III
Domingo de Pascua (Lc 24, 35-48)
“No teman; soy yo”
El último capítulo lucano, muestra
de modo in crescendo, cómo Jesús
Resucitado se va dando a conocer: primero a Simón (v. 34); luego, los dos
discípulos de Emaús lo reconocen “al
partir el pan” (v. 35); y finalmente, se presenta en medio (v. 36) de los
Once y sus compañeros (v. 35) trayendo la paz como don (v. 36), tal y como lo
hizo el domingo pasado (Jn 20, 19.26).
Lucas se va a esforzar por responder
a la mentalidad que afirma que Jesús Resucitado es un mero fantasma (v. 37). Él es el mismo de antes, el Crucificado
(vv. 38-43). Esto lo va a recalcar utilizando cuanto tiene al alcance: los
sentidos, “mírenme”, “tóquenme” (v. 39); repitiendo este
gesto, “se puso a comer delante de ellos”
(v. 43), signo de continuidad entre el Jesús hombre y el Jesús Resucitado.
Lucas no trata de describir cómo es el cuerpo del Resucitado, sino de afirmar
que es el Crucificado; realidad que no es sencillo asumir, están “desconcertados y llenos de temor” (v.
38), “no acababan de creer” que Jesús
esté vivo (v. 41), y su entendimiento está velado (v. 45).
Lo sucedido con Jesús, no ha sido
mero accidente o fracaso: ha sido Dios
que con toda su intención ha querido compartir nuestra naturaleza para vivir lo
que vivimos y realizar el misterio de salvación desde el cumplimiento de las
Escrituras. Sabemos que para intuir su misterio es necesario recordar y
creer la Palabra revelada y desvelada en Él (vv. 25-27.32; cfr. vv. 6b). De ahí
pues, la alusión a la Escritura, en la misma estructura judaica: Ley de Moisés
(Pentateuco), Profetas y Salmos (v. 44). Todo esto sólo puede ser comprendido
desde la fe, don del Resucitado que comunica la luz para comprender las
Escrituras (v. 45), las palabras y los hechos de Jesús.
Finalmente, el encuentro con el resucitado,
constituye al discípulo en “testigo”
(v. 48), dándole capacidad de dar razón de su fe y de anunciarla desde el
propio vivir predicando “en su nombre
la necesidad de volverse a Dios y el
perdón de los pecados” (v. 47); e infundiendo la paz (v. 36) y la alegría (v.
41) a quien acoja este anuncio.
Señor
Jesucristo, en ti podemos ver
claramente que Dios es el Dios de la vida, en el que no se puede encontrar
muerte. Trae vida, alegría y vitalidad renovada a aquellos
que están caminando a la sombra de la muerte; a los que están enfermos y
muriendo; a los que están deprimidos y desamparados; a los que están resentidos
y son violentos; a los que han sido presa de la inseguridad, la extorción y el secuestro.
No dejes que nuestro vivir sea conquistado por esta fuerza que genera
oscuridad. Permite que tu poder, que
da vida, entre en nuestros cuerpos, corazones y mentes, y que te reconozcamos en la experiencia de
encuentro contigo Resucitado como al Hijo de Dios, que no es un Dios de muerte, sino
de vida.
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