VI Domingo
Ordinario (Mt 5, 17-37)
“No he venido
a abolir la Ley y los Profetas; sino a darles plenitud”
Seguimos
en el Sermón de la Montaña. Lo retomamos donde lo habíamos dejado el domingo
pasado. Son las Bienaventuranzas las que iluminan el texto de hoy.
Hay dos
versículos que nos dan la clave de interpretación del texto de este domingo y
el siguiente. El primero es el versículo 17: “No crean que he venido a abolir
la Ley y los Profetas; sino a darles plenitud”.
En más de
una ocasión se acusa a Jesús y sus discípulos de no cumplir con la ley. Aquí el
Señor responde con claridad que Él no ha venido a abolir la Ley y los Profetas,
sino a llevarlos a plenitud, hasta sus últimas consecuencias. Lejos pues de
desautorizar la Escritura, Jesús la valora insistentemente y nos lleva a su
sentido más profundo. El otro versículo que es clave es el v20 “Les
aseguro que si su justicia no es mayor
que la de los escribas y fariseos, ciertamente no entrarán ustedes en el Reino
de los cielos”
La palabra
“justicia”, en la Escritura, no tiene el significado que le damos en nuestra
cultura: dar a cada quien lo que corresponde. El hombre “justo” en la Sagrada
Escritura, es el hombre que está en comunión con Dios y cumple su voluntad. Ser
justo quiere decir cumplir fielmente la voluntad de Dios. Pero no basta con
cumplirla en la letra, quedamos en la exterioridad de la ley. Sino superamos el
cumplimiento meramente externo de la ley, no hemos entendido su sentido
profundo, no hemos entrado en la dinámica del Reino, y por lo mismo, no
cumplimos la voluntad del Padre. No hemos superado la “justicia” de los
escribas y fariseos.
Anunciado
este planteamiento, el Sermón de la Montaña plantea seis ejemplos a manera de
antítesis; en ellos Jesús contrapone algunas sentencias significativas de la
Ley de Moisés con normas de actuación. De este modo pretende ayudarnos a
descubrir cuál es el contenido de fondo de la Ley.
La primera
antítesis se refiere a “no matar”, presente en el decálogo y reinterpretado por
Jesús, hay también otras maneras de matar; también la ira, el insulto, el
desprecio, manifiestan un conflicto y un juicio que amenazan y trastornan la
vida de la comunidad. Y todavía más, la autenticidad del culto se verificará
según la capacidad de vivir reconciliados.
El
adulterio también es sometido a consideración: la unión con la mujer de otro
hombre, incluso antes de quebrantar el derecho del marido, tiene su raíz en el
corazón, sede de los sentimiento profundos y de la personalidad moral del
individuo. Por eso, quien “desea” en el sentido del verbo hebreo
correspondiente, quiere adueñarse con violencia de algo que no le pertenece, ya
cometió adulterio en su corazón.
Lo que
viene después de “arrancarse el ojo” o “la mano”, por supuesto que no hay que
entenderlo literalmente. El “ojo” y la
“mano” son el símbolo del deseo y la acción correspondiente; es decir, lo que
hay que cortar es todo aquello que te lleva al pecado.
El tercer
ejemplo que el Señor pone es sobre el divorcio y nos remite al texto de Dt 24,
1). Se trata del derecho que tenía el marido de repudiar a una mujer, es decir,
de despedirla a su casa y oficializar el divorcio. En cambio, según la ley de
Moisés, la mujer no tiene derecho a divorciarse de su marido. Jesús quiere ir a
la raíz, no se contenta con resolver las cuestiones importantes de la vida por
la vía legal, sino que antepone a todo la importancia del hecho y no deja de
recordar las responsabilidades de los hombres, no tan contempladas en la Ley
como las de las mujeres. Además, en otro texto (Mt 19, 1-9), Jesús remite al
proyecto original de Dios.
La última
antítesis hace referencia a los juramentos que pretenden implicar a Dios en
nuestras afirmaciones. Pueden convertirse en una manipulación de Dios, cosa que
los hombres han hecho y hacen a menudo. La exclusión de cualquier tipo de
juramento, pretende desenmascarar la costumbre de abusar de la autoridad de
Dios, y es una llamada a la verdad y a la sinceridad y un rechazo de cualquier
forma de hipocresía.
¿Qué hay
en el fondo del Evangelio de hoy? Jesús nos invita a entrar en el sentido
profundo de la Ley; a no quedarnos en el cumplimiento externo y
superficialidad. Para entrar en el Reino de los cielos, el Señor nos pide una
justicia (cumplimiento de la voluntad de Dios) superior a la observancia mecánica
y desencarnada; solicita una adhesión capaz de interiorizar la norma y manifestar las verdaderas intenciones del
corazón.
La nueva
justicia no se volverá a medir más en términos “cuantitativos”, como
observancia externa de unos preceptos; será valorada en virtud de la adhesión
del corazón a las exigencias del Reino: el amor, el respeto, la libertad, la verdad....
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