lunes, 20 de junio de 2011

Al encuentro con la Palabra

Domingo XII Ordinario: La Santísima Trinidad (Jn 3,16-18).
Jesús, enviado por el Padre, para salvar al mundo.


El texto de tres versículos que la liturgia de la Iglesia nos ofrece para este domingo se siente incompleto (Jn 3,16-18), no tanto por el hecho de ser corto, sino porque al leer el contexto descubrimos que es parte integral de la enseñanza que Jesús dirige a Nicodemo, el hombre que lo buscaba de noche (Jn 3, 1-21).
Nicodemo pertenecía al sector más radical y conservador de la religión de Israel, con el cual Jesús tiene mayores dificultades en su ministerio público; y este hombre siendo socialmente importante, por ser magistrado, busca a Jesús por la noche, seguramente sintiéndose inquieto y necesitado de salvación, pero aún sin atreverse a confesarlo a plena luz, tal vez cuidándose de los comentarios que se pudieran suscitar en los círculos sociales a los que pertenecía, o por defender los intereses personales que le generaba el hecho de participar del poder político de su tiempo.
Jesús revela a Nicodemo el don de nacer de nuevo a través del agua y del Espíritu (3,3-8), y se revela a sí mismo como el Hijo del hombre, exaltado, como la serpiente del desierto (Nm 21,4-9), para dar la vida eterna a todo el que crea en Él confesando su nombre (3,9-21).
Este es el contexto del que forma parte el texto que la liturgia nos ofrece para contemplar el Misterio de Dios al celebrar la solemnidad de la Santísima Trinidad. La búsqueda de Nicodemo, marcada por la noche se ve iluminada por la revelación que Jesús hace acerca del Padre, el cual porque ama profundamente al mudo, ha enviado a su Hijo único, no para juzgar ni para condenar a la humanidad, sino para darle la salvación. La respuesta que Dios espera al enviar y donar a su Hijo, es la experiencia de la fe impulsada por el espíritu y recibida en el sacramento del agua, con la cual los seres humanos nos reconocemos en la necesidad de ser salvados por Él; pero Dios también respeta la libertad de los seres humanos, que nos lleva muchas veces a marginarnos del proyecto de la salvación divina.
El desenlace del texto expresamente no nos dice que pasó con Nicodemo; pareciera que el autor del Evangelio de Juan pretende decirnos que cada lector es Nicodemo, invitado a darle conclusión al texto con su respuesta a la revelación que Jesús hace del misterio de Dios que ama y que salva, no juzga ni condena. Al celebrar el misterio trinitario el texto cuestiona la imagen que en nuestra mente y en nuestra piedad tenemos de Dios; ¿realmente creemos en el Dios que nos ha revelado Jesús, Padre misericordioso?; ¿o venimos arrastrando adulteradas imágenes de Dios, marcadas por el castigo y la condenación?
Jesús, Hijo del hombre, que eres exaltado para mostrarnos la salvación, concédenos nacer de nuevo, siendo regenerados con el don del Espíritu, para que experimentándonos profundamente amados por el Padre, nuestra fe sea firme y generosa.

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