IV
Domingo de Cuaresma (Lc 13, 1-9)
“Me levantaré, volveré a mi Padre y le diré:
Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo”
Para
no pocos, Dios es cualquier cosa menos alguien capaz de poner alegría en su
vida. Pensar en él les trae malos recuerdos: en su interior se despierta la
idea de un ser amenazador y exigente, que hace la vida más fastidiosa, incómoda
y peligrosa. Poco a poco han prescindido de él. La fe ha quedado “reprimida” en
su interior. Hoy no saben si creen o no creen. Se han quedado sin caminos hacia
Dios. Algunos recuerdan todavía “la parábola del hijo pródigo”, pero nunca la
han escuchado en su corazón.
Desde
este texto, los publicanos eran rechazados y considerados pecadores por el
pueblo en el tiempo de Jesús. Ellos son los que se acercan a Él para escucharlo
(v. 1). Eso causaba el rechazo por parte de los fariseos y los escribas (v. 2),
pues estaban convencidos de que comer con paganos o con pecadores era una
fuente de impureza ritual. La actitud de estos estará retratada en la actitud
del hijo mayor (v. 28).
El
verdadero protagonista de esa parábola es el padre. Por dos veces repite el
mismo grito de alegría: “Este hijo mío
estaba muerto y ha vuelto a la vida; estaba perdido y lo hemos encontrado”
(vv. 24 y 32). Este grito revela lo que hay en su corazón de padre: un amor que
hace que dé el perdón total y sin condiciones; que lo lleva a salir al
encuentro de sus dos hijos (vv. 20 y 28).
A
este padre no le preocupa su honor, sus intereses, ni el trato que le dan sus
hijos. No emplea nunca un lenguaje moral. Solo piensa en la vida de su hijo:
que no quede destruido, que no siga muerto, que no viva perdido sin conocer la
alegría de la vida.
El
relato describe con todo detalle el encuentro sorprendente del padre con el
hijo que abandonó el hogar. Estando todavía lejos, el padre “lo vio” venir hambriento y humillado, y “se conmovió” hasta las entrañas. Esta
mirada buena, llena de bondad y compasión es la que nos salva. Solo Dios nos
mira así.
Enseguida
“echa a correr”. No es el hijo quien
vuelve a casa (v. 20). Es el padre el que sale corriendo y busca el abrazo con
más ardor que su mismo hijo. “Se le echó
al cuello y se puso a besarlo” (v. 20). Así está siempre Dios. Corriendo
con los brazos abiertos hacia quienes vuelven a él.
El
hijo comienza su confesión: la ha preparado largamente en su interior (vv. 18 y
21). El padre le interrumpe para ahorrarle más humillaciones. No le impone
castigo alguno, no le exige ningún rito de expiación; no le pone condición
alguna para acogerlo en casa. Sólo Dios acoge y protege así a los pecadores.
El
padre solo piensa en la dignidad natural de su hijo. Hay que actuar de prisa.
Manda traer el mejor vestido, el anillo de hijo y las sandalias para entrar en
casa como hijo esperado y querido (v. 22). Así será recibido en un banquete que
se celebra en su honor (v. 23). El hijo ha de conocer junto a su padre la vida
digna y dichosa que no ha podido disfrutar lejos de él.
Quien
oiga esta parábola desde fuera, no entenderá nada. Seguirá caminando por la
vida sin Dios. Quien la escuche en su corazón, tal vez llorará de alegría y
agradecimiento. Sentirá por vez primera que en el misterio último de la vida
hay Alguien que nos acoge y nos perdona porque solo quiere nuestra alegría.
¡Padre,
he pecado contra el cielo y contra ti,
ya
no merezco llamarme hijo tuyo!
Padre
tú me has llamado, para seguir a tu hijo,
constantemente
me equivoco, y en mi error no reflexiono.
Me
siento cansado de vivir así.
Concédeme
la gracia de la conversión,
que
pueda tener la humildad suficiente,
quiero
acercarme como los publicanos y pecadores para oír tu voz,
para
confrontar mi vida con tu Palabra.
Concédeme
escuchar en mi corazón tu voz:
“Este
hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la vida; estaba perdido y lo hemos
encontrado”
“Padre,
deseo ser plenamente consciente de que SOY TU HIJO,
dame
la fortaleza y sabiduría para DEJAR LA MUERTE,
anhelo
de mi corazón y filiación es VOLVER A LA VIDA en tu vida.
¡Basta!
¡Quiero levantarme, ayúdame, Señor!
Ayúdame
a caer en la cuenta de tu camino.
Dame
tu luz para ver que estoy perdido,
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