viernes, 8 de febrero de 2013

Al encuentro con la Palabra


IV DOMINGO ORDINARIO (LC. 4, 21 -30)
¿No es este el hijo de José?,

El evangelio de hoy es continuación del de hace ocho días. El primer versículo de hoy es el último que leíamos hace una semana. El evangelista Lucas presenta la reacción de la gente de la sinagoga de Nazareth a la auto-aplicación que Jesús hace del texto de Isaías que acaba de leer “Hoy mismo se ha cumplido este pasaje de la Escritura que acaban de oír” En Jesús se hace presente “hoy” la promesa de salvación de Dios que los profetas anunciaban para los “pobres, cautivos, ciegos y oprimidos”. Y de una primera aprobación y admiración “Todos daban su aprobación y admiraban la sabiduría que salían de sus labios”, se va a pasar a la duda, y ante el cuestionamiento que Jesús les hace a la ira y al rechazo total.
¿No es este el hijo de José?, la gente presente en la sinagoga expresa las dificultades que hay para aceptar y hallar en un hombre. Más aún, en un hombre que convivió con ellos, que fue un “hijo de vecino” como cualquier habitante de Nazareth. Y ante el cuestionamiento que Jesús les hace: “Seguramente me dirán aquel refrán, médico cúrate a ti mismo y haz aquí en tu propia tierra, todos esos prodigios que hemos oído has hecho en Cafarnaúm” añade una frase contundente que manifiesta la actitud de cerrazón a la que están llegando: “Yo les aseguro que nadie es profeta en su tierra”, y Jesús va todavía más a fondo en su cuestionamiento al recordarles la acción de Dios, que a lo largo de la historia del pueblo, ya se ha hecho presente entre los más desvalidos: viudas, leprosos, extranjeros. Recordando estos episodios en que los profetas Elías y Eliseo actúan a favor de personas extranjeras, Jesús manifiesta que su propia misión está destinada a todos los pueblos y no solo a Israel. También los paganos son llamados a participar del Reino y la salvación que ellos esperaban.
Este relato de la historia de la salvación es una denuncia y un cuestionamiento: que lástima que haya habido extranjeros que hayan aceptado y acogido la intervención de Dios, mejor que ellos. Y esto es difícil de aceptar a los judíos, los cuales entendían el ser pueblo escogido en un sentido restrictivo y exclusivista.
Todo este cuestionamiento provoca la indignación de los oyentes, cuya reacción violenta prefigura el rechazo de Cristo por parte del mundo judío. Y el final de esta escena nos anticipa la muerte y resurrección de Jesús.
¿Qué hay en el trasfondo del evangelio de hoy? Dos cosas que quisiera subrayar de una manera especial.
Primera.- La dificultad que hay para pasar del simple conocimiento humano al plano de la fe. Los habitantes de Nazareth conocieron a Jesús, convivieron con Él; era el hijo de José. Pero pasar a aceptar que en Él se cumple lo anunciado por los profetas, que es el “Ungido”, es decir el Mesías esperado, esto ya es más difícil. Los paisanos de Jesús no lograron dar el paso a la fe y menos cuando se sintieron tan fuertemente cuestionados. También nosotros hoy tenemos las mismas dificultades para dar ese paso.
Segundo.- La escena que se desarrolla en la sinagoga de Nazareth pone de manifiesto un rasgo esencial de la misión de Cristo: la universalidad. El viene para todos los pueblos. Jesús no puede ser acaparado por ningún pueblo.
Los paisanos de Jesús, después del primer movimiento de admiración y al ser fuertemente cuestionados, se vuelven furiosos cuando caen en la cuenta de que no pueden apropiárselo, utilizarlo en clave de exaltación del pueblo, del clan, del grupo. Jesús es una vez más es decepcionante respecto de ciertas expectativas. No se presta a hacer de soporte de una mentalidad exclusivista del privilegio.
¡Que lección para cualquier grupo que hoy quisiera hacer lo mismo con la persona y la misión de Jesús!

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