domingo, 5 de febrero de 2012

Al encuentro con la Palabra


V Domingo Ordinario (Mc 1, 29-39)
Él se le acercó, y tomándola de la mano, la levantó
Es necesario recordar que el inicio del ministerio de Jesús en Galilea, está claramente marcado por su lucha con el mal. En este domingo, el escenario que presenta el evangelio es claro: primero en casa de Andrés y Simón, en donde interactúa con la suegra de este último (vv. 29-31); luego pone a Jesús haciendo numerosas curaciones (vv. 32-34); y finalmente la necesidad de salir, estar solo y orar (vv. 35-39).
Nuestro texto, permite unir la experiencia que ha tenido en la sinagoga con la que ahora vive en la casa de Simón y Andrés. Aquel sábado en la sinagoga, liberó a un hombre de un espíritu inmundo, ahora en casa de sus amigos, se encuentra con que la suegra de Simón tiene fiebre. En la tradición veterotestamentaria, a la fiebre se le identificaba un origen demoniaco y se le ubicaba en el corazón.
Aunque ya había atardecido, era tanta la gente que “todo el pueblo se apiñó junto a la puerta” para ser curados y liberados.
Bien sabemos que en Jesús, la predicación va acompañada de la acción. En el texto de este domingo, es verdaderamente admirable la disposición con la que el evangelista presenta a Jesús: al llegar a la casa de Simón, ya ahí se acerca a la suegra de este, la toma de la mano, y la levanta, restableciendo así la salud de ésta; luego continúa atendiendo a las necesidades de quienes le buscan; y finalmente después de orar en un lugar solitario, está completamente dispuesto para “ir a los pueblos cercanos para predicar también allá el Evangelio”.
La buena nueva de Jesús para con nuestras vidas es que Él, saliendo a la cercanía de nuestras vidas para hacer palpable su presencia, sigue extendiendo la mano hacia nosotros para levantarnos de las fiebres que nos aquejan y nos mantienen postrados. Una vez restablecidos, deseamos sinceramente permanecer apiñados a su persona, para testificar en nuestro vivir su acción salvadora.
Señor Jesús, gracias porque no te cansas de salir y hacerte cercano a cada hombre y mujer que sufre “fiebres de muerte” (depresión, enfermedad, soledad, egoísmo, alcoholismo, drogadicción, etc.). Gracias porque te acercas a nosotros, y tocando nuestra vida –como hiciste con la suegra de Simón‑, nos levantas dándonos la capacidad de servir a los demás en tu nombre.

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