martes, 25 de febrero de 2014

Al encuentro con la Palabra


V Domingo Ordinario (Mt 5, 13-16)
“Yo soy la luz del mundo, el que me sigue no caminará en tinieblas”

El Evangelio de hoy es parte del Sermón de la Montaña o Sermón de las Bienaventuranzas que el Evangelio de Mateo abarca del c 5-7, y empieza con las Bienaventuranzas en las que Jesús  traza los caminos que conducen a la verdadera felicidad y va describiendo el espíritu que debe animar a sus verdaderos seguidores; las pautas que deben guiar el comportamiento cristiano.

El texto de la Bienaventuranzas debíamos haberlo leído el domingo pasado; pero como coincidió con la fiesta de la Presentación del Señor, leímos los textos propios de la fiesta.

El texto de hoy viene después de las Bienaventuranzas y  hay que leerlo en ese contexto para poder entenderlo.

Mateo une dos imágenes, “sal” y “luz” y las utiliza para crear en el contexto del Sermón de la Montaña, un engranaje entre las Bienaventuranzas y el del sentido de la Ley. Se quiere poner énfasis en la tarea confiada a los discípulos que deben vivir en referencia a la tierra – mundo, no de modo separado, sino como una nueva alternativa explicadas por dos imágenes muy claras: “sal de la tierra” y “luz del mundo”

La primera imagen de la sal, sugiere los diferentes modos conocidos de utilizarla y la presenta como un elemento natural e indispensable: dar sabor a los alimentos y los conserva de la corrupción.

Si la sal se desvirtúa, ya no sirve para nada y se tira a la calle para que la pise la gente.

La segunda imagen la luz, es también muy clara en su significado. La luz, contrapuesta a la oscuridad, nos permite ver la verdadera dimensión de las cosas, permite situarnos frente a ellas, nos orienta  y nos permite caminar con seguridad. Cuando el testimonio de los discípulos es auténtico, es como una ciudad construida en lo alto de un monte que no se puede ocultar, o como una vela encendida  que se pone sobre el candelero para que alumbre todos los de la casa.

Aplicada a los discípulos, la imagen de la luz apunta al comportamiento, a la vida concreta, a la práctica cotidiana, a lo que se ve. El testimonio de los discípulos de Jesucristo, por tanto, se realiza a través de la propia manera de vivir “las buenas obras” y en relación del tú a tú. Es la propia experiencia de la fe la que comunica el Evangelio y la fe. Esta luz hará posible que la persona que la percibe, pueda sentir la presencia de Dios en el mundo; el sentido de su existencia y de su vida.

Una fe solo se prende en otra fe, como una llama solo se prende por otra llama.

Además, el objetivo de ser “sal” y “luz” es siempre la glorificación del Padre del cielo y la edificación de la comunidad humana.

Por otra parte, es importante aclarar que las buenas obras no se refieren a cualquier comportamiento, sino de la práctica de las Bienaventuranzas, y en un sentido más amplio, a todo el Sermón de la Montaña.

Es importante el que actuar, pero sobre todo, que las obras buenas vayan más allá de quien las hace. Solo cuando el protagonismo es el comportamiento coherente, y no el sujeto, se puede hablar de un auténtico alcance misionero del testimonio. De otra manera, se caería en un “exhibicionismo que no tiene que ver nada con el Evangelio de hoy.

El evangelio de este domingo presenta la vocación cristiana, clave de “función pública”, de servicio que se hace a todos.

Jesús se aplica a sí mismo, la imagen de la luz: “Yo soy la luz del mundo, el que me sigue, tendrá la luz de la vida” Esta es la luz que el mundo necesita y que el discípulo tiene que reflejar.

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