XII
Domingo Ordinario (Lc 9, 18-24)
“Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?”
Mientras
los Doce realizan la misión que Jesús les ha encomendado (9,1-6), Lucas nos
dice que Herodes ha decapitado a Juan el Bautista (9,7-9). El elemento
importante es la curiosidad del tretarca por Jesús. El tema de la identidad de
Jesús es desarrollado en los episodios siguientes: retorno de los doce
apóstoles y multiplicación de los panes para 5000 personas (9,11-17).
En
nuestro texto, la escena es conocida. Sucedió en las cercanías de Cesarea de
Filipo. Los discípulos llevan ya un tiempo acompañando a Jesús. Lucas, como otras muchas veces, presenta a Jesús orando; tratando de acentuar así la docilidad del
Hijo para con el Padre: “que no se haga mi voluntad, sino la tuya”
(Lc 22, 42). Pero también, uniendo la oración a la fe.
El
marco es sugestivo: Jesús se encuentra, por fin, en un lugar solitario, donde
puede dedicarse a la oración, en compañía de los Doce. La oración precede y acompaña los momentos sobresalientes de la misión
de Jesús en el evangelio de Lucas. Ahora interroga a sus discípulos. Pero
los discípulos, ¿por qué le siguen? Jesús quiere saber qué idea se hacen de él:
“Y
ustedes, ¿quién dicen que soy yo?”. Las palabras de Pedro ‑“el Mesías de Dios”‑ representan también
la respuesta de Lucas a la pregunta de Herodes formulada diez versículos antes:
“¿Quién será este?” (9,9). Esta
confesión mesiánica de labios de Pedro es el punto de llegada de un largo
camino de manifestaciones por parte de Jesús y el punto de partida para la
formación ulterior de los discípulos.
Unido
a todo esto, aparece en nuestro texto el
primero –en el evangelio de Lucas‑ de
los anuncios de de la pasión, indicando la suerte que correrá el Hijo del
Hombre. Éste ha de pasar por el rechazo, el sufrimiento, la muerte, y
resucitará al tercer día. Del anuncio de
la pasión de Jesús se pasa a las consecuencias que dimanan para la vida de los
discípulos. El que quiera seguirle debe compartir sus opciones y su destino.
Es importante ‑en el proceso de
maduración en la fe‑, para los
seguidores de Jesús, aprender a estar en lugares apartados en compañía del
Señor, ponerse a su escucha y dejarse interrogar por Él. La pregunta que Jesús hace a sus
discípulos, es también la pregunta que nos hemos de hacer los cristianos de hoy:
¿Quién es Jesús para nosotros? ¿Qué
idea nos hacemos de él? ¿Le seguimos? ¿Quién es para nosotros ese Profeta de
Galilea, que no ha dejado tras de sí escritos sino testigos?
Señor
Jesús, sabemos que no basta que te
llamemos “Mesías de Dios”. Hemos de seguir dando pasos por el camino
abierto por él, encender también hoy el fuego que quería prender en el mundo.
¿Cómo podemos hablar tanto de ti sin sentir tu sed de justicia, tu deseo de
solidaridad, tu voluntad de paz? El camino de la cruz recorrido por ti Maestro,
cuya desembocadura es la resurrección, es el indicado también para los que te
seguimos. Señor Jesús, concédenos, vivir
tu sentir.
Jesús
de Nazareth, somos conscientes de que no
es suficiente confesar tu condición divina con fórmulas abstractas, alejadas de
la vida e incapaces de tocar el corazón de los hombres y mujeres de hoy.
Tendremos que descubrir en sus gestos y palabras al Dios Amigo de la vida y del
ser humano. ¿No es la mejor noticia que podemos comunicar hoy a quienes buscan
caminos para encontrarse contigo? Jesús
de Nazareth, concédenos, en nuestro caminar, que muchos se sientan atraídos
hacia ti.
Jesús,
sabemos que el camino de la fe no es
algo mágico, sino una experiencia anclada en el vivir. Caemos por tanto en
cuenta, que no basta repetir una y otra vez tu mandato. Es responsabilidad
nuestra mantener siempre viva tu inquietud por caminar hacia un mundo más
fraterno, promoviendo un amor solidario y creativo hacia los más necesitados.
No basta predicar tus milagros. También hoy hemos de curar la vida como lo
hacías Tú, aliviando el sufrimiento, devolviendo la dignidad a los perdidos,
sanando heridas, acogiendo a los pecadores, tocando a los excluidos. Concédenos Jesús, un corazón semejante al
tuyo.
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