XII Domingo
Ordinario.- Natividad de San Juan Bautista (Lc. I, 57-60. 80)
“Y a ti niño, te llamará profeta del
Altísimo”
La figura de Juan el Bautista es una
figura clave en la Historia de la Salvación, es el profeta que cierra una etapa
(la Antigua Alianza) y abre una nueva (la Nueva Alianza). Su misión fue dar
testimonio de la luz en el umbral de los tiempos nuevos. Él es el “precursor”
que viene a preparar el camino al Señor; él mismo se define como “la voz que
grita en el desierto: preparen el camino del Señor” A Juan le tocará también
presentar a Cristo como “El Cordero de Dios que quita el pecado del mundo”, el
Mesías esperado y anunciado durante siglos. Cristo mismo destacará el papel
incomparable del Bautista, cuando dijo: “Entre los nacidos de mujer, no hay
ninguno que se pueda comparar con Juan el Bautista”.
De los demás santos, aparte de Jesús y de
su Madre, celebramos sólo el día de su muerte; sin embargo de Juan, celebramos
también el día de su nacimiento dada la importancia que tiene como enlace entre
las dos Alianzas recalcada por el mismo Cristo y porque Dios lo llamó ya desde
el seno materno para ser profeta.
Hay un paralelismo muy marcado en la
narración que hace Lucas de la infancia de Cristo y de Juan. El evangelio de
hoy relata el nacimiento, la circuncisión, la imposición del nombre y la
presentación de Juan a la familia, a los vecinos y a todo Israel. Pero omite la
profecía de Zacarías, el Benedictus.
El texto está lleno de datos que hablan
de la singularidad de este nacimiento y la intervención especia de Dios: lo que
el ángel había anunciado a Zacarías, se cumple ahora, la alegría de muchos ante
el nacimiento del niño se le impone el nombre de Juan , contra toda la
tradición familiar, Zacarías vuelve a hablar, el niño se llena del Espíritu
Santo. Esto hace que toda la gente se pregunte “¿Qué va a ser de este niño?
En el nombre de Juan que significa “Dios
ha mostrado su misericordia”, se expresa la presencia de la misericordia
divina, tanto a favor de Isabel como de todo el pueblo de Israel por la misión
que este niño desempeñará como precursor del Mesías.
Contemplando la narración del nacimiento
de Juan, se nos manifiesta la misteriosa acción de Dios en la vida de los
hombres. Vemos a un Dios que irrumpe en nuestras vidas yendo más allá de
nuestras expectativas, de nuestras dudas y temores, incluso de nuestras
limitaciones. Un Dios que va mucho mas
allá de nosotros mismos para llevar a cabo su proyecto de salvación.
Para Isabel y Zacarías el llegar a tener
un hijo por la edad avanzada en que estaban, quedaba fuera de toda posibilidad
humana. Por eso cuando ella queda encinta, provocará dudas y estupor en ellos,
y posiblemente, sonrisas burlonas en sus vecinos. Los acontecimientos que
vivirán en el nacimiento de su hijo: el nombre que le ponen, a pesar de la
tradición familiar de poner al primogénito el nombre del padre, la recuperación
del habla de Zacarías, van rompiendo cualquier duda y abriéndolas al
descubrimiento de una realidad que las sobrepasa: verdaderamente Dios ha hecho
misericordia con ellos, y dad la vocación del hijo que progresivamente irán
conociendo, con todo el pueblo de Israel. A Israel y Zacarías sólo les queda
acoger agradecidos esa misericordia y colaborar con ella.
Junto a la esterilidad fisiológica hay
otras “esterilidades existenciales” en la vida de los hombres. Y estas se dan
cuando el hombre ha caído en la desesperanza, en le vacío de la vida, en el ya
no creer que pueda haber algo mejor, y por lo mismo, resignarse a vivir así. Esta
“esterilidad” es peor que la fisiológica.
El evangelio de hoy es un llamado a creer
que Dios sigue irrumpiendo en nuestra vidas y es capaz de romper nuestras desesperanzas,
nuestras dudas, nuestras limitaciones y abrirnos a la experiencia de una vida nueva, a la alegría de una nueva
realidad mas allá de nuestras pobres expectativas. Y esto es abrirnos a la
misericordia de Dios en nuestras vidas.