XIX Domingo
Ordinario (Jn 6, 41-51)
“… y
el pan que Yo les voy a dar es mi carne para que el mundo tenga vida”
Continuamos
leyendo el capítulo 6 del Evangelio de San Juan, el discurso del “Pan de Vida”.
El Evangelio del domingo pasado terminaba con la frase: “Yo soy el Pan de Vida; el que
viene a mi no tendrá hambre, y el que cree en mi nunca tendrá sed” (Jn
6, 35), que introduce la primera parte, des discurso.
Viene
después unos versículos (36-40) que son muy provocadores e interpeladores, en
los que Jesús habla de su origen divino: Él es el pan de vida bajado del cielo,
el que viene a Él no pasará hambre y el que cree en Él nunca pasará sed; y
termina con esta palabras: “Esta es la voluntad de mi Padre: que todo
el que ve al Hijo y cree en Él, tenga vida eterna, y yo lo resucitaré en el
último día” (v40)
La
liturgia suprima estos versículos y empieza este domingo con las reacciones que
provocan estos revelaciones. Estamos en la primera parte del discurso en el la
idea central es Jesús es el verdadero pan de vida bajado del cielo, único pan
capaz de dar una vida que se prolonga hasta la vida eterna. Pero, comer este
pan es creer en Él. Él es la Palabra que deben creer para gustar la vida
eterna. Pero las revelaciones de Jesús sobre su origen divino, provocan
escándalos, disentimiento y protestas entre la muchedumbre, que se vuelve
hostil y murmura contra el Maestro. “¿No es este, Jesús, el hijo de José?,
¿acaso no conocemos a su padre y a su madre? ¿cómo nos dice ahora que ha bajado
del cielo? (v42) es demasiado
duro superar el obstáculo del origen humano de Jesús. El conocimiento humano de
Cristo se convierte en un obstáculo para entrar en la dimensión de la fe.
Pretenden conocer el origen de Jesús, lo tienen encasillado en sus esquemas a
los que ellos no quieren renunciar.
Jesús
con su respuesta, intenta evitar una discusión inútil con los que le escuchan y
quiere ayudarlos a reflexionar sobre la dureza de su corazón. A continuación,
enuncia las condiciones necesarias para creer en Él.
La
primera es la de ser atraído por el
Padre. “Nadie puede venir a mi si no
lo atrae el Padre, que me ha enviado” (v44). La fe es un don de Dios, tiene
su origen en el Padre, como el “enviado”. La atracción del Padre es un don
hecho al hombre que empuja hacia Jesús al que lo recibe. La fe es acoger la
persona de Jesús, no las creencia que nosotros mismos nos podamos construir. La
segunda condición es la escucha del
Padre que se manifiesta en el Hijo (v45). Estamos ante la enseñanza
interior del Padre y ante la enseñanza
de la Palabra y la vida de Jesús. Para ser enseñados por el profeta de Nazaret
es preciso ser instruidos por Dios. Escuchar a Jesús significa ser instruidos
por el mismo Padre. Con la venida de Jesús, la salvación está abierta a todos,
pero la condición esencial que se requiere es la de dejarse por el escuchando
con docilidad su Palabra de vida.
En
este punto del discurso, el texto presenta una nueva revelación, una revelación
que ilumina el misterio: quien come a Jesús- pan no muere. “Yo les aseguro: el que cree en
mí, tiene vida eterna. Yo soy el pan de la vida. Sus padres comieron el maná en
el desierto y sin embargo murieron. Este es el pan que ha bajado del cielo para
que, quien lo coma, no muera. Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el
que coma de este pan vivirá para siempre” (vv 47-50)
Es
preciso comer el pan vivo bajado del cielo para sobrevivir y entrar en comunión
íntima con Jesús. la revelación divina consiste en el pan que contiene la
eficacia de comunicar vida mas allá de la muerte. Es Jesús – pan de vida el que
da la inmortalidad a quien se alimenta de Él, a quien interioriza su Palabra en
la fe y asimila su vida.
La
escucha interior de Jesús es alimentarse del pan celeste y saciar las hambres
que todo hombre tiene en lo profundo del corazón. Y el Evangelio de hoy termina
con una frase que forma parte e introduce la segunda parte del discurso “y el
pan que yo les voy a dar es mi carne para que el mundo tenga vida” (v51),
que es profundamente eucarística y que reflexionaremos el próximo domingo.
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