VI
Domingo de Pascua (Jn 15, 9-17)
“Nadie tiene amor más grande a sus amigos que
el da la vida por ellos”
Este
domingo continuamos con la parábola de la vid que iniciamos el domingo pasado.
Podemos con toda claridad distinguir la dos partes unidas por esta idea
central: “Nadie tiene amor más grande a
sus amigos que el que da la vida por ellos” (v. 13).
Antes de
esto, Jesús insiste a los discípulos a permanecer
en su amor (v. 9), lo mismo que Él
permanece en el amor del Padre (v. 10), que es la fuente del amor. Enraizados en ese amor, podrán
verdaderamente amarse unos a otros como
Cristo los ama. Después del versículo central (13), la atención está puesta
en la palabra “amigos” (vv.
13.14.15) que tiene su punto culminante en el “fruto que permanezca” (v. 16) y la oración que el Padre escucha (v.
16).
Este permanecer en el amor, está íntimamente
ligado a hacer la voluntad de aquel que ama. Es decir, así como Jesús hace la voluntad del Padre guardando sus mandamientos
(v. 10), el discípulo ha de realizar la
voluntad de Jesús (v. 14), también
guardando sus mandamientos (v. 9). Esto sólo es posible desde la actitud de
acoger el amor de Aquel que primero lo da (v. 16).
Aquí, la
palabra mandamiento, significa lo que hace llegar a la perfección. Por ello se
entiende la razón por la cual Jesús, en el amor, llega a dar la vida por los
suyos (v. 13). El discípulo estará
llamad@ a vivir como vivió Él (1Jn 2, 6), y a dar el fruto como Él lo dio, un fruto que permanezca, y que consiste en amarnos unos a otros
como el Padre en el Hijo nos ama (vv. 9.12).
En
definitiva, Jesús no sólo pide que le
amemos, sino que nos dejemos amar, que aceptemos su amor, que desde el Padre y
a través de Él, desciende en nosotr@s. Para permanecer en Él será necesario
asumir una cosa: observar los mandamientos, teniendo a Jesús como modelo de tal
observancia.
En este
texto dominical, caemos en cuenta que el amor empieza siendo conscientes de que
ha sido Él quien nos ha amado primero,
desde siempre, y nos lo ha manifestado en la encarnación y en el misterio
pascual de su Hijo.
Gracias
Padre, porque así te ha parecido bien. En Jesús, tu Hijo muy amado, nos
permites sentirnos profundamente amados por ti, con un amor que carece de algún
límites, en Él, nos concedes contemplar el amor por tu voluntad que desemboca
necesariamente en el amor sin fronteras para con la humanidad. Concédenos en tu Espíritu de vida, vivir
con alegría un amor humilde, perseverante y abierto a todos. Que podamos
descubrir los distintos modos en se nos presenta la ocasión de dar la vida
amando a otros
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