II
Domingo de Pascua (Jn 20,19-31)
“…no sigas dudando, sino cree”
Los
dos episodios presentados por el evangelista Juan, son un eco fiel de cuanto ha
sucedido en los corazones de los apóstoles tras la muerte de Jesús.
A
pesar de “las puertas cerradas” (v.
19), el resucitado toma la iniciativa y se hace presente en medio de los
discípulos; en ella Jesús da “la paz” (v. 19), su paz, la que el mundo no da
(Jn 14,27), tal como lo había anunciado.
Enseñar
“las manos y el costado” (v. 20), es
un modo de incidir en que el Resucitado es el mismo que el Crucificado, aunque
su forma de vida sea diversa. Ambos aspectos son igualmente importantes. De ahí
la necesidad de ver y palpar los agujeros de las manos y el costado. La
resurrección de Jesús no es la vuelta de un cadáver a la vida, sino la plena
participación de la vida divina por un ser humano.
En
la actualidad, hombre moderno ha aprendido a dudar. Es propio del espíritu de
nuestros tiempos cuestionarlo todo para progresar en conocimiento, sobretodo científico.
En este clima la fe queda con frecuencia desacreditada. El ser humano va
caminando por la vida lleno de incertidumbres y dudas.
Por
eso, todos sintonizamos sin dificultad con la reacción de Tomás, cuando los
otros discípulos le comunican que, estando él ausente, han tenido una
experiencia sorprendente: “Hemos visto al
Señor” (v. 25). Tomás podría ser un hombre de nuestros días. Su respuesta
es clara: “Si no lo veo...no lo creo”
(v. 25).
Su
actitud es comprensible. Tomás no dice que sus compañeros están mintiendo o que
están engañados. Solo afirma que su testimonio no le basta para adherirse a su
fe. Él necesita vivir su propia experiencia. Y Jesús no se lo reprochará en
ningún momento.
Tomás
ha podido expresar sus dudas dentro de grupo de discípulos. Al parecer, no se
han escandalizado. No lo han echado fuera del grupo. Tampoco ellos han creído a
las mujeres cuando les han anunciado que han visto a Jesús resucitado. El
episodio de Tomás deja entrever el largo camino que tuvieron que recorrer en el
pequeño grupo de discípulos hasta llegar a la fe en Cristo resucitado.
Las
comunidades cristianas deberían ser en nuestros días un espacio de diálogo
donde pudiéramos compartir honestamente las dudas, los interrogantes y
búsquedas de los creyentes de hoy. No todos vivimos en nuestro interior la
misma experiencia.
Pero
nada puede remplazar a la experiencia de un contacto personal con Cristo en lo
hondo de la propia conciencia. Según el relato evangélico, “ocho días después” se presenta de nuevo
Jesús (v. 26). No critica a Tomás sus dudas. Su resistencia a creer revela su
honestidad. Jesús le muestra sus heridas (v. 27).
No
son “pruebas” de la resurrección, sino “signos” de su amor y entrega hasta la
muerte. Por eso, le invita a profundizar en sus dudas con confianza: “No sigas dudando, sino cree” (v. 27).
Tomas renuncia a verificar nada. Ya no siente necesidad de pruebas. Solo sabe
que Jesús lo ama y le invita a confiar: “Señor
mío y Dios mío” (v. 28).
Un
día los cristianos descubriremos que muchas de nuestras dudas, vividas de
manera sana, sin perder el contacto con Jesús y la comunidad, nos pueden
rescatar de una fe superficial que se contenta con repetir fórmulas, para
estimularnos a crecer en amor y en confianza en Jesús, ese Misterio de Dios
encarnado que constituye el núcleo de nuestra fe.
Jesús resucitado,
continúa abriendo nuestro entendimiento
para que comprendamos tu Palabra.
Jesús resucitado,
continúa haciéndote nuestro compañero de
camino
para que sigamos tus pasos.
Jesús resucitado,
continúa suscitando en nosotros dudas
para que lleguemos a ti, verdad plena.
Jesús resucitado,
continúa mostrándonos tus manos y costado
perforados
para ser conscientes del amor que nos
tienes.
Jesús resucitado,
que tu aliento compartido a tus discípulos,
nos renueve a nosotros también;
e infunda en nuestra experiencia humana
la vida de divina que nos hace vivir como
hijos de Dios.
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