todo un símbolo: el camino del discipulado, Jesús que va instruyendo a sus discípulos en las exigencias del seguimiento e introduciéndolos en el misterio de su Pascua.
En este contexto surge una pregunta que le hace un personaje anónimo, que refleja el ansia y la mentalidad del mundo religioso judío, aunque también un problema que se plantean legítimamente los creyentes de todos los tiempos: “Señor, ¿es verdad que son pocos los que se salvan?”.  Jesús no responde directamente a la pregunta. La respuesta del Señor a esta pregunta nos hace comprender que lo que cuenta no es encontrar una solución a preguntas abstractas , “son pocos” o “son muchos” ¿de que sirve saberlo? Lo importante es implicarse con Él en un compromiso personal serio y exigente: “Esfuércense en entrar por la puerta, que es angosta”.
Esta frase responde a otro tipo de planteamiento ¿por qué caminos y con qué estilo de vida se accede a la salvación que Dios quiere darnos? Esto es lo verdaderamente importante. En tiempos de Jesús, la rama mayoritaria del rabinismo, insistía en que todo Israel participará en la salvación del mundo futuro por el simple hecho de pertenecer al pueblo elegido. Jesús echa abajo esta perspectiva afirmando que se acede a la salvación no por “privilegios” de raza o nación, sino que es preciso “entrar por la puerta, que es angosta”
De esta manera Jesús corta de raíz la reacción de quienes entienden su mensaje como una invitación al laxismo. Sería burlarse del Padre. La salvación no es algo que se recibe de manera irresponsable de un Dios permisivo. No es tampoco el “privilegio” de algunos elegidos, no basta ser hijos de Abraham. No es suficiente haber conocido en Mesías.
Jesús no quiere engañarnos. No basta simplemente con creer de palabra. No es suficiente con el sólo hecho de ir a Misa los domingos y llamarse “cristiano”, si esto no tiene ninguna incidencia en la vida.
Para entender correctamente su invitación a “entrar por la puerta, que es angosta!, hemos de recordar las palabras de Jesús que podemos leer en el Evangelio de Juan: “Yo soy la Puerta; si uno entra por Mi, se salvará” entrar por la puerta angosta es seguir a Jesús, acoger su Palabra, aprender a vivir como Él; tomar su cruz, entregar la vida como Él la entregó y confiar en el Padre que lo ha resucitado.
En este seguimiento de Jesús no todo se vale, no todo da igual; hemos de responder al amor del Padre con fidelidad. Lo que Jesús pide no es rigorismo legalista, sino amor radical a Dios y al hermano.
Por eso su llamada es fuente de exigencia, pero no de angustia. Jesús es una puerta siempre abierta, nadie la puede cerrar. Solo nosotros si nos cerramos a su perdón; al cambio.
Por otro lado ¿qué significa hoy la invitación de Jesús a “entrar por la puerta, que es angosta”?; vivimos en una sociedad que cada vez es mas permisiva y que ha olvidado que el esfuerzo y la disciplina son absolutamente necesarios. No hay otro camino. Si alguien pretende lograr su realización por el camino de lo agradable y placentero, por el camino del “menor esfuerzo” característico de esta sociedad, pronto descubrirá que cada vez es menos dueño de sí mismo. Nadie alcanza en la vida una menta realmente valiosa sin renuncia y sacrificio.
Esta renuncia no ha de ser entendida como una manera tonta de hacerse daño a sí mismo, privándose de la dimensión placentera que entraña vivir saludablemente. Se trata de asumir las renuncias necesarios para vivir de manera digna y positiva. En otras palabras se trata de asumir las exigencias del seguimiento de Jesús, sin el cual no hay realización plena en la vida. La vida es don, pero también es tarea, se humano es una dignidad pero también implica trabajo. No hay grandeza sin desprendimiento;   no hay libertad sin sacrificio; no hay vida sin renuncia. Uno de los errores más graves de la actual sociedad permisiva es confundir la “felicidad” con la “facilidad”
 La advertencia de Jesús  conserva todo su valor también en nuestros días. Sin renuncia no se gana ni esta vida, ni la eterna. El don de la salvación es gratuita pero tiene sus exigencias.