Domingo
I de Adviento (Mt 24, 37)
También ustedes estén preparados.
Los evangelios ponen en boca de Jesús un discurso sobre este final, y siempre destacan una exhortación: "vigilen", "estén alerta", "vivan despiertos". las primeras generaciones cristianas dieron mucha importancia a esta vigilancia. El fin del mundo no llegaba tan pronto como algunos pensaban. Sentían el riesgo de irse olvidando poco a poco de Jesús y no querían que los encontrara un día dormidos.
¿Cómo
vivimos hoy los cristianos?, ¿seguimos despiertos o nos hemos ido durmiendo
poco a poco? ¿Vivimos atraídos por Jesús o distraídos por toda clase de
cuestiones secundarias? ¿Le seguimos a él o hemos aprendido a vivir al estilo
de todos?
Vigilar es antes que nada despertar de la inconsciencia. Vivimos el sueño de ser cristianos cuando, en realidad no pocas veces nuestros intereses, actitudes y estilo de vivir no son los de Jesús. Este sueño nos protege de buscar nuestra conversión personal y la de la Iglesia.
Vigilar es vivir atentos a la realidad. Vivir más atentos a su presencia misteriosa entre nosotros. Es no vivir inmunes a las llamadas del evangelio. El gran riesgo de los cristianos es instalarnos en nuestras creencias, "acostumbrarnos" al evangelio y vivir adormecidos en la observancia tranquila de una religión apagada. Entonces, ¿cómo despertar?
Se trata de volver a Jesús, de reavivar la experiencia de Dios. Lo esencial del evangelio no se aprende desde fuera. Lo que descubre cada uno en su interior como Buena Noticia de Dios. Hemos de aprender y enseñar caminos para encontrarnos con Dios. Atrevernos a ser diferentes. Responder a la llamada a vivir.
Señor, despierta en nosotros el deseo de prepararnos a la venida de Cristo por la práctica de las buenas obras.
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