VII Domingo Ordinario (Mt 5, 38-48)
“Amen a sus enemigos y oren por quienes los persiguen”
Continuamos
con el Sermón de la Montaña. Este domingo terminamos la sección que tiene que
ver con el sentido profundo de la Ley que se desarrolla en base a “antítesis” :
“Sabéis que se dijo a los antiguos… pero yo os digo” Puede ser útil recordar el texto del domingo pasado; el de
hoy es continuación del de hace ocho días. Son las dos últimas antítesis con
las que termina esta sección.
No olvidar
también los dos versículos que nos dan la clave de interpretación de toda esta
parte del Sermón de la Montaña que también leíamos el domingo pasado: “No crean
que he venido a abolirlos, sino a darles plenitud” y “Les aseguro que si su
justicia no es mayor que la de los escribas y fariseos, ciertamente no entrarán
en el Reino de los Cielos”
Hoy se nos
habla sobre la venganza. “Han oído que se dijo Ojo por ojo y diente por
diente”. Es la famosa Ley del Talión, referencia normativa no únicamente para
el pueblo de Israel, sino para todos los pueblos del antiguo Oriente. Con ella
se quiere resarcir el equilibrio conforme al bien lesionado. Pero en la
práctica no se restablece ningún equilibrio, sino que se entra en una espiral
de violencia que no tiene fin. Violencia que, por otro lado, “deshumaniza” y
nos va introduciendo en un dinamismo de “animalización”, lo que priva es el
instinto, no la razón.
Por eso
Jesús nos propone entrar en un dinamismo totalmente opuesto. Los versículos que
van del 39 al 42, más que tomarlos en su sentido literal, que podrían
entenderse en tomar una actitud totalmente pasiva, hay que entenderlos en lo
que quieren significar: no respondas al mal con mal, sino responde al mal con
bien, que no tiene nada de pasividad.
La última
“antítesis” se refiere al amor a los enemigos: “Habéis oído que se dijo: ama a
tus amigos y odia a tus enemigos”, Yo, en cambio les digo: amen a sus enemigos,
hagan el bien a los que los odian y rueguen por los que los persiguen y
calumnian”. Para ser mejores que los escribas y fariseos es necesario extender
el amor al prójimo, incluso a los enemigos. Este es el modo más auténtico de
imitar a Dios, su santidad y su perfección. Estamos en el corazón del
Evangelio. No hay excusas que valgan, en el corazón del discípulo, en la médula
de las bienaventuranzas, el amor y la oración por los enemigos, por los que nos
han hecho mal, es la primera respuesta para crear nuevas relaciones con quien
se muestra hostil.
Jesús por
tanto, no niega que los enemigos sean enemigos; pero recuerda que además son
hermanos, son hijos del mismo Padre, igual que tú y yo. No se trata de negar la
realidad, de lo que se trata es de recordar que aquella persona que es enemiga
también es hija del Padre del cielo. Eso hace que la posición de uno, cambie
ante el otro. De lo que se trata es de entrar en la “nueva ética” del Reino. Y
la razón última del evangelio del domingo pasado y de este: “Para que sean
hijos del Padre celestial, que hace salir su sol sobre los buenos y los malos,
y manda su lluvia sobre los justos y los injustos. Ustedes, pues, sean
perfectos, como su Padre celestial es perfecto”. Somos llamados a asemejarnos a
ese Padre que ama sin medida y sin distinción de personas.
La fuerza
transformadora del Evangelio de hoy la hemos constatado en las personas de un
pasado reciente como Mandela, que fue capaz de romper en Sudáfrica la inhumana
segregación racial; de Martin Luther King, el gran defensor de los derechos
humanos de los negros en Estados Unidos; de Gandhi que fue capaz de romper el
dominio del Imperio Británico en la India y darle su independencia. Todos ellos
renunciando a responder a la violencia con violencia, pero creyendo y viviendo
en la fuerza transformadora del amor y del bien. Ellos fueron los creadores de
lo que hoy se llama “resistencia pacífica”