domingo, 7 de julio de 2013

Al encuentro con la Palabra


XII Domingo Ordinario (Lc 9, 18-24)
Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?
            Mientras los Doce realizan la misión que Jesús les ha encomendado (9,1-6), Lucas nos dice que Herodes ha decapitado a Juan el Bautista (9,7-9). El elemento importante es la curiosidad del tretarca por Jesús. El tema de la identidad de Jesús es desarrollado en los episodios siguientes: retorno de los doce apóstoles y multiplicación de los panes para 5000 personas (9,11-17).
            En nuestro texto, la escena es conocida. Sucedió en las cercanías de Cesarea de Filipo. Los discípulos llevan ya un tiempo acompañando a Jesús. Lucas, como otras muchas veces, presenta a Jesús orando; tratando de acentuar así la docilidad del Hijo para con el Padre: “que no se haga mi voluntad, sino la tuya” (Lc 22, 42). Pero también, uniendo la oración a la fe.
            El marco es sugestivo: Jesús se encuentra, por fin, en un lugar solitario, donde puede dedicarse a la oración, en compañía de los Doce. La oración precede y acompaña los momentos sobresalientes de la misión de Jesús en el evangelio de Lucas. Ahora interroga a sus discípulos. Pero los discípulos, ¿por qué le siguen? Jesús quiere saber qué idea se hacen de él: “Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?”. Las palabras de Pedro ‑“el Mesías de Dios”‑ representan también la respuesta de Lucas a la pregunta de Herodes formulada diez versículos antes: “¿Quién será este?” (9,9). Esta confesión mesiánica de labios de Pedro es el punto de llegada de un largo camino de manifestaciones por parte de Jesús y el punto de partida para la formación ulterior de los discípulos.
            Unido a todo esto, aparece en nuestro texto el primero –en el evangelio de Lucas‑ de los anuncios de de la pasión, indicando la suerte que correrá el Hijo del Hombre. Éste ha de pasar por el rechazo, el sufrimiento, la muerte, y resucitará al tercer día. Del anuncio de la pasión de Jesús se pasa a las consecuencias que dimanan para la vida de los discípulos. El que quiera seguirle debe compartir sus opciones y su destino.

            Es importante ‑en el proceso de maduración en la fe‑, para los seguidores de Jesús, aprender a estar en lugares apartados en compañía del Señor, ponerse a su escucha y dejarse interrogar por Él. La pregunta que Jesús hace a sus discípulos, es también la pregunta que nos hemos de hacer los cristianos de hoy: ¿Quién es Jesús para nosotros? ¿Qué idea nos hacemos de él? ¿Le seguimos? ¿Quién es para nosotros ese Profeta de Galilea, que no ha dejado tras de sí escritos sino testigos?
            Señor Jesús, sabemos que no basta que te llamemos “Mesías de Dios”. Hemos de seguir dando pasos por el camino abierto por él, encender también hoy el fuego que quería prender en el mundo. ¿Cómo podemos hablar tanto de ti sin sentir tu sed de justicia, tu deseo de solidaridad, tu voluntad de paz? El camino de la cruz recorrido por ti Maestro, cuya desembocadura es la resurrección, es el indicado también para los que te seguimos. Señor Jesús, concédenos, vivir tu sentir.
            Jesús de Nazareth, somos conscientes de que no es suficiente confesar tu condición divina con fórmulas abstractas, alejadas de la vida e incapaces de tocar el corazón de los hombres y mujeres de hoy. Tendremos que descubrir en sus gestos y palabras al Dios Amigo de la vida y del ser humano. ¿No es la mejor noticia que podemos comunicar hoy a quienes buscan caminos para encontrarse contigo? Jesús de Nazareth, concédenos, en nuestro caminar, que muchos se sientan atraídos hacia ti.
            Jesús, sabemos que el camino de la fe no es algo mágico, sino una experiencia anclada en el vivir. Caemos por tanto en cuenta, que no basta repetir una y otra vez tu mandato. Es responsabilidad nuestra mantener siempre viva tu inquietud por caminar hacia un mundo más fraterno, promoviendo un amor solidario y creativo hacia los más necesitados. No basta predicar tus milagros. También hoy hemos de curar la vida como lo hacías Tú, aliviando el sufrimiento, devolviendo la dignidad a los perdidos, sanando heridas, acogiendo a los pecadores, tocando a los excluidos. Concédenos Jesús, un corazón semejante al tuyo.

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