domingo, 7 de julio de 2013

Al encuentro con la Palabra


XIII Domingo Ordinario (Lc 9, 18-24)
Jesús tomó la firme determinación de emprender el viaje a Jerusalén
            Jesús emprende con decisión su marcha hacia Jerusalén. No es fácil trazar un itinerario del viaje, ya que las referencias geográficas son prácticamente inexistentes; en cambio son numerosas las alusiones a Jerusalén que expresan la constante preocupación de Lucas por destacar la culminación de su evangelio en esta ciudad.
            La importancia de este viaje radica en que Jesús lo convierte en una escuela de discipulado. El camino hacia Jerusalén, es una catequesis dirigida a los creyentes de todos los tiempos. El tema central se describe con total claridad en Lc 13,31-34: el camino hacia Jerusalén lleva a Jesús a la muerte, pero, a través de ella, se alcanza la plenitud de la revelación y la salvación que Jesús aporta a toda la humanidad. Su vida solo tiene un objetivo: anunciar y promover el proyecto del reino de Dios.
            La marcha parece comenzar mal: los samaritanos lo rechazan. Está acostumbrado: lo mismo le ha sucedido en su pueblo de Nazaret. El relato refleja la fuerte enemistad entre los judíos y los samaritanos. Jesús sabe que no es fácil acompañarlo en su vida de profeta itinerante. No puede ofrecer a sus seguidores la seguridad y el prestigio que pueden prometer los letrados de la ley a sus discípulos. Jesús no engaña a nadie. Quienes lo quieran seguir tendrán que aprender a vivir como él. La única muestra de credibilidad que tendrán los apóstoles, la misma tiene Jesús, será la fidelidad a seguir el camino. No es necesario hacer bajar fuego del cielo; el profeta Elías lo ha hecho como prueba que constata ser enviado de Dios; Jesús no necesita hacer una comprobación tal.
            Mientras van de camino, se le acerca un desconocido. Se le ve entusiasmado: “Te seguiré adonde vayas” (v.57). Antes que nada, Jesús le hace ver que no espere de él seguridad, ventajas ni bienestar. De hecho es necesario desprenderse de estabilidades y seguridades. Él mismono tiene dónde reclinar su cabeza” (v.58). No tiene casa, come lo que le ofrecen, duerme donde puede.
            No nos engañemos. El gran obstáculo que nos impide hoy a muchos cristianos seguir de verdad a Jesús es el bienestar en el que vivimos instalados. Nos da miedo tomarle en serio porque sabemos que nos exigiría vivir de manera más generosa y solidaria. Somos esclavos de nuestro pequeño bienestar.
            Otro pide a Jesús que le deje ir a enterrar a su padre antes de seguirlo (vv.59-60). Jesús le responde con un juego de palabras provocativo y enigmático: “Deja que los muertos entierren a sus muertos, tú vete a anunciar el reino de Dios” (v.60). Es necesario recordar que en aquella cultura no quería decir que su padre hubiera muerto y no estuviera enterrado (no estaría allí aquel hombre). Quería decir que cuando se muera su padre y le entierre, quizá dentro de algunos años, seguirá a Jesús.
            Estas palabras desconcertantes cuestionan nuestro estilo convencional de vivir. El discípulo que es llamado, y quiere seguir a Jesús de verdad, tiene que poner en un segundo término todas las demás actividades y preocupaciones, como el buen samaritano, que detiene su actividad para servir a su hermano: “anda y haz tú lo mismo” (Lc 10,37).
            Hemos de ensanchar el horizonte en el que nos movemos. La familia no lo es todo. Esas son excusas de nuestras inconsistencias, inseguridades, de nuestra falta de responsabilidad cristiana. Hay algo más importante. Una de las condiciones del caminar cristiano es un cierto desprendimiento, una cierta inseguridad material, para no estar atado al mundo terreno. Si nos decidimos a seguir a Jesús, hemos de pensar también en la familia humana: nadie debería vivir sin hogar, sin patria, sin papeles, sin derechos, sin lo necesario.
            Otro está dispuesto a seguirlo, pero antes se quiere despedir de su familia. Jesús le sorprende con estas palabras: “El que echa mano al arado y sigue mirando atrás no vale para el reino de Dios”. Colaborar en el proyecto de Jesús exige dedicación total, mirar hacia adelante sin distraernos, caminar hacia el futuro sin encerrarnos en el pasado. Se trata de seguirlo con verdad y libertad.

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