Domingo de Ramos (Mc 14, 1-15, 47)
Iniciamos
la Semana Santa. Después de haber hecho, guiados por la Palabra del Señor,
nuestro camino cuaresmal tratando de vivir un proceso de conversión profunda en
nuestras vidas, llegamos finalmente a donde nos encaminábamos: entrar con
Cristo a Jerusalén para vivir con Él el
misterio de su Pascua.
Tanto
en éste domingo con en el Triduo Pascual, la liturgia nos invita a hacer un
ritual diferente del que se hace habitualmente; hemos vivido muchas Semanas Santas
y corremos el riesgo de dejarnos llevar por la rutina; somos invitados a vivir
en la fe y desde la fe una semana diferente; diferencia que da la perenne
novedad de la Pascua.
El
espíritu de la celebración del Domingo de Ramos nos lo remarca el mismo
Evangelio de la entrada: Jesús, modelo de humildad, ha entrado a Jerusalén
triunfalmente, montado en un burrito, no
sobre un caballo, propio de los emperadores; pero el triunfo pasa por la
humillación de la cruz.
Hoy
las lecturas tienen una secuencia y están enlazadas extraordinariamente. En la
primera lectura, tomada del profeta Isaías, vemos la figura del “Siervo de
Yahvé” que siempre está dispuesto a escuchar la Palabra de Dios con todos sus
consecuencias. Figura del “Siervo” que contemplamos realizada plenamente en Jesús.
Respecto
a la segunda lectura tomada de la carta del apóstol San Pedro a la Filipenses,
es una síntesis extraordinaria del misterio de la Pascua. Se le conoce como el
Evangelio de la “Kenosis” (del abajamiento). Es un magnífico telón de fondo
para toda la Semana Santa. Las dos lecturas nos conducen a escuchar el relato
de la Pasión, que hoy la escuchamos del evangelista San Marcos. La narración es
sobria, sencilla y condensada, pero tremendamente incisiva: los acontecimiento
hablan por sí mismos. Es impresionante en este Evangelio, el silencio del
protagonista de la pasión: Jesús, y el griterío de las autoridades y la
multitud que piden su muerte.
Precisamente
en la narración de la pasión, encuentra respuesta la pregunta fundamental - ¿Quién
es Jesús? - que constituye el eje del Evangelio de Marcos. En la pasión se
revela el misterio, Jesús es verdadero hombre y verdadero Dios. La afirmación
del centurión, un pagano, que lo ve morir, es el símbolo del camino de la
incredulidad a la confesión de fe que cada uno de nosotros está llamado a hacer
contemplando al crucificado.
El
primer día de la Semana Santa, somos invitados a acompañar a Cristo en entrada
triunfal a Jerusalén proclamándolo como el Mesías Rey que viene en nombre del
Señor a realizar, por caminos insospechados, el proyecto de salvación de Dios,
que viene a instaurar el nuevo Reino de Dios.
Pero
sobre todo, desde el inicio de la Semana Santa, todo está impregnado por el
misterio de la Pasión que conduce a la resurrección.
Al
final de la Cuaresma debemos preguntarnos si estamos preparados y dispuestos a
entrar con Cristo a vivir el misterio de su Pascua: a afrontar con Jesús
nuestro Maestro y Señor el camino del amor, que se manifiesta en una senda, que
se da a conocer en su aparente debilidad e inutilidad, en un abandono
incondicional a la voluntad del Padre. Solo a los pies de la cruz, podrá
renacer en nosotros una fe mas madura en Jesús verdadero hombre y verdadero Dios,
un Dios tan enamorado de su criatura que aceptó morir por amor. Nuestra vida necesita esta fe para crear la novedad de
gestos que sólo el amor humilde sabe inventar, y para transfigurar la realidad
de cada día en una maravillosa manifestación del Reino de Dios que está en
medio de nosotros.
¡Que
tengamos una buena celebración de la Semana Santa!
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