sábado, 30 de abril de 2011

Al encuentro con la Palabra


II Domingo de Pascua (Jn 20,19-31).
La paz entre nosotros, fruto de Jesús resucitado.
Estamos ante la primera experiencia de encuentro con Jesús resucitado que vive la comunidad de discípulos, quienes por temor a sufrir la misma suerte del maestro permanecían escondidos, a puerta cerrada.  En la versión del evangelio de Juan este encuentro, que sucede el mismo día de la resurrección, es la experiencia de Espíritu, el cual no se retarda 50 días como en la versión de Hechos de los apóstoles (2,1-13). La comunidad de discípulos es asistida con este Don, como una nueva manera de estar Jesús en medio de ellos, que cambia radicalmente su existencia; de permanecer atemorizados, los discípulos se alegran  al ver al Señor y son enviados, como Jesús había sido enviado por el Padre.
Indudablemente que el fruto maduro de Jesús resucitado es el don de la paz; tres veces se dirige el resucitado a los discípulos con este saludo: “La paz esté con ustedes” (20,19.21.26). La paz no necesariamente es la ausencia de conflicto externo, pues para los discípulos la amenaza de la persecución cada vez era más fuerte; es una experiencia que se manifiesta en el interior de la persona al recibir el soplo del Espíritu, constituyéndole en portadora del perdón que trasciende a las relaciones establecidas, desde las actitudes que se van generando, las cuales tienen el poder de provocar una cultura del perdón que absuelve a la humanidad del pecado; o por el contrario, la falta de responsabilidad en la misión encomendada por parte de Jesús, podría significar mantener retenida a la humanidad en las cadenas del mal.
De entre la comunidad de discípulos, el evangelio de Juan resalta la experiencia del apóstol Tomás, el cual aparece como prototipo de la vida cristiana. En la experiencia de la fe está implicada de manera determinante la vida de la comunidad; la ausencia de Tomás, en el lugar donde los discípulos estaban reunidos, fue la causa de que no se encontrara con el Señor en su primera manifestación; es hasta los ocho días después, el próximo domingo, reunido el apóstol con la comunidad, cuando si va a poder ver a Jesús resucitado. La condición que pone Tomás para creer, revela la necesidad humana de “palpar” al Misterio en la aventura de la fe; pues Jesús resucitado no es una idea ni una doctrina en la que baste  la comprensión del conocimiento, como pretendían los movimientos gnósticos del tiempo en que se escribe el evangelio de Juan; Jesús es una persona, y la fe en Él implica los sentidos, los sentimientos, la inteligencia, implica todas las facultades del ser humano; y es esto precisamente lo que pide vivir el Apóstol Tomás, ver y tocar el Misterio. Jesús responde acercándole sus llagas, para que sea desde la cruz, que él despierte a la certeza de que está vivo, porque ha resucitado; es en el drama del dolor que los seres humanos maduramos en la fe, porque la necesidad de búsqueda de Dios es más grande, pero la experiencia de tenerlo es más libre.
Jesús resucitado muéstranos tus llagas para atrevernos a tocarlas, e impulsados por el soplo de tu Santo Espíritu, nosotros también poder exclamar con fe: “Señor mío y Dios mío”.    

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