X Domingo
Ordinario (Mc 3, 20-35)
“Porque el que cumple la voluntad de Dios,
ese es mi hermano, mi hermana y mi madre”.
Hay
un tema que recorre como trasfondo y como línea conductora todo el evangelio de
hoy, la incomprensión que provoca la persona, la palabra y las acciones de
Jesús. Incomprensión que se manifiesta, incluso, al interior de su familia,
cosa que nos sorprende sobremanera.
Jesús
ha entrado en una actividad frenética en su ministerio. Él sigue su infatigable
obre no únicamente en la sinagoga, sino en el escenario de una casa. La gente
se agolpa alrededor de Él y ni siquiera lo dejan comer. Sus parientes están
preocupados por este trabajo excesivo y se sienten en la obligación de tomar
medidas. Van a buscarlo para llevárselo. Marcos recoge una nota que no hacen
los otros evangelistas, “sus parientes” lo consideran alguien que ha perdido la
cabeza (v21). Su entrega a la misión emprendida supera los límites de una
normalidad aceptable. Si a esto añadimos las ásperas críticas que dirige a la
clase dominante, los numerosos choques verbales con las autoridades religiosas
y otras cosas más preocupantes, tendremos el cuadro que justifica la
preocupación de sus parientes. Además todo esto hace correr el riesgo de poner
en peligro el buen nombre de la familia y a proyectar sobre ella la sombra del
descrédito. Hay que poner solución a esto.
Si
piensan los parientes de Jesús es un trastornado, para los maestros de la ley,
que proceden de Jerusalén, es un endemoniado (v22). La valoración de la persona
de Jesús se vuelve ahora gravemente negativa, es el extremo de la
incomprensión. La blasfemia contra el Espíritu Santo es el rechazo obstinado a
reconocer los signos y la acción de Dios en los signos de su Santo Espíritu, es
cerrar los ojos a la positividad de la predicación profética y de la actividad
de Jesús, interpretándolas como acción demoníaca. Es el pecado contra la luz,
es la cerrazón total a la acción de Dios. Y siguiendo con la incomprensión de
la persona de Jesús en sus mismos discípulos en otros textos del Evangelio, sin
llegar a estos extremos de los fariseos, los apóstoles no acaban de entender a
su maestro y poner cantidad de defensas.
Uno
termina por preguntarse ¿por qué esa incomprensión? Yo creo que no nos tiene
que extrañar porque la persona, las palabras y las acciones de Jesús rompen muchos esquemas, en el terreno social,
religioso, incluso familiar, y no queremos que nos rompan nuestros esquemas,
que muchas veces son nuestras seguridades, y por eso nos defendemos, terminamos
por rechazar a Jesús, o acomodarlo a nuestros esquemas, hacerlo a “nuestra
manera”. Podemos atrincherarnos como los maestros de la ley, detrás de nuestras
convicciones, haciéndonos impermeables a cualquier llamada, o peor todavía,
interpretando de una manera totalmente opuesta sus palabras y sus acciones. La
persona y las palabras de Jesús son
fuertemente desestabilizadora y “nos mueven el tapete”. Solamente quien se deja
cuestionar, quien deja que el Señor rompa sus esquemas y sus convicciones,
puede entrar en el dinamismo del discipulado, en el grupo de la nueva familia
que Él está formando. El Evangelio de hoy, termina con una buena noticia
(vv31-36). Ante la insistencia de sus
familiares que están afuera y quieren
verlo, la gente que lo rodea le dice “Allá afuera están tu madre y tus
hermanos, que te buscan” Él les respondió: “¿Quién es mi madre y mis hermanos?”.
Luego mirando a los que estaban sentados a su alrededor, dijo: “Estos son mi
madre y mis hermanos. Porque el que cumple la voluntad de Dios, ese es mi
hermano, mi hermana y mi madre”.
Esta
es la nueva familia que Jesús está inaugurando; una familia, la de sus
seguidores, en la que los vínculos que se crean son más fuertes y más
importantes que los mismos vínculos de sangre.
Quien
escucha la voz de Dios, se hace disponible a la acogida de un pensamiento
diferente al maestro y nos estimula para reconocer caminos de diferentes a los
que transitamos habitualmente. De la escucha se pasa a la acción: cumplir la
voluntad del Padre, y esto es entrar en la acción creadora de Dios de la nueva
familia de Jesús.
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