domingo, 8 de julio de 2012

Al encuentro con la Palabra


XV Domingo Ordinario (Mc 6, 1-6)
¿Quién eres Tú Señor?

Jesús ha dejado desde hace ya algún tiempo la pequeña aldea donde había crecido y en la que había vivido durante unos treinta años, dando comienzo a una predicación extraordinaria. Se ha establecido en Cafarnaúm, donde predica y realiza milagros y desde donde sale al resto de la Galilea a predicar y realizar los signos de la presencia del Reino. Su fama se va extendiendo cada vez más por toda la región. Ahora decide volver a Nazaret, el pueblo donde había crecido. Como buen Judío, el sábado se dirige a la sinagoga, Marcos es lacónico al describir lo que sucedió ahí; de seguro le invitaron a leer y explicar el texto correspondiente a ese día.

Su explicación sorprende a muchos, pero pronto se hacen una serie de preguntas, algunas de ellas quedan sin respuesta y otras tienen una respuesta obvia. Y del asombro pasan al desconcierto y finalmente al rechazo. ¿Qué hay en el fondo del evangelio de  hoy?. El problema que hay en todo camino de fe. La presunción de conocer a Jesús les bloquea para salir de sus esquemas. ¿No es este el carpintero, el hijo de María? ¿No viven aquí sus parientes? ¿No es éste el niño que correteaba con los demás niños por las calles del pueblo? ¿No es este el adolescente y el joven que se juntaba con los demás jóvenes en la plaza del pueblo? ¿De donde sacó este la sabiduría si nunca fue a las escuelas de Jerusalén con los grandes maestros? En definitiva, ¿No es este “un hijo de vecino” cualquiera, como cualquiera de nosotros?

Creen conocer a Jesús y esto lo bloquea a cualquier otro conocimiento de Jesús. son incapaces de integrarse a fondo, de indagar mejor la identidad de su ilustre paisano. Con semejante actitud de cerrazón no están dispuestos a acoger, los gérmenes de la novedad que Jesús les propone y que contrastan con la experiencia que ellos tienen. Fueron incapaces de dar el salto de la simple experiencia humana que ellos tenían de Jesús al plano de la fe.
El amargo comentario de Jesús cita un proverbio muy conocido en su tiempo; “Todos  honran a un profeta, menos los de su tierra, sus parientes  y los de su casa” sucede con frecuencia que precisamente los que están mas cerca, se muestran refractarios a cambiar de opinión, prisioneros de su pasado o de sus conocimientos. Por la falta de fe en su persona, los habitantes de Nazaret no disponen del requisito necesario para dejar espacio al milagro. Dice el evangelista: “Y no pudo hacer allí ningún milagro, sólo curó algunos enfermos imponiéndoles las manos. Y estaba extrañado de la incredulidad de aquella gente. Luego se fue a enseñar a los pueblos vecinos”

Un comienzo prometedor termina en una doble decepción: decepción por parte de los habitantes de Nazaret que del asombro pasan al escándalo y al rechazo y decepción por parte de Jesús, que constata la dureza de su corazón. No basta el asombro del inicio, ni tampoco la escucha de novedades agradables, es necesario pasar del mensaje al mensajero, de la acción al que la realiza. No se puede dar por descontado nuestro conocimiento de la persona de Jesús, ni presumir que ya lo conocemos todo acerca de Él. Proceder así es cerrarnos a la novedad de su mensaje y de su persona que rompe nuestros esquemas, supera nuestras expectativas, y nos abre caminos nuevos insospechados para nosotros. Sigue siendo cierto aquello de que el evangelio, antes de ser un texto escrito y que ya conocemos, es una Persona, es el mismo Jesús, al que hemos de acoger en todo momento de nuestra vida. Jesús no llega nunca a nosotros del mismo modo y se reserva siempre la posibilidad de sorpresas agradables e inesperadas. Dicho con otras palabras, es necesario que nos pongamos siempre en una actitud de escucha, de una receptividad disponible al Espíritu que crea y recrea.

Pero esto sólo lo podrá vivir quién esté dispuesto a salir de sus esquemas y certezas para abrirse a la novedad de Dios.

¿Quién eres Tú Señor?.  La pregunta atraviesa los siglos y llega hoy, en este momento a mi. Y no puedo quedarme en respuestas del catecismo adquiridas en el pasado, ni en expectativas que me impiden abrirme a los nuevo.

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