lunes, 29 de julio de 2013

Al encuentro con la Palabra


XVII Domingo Ordinario (Lc 11, 1-13)
Pidan y se les dará, busquen y encontrarán, toquen y se les abrirá
            El evangelista, inicia presentando a Jesús en oración (v.1). Sabemos que no es la única vez que Lucas nos lo muestra así. Los discípulos, han entrado en un dinamismo claramente marcado por el Maestro, que se fijan en todo lo que hace Jesús. La pedagogía del camino consiste, precisamente, en aprender haciendo experiencia. Así, han aprendido a ser misioneros (10,1ss), prójimo del malherido (10,25ss), etc. Ahora, lo ven retirado, orando, y quieren aprender a orar. Jesús, les enseñará una oración que como grupo los va a identificar como seguidores de Él. Ellos orarán no sólo al mismo Dios sino pidiendo lo mismo.
            La oración que Jesús enseña a sus discípulos, nos pone ante un Dios personal, creador de vida, al que podemos confiarnos llamándole “Padre”; pide de Dios lo mejor que podemos esperar de Él: “santificado sea tu nombre” (v.2); que sea Señor de todos: “venga tu Reino” (v.2); expresa, lo que todo ser humano necesita para vivir dignamente: el “pan” (v.3), el “perdón” (v.4) y la fuerza en la prueba para no “caer en la tentación” (v.4).
            La oración cristiana, se convierte en una posibilidad real y libre, cuando se es consciente de la necesidad de un mundo mejor para todos. Es la oración del discípulo que mira a su entorno, que sabe reconocer al prójimo necesitado, que es capaz de comprometerse y pone todo en manos de Dios
            Así también les digo a ustedes: pidan y se les dar, busquen y encontrarán, toquen y se les abrirá”. Es fácil que Jesús haya pronunciado estas palabras cuando se movía por las aldeas de Galilea pidiendo algo de comer, buscando acogida y llamando a la puerta de los vecinos. Curiosamente, en ningún momento se nos dice qué hemos de pedir o buscar ni a qué puerta hemos de llamar. Lo importante para Jesús es la actitud. Ante el Padre hemos de vivir como pobres que piden lo que necesitan para vivir, como perdidos que buscan el camino que no conocen bien, como desvalidos que llaman a la puerta de Dios.
            Las tres llamadas de Jesús nos invitan a despertar la confianza en el Padre, pero lo hacen con matices diferentes. “Pedir” es la actitud propia del pobre. A Dios hemos de pedir lo que no nos podemos dar a nosotros mismos: el aliento de la vida, el perdón, la paz interior, la salvación. “Buscar” no es solo pedir. Es, además, dar pasos para conseguir lo que no está a nuestro alcance. Así hemos de buscar ante todo el reino de Dios y su justicia: un mundo más humano y digno para todos. “Llamar” es dar golpes a la puerta, insistir, gritar a Dios cuando lo sentimos lejos.
            La confianza de Jesús en el Padre es absoluta. Quiere que sus seguidores no lo olviden nunca: “el que pide, está recibiendo; el que busca, está hallando y al que llama, se le abre”.
            Esta página del evangelio termina mostrándonos un retrato, ahora sí, del Padre: nos da lo mejor, “el Espíritu Santo” (vv.11-13). Es decir, se nos da Él mismo. Se nos ha dado y está siempre con nosotros. La oración es la actitud necesaria para acogerlo (10,38-42) en esta visita que no termina.
            Padre, tu Hijo nos dejó en herencia la oración que te dirigió. Muchas veces la olvidamos o la recitamos por costumbre, mientras que nos sentimos más satisfechos con las peticiones formuladas por nosotros. Concédenos el mismo Espíritu de las palabras de Jesús para que lleguemos a ser capaces de pedir algo en tu nombre y de corresponder a los otros con la misma medida y la misma moneda de la caridad que tú usas con cada uno de nosotros.

viernes, 19 de julio de 2013

Al encuentro con la Palabra


XV Domingo Ordinario (Lc 10, 25-37)
Anda, y haz tu lo mismo
            Jesús, en éste domingo pronuncia la parábola del buen samaritano, por nosotros bien conocida. Cuando la dice, está en plena controversia con un “maestro de la ley” (vv.25.29).Él es alguien que conoce bien la “Ley”. Jesús hace que él mismo, el “maestro”, responda con “la Ley”. De este modo, ese hombre se puede dar cuenta de que “heredar la vida eterna” (v.25) está a su alcance si no olvida que “la Ley” también pasa por el corazón (Dt 30,14), no sólo por los labios. En todo caso, Jesús ratifica la respuesta del maestro: “haz esto y tendrás la vida (v.37), no te limites a decirlo.
            Jesús habla con un hombre que pretende “ponerlo a prueba” (v.25) y “justificarse” así mismo (v.29). Es alguien que quiere mostrar que es justo (Lc 18,9). O quiere justificar la pregunta que había hecho antes, al estilo de los que buscan excusas. A Jesús no le preocupa la cuestión teórica de quien es el “prójimo” (v. 29). Ésta siempre es una cuestión práctica (v. 36) y, por ello, con la parábola propone un modelo a imitar.
            En un camino solitario yace un ser humano, robado, agredido, despojado de todo, medio muerto, abandonado a su suerte. En este herido sin nombre y sin patria resume Jesús la situación de tantas víctimas inocentes maltratadas injustamente y abandonadas en tantos caminos de la historia.
            En el horizonte aparecen dos viajeros: primero un sacerdote, luego un levita. Los dos pertenecen al mundo respetado de la religión oficial de Jerusalén. Los dos actúan de manera idéntica: “ven al herido, dan un rodeo y pasan de largo” (vv.31.32). Los dos cierran sus ojos y su corazón, aquel hombre no existe para ellos, pasan sin detenerse. Su corazón no estaba convertido al de Dios de la misericordia. Esta es la crítica radical de Jesús a toda religión incapaz de generar en sus miembros un corazón compasivo. ¿Qué sentido tiene una religión tan poco humana?
            Por el camino viene un tercer personaje. No es sacerdote ni levita. Ni siquiera pertenece a la religión del Templo. Sin embargo, al llegar, “ve al herido, se conmueve y se acerca” (vv.33.34). Luego, hace por aquel desconocido todo lo que puede para rescatarlo con vida y restaurar su dignidad (vv.34.35). Tiene un corazón compasivo que sabe expresarse a través de un amor eficaz.
            Lo primero es no cerrar los ojos. Saber “mirar” de manera atenta y responsable al que sufre. Esta mirada nos puede liberar del egoísmo y la indiferencia que nos permiten vivir con la conciencia tranquila y la ilusión de inocencia en medio de tantas víctimas inocentes. Al mismo tiempo, “conmovernos” y dejar que su sufrimiento nos duela también a nosotros.
            Lo decisivo es reaccionar y “acercarnos” al que sufre, no para preguntarnos si tengo o no alguna obligación de ayudarle, sino para descubrir de cerca que es un ser necesitado que nos está llamando. Nuestra actuación concreta nos revelará nuestra calidad humana.
            Todo esto no es teoría. El samaritano del relato no se siente obligado a cumplir un determinado código religioso o moral. Sencillamente, responde a la situación del herido inventando toda clase de gestos prácticos orientados a aliviar su sufrimiento y restaurar su vida y su dignidad.
            Jesús, el auténtico buen samaritano, termina el diálogo con la invitación al maestro de la Ley y a nosotros a vivir como discípulos suyos: “Anda, haz tú lo mismo” (v.37). “Sean compasivos como su Padre es compasivo” (Lc 6,36). Esta es la herencia que Jesús ha dejado a la humanidad. En él se nos describe la actitud que hemos de promover, más allá de nuestras creencias y posiciones ideológicas o religiosas, para construir un mundo más humano.
            Señor Jesús, eres Tú quien nos dice que amarte significa ser responsables del hermano, sea quien sea. Si te amo, nadie es enemigo para mí. Si te amo, nada es más urgente que salir al encuentro de la necesidad del otro. Si te amo, hay siempre, cada día, alguien del que hacerme prójimo, ocupándome de él personalmente. Gracias, Señor, por recordarme que el amor tiene para ti la concreción de la atención al otro, un hombre por el que te entregaste por completo. Vivir así ya es vida eterna.

domingo, 7 de julio de 2013

Al encuentro con la Palabra


XIV Domingo Ordinario (Lc 10, 1-12.17-20)
Pónganse en camino; yo los envío como corderos en medio de lobos
            Jesús, en el relato lucano, anteriormente había enviado a los Doce para que fueran a las doce tribus de Israel (9,2; ver 22,30). En este caso son más numerosos los enviados. El número alude a Gn 10 (según la versión griega del Antiguo Testamento), donde setenta y dos es en número de las naciones paganas. Los envía de “dos en dos” para que su testimonio tenga valor jurídico (Dt 17,6; 19,15), “por delante” para preparar su llegada “a todos los pueblos y lugares que él pensaba visitar”. Todo esto, en la intención lucana, simboliza que la misión ha iniciado, y ésta es responsabilidad de todos los que van con Él.
            De hecho, esta segunda misión podría tener la finalidad de preparar al lector para el relato de los Hechos de los Apóstoles, donde, en un primer momento, la responsabilidad de la misión corresponde a los Doce, pero estos la trasmiten después a otros, como Pablo, Bernabé y Silas. La necesidad de una segunda misión en el evangelio se debe a la mies abundante (10,2). Lucas hace notar que, a diferencia de los Doce (9,10), los setenta y dos regresaron llenos de alegría porque hasta los demonios se le sometían (10,17-20). Jesús termina afirmando que su misión había provocado la caída de Satanás.
            El Papa Francisco, recientemente, ha llamando a la Iglesia a salir de sí misma olvidando miedos e intereses propios, para ponerse en contacto con la vida real de las personas y hacer presente el Evangelio allí donde los hombres y mujeres de hoy sufren y gozan, luchan y trabajan. Con su lenguaje inconfundible y sus palabras vivas y concretas, nos está abriendo los ojos para advertirnos del riesgo de una Iglesia que se asfixia en una actitud autodefensiva:  cuando la Iglesia se encierra, se enferma”; “prefiero mil veces una Iglesia accidentada a una que esté enferma por encerrarse en sí misma”.
            La consigna del Papa Francisco es clara: “La Iglesia ha de salir de sí misma a la periferia, a dar testimonio del Evangelio y a encontrarse con los demás”. Quiere arrastrar a la Iglesia actual hacia una renovación evangélica profunda. No es fácil.  La novedad nos da siempre un poco de miedo, porque nos sentimos más seguros, si tenemos todo bajo control, si somos nosotros los que construimos, programamos y planificamos nuestra vida según nuestros esquemas, seguridades y gustos”.
            El evangelista Lucas nos recuerda sus consignas. “Pónganse en camino”. No hay que esperar a nada. No hemos de retener a Jesús dentro nuestras parroquias. Hay que darlo a conocer en la vida. El evangelio, recuerda con claridad que la misión siempre es urgente: “no se detengan…” (4), y prioritaria: “no lleven dinero, ni morral ni sandalias”. Hay que salir a la vida de manera sencilla y humilde. Sin privilegios ni estructuras de poder. El Evangelio no se impone por la fuerza. Se contagia desde la fe en Jesús y la confianza en el Padre.
            Cualquier saludo tiene que ser misionero: “Que la paz reine en esta casa”. Esto es lo primero. La misión que comparte Jesús se ejerce con palabras y con hechos. Por ello los enviados han de dejar a un lado las condenas, curar a los enfermos, aliviar los sufrimientos que hay en el mundo. Decir a todos que Dios está presente y activo en la vida y misión de los discípulos, que nos quiere ver trabajando por una vida más humana. Esta es la gran noticia del reino de Dios.
            Si los enviados son rechazados (10-12), el anuncio se hará igualmente (11). Y la paz (6) no se perderá, porque esa paz la da Dios, no el éxito de la acción (20). Y Dios no dejará de darla.
            Jesús valora la reunión para revisar la acción (17-20). Así los discípulos saben que Él no los deja. Y pueden redescubrir el sentido de fondo de la misión: “Alégrense más bien de que sus nombres están escritos en el cielo”. Esto expresa, que es Dios quien los salva, como hace con todos. Éste es el verdadero motivo de alegría para los discípulos de Jesucristo. Y la motivación de cualquier acción que pretenda dar a conocer esta buena noticia a todo el mundo.
            Señor Jesús, como el Padre te ha enviado, Tú sigues enviándonos. Concédenos ser conscientes de que somos portadores de un mensaje de paz a todos los rincones en donde nuestro vivir se realiza. Guía, Señor, nuestros pasos. Fortalécenos con la fuerza de tu gracia, para que el cansancio no nos venza. Que nuestras palabras sean un eco de las palabras de Cristo. Y nuestro vivir, sea en nuestros ambientes, verdadero testimonio de tu presencia por el cual muchos se sientan atraídos hacia ti.

Al encuentro con la Palabra


XIII Domingo Ordinario (Lc 9, 18-24)
Jesús tomó la firme determinación de emprender el viaje a Jerusalén
            Jesús emprende con decisión su marcha hacia Jerusalén. No es fácil trazar un itinerario del viaje, ya que las referencias geográficas son prácticamente inexistentes; en cambio son numerosas las alusiones a Jerusalén que expresan la constante preocupación de Lucas por destacar la culminación de su evangelio en esta ciudad.
            La importancia de este viaje radica en que Jesús lo convierte en una escuela de discipulado. El camino hacia Jerusalén, es una catequesis dirigida a los creyentes de todos los tiempos. El tema central se describe con total claridad en Lc 13,31-34: el camino hacia Jerusalén lleva a Jesús a la muerte, pero, a través de ella, se alcanza la plenitud de la revelación y la salvación que Jesús aporta a toda la humanidad. Su vida solo tiene un objetivo: anunciar y promover el proyecto del reino de Dios.
            La marcha parece comenzar mal: los samaritanos lo rechazan. Está acostumbrado: lo mismo le ha sucedido en su pueblo de Nazaret. El relato refleja la fuerte enemistad entre los judíos y los samaritanos. Jesús sabe que no es fácil acompañarlo en su vida de profeta itinerante. No puede ofrecer a sus seguidores la seguridad y el prestigio que pueden prometer los letrados de la ley a sus discípulos. Jesús no engaña a nadie. Quienes lo quieran seguir tendrán que aprender a vivir como él. La única muestra de credibilidad que tendrán los apóstoles, la misma tiene Jesús, será la fidelidad a seguir el camino. No es necesario hacer bajar fuego del cielo; el profeta Elías lo ha hecho como prueba que constata ser enviado de Dios; Jesús no necesita hacer una comprobación tal.
            Mientras van de camino, se le acerca un desconocido. Se le ve entusiasmado: “Te seguiré adonde vayas” (v.57). Antes que nada, Jesús le hace ver que no espere de él seguridad, ventajas ni bienestar. De hecho es necesario desprenderse de estabilidades y seguridades. Él mismono tiene dónde reclinar su cabeza” (v.58). No tiene casa, come lo que le ofrecen, duerme donde puede.
            No nos engañemos. El gran obstáculo que nos impide hoy a muchos cristianos seguir de verdad a Jesús es el bienestar en el que vivimos instalados. Nos da miedo tomarle en serio porque sabemos que nos exigiría vivir de manera más generosa y solidaria. Somos esclavos de nuestro pequeño bienestar.
            Otro pide a Jesús que le deje ir a enterrar a su padre antes de seguirlo (vv.59-60). Jesús le responde con un juego de palabras provocativo y enigmático: “Deja que los muertos entierren a sus muertos, tú vete a anunciar el reino de Dios” (v.60). Es necesario recordar que en aquella cultura no quería decir que su padre hubiera muerto y no estuviera enterrado (no estaría allí aquel hombre). Quería decir que cuando se muera su padre y le entierre, quizá dentro de algunos años, seguirá a Jesús.
            Estas palabras desconcertantes cuestionan nuestro estilo convencional de vivir. El discípulo que es llamado, y quiere seguir a Jesús de verdad, tiene que poner en un segundo término todas las demás actividades y preocupaciones, como el buen samaritano, que detiene su actividad para servir a su hermano: “anda y haz tú lo mismo” (Lc 10,37).
            Hemos de ensanchar el horizonte en el que nos movemos. La familia no lo es todo. Esas son excusas de nuestras inconsistencias, inseguridades, de nuestra falta de responsabilidad cristiana. Hay algo más importante. Una de las condiciones del caminar cristiano es un cierto desprendimiento, una cierta inseguridad material, para no estar atado al mundo terreno. Si nos decidimos a seguir a Jesús, hemos de pensar también en la familia humana: nadie debería vivir sin hogar, sin patria, sin papeles, sin derechos, sin lo necesario.
            Otro está dispuesto a seguirlo, pero antes se quiere despedir de su familia. Jesús le sorprende con estas palabras: “El que echa mano al arado y sigue mirando atrás no vale para el reino de Dios”. Colaborar en el proyecto de Jesús exige dedicación total, mirar hacia adelante sin distraernos, caminar hacia el futuro sin encerrarnos en el pasado. Se trata de seguirlo con verdad y libertad.

Al encuentro con la Palabra


XII Domingo Ordinario (Lc 9, 18-24)
Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?
            Mientras los Doce realizan la misión que Jesús les ha encomendado (9,1-6), Lucas nos dice que Herodes ha decapitado a Juan el Bautista (9,7-9). El elemento importante es la curiosidad del tretarca por Jesús. El tema de la identidad de Jesús es desarrollado en los episodios siguientes: retorno de los doce apóstoles y multiplicación de los panes para 5000 personas (9,11-17).
            En nuestro texto, la escena es conocida. Sucedió en las cercanías de Cesarea de Filipo. Los discípulos llevan ya un tiempo acompañando a Jesús. Lucas, como otras muchas veces, presenta a Jesús orando; tratando de acentuar así la docilidad del Hijo para con el Padre: “que no se haga mi voluntad, sino la tuya” (Lc 22, 42). Pero también, uniendo la oración a la fe.
            El marco es sugestivo: Jesús se encuentra, por fin, en un lugar solitario, donde puede dedicarse a la oración, en compañía de los Doce. La oración precede y acompaña los momentos sobresalientes de la misión de Jesús en el evangelio de Lucas. Ahora interroga a sus discípulos. Pero los discípulos, ¿por qué le siguen? Jesús quiere saber qué idea se hacen de él: “Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?”. Las palabras de Pedro ‑“el Mesías de Dios”‑ representan también la respuesta de Lucas a la pregunta de Herodes formulada diez versículos antes: “¿Quién será este?” (9,9). Esta confesión mesiánica de labios de Pedro es el punto de llegada de un largo camino de manifestaciones por parte de Jesús y el punto de partida para la formación ulterior de los discípulos.
            Unido a todo esto, aparece en nuestro texto el primero –en el evangelio de Lucas‑ de los anuncios de de la pasión, indicando la suerte que correrá el Hijo del Hombre. Éste ha de pasar por el rechazo, el sufrimiento, la muerte, y resucitará al tercer día. Del anuncio de la pasión de Jesús se pasa a las consecuencias que dimanan para la vida de los discípulos. El que quiera seguirle debe compartir sus opciones y su destino.

            Es importante ‑en el proceso de maduración en la fe‑, para los seguidores de Jesús, aprender a estar en lugares apartados en compañía del Señor, ponerse a su escucha y dejarse interrogar por Él. La pregunta que Jesús hace a sus discípulos, es también la pregunta que nos hemos de hacer los cristianos de hoy: ¿Quién es Jesús para nosotros? ¿Qué idea nos hacemos de él? ¿Le seguimos? ¿Quién es para nosotros ese Profeta de Galilea, que no ha dejado tras de sí escritos sino testigos?
            Señor Jesús, sabemos que no basta que te llamemos “Mesías de Dios”. Hemos de seguir dando pasos por el camino abierto por él, encender también hoy el fuego que quería prender en el mundo. ¿Cómo podemos hablar tanto de ti sin sentir tu sed de justicia, tu deseo de solidaridad, tu voluntad de paz? El camino de la cruz recorrido por ti Maestro, cuya desembocadura es la resurrección, es el indicado también para los que te seguimos. Señor Jesús, concédenos, vivir tu sentir.
            Jesús de Nazareth, somos conscientes de que no es suficiente confesar tu condición divina con fórmulas abstractas, alejadas de la vida e incapaces de tocar el corazón de los hombres y mujeres de hoy. Tendremos que descubrir en sus gestos y palabras al Dios Amigo de la vida y del ser humano. ¿No es la mejor noticia que podemos comunicar hoy a quienes buscan caminos para encontrarse contigo? Jesús de Nazareth, concédenos, en nuestro caminar, que muchos se sientan atraídos hacia ti.
            Jesús, sabemos que el camino de la fe no es algo mágico, sino una experiencia anclada en el vivir. Caemos por tanto en cuenta, que no basta repetir una y otra vez tu mandato. Es responsabilidad nuestra mantener siempre viva tu inquietud por caminar hacia un mundo más fraterno, promoviendo un amor solidario y creativo hacia los más necesitados. No basta predicar tus milagros. También hoy hemos de curar la vida como lo hacías Tú, aliviando el sufrimiento, devolviendo la dignidad a los perdidos, sanando heridas, acogiendo a los pecadores, tocando a los excluidos. Concédenos Jesús, un corazón semejante al tuyo.