lunes, 14 de enero de 2013

Al encuentro con la Palabra


El Bautismo del Señor (Lc. 3, 15-16, 21-22)
“Tú eres mi hijo, el predilecto; en ti me complazco”

Con el domingo del Bautismo del Señor, se cierra el ciclo de Navidad en el calendario litúrgico y se inicia el tiempo ordinario- en realidad toda la Navidad es una gran Epifanía, es decir, la gran manifestación del amor de Dios y su proyecto de salvación, en Jesús el Dios hecho niño, el Verbo hecho uno como nosotros. La fiesta del Bautismo del Señor sigue la misma lógica de la Epifanía.

Hay dos aspectos que adquieren relieve en el relato de Lucas, a propósito del Bautismo de Jesús: la presencia del pueblo y Jesús en oración.

El primer elemento no tiene una función meramente decorativa, sino que se inserta en el contexto de la encarnación. Jesús, antes de sumergirse en el agua, se sumerge en el pueblo. El evangelista quiere subrayar como Jesús se mezcla con la multitud, desaparece en ella, se confunde con ella, se identifica con la condición humana, comparte y asume la exigencia de purificación y salvación.

El segundo aspecto quiere subrayar que después de esa “inmersión” en el pueblo, y seguidamente en el agua, Jesús se sumerge en la oración. Como para abrir una brecha en dirección al cielo y hacer posible la intervención y la acción del Espíritu.

Pero Lucas no subraya sólo el aspecto “comunitario” del Bautismo de Cristo, que se confunde con los demás para recibir el bautismo; aquí como en otras partes de su evangelio, se presenta a Jesús que ora. Una manera peculiar de Lucas para poner de relieve la comunión de Jesús con el Padre en relación a su misión, y al Espíritu que anima esta misión. No puede haber misión sin Espíritu y no puede darse intervención del Espíritu sin oración, y junto con esta manifestación del Espíritu, se oye una voz que viene del cielo que decía: “Tú eres mi hijo, el predilecto; en ti me complazco”

El Bautismo de Jesús es, pues, un momento extraordinario de la revelación de su identidad profunda cono “el Hijo amado del Padre”, y de la manifestación del Espíritu de Dios en la persona de Jesús, “ungido” para la misión.

La tarea de Jesús en el mundo, es por lo tanto doble: Él es el Mesías (el “Ungido”), enviado por el Padre y por esto recibe la fuerza del Espíritu, para realizar su misión de Salvador de los hombres, sacándola del misterio mismo de Dios, de quien proviene. Pero al mismo tiempo Él es también el Hijo predilecto del Padre , el rostro sensible de Dios, el revelador de la Palabra escuchada del Padre y transmitida a los hombres.

Resumiendo de alguna manera el texto de este domingo podríamos decir que Jesús al someterse al bautismo de Juan, se muestra solidario con los hombres pecadores de todos los tiempos, se inserta humildemente en el atormentado camino de toda la humanidad, abraza nuestra condición de gente pobre y vulnerable; con la palabra y con el testimonio de su vida es, realmente, un hombre como nosotros, amigo fiel. Pero también se nos revela como el “Hijo amado del Padre” en quien nosotros tenemos la posibilidad de ser y sentirnos hijos amados del mismo Padre; y el Espíritu Santo que estaba ya en Jesús precisamente porque había sido concebido por el Espíritu Santo, ahora lo recibe desde la perspectiva de su misión; una misión que lo lleva a despojarse de sí mismo hasta la entrega suprema de su vida para realizar el proyecto de salvación del Padre y hacernos partícipes de su amor y vida.

La fiesta de hoy representa una ocasión privilegiada para redescubrir las dimensiones y las consecuencias de nuestro bautismo. Subrayo algunas:

-       En primer lugar, redescubrir y recuperar una experiencia fundamental, la de ser hijos en el Hijo. Con todo lo que comparta esta condición de alegría, fuerza y vida.
Consecuencia de esta realidad, revivir nuestra condición de hermanos con Jesús y los demás

No hay comentarios:

Publicar un comentario