domingo, 4 de marzo de 2012

Al encuentro con la Palabra


II Domingo de Cuaresma (Mc 9, 2-10)
“Este es mi Hijo muy amado Escúchenlo”

Marcos narra el acontecimiento de la transfiguración al comienzo de la segunda parte de su Evangelio, cuando Jesús comienza a hablar abiertamente del misterio de su Pasión a sus discípulos, que le habían reconocido como Mesías (8, 29); ahora deben comprender su misterio de Hijo de Dios transfigurado, ya la vez, el Siervo doliente. Seguramente el primer anuncio de la Pasión ha de haber suscitado no únicamente el escándalo de Pedro, sino también una serie de interrogantes y cuestionamientos que no acaban ni de entender ni de asumir. 
Ahora Jesús lleva a tres de sus discípulos: Pedro, Santiago y Juan, los mismos que serán testigos de su agonía en Getsemaní, a un monte elevado donde manifiesta su gloria transfigurándose ante ellos, para que no vacilen en la fe.
El relato está lleno de simbolismos. El “monte alto” indica la proximidad de Dios, el espacio donde Dios se revela. Moisés y Elías hablando con Jesús representan, según algunos, La Ley y los Profetas, las dos grandes fuentes de la Antigua Alianza que encuentra su cumplimiento pleno en Cristo. Por tanto, la Antigua Alianza, La Ley y los Profetas ha sido transfigurada: ya no son tablas de piedra; el cumplimiento de los profetas, la nueva ley y la nueva Alianza, es el mismo Jesús. Basta con escucharlo a Él.
La nube que los envuelve es signo de la presencia de Dios (cfr. Ex 24, 15-16; 40, 35) que acompañó continuamente al pueblo elegido en su camino en el desierto. De la nube sale la voz divina que proclama a Jesús como Hijo predilecto. En el momento del Bautismo, la voz se dirigió a Jesús para confirmarlo e investirlo en su Misión (1, 11); ahora se dirige a los discípulos: Jesús es el Hijo predilecto al que hay que escuchar, seguir, obedecer, porque su testimonio y profecía son veraces.
Después de resonar, la voz divina cesó la visión: Jesús vuelve a ser el compañero de camino, pera la meta de este camino resulta incomprensible a los discípulos, que envueltos  por el misterio, guardan silencio sobre los hechos que han experimentado como testigos.
Al final del Evangelio, cuando bajan de la montaña Jesús les manda no contar a nadie lo que habían visto, hasta que el Hijo del hombre resucitara de entre los muertos (v. 9)  “Ellos guardaron esto en secreto, pero discutían entre sí que querría decir esto de resucitar de entre los muertos” (v. 10)
Esta misma pregunta sigue suscitando cantidad de cuestionamientos a nosotros y a los creyentes de todos los tiempos. Sobre todo ante las crisis de la vida el cuestionamiento se hace mas acuciante.
En la trasfiguración, Jesús ofrece a los tres discípulos la visión luminosa depara mostrarles el final del oscuro túnel de la Pasión poco antes anunciada. A ti está la voz del Padre para confirmarlo: Él es el Hijo predilecto que cumplirá su designio; es el testimonio veraz cuando pide a sus seguidores negarse a sí mismos y llevar la propia cruz detrás de Él
Todo esto deberá quedar clara a los discípulos y a nosotros, pero todavía tiene su mezcla de oscuridad: la nube, luz de la presencia de Dios, nos envuelve siempre en la sombra y la revelación no elimina el Misterio. Permanecer en el seguimiento no llevará a madurar en la fe y a reafirmar la conciencia de la certeza que queda en nuestro corazón: Jesús es el Hijo  que el Padre que ha entregado por nosotros; el compañero que nos abre el camino hacia la resurrección plena. Este es el mensaje esperanzador del Evangelio de hoy.

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