II Domingo
Ordinario (Jn 2, 1-11)
“Nadie
echa vino nuevo en odres viejos…”
El evangelio
de Juan entra en su capítulo segundo, en el llamado “libro de los signos” donde narra los siete signos o señales que el
evangelista selecciona entre otros muchos que hizo Jesús.
Hay un énfasis diferente en la manera de
proponer los milagros en Juan que en los sinópticos (Mateo, Marcos y Lucas). En
el evangelio de Juan nunca sale en el texto original la palabra “milagro”, sino que siempre habla de “signos – señales”, evitando la idea
de fenómeno espectacular y destacando la función de “signo” que es necesario
descubrir, comprender, asumir.
El gesto realizado por Jesús en Caná es
una manifestación de Jesús. El episodio tiene una gran importancia en Juan,
porque es el primero y el modelo de todos los “signos”, el que encierra el
sentido de los distintos gestos de Jesús. El doble significado del “signo” está
indicado al final del relato: revela la gloria de Cristo y conduce a la fe.
Para comprender el mensaje de este evangelio. Analicemos algunos elementos del
texto.
El marco de la boda, desde Oseas, los
profetas han descrito la relación entre Dios y su pueblo como una relación
matrimonial. Esto pone de manifiesto a Jesús como el esposo mesiánico, que
celebra las bodas con la humanidad.
Las tinajas de piedra de unos cien litros
cada una, que servían para las purificaciones de los judíos, son llenadas de
agua que se convierte en vino de óptima calidad y en una abundancia
desbordante, son símbolo de los tiempos y bienes mesiánicos, y de la Nueva
Alianza que Jesús está inaugurando. La Antigua Alianza cede su lugar a la Nueva
Alianza.
El apelativo “mujer” aplicado a María,
que apunta a la presentación de María como la nueva Eva.
Estas bodas mesiánicas, por otra parte,
tienden absolutamente hacia la “hora” de la cruz y la resurrección. Desde esta
perspectiva es como se comprende la naturaleza de la “Gloria” que se manifiesta
en Caná.
El texto del evangelio de hoy nos habla
de la extraordinaria novedad que nos ha traído Jesús con su presencia y acción
mesiánica. En el “singo” de Caná, Jesús se nos manifiesta como el esposo que
viene a desposarse con la humanidad y dar cumplimiento a la promesa de
salvación inaugurando así la Nueva Alianza y la nueva ley; el Reino ha llegado
simbolizado en la abundancia del vino nuevo y de óptima calidad. En el “signo”
de Caná nos entrega el mejor vino e inaugura, de manera simbólica, los tiempos
nuevos queridos por Dios y anunciados por los profetas.
La gran novedad que ha traído Jesús al
mundo, tal como lo atestiguan los evangelios, es la entrega de su Espíritu, del
que cada uno tiene una manifestación en la comunidad para el servicio del bien
común como nos recuerda Pablo en la segunda lectura de este domingo. El
espíritu de Jesús es la fuente viva del amor filial a Dios y del amor fraterno
a los otros. Este amor es la antítesis del egoísmo que nos encierra en nosotros
mismos y nos lleva a considerarnos el centro de todo. Sin el Espíritu que nos
comunica Jesús somos incapaces de salir de nosotros mismos y de abrirnos a Dios
y a los otros. En consecuencia somos mejores en el sentido evangélico del
término y permanecemos anclados en el pecado y en la muerte.
Hay dos cosas que nos plantea la novedad
de Jesús en el “signo de Caná
Primera.- ¿Es Jesús verdaderamente algo
nuevo para mi vida? ¿Descubro en Él un horizonte nuevo para mi existencia, una
nueva manera de ser y de vivir? El encuentro con Cristo nos hace nuevos en el
corazón, en centro más profundo de nuestro ser, cumpliendo así las antiguas
profecías.
Segundo.- muy relacionado con lo
anterior; Jesús decía a los fariseos que el vino nuevo debe ponerse en odres
nuevos, porque solo estos pueden contenerlo. Debemos preguntarnos hasta que
punto somos nosotros, efectivamente, “odres nuevos”, capaces de ofrecer espacio
al “vino nuevo” del Espíritu que Él nos ofrece. El “vino nuevo” del Reino
requiere de hombres nuevos.
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