El Bautismo
del Señor (Lc. 3, 15-16, 21-22)
“Tú eres mi hijo, el predilecto; en ti me
complazco”
Con el domingo del Bautismo del Señor, se
cierra el ciclo de Navidad en el calendario litúrgico y se inicia el tiempo
ordinario- en realidad toda la Navidad es una gran Epifanía, es decir, la gran
manifestación del amor de Dios y su proyecto de salvación, en Jesús el Dios
hecho niño, el Verbo hecho uno como nosotros. La fiesta del Bautismo del Señor
sigue la misma lógica de la Epifanía.
Hay dos aspectos que adquieren relieve en
el relato de Lucas, a propósito del Bautismo de Jesús: la presencia del pueblo
y Jesús en oración.
El primer elemento no tiene una función
meramente decorativa, sino que se inserta en el contexto de la encarnación.
Jesús, antes de sumergirse en el agua, se sumerge en el pueblo. El evangelista
quiere subrayar como Jesús se mezcla con la multitud, desaparece en ella, se
confunde con ella, se identifica con la condición humana, comparte y asume la
exigencia de purificación y salvación.
El segundo aspecto quiere subrayar que
después de esa “inmersión” en el pueblo, y seguidamente en el agua, Jesús se
sumerge en la oración. Como para abrir una brecha en dirección al cielo y hacer
posible la intervención y la acción del Espíritu.
Pero Lucas no subraya sólo el aspecto
“comunitario” del Bautismo de Cristo, que se confunde con los demás para
recibir el bautismo; aquí como en otras partes de su evangelio, se presenta a
Jesús que ora. Una manera peculiar de Lucas para poner de relieve la comunión de
Jesús con el Padre en relación a su misión, y al Espíritu que anima esta
misión. No puede haber misión sin Espíritu y no puede darse intervención del
Espíritu sin oración, y junto con esta manifestación del Espíritu, se
oye una voz que viene del cielo que decía: “Tú eres mi hijo, el predilecto; en
ti me complazco”
El Bautismo de Jesús es, pues, un momento
extraordinario de la revelación de su identidad profunda cono “el Hijo amado
del Padre”, y de la manifestación del Espíritu de Dios en la persona de Jesús,
“ungido” para la misión.
La tarea de Jesús en el mundo, es por lo
tanto doble: Él es el Mesías (el “Ungido”), enviado por el Padre y por esto
recibe la fuerza del Espíritu, para realizar su misión de Salvador de los
hombres, sacándola del misterio mismo de Dios, de quien proviene. Pero al mismo
tiempo Él es también el Hijo predilecto del Padre , el rostro sensible de Dios,
el revelador de la Palabra escuchada del Padre y transmitida a los hombres.
Resumiendo de alguna manera el texto de
este domingo podríamos decir que Jesús al someterse al bautismo de Juan, se
muestra solidario con los hombres pecadores de todos los tiempos, se inserta
humildemente en el atormentado camino de toda la humanidad, abraza nuestra
condición de gente pobre y vulnerable; con la palabra y con el testimonio de su
vida es, realmente, un hombre como nosotros, amigo fiel. Pero también se nos
revela como el “Hijo amado del Padre” en quien nosotros tenemos la posibilidad
de ser y sentirnos hijos amados del mismo Padre; y el Espíritu Santo que estaba
ya en Jesús precisamente porque había sido concebido por el Espíritu Santo,
ahora lo recibe desde la perspectiva de su misión; una misión que lo lleva a
despojarse de sí mismo hasta la entrega suprema de su vida para realizar el
proyecto de salvación del Padre y hacernos partícipes de su amor y vida.
La fiesta de hoy representa una ocasión
privilegiada para redescubrir las dimensiones y las consecuencias de nuestro
bautismo. Subrayo algunas:
- En
primer lugar, redescubrir y recuperar una experiencia fundamental, la de ser
hijos en el Hijo. Con todo lo que comparta esta condición de alegría, fuerza y
vida.
Consecuencia de esta realidad, revivir nuestra
condición de hermanos con Jesús y los demás
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