V
Domingo de Pascua (Jn 15, 1-8)
“Yo soy la verdadera vid”
Sabemos
que la vid es la planta que produce la uva, los sarmientos son las ramas nuevas
donde brotan las hojas y los racimos de uvas. La vid era podada durante el
invierno para eliminar las ramas débiles, propiciando así que la planta diera
las mejores uvas posibles.
El
vocablo clave en este texto es el permanecer. El verdadero discípulo debe permanecer en Jesús en cuanto Palabra.
Para expresar esta relación vital entre Jesús y sus discípulos se utiliza la metáfora-alegoría de la
vid y los sarmientos. El punto de partida es el árbol, símbolo de lo viviente. Es
significativa la utilización que hace el AT de la metáfora (Jr 2, 21-22; Is 5;
Sal 80, 9-15). También el judaísmo hace uso del símbolo, incluso para designar
a personas individuales (Ex 17, 5; 19, 10). Se aplica al Mesías en el
Apocalipsis de Baruc (Bar 36, 40). Algo parecido con la sabiduría (Eclo 24,
17-21). La diferencia en este texto está en que este árbol de la vida (la vid)
es una persona histórica en el evangelio de Juan.
Así
pues, partimos desde una certeza: Israel es la plantación de Dios (Sal 80,
15-18). Partiendo de ahí, el “yo soy la verdadera
vid” (v. 1) se dice en referencia a Israel (ver: Mt 15, 13). Ya no es
suficiente aducir a la filiación de Abrahán. En lo real, quien vive la experiencia de Dios, es aquel que ha aceptado a Jesús
como el Enviado. El Mesías se convierte en Israel, que se encuentra allí en
donde estén los hijos de Dios, generados por el Espíritu, unidos al Mesías. La
Iglesia es el nuevo Israel. Pero sabemos
que el seguimiento no se da de modo mágico. De ahí la insistencia en la necesidad de “permanecer”, de “dar frutos”,
de “guardar los mandamientos”.
Así, quien permanece en Jesús y en sus palabras,
entra en una relación profunda con el Padre, a quien se quiere ofrendar el
fruto del amor y dar gloria a su nombre (vv. 5.8). Para que este fruto sea
abundante, el Padre-viñador realiza todos los cuidados, corta los sarmientos no
fecundos y poda los fecundos (vv. 1.2). Esta obra de purificación se va
logrando cuando la Palabra de Jesús es acogida en un corazón bueno (v. 3):
entonces esta Palabra guía las acciones de la persona y le hace amigo de Dios,
cooperador en su designio salvífico, colaborador de su gloria (v. 7).
Oh Padre
bueno, gracias te damos porque siendo tú el viñador, has querido plantar tu vid
preferida en nuestras vidas y no cesas de trabajar en ella. Somos tus sarmientos, deseamos desde lo
profundo de nuestro corazón permanecer conscientemente íntimamente adheridos a
ti que eres nuestra vida. Ven Padre, y poda en nosotros todo aquello que en
nosotros a deformado la imagen de tu Hijo; queremos
dar frutos, y darlos en abundancia. Que
el fruto de nuestra vida sea el amor que, desde tu corazón, y a través del
corazón de Cristo, se derrama en cada uno de nosotros como un flujo inagotable.
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