domingo, 30 de septiembre de 2012

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XXVI Domingo Ordinario (Mc 10, 38-43.45.47-48)
Cualquiera que haga tropezar a uno de estos pequeñitos que creen en mí,  mejor le fuera si se le atase una piedra de molino al cuello,  y se le arrojase en el mar.
 A pesar de los esfuerzos de Jesús por enseñarles a sus discípulos a vivir como él, al servicio del Reino de Dios, haciendo la vida de las personas más humana, digna y dichosa, los discípulos no terminan de entender el Espíritu que lo anima, su amor grande a los necesitados y la orientación profunda de su vida.
El relato marcano es muy iluminador. Los discípulos informan a Jesús de un hecho que les ha molestado mucho. Han visto a un desconocido “expulsando demonios” (v. 38). Se dedica a liberar a las personas del mal que les impide vivir de manera humana y con paz. Sin embargo, a los discípulos no les gusta su trabajo liberador. No piensan en los que son curados. No les preocupa la gente, sino su prestigio. Su actuación les parece una intrusión.
Jesús reprueba la actitud de sus discípulos, rechaza su postura sectaria y excluyente y, se coloca en una lógica radicalmente diferente (v. 39). El ve las cosas de otra manera. Lo primero y más importante es que la salvación de Dios llegue a todo ser humano, liberarle de todo aquello que lo esclaviza y destruye, incluso por medio de personas que no pertenecen al grupo. El mensaje de Jesús es claro: el que hace el bien, aunque no sea de los nuestros, está a favor nuestro (v. 40).
Para Jesús, lo primero dentro del grupo de sus seguidores es olvidarse de los propios intereses y ponerse a servir. No es fácil. Preocupa a Jesús que entre los suyos haya quien “escandalice a uno de estos pequeños que creen” (v. 42). El lenguaje de Jesús, al final del texto es fuerte. Está en juego “entrar en el Reino de Dios” o quedar excluido.
La incitación al pecado, o el “escándalo” (v. 42), que es referencia clara a acciones que hacen de obstáculo para vivir la voluntad de Dios como expresión de su reinado, será algo totalmente reprobado en el discípulo. Para expresar esto, Jesús emplea imágenes extremadamente duras (vv. 43-48). El lenguaje de Jesús es metafórico. La “mano” es símbolo de la actividad, del trabajo; los “pies”, pueden hacer daño si nos llevan por caminos contrarios a la entrega y el servicio; y los “ojos”, representan los deseos y aspiraciones de la persona.
Padre, deseamos vivir a ejemplo de Jesús nuestra filiación, queremos vivir tu voluntad y desde esta experiencia colaborar en la realización de tu reinado. Concédenos arrancar de nuestra vida, todo lo que sea obstáculo en el seguimiento fiel de tu Hijo. Verdaderamente anhelamos vivir como vivió Él. Inspirados en este evangelio te pedimos con nuestro corazón, saber utilizar nuestras manos, nuestros pies y nuestros ojos.
Que nuestras manos, no sean para herir, golpear, someter o humillar, sino para bendecir, ayudar, curar y tocar a los excluidos, renunciando así, a actuar en contra del estilo de Jesús. Que nuestros pies nos ayuden a estar cerca de los más necesitados, a salir en búsqueda de los que viven perdidos y nos sirvan para abandonar los caminos errados que no ayudan a nadie a seguir a Jesús. Que nuestros ojos, estén bien abiertos para mirar a las personas con el amor y la ternura con que las miraba Jesús; que verdaderamente aprendamos a mirar la vida de manera más evangélica.

domingo, 23 de septiembre de 2012

Al encuentro con la Palabra


XXV Domingo Ordinario (Mc 9, 30-37)
Si alguno quiere ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos
Este domingo, el texto marcano pone ante nosotros el segundo anuncio de la pasión y resurrección de Jesús a sus discípulos (v. 31). A pesar de ser un anuncio más breve, todo queda en él mejor y precisado. Sin embargo, los discípulos, siguen sin comprender nada (v. 32). Parece que se ha apagado la luz de la transfiguración (9, 2-13), y ha encarnado perfectamente la figura del epiléptico dominado por aquel espíritu, poniendo al descubierto su carencia de fe sólida y la necesidad de conocer adecuadamente la persona de Jesús (9, 14-29).
Jesús el Maestro, de camino, educa en la acción y mediante la acción (vv. 30-31). Ya “una vez en casa”, recogiendo a jornada con sus discípulos (v. 33), “se sienta” (v. 35), y poniendo de ejemplo a un niño (v. 36-37), les enseña que el primero entre ellos ha de ser el último y el servidor de todos (v. 35).
Jesús, se identifica con los niños, que representan a los más pobres, los más pequeños, los desvalidos, los necesitados de apoyo, defensa y comida, y los más débiles. Al recibir a un niño, se recibe a Jesús y, en Éste a Dios (v. 37). Jesús habla de Dios como el que envía y de sí mismo como el Enviado. En tiempos de Jesús era habitual la idea de que el enviado es igual a aquel que lo envía, se trata, por tanto, de la acogida que se hace a Dios a través de sus enviados
Hoy, a la luz de este texto del Evangelio, caemos en la cuenta de que no siempre entendemos a Jesús cuando lo escuchamos y nos da miedo ahondar en su mensaje. Sin embargo, la enseñanza de Jesús es clara: el camino para acoger a Dios es acoger a su Hijo Jesús presente en los pequeños, los indefensos, los pobres y desvalidos. ¿Por qué lo olvidamos tanto? Si la verdadera grandeza del discípulo consiste en servir, concédenos Padre: libertad para no pretender ningún tipo de poder en la vida ministerial de la Iglesia; discernimiento para acoger a los últimos; capacidad de reconocer y acoger en los demás a Jesús, y en tu Hijo, a ti mismo.

domingo, 16 de septiembre de 2012

Al encuentro con la Palabra

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XXIV Domingo Ordinario (Mc 8, 27-35)
El que quiera venir conmigo, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz y que me siga
En este domingo, el fragmento se abre con una nota geográfica: Cesarea de Filipo (v. 27), reconstruida por Herodes Felipe en las fuentes del Jordán, a unos 40 km. al norte de Galilea, lejos del centro de la religión judía. Se trata de una localidad situada en un territorio marginal, no frecuentado habitualmente por el grupo. Es tierra pagana. Todo esto hace presagiar algo interesante.
El evangelista intenta hacer emerger la respuesta a la pregunta fundamental sobre la identidad de Jesús (v. 29). Es así como se produce un diálogo cara a cara. Sólo en este contexto se puede conocer a Jesús: “Tú eres el Mesías (v. 29). Por fin parece que todo está claro. Jesús es el Mesías enviado por Dios y los discípulos lo siguen para colaborar con él. Sin embargo, al instruirlos (v. 31), procura hacerlo “con entera claridad” (v. 32), de modo que a la respuesta de los discípulos en Pedro, Jesús suma la prohibición de decirlo a nadie (v. 30), evitando así entender mal el concepto de “Mesías”, que en Él, pasará por la muerte y la resurrección (v. 31).
Indudablemente, es increíble la reacción de Pedro. Había sido el primero en confesar a Jesús como “Mesías”, y ahora es el primero en rechazarlo. Es verdaderamente dura la expresión que Jesús dice a Pedro después de que éste trata de disuadirlo: “apártate de mí”, que también se puede traducir por “ponte detrás de mí” (v. 33). Con estas palabras, le está diciendo a Pedro: “sígueme, eres tú quien me tiene que seguir, y no yo a ti”. Siempre el tentador, trata de ir adelante para que le sigan. Y así pasa ahora, a fin de conducir a Jesús y a Pedro por el camino opuesto al del Reino de Dios.
Se es discípulo, en cuanto que se siguen los pasos del Maestro. De ahí que “quien quiera” seguir a Jesús, “ha de negarse a sí mismo” (v. 34), para poner a Dios y a los demás en el centro de la propia vida; “cargar la propia cruz” (v. 34), es decir, aceptar las consecuencias de la donación de sí mismo; y perdiendo la vida, salvarla (v. 35).
Finalmente, podemos decir que reconocer a Jesús, no es garante absoluto de que lo estamos siguiendo. Seguirlo, nunca es obligatorio; al contrario, siempre es para cada persona una decisión libre. De ahí que, no es suficiente hacer confesiones fáciles que en nada comprometen mi vivir para seguir a Jesús. Seguir a Jesús, implica para el verdadero discípulo, estar abierto para construir un mundo más humano, digno y dichoso; es disponerse a renunciar a los proyectos o planes personales que se oponen al Reino de Dios; es discernir, elegir y vivir lo que quiere Dios, lo que colabora y construye su Reino.
Jesús, Señor nuestro, Maestro. Queremos caminar, seguir y seguir, no queremos descansar, ni llegar a la meta. Queremos ser sólo caminantes detrás de Ti y hacia Ti. Que no lleguemos nunca a la definitiva conversión, a ser perfectos, a mirar a los demás desde la cima. Concédenos la alegría de acoger con libertad tu cruz, renunciar a nosotros mismos perdiendo la vida por Ti, y colaborar con la obra del Padre siguiendo tus pasos.

martes, 11 de septiembre de 2012

Al encuentro con la Palabra

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XXIII Domingo Ordinario (Mc 7, 31-37)
Después, mirando al cielo, suspiró y le dijo: ‘¡Effetá!’ (que quiere decir ‘¡Ábrete!’)
            En este domingo, podemos distinguir el contraste con el evangelio del domingo pasado, en donde aparece una actitud cerrada de los maestros de la Ley. Jesús “abre” (v. 34) fronteras y se va a territorio pagano (v. 31).
            Es evidente que el sordomudo (v. 32) aparece como representante de todas aquellas personas que han sido marginadas por los maestros de la Ley por no ser judíos (llamados paganos): no se les permite escuchar ‑“sordos” (v. 37)‑ la Palabra liberadora y no pueden expresar ‑“mudos” (v. 37)‑ su fe, que les es negada. Jesús “toca” (v. 33) la realidad para poderle dar respuesta. Y, tocándola, señala donde están las dificultades que Él viene a combatir. Su acción de “tocar”, se añade a la acción de orar ‑“mirando al cielo” (v. 34)‑. Y actúa, al mismo tiempo, con la fuerza de su Palabra (34).
            El sordomudo que recobra el pleno uso de sus facultades sensoriales (v. 35), que le permitirán escuchar la palabra reveladora y comunicarla a su vez, se convierte en el signo de aquel que se abre a la acogida del misterio de Jesús. En medio de los paganos, a los que Él mismo se ha abierto, puede “abrir” los oídos y las bocas (v. 34). Libera a los que están atados. Y los pone en disposición de escuchar la voz de Dios y de ser evangelizadores (v. 35).
            Sin duda, Marcos quiere que esta palabra de Jesús resuene con fuerza en las comunidades cristianas que leerán su relato. Conoce a más de uno que vive sordo a la Palabra de Dios. Cristianos que no se abren a la Buena Noticia de Jesús ni hablan a nadie de su fe. Comunidades sordomudas que escuchan poco el Evangelio y lo comunican mal.
            Tal vez uno de los pecados más graves de los cristianos es esta sordera. No nos detenemos a escuchar el Evangelio de Jesús. No vivimos con el corazón abierto para acoger sus palabras. Por eso, no sabemos escuchar con paciencia y compasión a tantos que sufren sin recibir apenas el cariño ni la atención de nadie.
            A veces se diría que la Iglesia, nacida de Jesús para anunciar la Buena Noticia de Jesús, va haciendo su propio camino, lejos de la vida concreta de preocupaciones, miedos, trabajos y esperanzas de la gente. Si no escuchamos bien las llamadas de Jesús, no pondremos palabras de esperanza en la vida de los que sufren.
            Señor Jesús, que emitiste un suspiro frente aquel sordomudo, y le demostraste compasión y conmoción, que se transformaron en curación. Rompe hoy, la dureza de nuestro corazón que nos impide compadecernos, compartir y conmovernos ante muchos de nuestros semejantes. Repítenos hoy aquel mismo “effetá” para que nos abramos a la escucha, a la comprensión profunda de las personas y de sus dificultades. Que “escuchándote” bien, nos comprometamos de tal modo, que externemos “sin tartamudeces” tu actuar en nuestra vida.

lunes, 3 de septiembre de 2012

Al encuentro con la Palabra


XXII Domingo Ordinario (Mc 7, 1-8.14-15.21-23)
Nada que entre de fuera puede manchar al hombre; lo que si lo mancha es lo que sale de dentro
            Como podemos comprobar, hoy retomamos la lectura del evangelio de Marcos, tal como íbamos haciendo en los domingos del presente año. Durante cinco domingos se interrumpió esa lectura y estuvimos recogiendo la reflexión que san Juan hace a partir del signo de la multiplicación de los panes y peces. Ahora nos resituamos, pues, en el ciclo B, el de Marcos.
            En el contexto marcano, es Jesús, el Buen Pastor, quien alimenta al desorientado y hambriento pueblo de Dios con su enseñanza y el pan que multiplica para todos (6, 34). Los escribas y fariseos hasta este momento, se han esmerado en alimentarlo con leyes y tradiciones que oprimen la vida, de esta “preocupación” nace su pregunta: ¿Por qué tus discípulos comen con manos impuras y no siguen la tradición de nuestros mayores? Ante esto Jesús, denuncia su hipocresía, y pone en evidencia su fingimiento de ser lo que no son, haciéndose con eso incapaces de trasmitir el amor de Dios. Ciertamente, son expertos en resquicios legales, y pensando que cumplen la voluntad de Dios se purifican por fuera, cuando lo que Dios quiere es la escucha atenta de su palabra y el amor al prójimo (Os 6,6). El que ama a Dios Padre no es quien lo dice (Is 29, 13; Mt 7, 21-23), sino quien lo busca y lo obedece, sirviendo al hermano, perdonándolo y amándolo de corazón.
            Un grupo de fariseos de Galilea se acerca a Jesús en actitud crítica. No vienen solos. Los acompañan algunos escribas venidos de Jerusalén, preocupados sin duda por defender la ortodoxia de los sencillos campesinos de las aldeas. La actuación de Jesús es peligrosa. Conviene corregirla. En este texto del evangelio, el drama judicial alienta ya en estos primeros encuentros y se desarrollará primero como acusación y después como defensa, que se transformará en una requisitoria y en una condena. El imputado se convierte en acusador y los acusadores se encuentran de improviso en el banquillo de los acusados sin posibilidad de apelación.
            Este pueblo me honra con los labios pero su corazón está lejos de mí” (v. 6). La denuncia que hace Jesús a los fariseos y escribas es la hipocresía, pues, no son lo que aparentan desde su modo de “cumplir” la ley. Cumplimiento externo, que no es garante de la fidelidad a la voluntad Yahvé con quien se ha pactado una alianza. Pues el culto que agrada a Dios nace del corazón, de la adhesión interior, de ese centro íntimo de la persona de donde nacen nuestras decisiones y proyectos.
            Jesús hace ver, que cuando nuestro corazón está lejos de Dios, nuestro culto queda sin contenido: “Es inútil el culto que me rinden” (v. 7). De modo que la religión se convierte en algo exterior que se practica por costumbre, pero donde faltan los frutos de una vida fiel a Dios.
            Ciertamente, en toda religión hay tradiciones que son “humanas”. Normas, costumbres, devociones que han nacido para vivir la religiosidad de una determinada cultura. Pueden hacer mucho bien. Pero hacen mucho daño cuando nos distraes y alejan de la palaba de Dios. Todo esto es a lo que se refería Jesús citando al profeta Isaías: “Porque enseñas doctrinas que no son sino preceptos humanos” (v. 7). Cuando nos aferramos ciegamente a tradiciones humanas, corremos el riesgo de desviarnos del seguimiento de Jesús, Palabra encarnada de Dios. Bien sabemos, que en la religión cristiana lo primero es siempre Jesús y su llamada al amor. Sólo después vienen nuestras tradiciones humanas por muy importantes que nos puedan parecer. No hemos de olvidar nunca lo esencial.
            Padre nuestro, a Ti nos acercamos con el corazón que tenemos, repleto de sentimientos que nos esforzamos en reconocer y purificar a la luz de tu Palabra. Siendo tus hijos, reconocemos que muchas veces estamos lejos de ti con el corazón y no nos damos cuenta de que Tú estás siempre cerca de nosotros. Abre nuestro corazón a tu palabra y orienta nuestra vida según lo que te agrada. Que podamos caer en la cuenta de que el amor ‑y sólo el amor‑ nos hace puros. Jesús, Tú que eres el don del amor para la humanidad, “Tú eres nuestro Señor”.