Domingo de Resurrección (Jn 20,1-9).
Jesús resucitado, memoria de esperanza en los discípulos.
Este domingo para la Iglesia es el mayor de los domingos, pues hacemos memoria del acontecimiento más sorprendente en la historia de la humanidad: “!Resucitó el Señor!”; dicho acontecimiento se va a constituir en núcleo fundamental de la fe cristiana: “Si Cristo no hubiera resucitado vana sería nuestra fe”.
La liturgia de la Iglesia propone para la reflexión de las celebraciones matutinas de este día, un texto del evangelio de Juan, el cual, de entre los cuatro evangelios canónicos, es el más tardío en haber sido fijado por escrito, con características muy distintas a los tres evangelios sinópticos. El evangelio de Juan sobresale por su densidad teológica y se vale del simbolismo del lenguaje para revelar la verdad acerca del misterio de Jesús.
En este texto se describe la experiencia que los discípulos vivieron en torno al sepulcro, espacio geográfico que necesariamente hace referencia a la fría e irreversible realidad de la muerte. Vale la pena resaltar que en la lengua griega, en la cual fue escrito el Nuevo Testamento, el sustantivo “mnemeíon”, lo mismo sirve para expresar sepulcro como fosa mortuoria, que para expresar recuerdo como fenómeno psicológico de la memoria; indudablemente que el texto griego al usar este concepto como un destino de los discípulos ante la muerte de su maestro, puede hacer referencia al hecho histórico de visitar el lugar donde habían puesto su cuerpo muerto, pero también el autor sagrado, puede estar revelando el drama existencial que vivieron los discípulos en su proceso de fe; inmediatamente después del martirio, su memoria se encuentra embotada por las imágenes de la muerte, poco a poco en su interior, como un don del Espíritu, se va moviendo la piedra y va penetrando la luz de la esperanza que surge de poder decir, “Jesús está vivo”.
En el texto, el autor busca resaltar las figuras de dos apóstoles; Pedro, signo de comunión con la Iglesia universal, pues aunque llega después al sepulcro es el primero en asomarse y encontrarlo vacío; y el discípulo amado, identificado por la tradición con Juan el apóstol, cuya misión se identifica en Éfeso, donde se ubica el origen redaccional del cuarto evangelio canónico; también la figura de este “discípulo amado” puede hacer referencia a cada lector creyente, llamado a encontrarse en la trama del texto bíblico. Pero sobre ellos, el autor sagrado resalta la figura de María Magdalena, a quien le reconoce las primicias de la fe, siendo la primera en visitar el sepulcro, y será la primera en comunicar con sorpresa e incertidumbre la buena noticia a los discípulos.
En esta mañana la Iglesia, como María Magdalena, está llamada a volver al sepulcro y darse cuenta de que la piedra de tantos sepulcros que nos encierran en situaciones de muerte está movida, porque Cristo ha resucitado. Cada creyente, como el discípulo amado debe asomarse con prisa al sepulcro para “ver y creer”, cuidando los vínculos de comunión con quien en cada etapa de la historia tiene el lugar de Pedro.
Jesús resucitado despierta con tu Santo Espíritu la certeza de la resurrección, para que caminando en la historia con esperanza, vivamos con alegría y demos testimonio del amor.
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