domingo, 5 de junio de 2011

Al encuentro con la Palabra


VI Domingo de Pascua (Jn 14,15-21).
Jesús resucitado, presencia misteriosa en el Espíritu, don del Padre.
En continuidad con el domingo pasado, la liturgia de la Iglesia toma en este domingo un texto que forma parte del gran discurso de despedida que el evangelio de Juan pone en labios de Jesús (Jn 13-17), estando en el Cenáculo, a unas horas de ser arrestado y de morir en la cruz. Las expresiones de despedida de Jesús nos disponen a celebrar el próximo domingo la fiesta de la ascensión, y las referencias al Espíritu nos anuncian la fiesta de pentecostés, que en quince días estaremos celebrando.
El texto inicia (v. 15) y concluye (v.21) hablando de la estrecha unidad entre el amor a Jesús y la fidelidad a sus enseñanzas; el amor no se puede reducir a un sentimiento aislado de la totalidad de la persona, necesariamente implica el ser del discípulo y conduce su hacer, inspirándole en sus más grandes convicciones de vida.
La fidelidad en  el amor no depende solo de la voluntad y de las fuerzas humanas, no es suficiente con que la persona se proponga y se esfuerce en vivirlo, es fruto del Espíritu, el cual en el evangelio de Juan es llamado como “el otro paráclito” (consolador, el que conforta, el que sostiene, etc.). La ausencia física de Jesús, no significa orfandad para los discípulos en el caminar de su fe, pues ante la inminencia de su muerte en la cruz les anuncia una permanente y efectiva presencia a través de su santo Espíritu; una nueva y misteriosa manera de estar, pues el mundo no lo recibirá porque no le ve ni lo conoce (mundo en Juan significa “mal”, quienes viven en el mal), pero en sus discípulos habitará, pues ellos si lo ven y lo conocen, desde la experiencia de la fe.
La vida en el Espíritu es lo que da fidelidad y fecundidad al discípulo en el amor; pues ya no es él en sus impulsos e intentos meramente humanos, es Cristo quien vive en él, y a través de Cristo el creyente se experimenta profundamente amado por el Padre, y se abre a recibir de Él constantemente a ese Espíritu que le consuela, le conforta, le fortalece y le hace sentir que no camina solo, pues la comunión trinitaria habita en Él.
Para los cristianos de hoy confesar a Jesús resucitado, consiste crecer en la certeza existencial de que Jesús está vivo, e implica dejar que habite en el interior de nuestras personas y  que se constituya en núcleo integrador e inspirador de nuestro ser y hacer.
Señor Jesús que no nos abandonas a la orfandad, intercede ante el Padre para que expire y derrame sobre nosotros el don de su Espíritu, que es aliento que da vida, para que veamos que estás con nosotros y sintamos que vives en nosotros; y así experimentándonos profundamente amados por el Padre en Ti a través del Espíritu, te amemos siendo fieles a lo que nos mandas en el Evangelio, proyecto de tu Reino.

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