II Domingo Ordinario (Jn 1, 35-42)
¡Hemos encontrado al Mesías!
Con la fiesta del Bautismo del Señor que celebramos el lunes pasado, terminamos el ciclo litúrgico Navidad. Entramos en el tiempo ordinario en el cual caminaremos hasta el miércoles 22 de febrero, miércoles de Ceniza con el que iniciamos la Cuaresma.
En el tiempo ordinario, la liturgia nos invita a contemplar el Misterio revelado en la palabra, la vida, y las acciones de Jesús que nos van manifestando el Proyecto de Salvación del Padre: el Reino que ofrece a todos los hombres.
La Palabra de Dios de este Domingo, nos pone frente al misterio de la vocación (primera y segunda lectura), algo que no se produce nunca por nuestros méritos o por nuestras cualidades humanas, sino que brota únicamente de la libre y misericordiosa gracia de Dios. El Evangelio describe lo que podríamos llamar “el camino del discipulado”
El texto de hoy, forma parte de lo que Juan pone como testimonio del Bautista acerca de Cristo. Él está con dos de sus discípulos y fijándose en Jesús que pasaba, dice: “Este es el Cordero de Dios” En este hombre que está pasando, reconoce, el Bautista reconoce a aquel que derrama su propia Sangre para hacer presente al Dios del Éxodo, al Dios de la renovación de la vida, tema que aparece en Jn 19, 36.
Al oírle hablar así, los dos discípulos del Bautista siguieron a Jesús (v.37), impulsados por una búsqueda que, sin embargo, es el principio de algo que debe llevar a una mayor claridad. Esto tiene lugar cuando Jesús se vuelve y les pregunta: “¿Qué buscan?” y como respuesta obtiene otra pregunta: “Maestro ¿dónde vives?” . La pregunta tiene no sólo una connotación física, sino que más que nada existencial: ¿Quién eres? ¿qué piensas? ¿cuál es el secreto de tu persona? Por eso les invita a “venir y ver”, a tener una experiencia de él y del misterio de su persona “Y se quedaron con Él aquél día”
¿De que hablaron? ¿en que consistió esta primera experiencia de encuentro con el Señor? No nos lo dice el evangelista, pero debió haber sido una experiencia tan fuerte e impactante, que algo nuevo empezó a generarse en ellos; empezó a abrirse para ellos una nueva realidad, a tal punto, que años después se acordaba hasta de la hora: “eran las cuatro de la tarde” (v.39)
De los dos discípulos queda aquí uno en el anonimato, aunque muchos exégetas se inclinan por reconocer en él al discípulo amado, al apóstol Juan, mientras que el otro es Andrés. Este va entusiasmado a comunicar su experiencia a su hermano Simón: “hemos encontrado al Mesías” (v.41) y lo invita a hacer la misma experiencia (v.42).
El cambio de nombre por el de Kefás, indica precisamente la profunda transformación tanto de la persona como de la misión que será encomendada a Simón.
El discípulo, el seguidor de Jesús es quién escucha el anuncio en palabras de un testigo y “sigue a Jesús” (v.37) y “busca” (v.38) y “se abre al Maestro” y pueda decir de Él algo más “es el Mesías”
El discípulo, además, se convierte en apóstol, lo comunica a los demás invitándoles a hacer la misma experiencia “llevándolos a Jesús” (v.42)
En definitiva, quien sigue a Jesús de verdad, recibe una nueva identidad, representado aquí por el cambio de nombre “Kefás o Pedro”
El Papa Benedicto XVI, expresa esta misma realdad reconociendo que “no se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y con ello una orientación decisiva “Dios es amor”
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