domingo, 10 de junio de 2012

Al encuentro con la Palabra


X Domingo Ordinario (Mc 3, 20-35)
“Porque el que cumple la voluntad de Dios, ese es mi hermano, mi hermana y mi madre”.

Hay un tema que recorre como trasfondo y como línea conductora todo el evangelio de hoy, la incomprensión que provoca la persona, la palabra y las acciones de Jesús. Incomprensión que se manifiesta, incluso, al interior de su familia, cosa que nos sorprende sobremanera.
Jesús ha entrado en una actividad frenética en su ministerio. Él sigue su infatigable obre no únicamente en la sinagoga, sino en el escenario de una casa. La gente se agolpa alrededor de Él y ni siquiera lo dejan comer. Sus parientes están preocupados por este trabajo excesivo y se sienten en la obligación de tomar medidas. Van a buscarlo para llevárselo. Marcos recoge una nota que no hacen los otros evangelistas, “sus parientes” lo consideran alguien que ha perdido la cabeza (v21). Su entrega a la misión emprendida supera los límites de una normalidad aceptable. Si a esto añadimos las ásperas críticas que dirige a la clase dominante, los numerosos choques verbales con las autoridades religiosas y otras cosas más preocupantes, tendremos el cuadro que justifica la preocupación de sus parientes. Además todo esto hace correr el riesgo de poner en peligro el buen nombre de la familia y a proyectar sobre ella la sombra del descrédito. Hay que poner solución a esto.
Si piensan los parientes de Jesús es un trastornado, para los maestros de la ley, que proceden de Jerusalén, es un endemoniado (v22). La valoración de la persona de Jesús se vuelve ahora gravemente negativa, es el extremo de la incomprensión. La blasfemia contra el Espíritu Santo es el rechazo obstinado a reconocer los signos y la acción de Dios en los signos de su Santo Espíritu, es cerrar los ojos a la positividad de la predicación profética y de la actividad de Jesús, interpretándolas como acción demoníaca. Es el pecado contra la luz, es la cerrazón total a la acción de Dios. Y siguiendo con la incomprensión de la persona de Jesús en sus mismos discípulos en otros textos del Evangelio, sin llegar a estos extremos de los fariseos, los apóstoles no acaban de entender a su maestro y poner cantidad de defensas.
Uno termina por preguntarse ¿por qué esa incomprensión? Yo creo que no nos tiene que extrañar porque la persona, las palabras y las acciones de Jesús  rompen muchos esquemas, en el terreno social, religioso, incluso familiar, y no queremos que nos rompan nuestros esquemas, que muchas veces son nuestras seguridades, y por eso nos defendemos, terminamos por rechazar a Jesús, o acomodarlo a nuestros esquemas, hacerlo a “nuestra manera”. Podemos atrincherarnos como los maestros de la ley, detrás de nuestras convicciones, haciéndonos impermeables a cualquier llamada, o peor todavía, interpretando de una manera totalmente opuesta sus palabras y sus acciones. La persona  y las palabras de Jesús son fuertemente desestabilizadora y “nos mueven el tapete”. Solamente quien se deja cuestionar, quien deja que el Señor rompa sus esquemas y sus convicciones, puede entrar en el dinamismo del discipulado, en el grupo de la nueva familia que Él está formando. El Evangelio de hoy, termina con una buena noticia (vv31-36). Ante la insistencia  de sus familiares que están afuera  y quieren verlo, la gente que lo rodea le dice “Allá afuera están tu madre y tus hermanos, que te buscan” Él les respondió: “¿Quién es mi madre y mis hermanos?”. Luego mirando a los que estaban sentados a su alrededor, dijo: “Estos son mi madre y mis hermanos. Porque el que cumple la voluntad de Dios, ese es mi hermano, mi hermana y mi madre”.
Esta es la nueva familia que Jesús está inaugurando; una familia, la de sus seguidores, en la que los vínculos que se crean son más fuertes y más importantes que los mismos vínculos de sangre.
Quien escucha la voz de Dios, se hace disponible a la acogida de un pensamiento diferente al maestro y nos estimula para reconocer caminos de diferentes a los que transitamos habitualmente. De la escucha se pasa a la acción: cumplir la voluntad del Padre, y esto es entrar en la acción creadora de Dios de la nueva familia de Jesús.

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