Domingo
XXIII (Lc. 14, 25-33)
“El
que no carga su cruz y me sigue, no puede ser mi
discípulo”
El contexto del Evangelio de hoy nos lo
da el v25 con que se inicia la lectura de este domingo: “Caminaba con Jesús una gran muchedumbre" Jesús iba camino a
Jerusalén, lo acompañaban sus discípulos y además una gran muchedumbre. Hace
dos domingos, ante una pregunta que le hacía una persona “Señor son pocos los
que se salvan”, Jesús respondió: “Esfuércense por entrar por la puerta
estrecha.
Hace ocho días Jesús invitaba a sus
discípulos a entrar con el camino de la humildad y del amor gratuito. Hoy Jesús
(el amor de mi vida) nos pone con claridad frente a las exigencias del
auténtico seguimiento.
Jesús exige a quien quiera hacerse
discípulo suyo una adhesión personal que supere el amor a sus propia vida. “Si
alguno quiere seguirme y no me prefiere a su padre y a su madre, a su esposa y
a sus hijos, a sus hermanos y a sus hermanas, más aún a si mismo no puede ser
mi discípulo” ¿De qué se trata?
Acostumbrados a hacer pasar como
indispensables muchas cosas no necesarias y a ahogarse en el mar de los
sentimientos y de los negocios hoy nos sentimos interpelados por esta página
dura, exigente para que descubramos si somos o no discípulos de Cristo. No se
trata de negar los afectos más queridos, pero sí de situarlos, o tal vez la
palabra más correcta sea de resituarlos” en su verdadero lugar: debajo del amor
a Cristo, no se admiten cláusulas, en el seguimiento no se admiten reservas que
podrían agotar las fuerzas y desviar la atención. Hay que entregarse totalmente.
Éste radicalismo no se cualifica por la cantidad de la renuncia, sino por la
totalidad de la adhesión.
Y el Señor añade después: “y el que no
carga con su cruz y me sigue, no puede ser mi discípulo”. ¿Qué significa cargar
su cruz e ir tras Él? No se trata de buscar pequeñas mortificaciones,
privándonos de satisfacciones para llegar por el sufrimiento a una comunión más
profunda con Cristo. Sin duda es grande el valor de una ascesis cristiana, y
más en una sociedad como la nuestra. Llevar la cruz de Cristo es aceptar las
consecuencias de llevar una vida conforme a los valores del Evangelio y a las
exigencias del Reino de Dios. Esto nos traerá necesariamente incomprensión y
rechazo. La cruz de Jesús, fue consecuencia de su fidelidad al proyecto de
salvación del Padre y de su amor liberador a los hombres. Vienen después dos
pequeñas parábolas: la de quien quiere construir una torre , y la del rey que
va a combatir a otro rey, pero que tienen una misma enseñanza: el que emprende
un proyecto importante de manera
temeraria, sin examinar antes si tiene medios y fuerzas para lograr lo que
pretende, como el riesgo de terminar fracasando. Su advertencia cobra gran
actualidad en estos momentos críticos y decisivos para el futuro de nuestra fe.
Jesús llama antes que nada a la reflexión madura: “se sientan” a reflexionar.
Sería una grave irresponsabilidad vivir
hoy como discípulos de Jesús que no saben lo que quieren, ni a donde pretenden
llegar, no con que medios han de trabajar. Jesús nos llama a seguirlo con realismo
y con lucidez. Sería una temeridad en estos momentos a actuar de manera
inconsciente e irresponsable. Nos expondríamos al fracaso, la frustración e
incluso el ridículo.
Es un error pues, pretender ser
discípulos de Jesús sin detenernos a reflexionar sobre las exigencias concretas
que encierra seguir sus pasos y sobre las fuerzas con que hemos de contar para
ello. Nunca pensó Jesús en seguidores inconscientes sino en personas lúcidas y
responsables.
Vuelvo al versículo con que inicia el
Evangelios de hoy. “Caminaba con Jesús, una gran muchedumbre” y van también sus
discípulos. Podemos seguir as Jesús como 2muchedumbre” o como discípulos”. Lo
primero significa seguirlo “en bola” sin ninguna conciencia de a donde se va y
de las exigencias del seguimiento. Lo segundo significa seguirlo desde una
opción personal, que conlleva una relación personal, la aceptación libre,
consciente y lúcida de las exigencias del seguimiento. Sin esto no puede haber un seguimiento auténtico.
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