miércoles, 9 de enero de 2013

Al encuentro con la Palabra


Epifanía del Señor (Mt. 2, 1-12)
“Entraron en la casa, vieron al niño con su Madre y lo adoraron postrados en tierna”.

Seguimos profundizando y celebrando el misterio de la Navidad, el misterio del Dios “hecho carne”. Hoy celebramos la fiesta de la Epifanía del Señor, la fiesta de los Reyes Magos, como más comúnmente se le conoce en nuestro pueblo. Epifanía quiere decir “manifestación” y la Palabra de Dios en esta solemnidad está centrada toda sobre Jesús Mesías, Rey y Salvador de las Naciones. No ha venido solo para Israel, sino también para los paganos representados por los Magos, es decir, para toda la familia humana. La venida de los Magos es el inicio de la unidad de las naciones, que se realizará plenamente en la fe en Jesús, cuando todos los hombres se reconozcan hijos de un mismo Padre y hermanos entre ellos. Hoy el cristiano es invitado a dilatar los espacios: de su cabeza, de su mentalidad y de su corazón.
El relato está lleno de símbolos y de enseñanzas contrastantes. Podríamos hacer una relectura como el “camino de fe” que tenemos que hacer para llegar al encuentro con el Señor.
Hacer el camino de fe implica “salir” y “ponerse en camino”. Esto significa salir de uno mismo, dejar las propias seguridades y las propias certezas e iniciar la búsqueda. En esta búsqueda siempre habrá signos, señales que nos vayan guiando, o la luz de una fe inicial (el simbolismo de la estrella). En este camino habrá momentos de oscuridad y de luz; hay que investigar y preguntar.
En el relato hay un elemento tremendamente contrastante. Jerusalén, que representa al pueblo creyente está adormecida, y necesita ser despertada por los buscadores, por los adoradores de Dios venidos de lejos. Encuentran a una ciudad que se inquieta, pero no se mueve; encuentran a un rey, ávido de poder que se siente alarmado y temeroso y dispuesto a todo para no perderlo. Encuentran sumos sacerdotes, escribas, que se contentan con libros, documentos, declaraciones solemnes, pero no captan lo “nuevo” que da la razón a estos textos, y no captan que no es cuestión de “saber”, sin de “ir a ver”. Los escribas se manifiestan incapaces de moverse, esclerotizados como están en su “saber”, no llegan a entender que “saber cuestiones religiosas” no significa que están en el camino de la fe. Los escribas repiten una lección, pero se muestran insensibles a la palabra viva.
¡Que contraste con el comportamiento de los magos! Estos, no dudan en ponerse en camino para buscar, aprender, descubrir, y es suficiente un pequeño signo, una señal luminosa en el cielo, para provocar un estremecimiento dentro, para ponerlos en camino. Hombres de deseo, no depositarios de certezas. Preocupados por llenar el corazón, más que por almacenar nociones en el cerebro. Son los verdaderos buscadores y adoradores del Dios de la vida.
El Papa Benedicto XVI comentando este texto de Mateo en su libro sobre “La infancia de Jesús”, hace esta reflexión: “Queda la idea decisiva: los sabios de Oriente son un inicio, representan a la humanidad cuando emprende el camino hacia Cristo, inaugurando una procesión que recorre toda la historia. No representa únicamente a la persona que han encontrado ya la vía que conduce hasta Cristo. Representan el anhelo interior del espíritu humano, la marcha de las religiones y de la razón humana al encuentro de Cristo”. El final del relato pone de manifiesto el objetivo de todo camino de fe: el encuentro con Cristo. “Entraron en la casa, vieron al niño con su Madre y lo adoraron postrados en tierna. Abrieron sus cofres y le ofrecieron como regalo oro, incienso y mirra”. La tradición cristiana ha interpretado estos regalos como un símbolo: el oro representa la realeza de Cristo, el incienso su divinidad y la mirra su humanidad. El camino de búsqueda emprendido por los Magos interroga hoy nuestras certezas o nuestras dudas de fe y nos pide una respuesta que nos ponga también a nosotros en camino por el sendero de un deseo de Dios, nuevo y más profundo. Tal vez nos hemos quedado en el mero conocimiento de las verdades religiosas, creyendo que ese es el camino de la fe. Que no nos pase que nos acomodemos en lo que sabemos de Cristo sin dar un paso más para encontrarle de verdad, para adorarle y convertirle en el centro de nuestra existencia y en la meta hacia la cual debemos tender siempre con nuevo impulso.
Cuando lo hayamos buscado y encontrado así, experimentaremos la “inmensa alegría” que supone vivir a la luz de su presencia.

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