Domingo
de Ramos (Lc 22,14-23,56)
“Padre, perdónalos porque no saben lo que
hacen”
En
la narración lucana de la pasión, Jesús muestra en sí mismo la realización de
cuanto había enseñado: el don del amor recibido y compartido. Así, en la última
cena el don total de su persona en el pan y el vino se manifiesta como el
ejemplo de servicio más humilde.
Detenido
por las fuerzas de seguridad del Templo, Jesús no tiene ya duda alguna: el
Padre no ha escuchado sus deseos de seguir viviendo: “Padre, si quieres, aparta de mí esta amarga prueba; pero que no se haga
mi voluntad, sino la tuya” (22,42). Sus discípulos huyen buscando su propia
seguridad. Está solo. Sus proyectos se desvanecen. Le espera la ejecución.
El
silencio de Jesús durante sus últimas horas es sobrecogedor. Sin embargo, los
evangelistas han recogido algunas palabras suyas en la cruz. Son muy breves,
pero a las primeras generaciones cristianas les ayudaban a recordar con amor y
agradecimiento a Jesús crucificado.
Lucas
ha recogido las que dice mientras está siendo crucificado. Entre
estremecimientos y gritos de dolor, logra pronunciar unas palabras que
descubren lo que hay en su corazón: “Padre,
perdónalos porque no saben lo que hacen” (23,34). Así es Jesús. Ha pedido a
los suyos “amar a sus enemigos” y “rogar por sus perseguidores” (Mt 5,44).
Ahora es él mismo quien muere perdonando. Convierte su crucifixión en perdón.
Esta
petición al Padre por los que lo están crucificando es, ante todo, un gesto
sublime de compasión y de confianza en el perdón insondable de Dios. Esta es la
gran herencia de Jesús a la Humanidad: No desconfiéis nunca de Dios. Su
misericordia no tiene fin.
Marcos
recoge un grito dramático del crucificado: “¡Dios
mío. Dios mío! ¿por qué me has abandonado?” (Mc 15,34). Estas palabras
pronunciadas en medio de la soledad y el abandono más total, son de una
sinceridad abrumadora. Jesús siente que su Padre querido lo está abandonando.
¿Por qué? Jesús se queja de su silencio. ¿Dónde está? ¿Por qué se calla?
Este
grito de Jesús, identificado con todas las víctimas de la historia, pidiendo a
Dios alguna explicación a tanta injusticia, abandono y sufrimiento, violencia e
inseguridad, queda en labios del crucificado reclamando una respuesta de Dios
más allá de la muerte: Dios nuestro, ¿por qué nos abandonas? ¿no vas a
responder nunca a los gritos y quejidos de los inocentes?
Lucas
recoge una última palabra de Jesús. A pesar de su angustia mortal, Jesús
mantiene hasta el final su confianza en el Padre. Sus palabras son ahora casi
un susurro: “Padre, a tus manos
encomiendo mi espíritu”. Nada ni nadie lo ha podido separar de él. El Padre
ha estado animando con su espíritu toda su vida. Terminada su misión, Jesús lo
deja todo en sus manos. El Padre romperá su silencio y lo resucitará.
Esta
semana santa, vamos a celebrar la Pasión y la Muerte del Señor. También
podremos meditar en silencio ante Jesús crucificado ahondando en las palabras
que él mismo pronunció durante su agonía.