domingo, 7 de julio de 2013

Al encuentro con la Palabra


XIV Domingo Ordinario (Lc 10, 1-12.17-20)
Pónganse en camino; yo los envío como corderos en medio de lobos
            Jesús, en el relato lucano, anteriormente había enviado a los Doce para que fueran a las doce tribus de Israel (9,2; ver 22,30). En este caso son más numerosos los enviados. El número alude a Gn 10 (según la versión griega del Antiguo Testamento), donde setenta y dos es en número de las naciones paganas. Los envía de “dos en dos” para que su testimonio tenga valor jurídico (Dt 17,6; 19,15), “por delante” para preparar su llegada “a todos los pueblos y lugares que él pensaba visitar”. Todo esto, en la intención lucana, simboliza que la misión ha iniciado, y ésta es responsabilidad de todos los que van con Él.
            De hecho, esta segunda misión podría tener la finalidad de preparar al lector para el relato de los Hechos de los Apóstoles, donde, en un primer momento, la responsabilidad de la misión corresponde a los Doce, pero estos la trasmiten después a otros, como Pablo, Bernabé y Silas. La necesidad de una segunda misión en el evangelio se debe a la mies abundante (10,2). Lucas hace notar que, a diferencia de los Doce (9,10), los setenta y dos regresaron llenos de alegría porque hasta los demonios se le sometían (10,17-20). Jesús termina afirmando que su misión había provocado la caída de Satanás.
            El Papa Francisco, recientemente, ha llamando a la Iglesia a salir de sí misma olvidando miedos e intereses propios, para ponerse en contacto con la vida real de las personas y hacer presente el Evangelio allí donde los hombres y mujeres de hoy sufren y gozan, luchan y trabajan. Con su lenguaje inconfundible y sus palabras vivas y concretas, nos está abriendo los ojos para advertirnos del riesgo de una Iglesia que se asfixia en una actitud autodefensiva:  cuando la Iglesia se encierra, se enferma”; “prefiero mil veces una Iglesia accidentada a una que esté enferma por encerrarse en sí misma”.
            La consigna del Papa Francisco es clara: “La Iglesia ha de salir de sí misma a la periferia, a dar testimonio del Evangelio y a encontrarse con los demás”. Quiere arrastrar a la Iglesia actual hacia una renovación evangélica profunda. No es fácil.  La novedad nos da siempre un poco de miedo, porque nos sentimos más seguros, si tenemos todo bajo control, si somos nosotros los que construimos, programamos y planificamos nuestra vida según nuestros esquemas, seguridades y gustos”.
            El evangelista Lucas nos recuerda sus consignas. “Pónganse en camino”. No hay que esperar a nada. No hemos de retener a Jesús dentro nuestras parroquias. Hay que darlo a conocer en la vida. El evangelio, recuerda con claridad que la misión siempre es urgente: “no se detengan…” (4), y prioritaria: “no lleven dinero, ni morral ni sandalias”. Hay que salir a la vida de manera sencilla y humilde. Sin privilegios ni estructuras de poder. El Evangelio no se impone por la fuerza. Se contagia desde la fe en Jesús y la confianza en el Padre.
            Cualquier saludo tiene que ser misionero: “Que la paz reine en esta casa”. Esto es lo primero. La misión que comparte Jesús se ejerce con palabras y con hechos. Por ello los enviados han de dejar a un lado las condenas, curar a los enfermos, aliviar los sufrimientos que hay en el mundo. Decir a todos que Dios está presente y activo en la vida y misión de los discípulos, que nos quiere ver trabajando por una vida más humana. Esta es la gran noticia del reino de Dios.
            Si los enviados son rechazados (10-12), el anuncio se hará igualmente (11). Y la paz (6) no se perderá, porque esa paz la da Dios, no el éxito de la acción (20). Y Dios no dejará de darla.
            Jesús valora la reunión para revisar la acción (17-20). Así los discípulos saben que Él no los deja. Y pueden redescubrir el sentido de fondo de la misión: “Alégrense más bien de que sus nombres están escritos en el cielo”. Esto expresa, que es Dios quien los salva, como hace con todos. Éste es el verdadero motivo de alegría para los discípulos de Jesucristo. Y la motivación de cualquier acción que pretenda dar a conocer esta buena noticia a todo el mundo.
            Señor Jesús, como el Padre te ha enviado, Tú sigues enviándonos. Concédenos ser conscientes de que somos portadores de un mensaje de paz a todos los rincones en donde nuestro vivir se realiza. Guía, Señor, nuestros pasos. Fortalécenos con la fuerza de tu gracia, para que el cansancio no nos venza. Que nuestras palabras sean un eco de las palabras de Cristo. Y nuestro vivir, sea en nuestros ambientes, verdadero testimonio de tu presencia por el cual muchos se sientan atraídos hacia ti.

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