XIV Domingo
Ordinario (Lc 10, 1-12.17-20)
“Pónganse en camino; yo los envío como
corderos en medio de lobos”
Jesús,
en el relato lucano, anteriormente había enviado a los Doce para que fueran a
las doce tribus de Israel (9,2; ver 22,30). En este caso son más numerosos los
enviados. El número alude a Gn 10 (según la versión griega del Antiguo
Testamento), donde setenta y dos es en número de las naciones paganas. Los
envía de “dos en dos” para que su
testimonio tenga valor jurídico (Dt 17,6; 19,15), “por delante” para preparar su llegada “a todos los pueblos y lugares que él pensaba visitar”. Todo esto, en la intención lucana,
simboliza que la misión ha iniciado, y ésta es responsabilidad de todos los que
van con Él.
De
hecho, esta segunda misión podría tener la finalidad de preparar al lector para
el relato de los Hechos de los Apóstoles, donde, en un primer momento, la responsabilidad de la misión corresponde
a los Doce, pero estos la trasmiten después a otros, como Pablo, Bernabé y
Silas. La necesidad de una segunda
misión en el evangelio se debe a la mies abundante (10,2). Lucas hace notar
que, a diferencia de los Doce (9,10), los setenta y dos regresaron llenos de
alegría porque hasta los demonios se le sometían (10,17-20). Jesús termina
afirmando que su misión había provocado la caída de Satanás.
El
Papa Francisco, recientemente, ha
llamando a la Iglesia a salir de sí misma olvidando miedos e intereses propios,
para ponerse en contacto con la vida real de las personas y hacer presente el
Evangelio allí donde los hombres y mujeres de hoy sufren y gozan, luchan y
trabajan. Con su lenguaje inconfundible y sus palabras vivas y concretas, nos
está abriendo los ojos para advertirnos del riesgo de una Iglesia que se asfixia
en una actitud autodefensiva: “cuando la Iglesia se encierra, se enferma”;
“prefiero
mil veces una Iglesia accidentada a una que esté enferma por encerrarse en sí
misma”.
La
consigna del Papa Francisco es clara: “La Iglesia ha de salir de sí misma a la
periferia, a dar testimonio del Evangelio y a encontrarse con los demás”.
Quiere arrastrar a la Iglesia actual hacia una renovación evangélica profunda. No
es fácil. “La novedad nos da siempre un poco de miedo, porque nos sentimos más
seguros, si tenemos todo bajo control, si somos nosotros los que construimos,
programamos y planificamos nuestra vida según nuestros esquemas, seguridades y
gustos”.
El
evangelista Lucas nos recuerda sus consignas. “Pónganse en camino”. No hay que esperar a nada. No hemos de retener a Jesús dentro nuestras
parroquias. Hay que darlo a conocer
en la vida. El evangelio, recuerda con claridad que la misión siempre es
urgente: “no se detengan…” (4), y
prioritaria: “no lleven dinero, ni morral
ni sandalias”. Hay que salir a la vida de manera sencilla y humilde. Sin privilegios
ni estructuras de poder. El Evangelio no
se impone por la fuerza. Se contagia
desde la fe en Jesús y la confianza en el Padre.
Cualquier
saludo tiene que ser misionero: “Que la
paz reine en esta casa”. Esto es lo primero. La misión que comparte Jesús se ejerce con palabras y con hechos. Por
ello los enviados han de dejar a un lado las condenas, curar a los enfermos, aliviar
los sufrimientos que hay en el mundo. Decir a todos que Dios está presente y
activo en la vida y misión de los discípulos, que nos quiere ver trabajando por
una vida más humana. Esta es la gran noticia del reino de Dios.
Si
los enviados son rechazados (10-12), el anuncio se hará igualmente (11). Y la
paz (6) no se perderá, porque esa paz la da Dios, no el éxito de la acción
(20). Y Dios no dejará de darla.
Jesús
valora la reunión para revisar la acción (17-20). Así los discípulos saben que
Él no los deja. Y pueden redescubrir el sentido de fondo de la misión: “Alégrense
más bien de que sus nombres están escritos en el cielo”. Esto expresa,
que es Dios quien los salva, como hace con todos. Éste es el verdadero motivo de alegría para los discípulos de
Jesucristo. Y la motivación de cualquier acción que pretenda dar a conocer
esta buena noticia a todo el mundo.
Señor Jesús, como el Padre te ha enviado,
Tú sigues enviándonos. Concédenos ser conscientes de que somos portadores
de un mensaje de paz a todos los rincones en donde nuestro vivir se realiza.
Guía, Señor, nuestros pasos. Fortalécenos
con la fuerza de tu gracia, para que el cansancio no nos venza. Que nuestras
palabras sean un eco de las palabras de Cristo. Y nuestro vivir, sea en
nuestros ambientes, verdadero testimonio de tu presencia por el cual muchos se
sientan atraídos hacia ti.
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